Foto: Una mujer sentada sobre las ruinas de su vivienda en Alepo, al norte de Siria, en febrero de 2013. (William Proby)
No hay dudas de que al Assad ha ganado la guerra. El régimen no sólo ha contado con la ayuda de Rusia, sino también con el apoyo de Hezbolá e Irán. Sin embargo, el conflicto continía al noroeste de Siria, en Idlib. Mientras tanto, Trump ha decidido aplicar duras sanciones contra al Assad para forzar la paz. Una medida que puede resultar devastadora para millones de sirios que ni siquiera han podido volver a sus casas.
El hecho de que los medios de comunicación ignoren constantemente las catástrofes humanitarias que ocurren diariamente demuestra hasta qué punto en los medios prima más la desinformación y el ruido, que el compromiso con la verdad para crear una sociedad más democrática y concienciada que aporte soluciones a los grandes problemas actuales. Este es el caso de Siria que ha vivido una guerra brutal en la que casi la mitad de la población se ha visto obligada a dejar sus casas para no sucumbir ante la intensa y constante violencia que ha azotado al país desde la revolución siria en el año 2011. Al igual que en otros conflictos sucedidos en Oriente Próximo, es necesario criticar el papel de los medios de comunicación al ser incapaces de denunciar la responsabilidad de nuestros líderes occidentales en el sufrimiento de guerras que se alimentan por tener un sistema político y económico disfuncional que muchas veces tiene poco que ver con los ideales liberales que deberían tener nuestras democracias.
Tras nueve años de conflicto, la guerra en Siria se sigue desarrollando. Las fuerzas de al Assad tienen la vista puesta en la ciudad de Idlib. Es aquí donde tiene lugar la última gran batalla de la guerra en la que fuerzas “relativamente moderad[as]” y “varios grupos salafistas y yihadistas” apoyadas por Turquía están defendiendo la ciudad ante el avance del gobierno sirio. Como siempre, pese a las advertencias de la ONU, se prevé que la población pagará las consecuencias. El balance de la guerra es devastador. Se estima que han muerto más de medio millón de personas (aunque no hay consenso en la cifra) y la población afronta una grave crisis económica tras años de devastación. Aunque el conflicto empezó como una guerra civil, en ella han intervenido innumerables potencias internacionales convirtiendo la guerra en una partida de ajedrez con el consiguiente sufrimiento y agonía generado en el pueblo sirio.
Siria, al igual que Libia o Yemen, está viviendo una pesadilla tras las revueltas democráticas producidas en el año 2011 englobadas todas en el saco de la primavera árabe. Todo empezó en Túnez y Egipto en el que con éxito las manifestaciones consiguieron acabar con las dictaduras de Ben Ali y Hosni Mubarak. Este suceso dio un aire de esperanza a la región animando a la gente a salir a la calle para pedir cambios en sociedades que llevaban viviendo varias décadas en dictadura. Este es el caso de Siria y del régimen de Al Assad.
Hafez al-Assad llegó al poder en 1971 después de que Siria viviera una época convulsa con regímenes frágiles y constantes golpes de estado. A diferencia de sus predecesores, y contra todo pronóstico, Hafez consiguió mantenerse en el poder gracias a diseñar un estado autoritario capacitado para reprimir eficazmente cualquier tipo de oposición que amenazara al régimen. Cuando en el año 2000 le sucedió su hijo, Bashar al Assad, que había estudiado en Londres, se pensó que habría un cambio de rumbo y que el régimen se abriría al exterior. Estas esperanzas de cambio parecían que se estaban cumpliendo en lo que conocemos como primavera de Damasco, pero rápidamente fueron interrumpidas por la dictadura debido a la propia resistencia del régimen a una apertura y a que, al fin y al cabo, una liberalización política suponía poner en peligro el poder incuestionado de los al Assad. De este modo, el hijo volvió a aplicar la agenda opresiva del padre.
