Tila Ximenes llegó algún tiempo después de que nos sentamos en los bancos del patio de la casa de la familia Vera, en la aldea Pirajuí. Al final de la tarde la tensión es grande. En el cielo se arma una tempestad. A pesar de que dos miembros de la familia, autorizaron anteriormente nuestra visita, al momento de hablar al respecto de la muerte de Genivaldo y Rolindo, se retractaron. Hablaban entre sí en guaraní y nos servían tereré, el mate frio que los indios popularizaran en aquella región de la frontera entre Brasil y Paraguay. Para intermediar la conversación y facilitar las traducciones, convocaran a uno de los agentes de salud de la aldea, de su confianza.
Fue él quien nos explicó que a pesar de haber acordado anteriormente, ahora pensaron mejor sobre los riesgos: “La gente tiene mucho temor para halar, tienen aquel miedo de hablar para quien no conocen, porque aquí la gente está rodeada por los hacendados. Los hacendados están observándonos, ese es nuestro miedo”.
El cuerpo de Genivaldo fue encontrado el día 7 de noviembre en las orillas del río conocido como Ypo’i (río fino, en guaraní), referencia del territorio tradicional para la familia Vera. El cuerpo de su primo, Rolindo, que también desapareció la noche del día 31 de octubre, no ha sido encontrado. Ellos desaparecieron después del conflicto que hubo con los guardias de la hacienda, después de haberla ocupado, en el municipio de Paranhos, en Mato Grosso del Sur. Los médicos alegaron dificultades para determinar la causa de la muerte, pero las heridas en el tórax de Genivaldo no dejaron duda para los familiares: eran marcas de disparos, de grueso calibre.
Los guaranís denominan de tekoha esos territorios tradicionales por cuya posesión existen disputas con los hacendados en toda la región desde los años 80s. Teko-ha: literalmente, es el lugar (ha) donde se puede vivir conforme el modo de ser tradicional de los guaranís (teko). Esa palabra ganó fuerza entre los indígenas porque las antiguas áreas donde habían sido confinados por el gobierno brasileño, en la primera mitad del siglo XX, como el Pirajuí, donde hoy mueren, ya no son buenas para vivir: faltan tierras para plantar, faltan ríos limpios para pescar y bañarse, faltan matas para alegrar al espíritu.