Foto: Selene Torrado
Poeta del pueblo. Igual que su admirado Miguel Hernández, del que se reconoce “reencarnada”. No en vano, enumera Fatma Galia (El Aaiún, 1971), “mi familia han sido pastores, mi gente está en las cárceles y viví la guerra de pequeña”. Tras la ocupación marroquí de su tierra, con cinco años, junto a parte de su familia, llegó a los campamentos de refugiados saharauis. Su padre se quedó en el Sáhara Occidental, donde falleció años después. Nunca más volvió a verlo.
Hija y nieta de nómadas.
Sí. Por eso, mi mayor regalo es salir de viaje, da igual de una casa que de una ciudad a otra. Cambio de lugar y es como volver a sentir ese nomadismo que viví hasta los cinco años.
Aunque hace casi 30 años que vives en Euskadi.
Se pueden llevar bien las dos cosas. He echado raíces, mis hijas son vascas, euskaldunes, nacieron aquí. Pero en cuanto podemos viajar, sin perder sus clases, lo hacemos. El día que mis hijas se independicen volveré al nomadismo, da igual que sea en un desierto o por las ciudades europeas.
¿Cómo ha sido tu vida aquí?
Mira, las cosas siempre me han sido feas, nunca he tenido estabilidad ni un trabajo digno. Tengo los títulos como cromos. Mi licenciatura, el doctorado, un máster de cooperación internacional, cursos de informática, el carnet de conducir… Cuantos más estudios, mejor será mi trabajo, pensaba, pero fue al revés.
Un sinsentido.
Los empresarios prefieren un tonto vasco que un listo de fuera, me advirtieron al apuntarme por primera vez al INEM. Y lo triste es que acertaron. Eso fue en el 2001. Y hasta ahora no me ha salido ningún buen trabajo.
“Mi mayor regalo es salir de viaje”
¿Y cómo te has organizado?
He limpiado casas. Y, ¿sabes?, limpiándolas, me inspiró. Los versos me empiezan a salir como el sudor.
¿Musas domésticas?
Sí. Cuando quito el polvo con la bayeta, la impotencia y mi enfado afloran en forma de versos. En 2004, después de los atentados en los trenes de Madrid, en un mes me echaron de tres casas en las que trabajaba por horas. No se conocían, pero fue como si se hubiesen puesto de acuerdo.
Pero tú ya escribías poemas desde cría.
Tengo mucho cariño por la poesía porque nací entre poetas. Cuando vivía en el nomadismo, de noche, junto a las jaimas, encendían una fogata, nos juntamos alrededor y comenzaban a recitar un poema, una anécdota, un cuento, incluso hasta los sueños. Nací entre poetas y todo lo que viví de la guerra, las desgracias, los bombardeos, me han hecho madurar desde pequeña y querer transmitir mis sentimientos. No disfruté de mis padres ni de mis abuelos. Tuve que jugar con muñecas hechas con huesos de cabra por mi abuela, que ha sido mi mejor escuela.
Ahora ha vuelto la guerra.
Se veía venir. Y aplaudimos la decisión. Es más fácil hacer la paz que la guerra, pero los saharauis no hemos tenido más remedio que empezar la guerra para poder rescatar nuestra paz.
¿Y cómo te sientes?
Para mí, la poesía es el sentimiento más profundo que sale del corazón. Cuando lloro, mi poesía llora. Llevo años sin poder componer sobre el amor, la vida, los lujos o ni tan siquiera los paisajes. Estoy hilvanando palabras, desahogándome y curando sentimientos a través de una poesía de luto porque estoy de luto. Y estaré así, cantando con mi gente, haciendo lo que mejor se hacer, poesía social y reivindicativa, hasta que mi pueblo logre la libertad.
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