Cuando la primavera árabe llegó a Siria, el gobierno sirio pensó que “podía suprimir la revolución siria en 2011 con fuerza bruta”, tal como había conseguido con éxito en anteriores ocasiones
Una década después, cuando la primavera árabe llegó a Siria, el gobierno sirio pensó que “podía suprimir la revolución siria en 2011 con fuerza bruta”(I), tal como había conseguido con éxito en anteriores ocasiones, sin caer en la cuenta de que estas protestas eran mucho más profundas y tenían mayor apoyo que las anteriores. No eran sólo protestas en contra de la naturaleza autoritaria del régimen, sino también demandas después de que Al Assad empezara a aplicar medidas neoliberales y de que una gran sequía azotase al país provocando que mucha gente migrara de las zonas rurales a las ciudades alimentando el enfado general (II).
El régimen había experimentado años anteriores protestas instigadas por sectores islamistas que no se quejaban tanto de la naturaleza opresiva del régimen, sino porque pretendían acabar con su naturaleza secular. Sin embargo, estas protestas que empezaron en 2011 eran distintas. “Uno de los eslóganes era que ellos eran sirios más que miembros de grupos religiosos como aulitas, drusos, ismaelitas, sunitas o kurdos” (III). La intransigencia del régimen de Al Assad y la violencia inicial fue desplazando estas manifestaciones pacíficas. El objetivo de al Assad fue claro: después de liberar a cientos de yihadistas, buscó aplicar la violencia para alimentar el conflicto sectario. Con el paso del tiempo, ideologías más radicales y fundamentalistas fueron sustituyendo a las manifestaciones pacíficas a la vez que la violencia iba incrementándose. De esta manera, la lucha contra la dictadura fue cada vez más convirtiéndose en una lucha contra el secularismo en la que mucha gente crítica con Al Assad se veía cada vez más encerrada entre dos alternativas nefastas para el país: no querían seguir viviendo en la dictadura de Al Assad, pero tampoco querían que el país se convirtiera en una teocracia fundamentalista al estilo de Irán.
El resultado en cierta manera se podía haber previsto por dos razones: primero, porque el régimen de Al Assad estaba diseñado para hacer frente a cualquier amenaza interna. Desde los años 70, el régimen que instauró al Assad padre era especialmente eficaz para aplastar cualquier atisbo de rebelión. La segunda razón era que no era la primera vez que en Siria el movimiento islámico amenazaba a la dictadura. El ejemplo que siempre se ha dado es la revuelta de Hama del año 82, instigada por los Hermanos Musulmanes. En ella, la protesta acabó en un baño de sangre en el que murieron entre 5.000 y 25.000 personas (mucha de ella población civil). De este modo, Hafez demostró que no tenía ningún reparo en ejecutar auténticas carnicerías si con eso conseguía mantenerse en el poder. A partir de aquí, los Hermanos Musulmanes serían perseguidos salvajemente y tildados de criminales.
No era la primera vez que en Siria el movimiento islámico amenazaba a la dictadura. Tras la revuelta de Hama del año 82, instigada por los Hermanos Musulmanes, estos serían perseguidos y tildados de criminales
No obstante, el hecho de que la revolución siria degenerase también en una lucha sectaria no provocó que Occidente dejara de suministrar armas a la oposición y siguiera pidiendo la marcha de al Assad a pesar de que su salida se veía cada vez más difícil. Un error mayúsculo debido a que su discurso contradecía lo que estaban haciendo las potencias occidentales: la tolerancia cero y las declaraciones a favor de la oposición no se plasmó en ninguna acción y dio esperanzas a la oposición que pensó que Occidente acabaría interviniendo militarmente como sucedió en Libia. El mayor ejemplo estuvo en 2013 cuando el régimen de al Assad recurrió a las armas químicas para reprimir a la población. La decisión de Barack Obama de no intervenir en favor de la oposición generó un sentimiento de abandono (IV).
Sin embargo, lo más criticable de Occidente es que, pese a que cada vez se hacía más patente que la revolución estaba siendo secuestrada por elementos fundamentalistas que poco tenían que ver con la democracia, el apoyo a los rebeldes moderados continuó. Este hecho es bastante grave si tenemos en cuenta que ha quedado demostrado que armas occidentales llegaron a manos de grupos yihadistas, como El Estado Islámico o el Frente Al-Nusra.
