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Para Mónica y Joaco, los prófugos del limbo colombiano

Oleg Yasinsky

Si el milagro anunciado ya tantas veces se cumple y la paz llegue a Colombia, lo mas probable es que los retratos de Mónica y Joaco no estarán a un lado de las imágenes de Guevara y Marulanda. Los futuros manuales de la historia colombiana no narrarán nada sobre sus cortas vidas. No habrá canciones, obeliscos ni museos.

Los jefes de su organización en estos últimos días de su permanencia en La Habana, seguramente tienen otras prioridades y preocupaciones porque todavía no sacan un urgente, rabioso y justo comunicado denunciando esta infamia.  O quizá, aún con el tiempo en contra,  prefieren investigar las circunstancias en las que sucedieron los cobardes asesinatos, antes de pronunciarse sobre los mismos.

Dos jóvenes guerrilleros de las FARC fueron acribillados por el ejército colombiano a plena luz del día y frente a los ojos de varios civiles, sin que hubiera un enfrentamiento armado ni un intento de capturarlos, es más, ni siquiera una advertencia. Después de la firma de paz, inclusive una segunda vez, con un cese al fuego supuestamente bilateral y definitivo cuando menos hasta el 31 de diciembre, y cuando según el nuevo compromiso del Estado, las FARC y el Gobierno colombiano ya no son más enemigos y las intenciones son que la guerra sea de palabras y no de balas, dos jóvenes guerrilleros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia cayeron abatidos por las balas contrarias. 

Sus muertes, pasaron casi inadvertidas, no hubo ningún escándalo internacional, ni siquiera se convirtieron en noticia local. Las campanas de la solidaridad mundial también permanecen calladas. La prensa colombiana como “disco rayado” informa que la guerrilla está en el limbo y los observadores de la OEA informan que varias zonas de donde se retiran las FARC son ocupadas por paramilitares.

Mónica y Joaco, como los demás jóvenes, mujeres y niños guerrilleros que integran las FARC, tenían la esperanza de que en pocos meses más serían “parte del país”, que estarían representados, protegidos y defendidos por el Estado.

Así describe la acción del Estado el blog Colombia Soberana:

…El domingo 13 de noviembre del año en curso, en el sitio conocido como la “ Y “ de la vereda el Golfo, donde se encuentran dos casas de familia que son negocios, con tiendas para consumo de alimentos, hospedaje y bodegas para guardar mercancía y motos, se encuentran en una de las casas cuatro hombres, dos mujeres y dos niños; uno de 40 días de nacido y cuya madre es menor de edad, los cuales presenciaron el asesinato de dos insurgentes de las FARC y la captura de un tercero.

Narran los habitantes,  que aproximadamente a la 1:30 pm,  “Joaco” se encontraba hablando por celular y,  de manera inesperada cayó al piso, el disparo que recibió fue levemente percibido y,  en ese momento “Mónica” se inclinó a ver que le sucedía. En ese momento, ella también recibe un disparo, que la deja tirada en el suelo. Las personas allí presentes se dan cuenta que los disparos vienen de  francotiradores. Los miembros del ejército estaban aproximadamente a 30 o 40 metros de donde se encontraban los jóvenes guerrilleros y, tras los balazos, lanzan dos ráfagas de disparos al aire. El tercer insurgente llega a la casa  y de inmediato es capturado por el los integrantes del Ejército en el lugar, quienes les ordenan tirarse boca abajo con las manos sobre la nuca.

En medio de la tensa situación, está presente una menor de edad, que vive en la casa vecina y al estar cortando guayabas se da cuenta de los hechos.

El francotirador encañona también a un hombre que llega al sitio, lo insulta y le ordena que se tire al piso.  El hombre se defiende diciendo que él es un civil. Este hombre es el esposo de la menor de edad, la cual se encuentra en gestación.

Los miembros del ejército entran violentamente a las viviendas,  ultrajan a las familias, las insultan, solicitan sus números de cédula de identidad, toman sus huellas dactilares y números telefónicos, como si realizaran un empadronamiento. Dentro de los uniformados se encontraban dos encapuchados, uno de complexión gruesa y el otro delgado.

El ejército señala de forma reiterada y con insultos a los familias acusándolos de colaboradores y cómplices de la guerrilla. Entre el grupo de los pobladores estaba el presidente de la Junta de acción comunal.

Alrededor de las 4 de la tarde aterriza un helicóptero del cual descienden tres policías. Se dirigen a la casa y recaban datos, mientras un militar con un lazo mide la ubicación de los cadáveres.

Después de la medianoche se procede a levantar los cadáveres. Se señala que de los tres insurgentes solo uno tenía un canguro, y que  el detenido llevaba una memoria colgada al cuello. Los tres portaban armas cortas. Al detenido, se le acerca un miembro del ejército quien le dice algunas palabras al oído y le da comida.

Los habitantes también señalan que algunos de los soldados habían sido vistos días atrás, vestidos de civil, comprando cosas en el lugar de los hechos y viendo televisión en la casa». 

Dos guerrilleros menos, dirán algunos. Pobres muchachos, pensarán otros. Sabían en que juego se metían, observarán los prudentes. Es una señal para que se apure la transición a la paz, exclamarán los más políticamente correctos. Pero aquí hay más cosas que normalmente no se dicen.

Está demostrado que el  Estado colombiano es incapaz de controlar su territorio, su corrupción, su pasado, su futuro, aunque ya “casi sin querer”,  sigue asesinando. Los hijos de la miseria, la exclusión y las cero posibilidades, los que antes «se daban de baja« en los combates ahora son «víctimas de lamentables accidentes«. Antes,  sus dirigentes hubieran exclamado, «murieron por el pueblo«. Ahora parece que no saben exactamente por qué murieron y se quedan en este incómodo silencio.

Cualquiera, que mínimamente conozca Colombia, entiende que si su realidad social no cambia, con o sin las FARC en armas, la guerra continuará. En la tupida selva en los últimos 50 años no ha cambiado casi nada y quien no es paramilitar,  casi obligatoriamente es guerrillero y,  entre morir por el dinero o morir por un sueño,  no hay como perderse.

No justifico nada, solo trato de describir, evadiendo las ganas de sentirme más nostálgico y no petrificar las estampas de sus rostros, los bellos y jóvenes rostros de Mónica y Joaco,  en el mausoleo de los 60… No sólo porque ellos seguramente querían llegar a celebrar esta futura paz y después, en su nueva vida civil, estudiar, amar y luchar…Ya no será así… porque en este frágil puente entre el ayer y el hoy llamado memoria,  para siempre quedarán sus dos siluetas caminando, ya sin armas, hacia algún lugar de nuestros sueños que esperan que,  los húmedos abrazos de la selva colombiana estén por germinar en un país diferente.

 

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Una Respuesta a “Para Mónica y Joaco, los prófugos del limbo colombiano”

  1. Freddy Amezquita

    Nada justifica el asesinato, pero es necesario hacer ciertas precisiones, quien asegura que el ejercito los asesino?, pues se habla de francotiradores, el titere de turno amenaza con guerra si no se aceptan sus falsos acuerdos de paz, lo cual me lleva a pensar en un maquiavelico plan para acelerar la hecatombe, y por ultimo no es justo tildar de asesinos a los heroes de la patria que han puesto un sinnumero de victimas, maxime cuando las Farc en pleno proceso no respetaron el alto al fuego, y lo que hicieron fue rearmarse, no acepto un punto de vista sezgado que no es acorde a la realidad haciendo ver a los villanos como heroes.

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