Milagros y rosarios

Mario Ramos

Es una constante que vale la pena mirar… apuestas políticas de perfil fascista, ante el descontento, echan mano a «milagros y rosarios» para satisfacer la búsqueda de salud y sentido de una humanidad enferma.

En el 83 sucedió en Chile: a Miguel Ángel se le apareció la virgen en un cerro, y el milagro del montaje dirigido por Álvaro Corbalán, agente de la dictadura que purga 150 años de prisión por crímenes de lesa humanidad, logró despertar las ansias profundas de la gente de creer en algo. Devela su engaño y manipulación.

Ahora aparece en escena una señora argentina que llega a instalarse al Templo votivo de Maipú para sanar chilenos enfermos con sus manos.

Rebobinemos. El 12 de julio de 1983, Miguel Ángel Poblete, junto a dos amigos, subió a fumarse un pito al cerro El Membrillar. Volado o no, juró que vio a la Virgen María que le habló. El cuento se propagó rápidamente, y miles de personas de todo el mundo llegaron hasta el lugar, que se convirtió en el «Santuario de Monte Carmelo”, en momentos precisos en que la dictadura entraba en su más profunda crisis social, política y económica, con manifestaciones y protestas que arreciaban en todo el país. La operación mediática y represiva grotesca fue coordinada por las más altas esferas del régimen, entre Augusto Pinochet, Lucia Hiriart, agentes de inteligencias y periodistas.

Ahora, el 6 de enero del 2024 arribó a Chile Leda Bergonzi, la sanadora rosarina de Argentina, para darnos el abrazo de Maipú, en un templo inaugurado por Pinochet y su mujer en octubre del año 1974 con la presencia de variadas “autoridades” del régimen, entre ellos Frei Montalva, posteriormente envenenado por la dictadura.

Leda promete agarrarnos la cabeza a dos manos para sanarnos, fundiendo histeria con historia en mitad del maridaje neoliberal entre Milei y Boric.

Sanarnos de tanta delincuencia, corrupción, violencia, migrantes y perros callejeros.

El Templo Votivo de Maipú, lugar de convocatoria, es una obra de ribetes faraónicos e inspiración nazi, del arquitecto Juan Martínez Gutiérrez, el mismo que diseñó la Escuela Militar y la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Monumentalidad, ostentosidad y grandeza de los 100 siglos arios, que buscaban imponer los modos y las manos de una raza superior.

Porque cuando al alma de un país la van matando lentamente, por el abandono, la soledad, el ninguneo y la miseria, tan evidente en nuestros viejos tirados en asilos, pareciera ser que el sistema alienta el surgimiento mediático de sanadoras, videntes y salvadores, que también pueden vestirse de Milei, Pinochet, Lucía Hiriarth o Álvaro Corbalán, para perpetuar el engaño con falsa misericordia para aplastarnos.

Ojalá nos atrevamos a avanzar en la comprensión de que tenemos todo lo necesario para superarlo todo entre todos, y centrar la mirada en todas nuestras propias capacidades. Así, podríamos deconstruir poco a poco la cultura de la infamia, y la carencia que nos hace depender y vivir dependiendo de ellos y ellas, y visibilizar la potencia que nos vuelve protagonistas de la cosecha y la siembra y la discusión en colectivo, esa avecindada que aun podemos recuperar. Y esa vacuna somos nosotras mismas.

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