Líderes como David Cameron seguían creyendo en la revolución siria y hablaban de que existían 70 mil moderados, una cifra exagerada y que no respondía a la realidad. Por ejemplo, para el reputado periodista británico, Robert Fisk, esta cifra no llegaba a los 7.000.
La guerra además de ser local entre al Assad y el resto de la población, también se convirtió en una guerra subsidiaria (Proxy war) en la que las diferentes potencias han sacado partido y han jugado sus bazas a expensas de la población: esto es especialmente cierto en el caso de Rusia y de Irán, pero también lo es en el caso de Occidente.
Pese a todos los discursos que se podía escuchar en ese momento por parte de los líderes occidentales a favor de la democracia, uno de los factores que posiblemente pesaron más para apoyar las manifestaciones era que al Assad siempre fue un dictador que no generaba simpatías en Occidente. No porque oprimiese brutalmente a su población, sino porque desde siempre ha incomodado a la política imperialista de Estados Unidos en la región. Una manera de ver cómo la democracia en la región no es una prioridad para Occidente, fue la reacción que tuvieron nuestros líderes cuando Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos aplastaron las manifestaciones democráticas que se produjeron en Bahréin. A diferencia de lo que ocurrió en Siria, no se pudo escuchar declaraciones encendidas a favor de la democracia en Bahréin. Estos dos países siguieron siendo nuestros grandes aliados. Un buen ejemplo lo tenemos en España cuando el gobierno de Mariano Rajoy les vendió armamento en 2013 por valor de 1.123 millones de euros. Desde ese momento, no hemos dejado de venderle armas a Arabia Saudí a pesar de que en 2015 cometió una salvaje intervención militar a Yemen.
La incomodidad que generaba los al Assad en Occidente se ha podido comprobar en varios momentos del siglo XX y el siglo XXI. Por poner dos ejemplos rápidos, al Assad padre apoyó a Irán en la guerra Irak-Irán después de la revolución Islámica de 1979 o al Assad hijo se opuso a la guerra de Irak lanzada por George Bush en el año 2003.
Esta última guerra de 2003 tuvo muchas consecuencias en la región. Pese al odio manifiesto entre los neoconservadores de la administración Bush e Irán, esta invasión lo que provocó precisamente fue que Irán pudiera extender su influencia en Oriente Próximo, y en particular en todo Irak, lo que despertó el enfado de las monarquías sunitas en el golfo pérsico. Antes Sadam Hussein, nuestro amigo o enemigo (dependiendo del estado de ánimo del imperialismo estadounidense), reprimía de una forma brutal a la comunidad chiita y a los kurdos. El control sobre Irak permitía a Irán respirar tras el hostigamiento de Occidente y entablar relaciones con Siria además de ayudar a Hezbolá en el Líbano. Esta alianza entre Siria e Irán responde a principios geoestratégicos y es una alianza a priori contra natura porque a pesar de que los alauitas (asociados al chiismo) tienen el poder, el partido baazista es abiertamente secular en contraposición a Irán en la que gobierna una República islámica chiita. La ideología de ambos regímenes es incompatible. Sin embargo, esta alianza estratégica ha despertado recelo por las tensas relaciones de Irán con Estados Unidos y las monarquías del golfo pérsico, especialmente con Arabia Saudí en lo que se conoce muchas veces como la Guerra Fría entre Arabia Saudí e Irán.
De todas formas, que el régimen de al Assad sea secular no significa que no despierte recelos en ciertos sectores sunitas, recelos derivados de que los alauitas están en las esferas de poder. Esta anomalía tiene una explicación histórica y se debe a que los franceses decidieron colocar a alauitas en las fuerzas armadas para ejercer más eficazmente su mandato colonial bajo el principio de Divide y vencerás. Años después, esto propició que alcanzaran el poder.
