Crédito: Edahena Villavicencio* Miriam Nuñez / Fotografía: Francisco Parra, Erik Hubbard, Víctor Hugo Sánchez / Imagen y edición: Francisco Medina / Cristina Aguilera Villavicencio
“Aquí, todos los días quemamos porros”, gritaban amenazantes, irónicos y burlones estudiantes de la Escuela Nacional de Artes Visuales, en una frase que resumía el sentimiento generalizado de rechazo a la presencia de grupos violentos en los planteles universitarios, y que movilizó a decenas de miles de jóvenes en la marcha más nutrida que ha habido en el campus de Ciudad Universitaria la UNAM en décadas.
Una protesta de indignación. Rechazo absoluto a la presencia de grupos de choque, en defensa del derecho a la manifestación, de solidaridad y cobijo con los cecehacheros de Azcapotzalco golpeados el lunes por un grupo de sujetos con “intereses oscuros”.
Éstos fueron identificados gracias a las redes sociales, 18 agresores ya han sido dados de baja de la UNAM. Para quién o quiénes trabajaban aún no se sabe. Suenan nombres e hipótesis. Lo cierto es que los universitarios están decididos a expulsarlos de su casa.
Frente al contingente de los alumnos de la Preparatoria 2, un cartel gigante decía: “Me costó un huevo entrar a la UNAM, pero me sobra otro para defenderla”. El por qué de la movilización fue claro, unánime. No tolerarán que los golpeen. El espíritu los impulsa a defender a su raza.
Cuando algunos psicólogos, expertos en educación y opina fáciles criticaban a los padres de los ahora jóvenes por dialogar y negociar con sus hijos en lugar de hacer valer su autoridad frente a ellos, la llamada Generación Z muestra, una vez más (ya lo hizo tras el temblor del 19 de septiembre de 2017), su poder de respuesta, organización y fuerza. “Me enseñaron a pensar, no a obedecer”, sentenciaban en otra pancarta.
Mostraron un músculo enorme. El lunes, porros atacaron a los cecehacheros en Rectoría; el martes, prepas, CCH, escuelas y facultades se fueron a paro; el miércoles, la megamarcha de asistencia multitudinaria y larga duración.
La cita fue a las 13 horas en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, pero el Circuito Mario de la Cueva no bastó para albergarlos a todos; algunos contingentes no alcanzaron a llegar y se incorporaron a la marcha en el camino a Rectoría, se abrieron espacio entre los bloques, no sin recelo ni negociación previa.
Los estudiantes querían evitar infiltrados y provocadores a toda costa, así que marcharon en grupos muy compactos y unidos, bajo la consigna de no separarse. Los de Ciencias se resguardaron con mecates alrededor y se pintaron el símbolo de la integral en la cara, en color azul; los de Ingeniería vistieron de rojo; otros llevaban brazaletes, también de colores; la mayoría se sujetaba de las manos en los costados de la caravana para no dejar pasar a nadie, además, se cuidaban al evitar la dispersión. Si alguien deseaba comprar agua o un Bonice llamaban al vendedor, pero no permitían que se alejara nadie.
Las medidas de precaución incluyeron también ir plenamente identificados, portar sus credenciales y papeles dentro de su ropa con su nombre, dirección, tipo de sangre, teléfono de un familiar y plantel de estudios. No pocos se pintaron estos datos en los brazos.
En Ciencias Políticas iban “más preparados” y advertían: “Chicas, si hay necesidad, sepan que los del brazalete amarillo llevan el gas pimienta y las molotov; los de banda azul traen los botiquines y darán primeros auxilios”.
Sin pulseras visibles, pero sí vestidos de negro y con holgadas sudaderas, se veía pasar a grupitos de tres y hasta cinco jóvenes con el rostro cubierto y bultos dentro de la ropa. Se les miraba con recelo y se les filmaba, los fotógrafos de algunos medios de comunicación no dejaron de vigilarlos.
Se les vio apostados (cerca de 25 individuos) atrás de la Biblioteca Central, algunos más, en el paso peatonal que cruza por debajo de Insurgentes. Otros frente a Rectoría, muy jóvenes éstos últimos y cuya presencia alejó a la gente a su alrededor. Empezaron a discutir entre ellos. No, ellos con ellas. Las mujeres les acabaron gritando: “Anarcos machistas, protegen violadores” y se fueron encabronadas.
Había miedo latente, expectativa, precaución, pero ni por un instante cobardía. Al contrario, se les veía alegres, contentos por estar ahí, invadidos por la certeza de que hacen algo.
