Me cerco con estas letras que te escribo
para librarme de tu distancia geográfica,
para cercarme de tu calor
y de todo lo que la piel es frente a la lujuria:
luz
tan clara que se desborda desde tu pelo
hasta el nervio más callado que se desata
de mi boca
al silencio agitado de tu vientre;
perderme
en el encuentro con tu cintura,
extenderme piel caliente hasta tus caderas;
creer en la fe de tus piernas entre las mías
y respirar
el aroma limpio de tu piel
como el acto más vital de los instantes,
como un mundo que se agita o reposa
en cada fruto del árbol tibio de mi olfato.
Morder tu cuello vivo y tus hombros;
entregar la sed de mis labios
a tus dientes;
entregarme al vaivén sabor alba de tu cuerpo,
a los ángulos desnudos de tu cuerpo y del mío;
gemir la noche,
la madrugada,
las horas,
abismarme en tu mirada de tierra que me sepulta,
y dejarme conducir sin preguntas ni razones
por tu humedad tan sabia,
total
y perfecta,
que es brisa, que es río, Jordán que arde
y que me salva de la culpa grave de no vivirte.
Publicado el 01 de Mayo de 2010