Muchos sunitas han sido beneficiados por el régimen de al Assad, especialmente los años anteriores a la guerra cuando Bashar al Assad empezó a aplicar medidas neoliberales que beneficiaron a las élites económicas del país
No obstante, la realidad es mucho más compleja, porque si bien es cierto que el país lo dirige esta minoría, muchos alauitas siguen viviendo en condiciones de pobreza. Por otro lado, muchos sunitas han sido beneficiados por el régimen de al Assad, especialmente los años anteriores a la guerra cuando Bashar al Assad empezó a aplicar medidas neoliberales que beneficiaron a las élites económicas del país en detrimento de las clases populares. Reducir la guerra a una batalla entre los alauitas y los sunitas es bastante absurdo. Los sunitas representan un 70% de la población y es más que evidente afirmar que si se hubieran opuesto a al Assad, la dictadura habría sido pronto derrocada. Asimismo, los alauitas no son partidarios fervientes de al Assad debido a que esta comunidad también se ha visto perjudicada por la dictadura. Sin embargo, el auge del islamismo más radical e intransigente ha obligado a muchos de ellos a tener que elegir entre ser masacrado por algunos sectores rebeldes o luchar junto al régimen para sobrevivir. Es lógico pensar que para muchos de ellos la dictadura es mil veces preferible a que llegue al poder grupos de fanáticos que buscan su destrucción.
Es oportuno comentar que el hecho de que el comportamiento de Occidente no haya sido ideal, no limpia el nombre del régimen de Al Assad. Al Assad, como se ha dicho, es y ha sido un brutal dictador capaz de cualquier cosa para mantenerse en el poder. El régimen es responsable de la mayor muerte de civiles y ha asesinado sistemáticamente a la población desde que se produjeron las primeras manifestaciones. Desde el principio, no tuvo reparos en asesinar a su propio pueblo buscando azuzar el conflicto sectario y despertar el fantasma del fundamentalismo islámico para declararse como el único gobernante capaz de salvar a Siria del yihadismo. La mencionada decisión de al Assad de liberar a cientos de yihadistas es un ejemplo de lo poco que le importaba a la dictadura la amenaza del yihadismo (V).
Resulta bastante desconcertante escuchar ciertos discursos maniqueístas que parecen blanquear a una dictadura que nunca tuvo en consideración las demandas del pueblo sirio. El comportamiento antiimperialista (afirmación también muy discutible) de al Assad no exime al régimen de sus crímenes. Muchos y aberrantes.
Desde el principio Al Assad no tuvo reparos en asesinar a su propio pueblo buscando azuzar el conflicto sectario y despertar el fantasma del fundamentalismo islámico
Una mirada a los hechos y a cómo respondió el gobierno sirio a la revolución de 2011 confirman justamente esto: se aplastó sin piedad a los manifestantes, consiguiendo que grupos yihadistas vinieran a luchar al país en una especie de cruzada contra el secularismo. Habiéndose cumplido el noveno año de guerra, se calcula que setenta mil yihadistas siguen luchando, concentrados al noroeste de Siria. Visto con perspectiva, nos preguntamos qué habría pasado si Al Assad hubiese cedido cuando las manifestaciones eran pacíficas o qué habría ocurrido si Occidente no hubiese empezado a armar a los “rebeldes moderados” y hubiese evitado la intromisión regional de las monarquías fundamentalistas del golfo que desde el principio buscaron convertir las protestas democráticas en una cruzada contra el chiismo. Hecho que compromete a Occidente. No hace falta ni comentar nuestra relación especial con Arabia Saudí, país que lleva financiando el wahabismo.
