Foto: Rubén Figueroa
Del otro lado de una barda color gris llora un bebé negro de no más de seis meses; su madre lo carga entre brazos meciéndolo con tanta desesperación al mismo tiempo que grita con un poco de español “Ayuda, ayuda”. A la par dos oficiales de migración mexicana intentan que no hable con la prensa. A esta mujer haitiana y sus hijos los tienen detenidos en el Centro de Migración de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, desde tres días atrás.
Se trata de una mujer alta y robusta, su voz se escucha angustiada y desesperada. Repite en un castellano raquítico “Tengo una niña. No hay pañal. No dicen nada”. Las exigencias de esta mujer son las mismas de miles de madres migrantes que están detenidas en Centros de Migración Mexicana, quienes piden que les dejen continuar con su camino o que durante su detención cuenten con las condiciones básicas de higiene y comida para ellas y sus hijos.
El flujo de miles de hombres y mujeres haitianas se ha desbordado en el territorio mexicano, pero de acuerdo con la ONU Mujeres, el 51 por ciento de las personas que migran, en esta última década, son mujeres. Las crisis sociopolíticas, desastres naturales y violencia de género las ha llevado a huir de sus países de origen para buscar mejores oportunidades de vida para ellas y sus hijos e hijas.
Un gran número de estas mujeres salieron de Haití desde el 2010, posterior al terremoto que las dejó sin hogar y fuentes de empleo. A los primeros países de América que llegaron fueron Chile y Brasil. Ahí sus principales trabajos fueron de carácter doméstico, como niñeras, lavando ropa y limpiando casas.
Los hombres, por su parte, fueron la mano de obra barata para la construcción de estadios o canchas del Mundial de Brasil 2014 y los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016. Ahí ellos eran contratados de manera informal, pero en el 2018 las leyes migratorias cambiaron y les empezaron a pedir visa. Estas nuevas exigencias, aunadas a la pandemia del 2020, les dejó sin empleo y nuevamente se vieron obligados a emprender un éxodo que los redireccionó a Estados Unidos.
Locettana y su hijo Bryant de cuatro años esperan sentados junto a una terminal de autobuses en un pequeño poblado de Chiapas llamado Malpaso. Ella fue una de las personas haitianas que salió de Chile este año. Los pocos ahorros que había hecho desde hace cinco años ya se los había gastado entre autobuses por diez países, y los últimos pesos con agentes de migración en Tapachula, Chiapas, para que le permitieran continuar con su camino.
Una de las cosas más difíciles que ha vivido como madre en esta ruta migratoria fue festejar el cumpleaños de su hijo mientras caminaba en un paraje, sin comer durante dos días. La promesa de comprarle un carrito a control remoto cuando lleguen a Estados Unidos como regalo de cumpleaños es lo que mantiene esperanzado a Bryant.
“Abrazo y agradecer estar juntos” fue lo que, por el momento, Locettana le dio a su hijo en su cumpleaños número cuatro. Sus brazos negros y delgados apapacharon al pequeño. Esos brazos, en los últimos meses, es lo más parecido a un hogar que ha tenido.
Durante los últimos meses ambos han sorteado montañas, precipicios, migración, y hasta al padre de Bryant, el hombre del quien, sin avisarle, huyeron una mañana. Los golpes y maltratos hacia Locettana se volvieron constantes y fue por eso que decidió huir junto con el pequeño Bryant. Ella guarda la esperanza de reunirse con sus familiares en Estados Unidos y tener la oportunidad de empezar de nuevo.
En la misma terminal de autobuses una mujer embarazada con vestido rosa pelea en la fila para poder comprar un boleto que la lleve a Coatzacoalcos, Veracruz. Su vientre pronunciado está a punto de explotar. La esperanza de esta mujer es que, con los últimos cambios del gobierno de Biden relacionados con la aplicación de la ley de inmigración, el cual establece que las mujeres que se sabe que están embarazadas o amamantando no deben ser detenidas, arrestadas o puestas bajo custodia, las autoridades le permitan cruzar a su ansiado destino. Los pies los tiene hinchados, acaba de cumplir ocho meses y espera que de aquí al día del parto pueda estar en alguna ciudad de Estados Unidos, y de esa manera poder establecerse ella y su familia.
Ninguna de estas mujeres se conoce. Distan de edades y ciudades de origen, pero coinciden en huir de un mismo país en el Caribe, consumido por los estragos producidos por el colonialismo, la falta de democracia, el saqueo insaciable de sus bienes naturales por parte de transnacionales y lleno de violencias patriarcales. Estas mujeres prefieren tomar a sus hijos de la mano, o incluso llevarlos en el vientre, y caminar a lo largo de más de diez países hasta lograr obtener mejores condiciones de vida.
Publicado originalmente en Movimiento Migrante Mesoamericano