Foto: Daniel Ricardez

Tapanatepec, Oaxaca. El sueño americano que tanto anhela está por lograrse. Jaime es un migrante venezolano que ha recorrido ocho países, desde Venezuela hasta México, para llegar a Tapanatepec, Oaxaca, una localidad del Istmo de Tehuantepec. Allí, el joven hizo una parada para tramitar un permiso que le permita transitar de forma libre durante dos semanas el territorio nacional y llegar a la frontera norte.

Para este joven venezolano, migrar es resistir, pues asegura que cruzar ocho países y además sobrevivir a la Selva del Darién, Panamá, unas de las más peligrosas del mundo, no ha sido nada fácil.

Jaime, de 22 años, viaja con su hija de un año de edad y su esposa. Una mochila al hombro y sus documentos es lo que carga, pero en el camino le regalan ropa que usa por un rato y después la deja porque “no hay tiempo de lavar ni de acumular”.

Ya en Oaxaca, Jaime espera que llegue el camión que lo transportará a la Central del Norte y después a Tijuana, Baja California, aunque su primera idea era llegar a Monterrey, Nuevo León, pero sus amigos que se adelantaron le informaron que en allí no avalan el permiso y las autoridades migratorias “se los rompen en su cara”.

“De Venezuela salí hace cinco años, después fui a Colombia, donde viví ocho meses, y así llegué a Perú. Me quedé cuatro años, pero me fui a Panamá cruzando la Selva de Darién. De ahí me jalé a Costa Rica, caí a Nicaragua, crucé Guatemala y finalmente estoy en México”, relató.

Jaime explica que con toda su travesía podría escribir un libro que retrate todos los obstáculos por los que ha pasado, incluida la violencia en forma de asaltos, golpes y persecuciones de agentes migratorios.

“He sufrido persecuciones de agentes migratorios en México, en Chiapas nos asaltaron, perdí todo lo que traía, y ahora para irnos tenemos que pedir dinero, porque no tenemos para avanzar”, recuerda.

Llegar a Tapanatepec, cuenta, le permitió conocer un poco de México. “Estuve dos días y hoy parto para la Ciudad de México y de ahí a Tijuana. No es nada fácil porque viajo con mi hija y mi esposa, pero no nos quedó de otra, nuestra exigencia es por una vida digna, que en Venezuela nunca tendríamos”, explica el joven.

En Tapanatepec, Oaxaca, desde hace 40 días el Instituto Nacional de Migración (INM) instaló un campamento móvil donde llegan las personas migrantes y obtienen su permiso. Pero no todo es color de rosa para quienes reciben la autorización, asegura Jaime, y menos si tienen hijos pequeños como él.

“Entras y esperas horas para recibir tu permiso, pero lo que sigue es conseguir plata para seguir, y para eso tenemos que pararnos en los cruceros, pedir casa por casa o hacer algún tipo de negocio, que sabemos no hay, entonces todo se vuelve preocupante y difícil, pero resistimos”, agregó. Ahora, lo que corresponde es esperar y alcanzar Tijuana para así cruzar a Estados Unidos, que es, dice, “la hazaña que más quiero en la vida, pero la más complicada”.

Así como Jaime, cientos de migrantes llegan a este municipio oaxaqueño con niñas y niños en brazos, otros adolescentes y también adultos mayores. Los lugareños se organizan y les dan alimentos calientes en el desayuno y la comida.

“Nosotras somos de una iglesia y al ver que estaban llegando muchos decidimos hacer una colecta y darles alimentos. Nos solidarizamos con su viaje dándoles un apoyo de Tapanatepec, para que así tengan un buen camino”, explica Doña Rosa e Inés.

Los hoteles, restaurantes y espacios públicos están llenos, a diario llegan entre 100 a 300 personas migrantes y se van otros en los camiones de pasaje o que rentan para llegar directo al norte del país.

“No sabemos cuándo concluirá la entrega de permiso, pero mientras eso pase, seguiremos llegando, porque migrar es libertad , migrar es resistir”, concluyó Jaime.