En ese momento, los medios de comunicación colaboraron en una campaña en la que presentaron a los rebeldes como fuerzas prodemocráticas que querían acabar con la dictadura. Con el trascurso del tiempo, se vio que esto era una imagen bastante distorsionada. La oposición empezó a radicalizarse también por la ayuda que prestaban nuestros socios del golfo pérsico. Los yihadistas, evidentemente, no estaban comprometidos con ningún tipo de reforma democrática y pretendían cambiar la dictadura retrógrada de Al Assad por una dictadura mucho más salvaje que condenase a la población al infierno del fundamentalismo islámico. Además, hay que señalar que las armas también llegaban de países como Arabia Saudí o Qatar, monarquías absolutamente autoritarias y fundamentalistas. Mientras tanto, Turquía, aliado de la OTAN, abrió sus fronteras para descaradamente suministrar armas a grupos afines a Al Qaeda en la misma época en la que el Estado Islámico hacía sus andanzas en Irak y Siria.
Turquía además de haber suministrado un apoyo inicial esencial al movimiento yihadista, no ha dejado de perseguir a los kurdos a los que considera como terroristas. El pueblo kurdo, actor clave para la derrota del Estado Islámico, se ha visto traicionado de nuevo por los Estados Unidos tras la decisión de Trump en octubre de 2019 de retirar las tropas que Estados Unidos tenía desplegadas en la zona dejándoles a merced del terrorismo de Estado turco que ya había avisado con el asalto a Afrin a principios de 2018. Este abandono es más grave si tenemos en cuenta que en la región kurda se han experimentado ciertos avances democráticos y que se ha convertido en una especie de mito por su carácter libertario.
No obstante, todos estos hechos no ocupan titulares en la opinión pública. El racismo cultural de los medios junto a los intereses económicos de los centros de poder de nuestra democracia provoca que de vez en cuando se le dedique alguna línea. Sólo cuando las crisis se agudizan hasta el nivel de amenazar la estabilidad de nuestra sociedad se le dedican de verdad portadas y titulares, pero siempre teniendo cuidado que estas noticias o columnas de opinión no amenacen el interés general de nuestra democracia, lo que significa el interés de nuestras élites económicas y políticas. Esto se pudo ver muy bien con la crisis de los refugiados, entonces el auge del Estado Islámico y de los grupos yihadistas en la región empezó a resonar en la opinión pública. El hecho de que tantos refugiados amenazaran nuestras fronteras y que empezáramos a vivir en nuestras propias carnes espantosos atentados terroristas despertaron la curiosidad de la opinión pública.
Sin embargo, como era de prever, nuestros gobernantes no intentaron resolver el problema de raíz. Ante la oleada masiva de inmigrantes, la Unión Europea decidió firmar un pacto con Turquía en 2016, país que, como hemos dicho antes, ha colaborado codo con codo con el terrorismo islámico y no ha tenido reparo en masacrar a los kurdos. El cinismo de nuestros gobernantes es mucho mayor después de que las relaciones fundamentales con las monarquías sunitas del Golfo Pérsico no se hayan visto afectadas por la oleada de salvajes atentados terroristas que sufrió Occidente por parte del Estado Islámico. Como hemos dicho antes, entre todas ellas destaca Arabia Saudí al financiar una versión extrema del islam que fomenta el fundamentalismo. Sin embargo, hemos seguido armando al Reino. Años después, estas armas servirían para cometer el asalto a la población yemení en 2015 que ha creado una catástrofe humanitaria en el que ya era el país más pobre de la región.
La amenaza del yihadismo cambió la política de Occidente. Tras años y años defendiendo la marcha de al Assad, Occidente dejó atrás estos objetivos para intentar acabar con el Estado Islámico
De todas formas, la amenaza del yihadismo cambió la política de Occidente. Tras años y años defendiendo la marcha de al Assad, Occidente dejó atrás estos objetivos para intentar acabar con el Estado Islámico. Esto, junto a la decisión de Rusia de entrar en la guerra, le dio la ventaja definitiva a al Assad. Desde ese momento, al Assad ha ido recuperando territorios en un conflicto donde múltiples actores han intervenido para desgracia del pueblo sirio. Todos estos actores tienen una gran responsabilidad en los daños irreparables que está sufriendo la población.
