Foto: Frayba
“Estamos viviendo algo similar a los tiempos de Jesús. Los romanos no tenían piedad. El narco no tiene piedad”, sentencia el padre Marcelo Pérez, sentado en el comedor de la parroquia Nuestra Señora de Guadalupe, en San Cristóbal de las Casas, Chiapas.
La iglesia se levanta en lo alto de un montículo al que se llega resoplando por los 79 escalones cuesta arriba. La recompensa es una vista panorámica estupenda, de montañas arboladas sobre la ciudad blanca colonial. En medio, como articulando el manto natural y las piedras urbanas, la iglesia rodeada de una plaza enjardinada donde encontramos al padre Marcelo, siempre rodeado de personas que lo consultan y le piden consejo.
Marcelo se formó en la diócesis de Tuxtla Gutiérrez, a la que define como “muy conservadora”, pero fue enviado a Chenalhó en 2001, donde su vida pegó un vuelco. “Acteal me dio la luz”, dice con firmeza. La masacre de Acteal, el 22 de diciembre de 1997, con su saldo de 45 tsotsiles asesinados mientras estaban orando a manos de paramilitares formados para combatir al EZLN, sigue teniendo una brutal presencia en el municipio y en toda Chiapas.
“Tenía miedo pero pude ver que en Acteal las personas son libres. Soy pastor pero las ovejas son muy valientes. Me uní con ellas para denunciar la impunidad y para luchar contra el proyecto Ciudades Rurales del gobierno de Juan Sabines”, sigue el padre, en un relato que lo va llevando desde los años de formación al compromiso con su pueblo.
Rechaza estar inspirado por la Teología de Liberación y recita los cuatro pilares de su pensamiento y modo de hacer: la realidad que afrontamos, la palabra de dios ante ella, la posición de la iglesia y los compromisos que se deben asumir. “Hablar de teología de la liberación es meterte en conflictos”, asegura de forma pragmática.
Luego vuelve a su tema: “Acteal me convirtió”. El dolor que nace cuando escucha a los sobrevivientes, a María, a Zenaida, a mujeres y varones que perdieron a toda su familia. “Cómo decirles que dios los ama”, exclama el padre. Por eso no se inspira en la palabra bíblica, en la teoría que nace del texto sagrado, sino que toma otro rumbo, “llorar con los que lloran, sufrir con los que sufren” y, sobre todo, “caminar con ellos”.
El camino no es cambiar de partidos
Las palabras van rodando sobre la mesa tendida con un almuerzo sencillo. Nos envuelve su entusiasmo y la sinceridad de su dolor. “Los sobrevivientes saben leer, ahí está la luz”. Imposible no olvidar palabras muy similares pronunciadas décadas atrás por el asesinado monseñor Oscar Romero, que se expresó de manera muy similar al padre de Chenalhó: “La sangre de Rutilio Grande me convirtió”, dijo en referencia al mártir del movimiento campesino salvadoreño.
La conversión del padre Marcelo lo llevó a caminar con el pueblo campesino. No sólo acompañó a las víctimas sino que también denunció a los autores materiales e intelectuales de la violencia, lo que provocó persecución por parte del gobierno de Chiapas. “En 2008 le metieron fuego a la casa parroquial, luego dañaron las bujías y las llantas de mi coche, y el 12 de diciembre de 2010 dos jóvenes me golpearon en la calle”, relata con calma.
Estuvo cerca de la muerte cuando conectaron un cable con el tanque de gasolina del vehículo, lo que hizo que aceptara su traslado a Simojovel, donde llegó un 5 de agosto de 2011. “Empezó a venir gente a contar sus dolores, las muertes. Ahí descubrí que los delincuentes tienen acuerdos con las autoridades y las denuncias provocaron amenazas”.
El 8 de marzo organizó una peregrinación de mujeres contra la venta de drogas que se hacía al lado de la presidencia municipal. Lo acusaron de guerrillero y hasta de zapatista, pusieron precio a su vida hasta que en 2014 el municipio y el PRI intentaron movilizar a la población en su contra, con muy poco seguimiento popular.
Un punto de inflexión fue la peregrinación de 15 mil personas en octubre denunciando a la familia Gómez Domínguez, que entró en escena a través de sicarios que realizaron atentados y una campaña mediática contra el padre Marcelo, que los llevó a ofrecer un millón de pesos por la cabeza del sacerdote de Simojovel (https://bit.ly/3DIAWbp).
