Mayores que transmiten resistencia

Sarah Babiker

Foto: Una abuela gitana ve a su nieto actuar. Fuente: Asociación Romi Valencia

Se llamaba Rosario Amaya y a menudo iba al ayuntamiento de Barcelona a pedir que liberasen a gitanas, como ella, detenidas por vender en la calle flores de papel. Ella conocía a gente, y muchas veces su intervención daba resultado. “A las mujeres gitanas las detenían y las esquilaban como a perros”, cuenta desde L’Escala el hijo de Rosario, Alex Leonard Amaya. Eso sucedía en los años cincuenta, una secuencia más de una historia de persecución que Alex no ha leído en los libros de historia.

“Yo escuchaba a mi abuela en las barracas de Montjuïc donde vivían, sentado en una piedra, contarnos cómo la guardia civil no les dejaba entrar a los pueblos”, rememora Alex. Hacían cestas que cambiaban por patatas bajo la amenaza constante de la autoridad. Su abuelo se buscó la vida arreglando paraguas, cayeron palizas. Se buscaba el pan cortando el pelo a los perros con unas tijeras: cayó otra paliza de la guardia civil. Entonces denunció.

“Como pierdas la memoria de los antiguos, ya es malo. Pues la historia gitana es como si no existiera”, apunta Alex al otro lado del teléfono. La historia de su familia sin embargo está al reparo del olvido por otros medios. Primero por la labor de su padre, Jacques Leonard, un fotógrafo francés que registró en miles de imágenes la cotidianeidad, los ritos, las reuniones del pueblo en el que se introdujo al casarse con la madre de Alex, Rosario, una modelo de carácter fuerte criada en las barracas de Montjuïc. Segundo por el trabajo del nieto de Jacques y Rosario, Yago Leonard, que en el documental Jacques Leonard, el payo Chac (2017), reconstruye a partir de las voces de la familia Amaya y las fotos de aquel niño bien francés, artista, nómada y reservado, décadas de biografía personal y colectiva. 

Rosario Amaya
Rosario Amaya en una escena del documental “Jacques Léonard, el payo chac”

Como su madre —y quizás también como el padre de su padre—, Alex es gitano y está casado con una persona paya. Su mujer, Juani, trabaja en residencias de ancianos desde 2008, espacios donde nunca encontró ningún anciano o anciana gitana. En la frontera entre la realidad de su empleo y su experiencia familiar del lado de los Amaya, observa ciertos contrastes: “Yo veo cómo habla Alex de sus padres, cómo se emociona, toda esa intensidad. Es un respeto tan fuerte, tan grande por ellos, que le envidio”, cuenta, “claro que cuando llega la Navidad y no para de sonar el teléfono hasta me enfado”.

No es que Juani esté en contra de las residencias. En la que ella trabaja, lejos de las escandalosas situaciones que se han dado en mucho de estos centros, especialmente en Madrid, las medidas de prevención puestas en marcha desde el principio de la emergencia sanitaria han preservado la vida de los ancianos. “Es cierto que es mucho trabajo y está infravalorado”, admite, pero defiende el buen trato que ella y sus compañeras dan a las personas mayores: “Nosotras paliamos carencias afectivas de las personas con las que trabajamos. Es un trato muy íntimo, pero no es tu familia, claro”.

“En el colegio siempre estaba castigado, siempre está ese grupo que se mete contigo llamándote gitano. El malo de la película era sin embargo yo, de raza peligrosa, te etiquetan desde pequeño”

Al lado de su marido, además de la fuerte cohesión de la familia, Juani ha transitado otras experiencias que marcan la vida del pueblo gitano: el racismo. Cuenta Alex que ella lo lleva peor que él, que se indigna cuando las miradas les siguen en el centro comercial, o la gente no quiere sentarse cerca en el transporte público. Él por su parte, aunque nunca haya vivido en las barracas y se criara en el barrio de Gracia junto a sus padres y hermano, se familiarizó muy pronto con el antigitanismo.

“En el colegio siempre estaba castigado, mis mejores amigos eran payos, pero siempre está ese grupo que se mete contigo llamándote gitano. El malo de la película era sin embargo yo, de raza peligrosa, te etiquetan desde pequeño”. Y el relato, reflexiona Alex, se perpetúa en los medios de comunicación que recurren siempre a la fórmula “un individuo de etnia gitana” en titulares escabrosos, apuntalando el estigma.

LA HISTORIA FUERA DE LOS LIBROS

“Cualquier gitano, sea de la alta burguesía o se dedique a la venta ambulante, te va a manifestar respeto a sus mayores”, cuenta desde Valencia Ricardo Barrull: “Los viejos son nuestros sabios, nuestro conocimiento: el primer plato es para ellos. Lo vemos como algo natural, pero también fue natural dentro de la sociedad mayoritaria hasta hace no mucho”.

Este maestro de Paterna integra la Asociación de Enseñantes Gitanos, una organización con maestros de todo el estado que arrancó hace cuarenta años, cuando los niños y niñas gitanas no estaban apenas escolarizados. Tras una etapa inicial en la que el Secretariado Gitano creó las escuelas puente, estos profesores se preguntaban cómo proceder. “Nos encontrábamos perdidos, faltaban experiencias, ideas, formas pedagógicas nuevas. Nos fuimos autoformando con jornadas anuales, cada primera semana de septiembre, a las que invitamos a los mejores periodistas, pedagogos, trabajadores sociales, antropólogos, o historiadores”.