No pocos padres de familia los acompañaron. Los demás no estaban solos y ante cualquier cámara, sobre todo de televisión, alzaban sus carteles: “Mamá, no te preocupes, estoy luchando por nuestra seguridad”, “Mamá, papá, la lucha es de todos y para todos, no me hagas quedarme con los brazos cruzados”.
La vanguardia, con estudiantes del CCH Azcapotzalco y representantes de las facultades de Filosofía y Letras y Ciencias Políticas, tras su llegada a Rectoría, leyeron auxiliados por un megáfono su pliego petitorio. Lo escucharon los medios de comunicación que ya los esperaban ahí.
Sin embargo, a un radio de apenas cinco metros de distancia ya nadie oía nada. Así que cada plantel se concentró en corear sus propias consignas: “Sexo, cama y orgasmo, arriba, arriba, la Prepa de don Erasmo”, “Se ve se siente, la FA está presente”, “¡Cuautitlán! ¡Cuautitlán! ¡Cuautitlán!”, etcétera. Sólo dos cánticos unificaban a la masa: “El que no brinque es porro” y “1,2,3…43, ¡justicia!”.
A las cuatro de la tarde la retaguardia llegaba apenas a Las Islas. Visible con sus batas blancas, un enorme cuerpo de médicos, veterinarios, químicos y odontólogos con eslóganes del tipo: “La violencia es una caries, hay que quitarla”, “Brindar seguridad al paciente es parte del tratamiento” y “Un médico luchando también está curando”.
Trato especial recibieron las instituciones de educación superior que se sumaron a la marcha, incluidos el Instituto Politécnico Nacional, las universidades Pedagógica Nacional, Autónoma Metropolitana y el Colegio de México, a las que recibieron al grito de “Ese apoyo sí se ve”.
Cansados de corear consignas, algunos manifestantes se sentaron, otros se pusieron a platicar. Por momentos, parecería más un día de campo entre risas y espera. Mantenían, eso sí, la cercanía de sus grupos. La multitud nunca se homogeneizó. Podía diferenciarse a la perfección hasta dónde llegaban los integrantes de cada plantel, escuela o facultad. Entusiastas todos.
En el momento en que más manifestantes había enfrente, atrás, a los costados de la Torre de Rectoría y en Las Islas, una decena de supuestos anarquistas decidió cerrar la Avenida Insurgentes, hicieron estallar un petardo y al grito de “porros” las personas en la explanada se echaron a correr, los más huyendo.
En un altavoz se escuchó: “¡Calma compañeros, eso buscan, dispersarnos, pero resistamos juntos; si estamos unidos ni siquiera se acercarán!”. Entonces, muchos volvieron, y en bola se dirigían hacia la avenida, pero de nueva cuenta, el llamado a la calma: “Son provocadores, quedémonos aquí, no les demos fuerza, no nos dejemos usar, no les demos legitimidad, mostremos a los medios que la mayoría está aquí, que la noticia está de este lado en la manifestación pacífica”.
Unos cuantos se acercaron a ver qué pasaba en la avenida. Reclamaron a los que cerraron, les gritaron que ni siquiera eran estudiantes, que el movimiento era dentro de Ciudad Universitaria.
“Sí somos estudiantes y no todos somos tan pacifistas”, se defendían los ¿anarquistas?, ¿radicales? “No hacen daño a nadie”, intentaba justificarlos una jovencita. “Encabrona a los automovilistas y no se gana nada”, le reviraron. Hubo un breve zipizape con fotógrafos, más numerosos que el grupo que bloqueaba.
Media hora después liberaron la avenida. Representantes de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, al menos así lo decían sus batas, atestiguaron los hechos. Ningún policía se acercó. (Alrededor de las 18:15 horas pasaron frente a Rectoría al menos tres camionetas con granaderos).
Tras el cierre de Insurgentes (16:30 horas) los manifestantes iniciaron la retirada. Marchar había sido suficiente para ellos. Sin equipo de sonido ni liderazgos definidos, no hubo mitin y esperar más fue considerado riesgoso. Había oradores con un altavoz, pero no los escuchaban ni tres personas.
El problema quizá fue el lugar donde estaban ubicados. En la explanada de Rectoría no quedó casi nadie luego del bloqueo vial, aunque miles permanecían frente a la Biblioteca Central. Estudiantes de la FCPS los invitaron a acompañarlos a donde se ubicaba TV UNAM para dar un mensaje y que se viera el apoyo. Sólo unos cientos respondieron. Los demás se agruparon y tras breves diálogos se retiraron.
Con ya muy pocos manifestantes, la presencia de Nacha Rodríguez, una de las lideresas del movimiento estudiantil del 68 emocionó: “Ese apoyo sí se vio”.
*Egresada de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, acompañó a su hija a la marcha, estudiante de bachillerato de la Máxima Casa de Estudios.
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