En el citado comunicado, el Pueblo Creyente concluye que los cambios no vienen de un partido “sino de la sociedad civil, los pueblos originarios, la clase pobre y mediana”, y denuncia que Chiapas “se aproxima a un estallido social”.
Su forma de acción es la convocatoria de peregrinaciones, a las que asistieron decenas de miles de creyentes, y las denuncias contra autoridades y políticos. Consiguió que los Gómez Domínguez no ganaran las elecciones municipales pero fue demandado por difamación ante la PGR, aunque reconoce que “el camino no es cambiar de partidos”.
En los años siguientes se sucedieron plantones de la población y asesinatos del crimen organizado, siempre protegido por las autoridades. “El 12 de diciembre de 2017 tuve la misa más triste de mi vida, por la muerte por frío y hambre de dos ancianos”. Sigue el desplazamiento forzado de comunidades enteras, más violencia y muertes, bombas y disparos. Pero la población siguió resistiendo.
En mayo de 2017 se crea el Movimiento Indígena del Pueblo Creyente Zoque en Defensa de la Vida y el Territorio (ZODEVITE) y en junio se realiza una masiva peregrinación hacia Tuxtla Gutiérrez contra las concesiones mineras y de hidrocarburos, ya que el gobierno mexicano pretendía concesionar a empresas extranjeras más de 80 mil hectáreas afectando a más de 40 ejidos y comunidades.
La movilización fue una nueva derrota de los planes de arriba, pero la violencia continúa. Para 2021 se registraban en Pantelhó más de 200 muertes por el crimen estatal-organizado, en un municipio de apenas 8.600 habitantes en los Altos de Chiapas.
El 3 de julio fue asesinado Mario Santiz López. El 5 de julio de 2021 caía asesinado Simón Pedro Pérez López, catequista y expresidente de la directiva de la Sociedad Civil Las Abejas de Acteal, que promovía la no violencia, por el delito de acompañar a las comunidades tsotsiles de Pantellhó. En el velatorio Marcelo acusó al “narco-ayuntamiento”, o sea a la alianza entre el Estado y el crimen organizado.
Aunque le pidió a las comunidades que “no caigan en la tentación de la venganza”, el 10 de julio salió un comunicado del grupo armado “El Machete” creado por las comunidades como autodefensa ante la violencia. El 26 de julio de 2021 miles de personas encapuchadas tomaron la cabecera municipal, 19 hombres fueron enseñados en la plaza central con las manos esposadas por tener vínculos con el crimen organizado.
Aunque fue una acción colectiva comunitaria (un estallido de abajo), que al parecer no fue convocado por El Machete, la Fiscalía General de Chiapas emitió una orden de aprehensión contra el padre Marcelo por la desaparición de 19 personas en Pantelhó. No les importó que el sacerdote estuviera ese día en otro lugar, en Simojovel, que siempre llamara a la paz y que llegara el día después para calmar los ánimos.
Es la vida del pueblo, no la mía
La orden de aprehensión sigue vigente. En octubre fue trasladado a la iglesia de la Guadalupe, donde ahora explica quiénes están provocando violencia y muerte. “Las autoridades son cómplices del narco. Han buscado la forma de callarnos, a través de amenazas de muerte y de difamación en redes sociales. Se siente miedo, pero eso no me detiene”.
En su análisis de la situación, este indígena tsotsil que lleva 20 años como sacerdote en Chiapas sostiene que no es posible frenar la violencia porque los policías son sicarios, porque “tenemos un narco-Estado”. Está convencido que la violencia se va a agravar y que después vendrá cierta calma, pero a costa de mucha sangre. “Ojalá sea la sangre de sacerdotes y obispos, y no del pueblo”.
Sostiene que estamos en medio de la tormenta, que no se soluciona con más tormenta sino buscando otros caminos. Desconfía de los poderes y de los poderosos: “Si me matan a mí es un escándalo, pero si matan a un campesinos no pasa nada. Si ayuda dar mi vida, aquí estoy”, concluye.
Antes de despedirnos apela a una frase bíblica, asegurando que los dolores que atravesamos son “los gemidos del parto”. Coloca sus principios y valores por delante de su propia vida: “No acepto guardaespaldas. Va en contra del Evangelio que alguien muera para que yo viva. No es mi vida sino la del pueblo”. En el anca del saludo final, se confiesa: “No confío en la policía”.