Si bien los niños y niñas gitanos han entrado en la escuela en estas últimas décadas, no lo han hecho así la historia y cultura de su pueblo. Para transmitirlas, quedan las personas mayores

Si bien los niños y niñas gitanos han entrado en la escuela en estas últimas décadas, no lo han hecho así la historia y cultura de su pueblo. Ricardo hace un repaso crítico de los intentos que ha habido en este sentido y que considera insuficientes, voluntariosos, limitados al no atraversar el curriculum obligatorio. “No compartimos como asociación la propuesta de las unidades didácticas específicas pues resultan un apéndice, no hay obligación de introducirlas en el currículum general, no aparecen en el libro de texto, los profesores prácticamente no tocan estos temas pues ya tienen bastante con acabar el temario”.

Para contar la historia, por ahora, quedan las personas mayores. Este profesor valenciano cita a un compañero suyo, Jesús Salinas. “Él lo resume perfectamente cuando dice: ‘Cuando desaparece un abuelo en una familia gitana es como si a la sociedad mayoritaria se le quemase una biblioteca’”.

Son las anécdotas, como la que la abuela de Alex Leonard Amaya contaba a los suyos en las barracas de Montjuïc, las que permiten transmitir la historia de la familia, la de otras familias, la de su relación con la sociedad en la que viven, apunta el docente. “Es una transmisión también moral y ética. Como la reunión alrededor de la hoguera, una forma de transmitir que te embelesa”. Ricardo ha recurrido a esta forma de transmitir en el propio aula, “la motivación no entra por el libro de texto, yo contaba una anécdota y ahí después entraba a matar”, ríe.

“Es una transmisión también moral y ética. Como la reunión alrededor de la hoguera, una forma de transmitir que te embelesa”

El profesor previene frente a la esencialización del pueblo: “No hay que ser folclórico ni romántico, como todo grupo humano, los gitanos van cambiando y adaptándose al modelo de sociedad en el que viven. Antes toda la familia vivía cerca de los abuelos o los padres, ahora los hijos viven más dispersos”, dice. Dos de sus tres hijas residen de hecho fuera de su ciudad.  

Y si bien antes los mayores dependían de la prole para “llenar la olla” de sus mayores, ahora muchos cuentan, al no haber cotizado por trabajar en la economía sumergida, con pensiones no contributivas, escasas, pero que al menos cubren gastos básicos, siguiendo ahí hijas e hijos para ayudar, explica Ricardo.

Aún alertando del riesgo de romantizar, el profesor apunta a algo que sí considera que ha sobrevivido a lo largo del tiempo. El orgullo. “Creo que no hay ninguna cultura que a los gitanos nos pueda dar lecciones de resistencia. Después de todos los palos, después de más de cinco siglos de persecución, tanto mi hija, bióloga en una laboratorio de Londres, como un gitano que viva en la precariedad están igual de orgullosos de ser gitanos”.

RESISTENCIA CONTRA LA HOMOGENEIDAD

Algunas personas gitanas mayores estarán en residencias, reflexiona Pepi Fernández, pero no de manera significativa, quizás cuando las personas son muy dependientes y no se las puede cuidar. “Es que excluir a los mayores de la casa es como no tener niños porque hay que cuidarlos”, afirma esta trabajadora social madrileña, que sostiene que en las familias gitanas, muy diversas, muy hetereogéneas, hay algo en común: niños, adultos y mayores cuentan. Y que, además, en el caso de no ser muy dependientes, “las personas mayores aportan sabiduría, siguenn activas, las mujeres siguen haciendo de comer, no entiendo por qué se tiene que distinguir”.

Pensando en su caso personal Pepi destaca el rol que sus abuelas han jugado en la conformación de su mirada feminista: “Han sido mis mayores referentes. Trabajadoras, han sacado adelante familias, han tomado decisiones por sí mismas. Eran feministas, no en la teoría sino en la práctica”. 

Y como feminista hay algo que Pepi reivindica, y es el hecho de que tanto hombres como mujeres se impliquen en los cuidados de las personas mayores. Esto que no sucede en el cuidado de niños o el trabajo doméstico pues, dice, como en la sociedad en general, hay sesgos de género respecto a quién asume estas cargas, le sirve para dar cuenta de la importancia de los mayores en el pueblo gitano. “Los hombres contribuyen como las mujeres acompañando, siguiendo la medicación, cambiando pañales o bañando. A las personas mayores las cuidan las familias, es una forma de devolver el cuidado que te han dado a ti”.

“Yo me resisto a la homogeneización capitalista de tener que trabajar cuarenta horas para pagar una hipoteca de cuarenta años, comprar un coche, tener dos hijos y un perro”

Pero el mundo de los cuidados y la cercanía a la familia no es fácil en las sociedades en las que vivimos y una muchas veces no puede sustraerse de los ritmos y distancias de las urbes capitalistas. “Desarrollar una vida gitana como nos la han enseñado nuestros viejos, poder disfrutar de eso, es complicado. Resistirse a caer en una jornada laboral, es lo que nos han enseñado como una identidad de resistencia”.  

Para Fernández no se trata de blindar una identidad inmóvil o unívoca, lejos de eso: “el pueblo gitano ha sido diverso desde siempre. La resistencia no es a la diversidad, a lo que nos resistimos es a la homogeneización”, afirma rotunda antes de señalar: “yo me resisto a la homogeneización capitalista de tener que trabajar cuarenta horas para pagar una hipoteca de cuarenta años, comprar un coche, tener dos hijos y un perro”. 

*Este texto forma parte de una iniciativa conjunta de medios aliados de Rromani Pativ: El SaltoPikara Magazine y CTXT, con la colaboración de La Directa, en ocasión del día Internacional de la Resistencia Romaní. 

Este material se comparte con autorización de El Salto

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