No hay dudas de que al Assad ha ganado la guerra. El régimen no sólo ha contado con la ayuda de Rusia, sino también con el apoyo de Hezbolá e Irán. Sin embargo, el conflicto todavía no se ha acabado y se sigue desarrollando al noroeste de Siria (en Idlib) con el peligro de que los destrozos y la barbarie vivan un nuevo episodio. Mientras tanto, Occidente y, en concreto, Estados Unidos no parecen estar ayudando a aliviar el sufrimiento de la población. Con una crisis humanitaria que amenaza a 13 millones de personas, el presidente Donald Trump ha decidido aplicar duras sanciones contra al Assad para forzar la paz. Una medida que, tras más de nueve años de guerra, puede resultar devastadora para millones de sirios que ni siquiera han sido capaces de volver a sus casas. La pregunta que nos hacemos ahora es si la llamada Comunidad Internacional va a estar a la altura de las circunstancias y va a aliviar el sufrimiento del pueblo sirio.
Igualmente, el comportamiento de Rusia es condenable y merece un artículo aparte. El último episodio tiene lugar en el noroeste de Siria, donde el gobierno dirigido por Vladimir Putin está dificultando la entrega de ayuda humanitaria en una región en la que 1,3 millones de personas dependen de esta para sobrevivir. Rusia, con el respaldo de China, sólo ha permitido que la entrega de ayuda pueda tener lugar a través de un canal (y no dos como pedía el resto de países) lo que va a entorpecer a buen seguro la llegada de la ayuda.
Esta grave crisis humanitaria propició la celebración hace unos días de una conferencia humanitaria para recaudar fondos para Siria. Pese a que ha tenido bastante éxito si lo comparamos con Yemen, los fondos destinados son insuficientes. En esta reunión se han prometido destinar 7,7 mil millones de dólares, una cifra que no llega a los 10 mil millones que piden las agencias humanitarias de Naciones Unidas por lo que el sufrimiento de los sirios se prevé que siga ante el deterioro generalizado de su economía.
Occidente ha demostrado estos años su indiferencia ante el sufrimiento del pueblo sirio. Algo sobradamente demostrado con la crisis de los refugiados en la que la Unión Europea no ha tenido reparos en pagar a Turquía para desentenderse y no acoger a los millones de sirios que huían de la guerra. Actualmente, casi cuatro millones de sirios siguen siendo acogidos por Turquía, un país que ha colaborado durante estos nueve años con organizaciones yihadistas y que sigue masacrando a los kurdos. Este es el nivel de moralidad que rige el mundo.
Por razones como esta se hace necesario que el público general esté al corriente de las acciones de nuestros gobiernos para presionar a los líderes. Para esto, es vital tener una prensa libre y democrática que controle los abusos del poder, sobre todo cuando los gobiernos aplican políticas que agudizan el sufrimiento de millones de personas.
Notas
(I) Ver Prefacio Destroying a Nation: The Civil War in Syria (Van Dam, 2017, prefacio)
(II)Ver por ejemplo Siria Revolución, sectarismo y yihad. Álvarez-Ossorio (2016, p.24)
(III)»Ver Introducción (Van Dam, 2017). También se escuchaban otros eslóganes en contra del régimen como: “Dios, Siria, libertad y nada más” y “Uno, uno, uno, el pueblo sirio es uno”. Ver (Álvarez-Ossorio; 2016; pp.30-31)
(IV)Una decisión no exenta de polémica. Si por ejemplo el historiador Ignacio Álvarez-Ossorio ha lamentado la decisión de Estados Unidos de mantenerse al margen, otros especialistas como Charles Glass han defendido la decisión de Obama de negociar con el régimen el desmantelamiento de las armas químicas.
(V) “Bashar al-Asad ordenó la liberación de cientos de combatientes yihadistas, entre ellos quienes después se pusieron al mando del Frente al-Nusra, Ahrar al-Sham, el Ejército del Islam, Suqur al-Sham o Liwa al-Haqq, grupos que acabarían secuestrando la revolución siria”. Ver Siria Revolución, sectarismo y yihad. Álvarez-Ossorio (2016, p.98).
*Activista y autor de «Negociar con asesinos. Guerra y crisis en Yemen»
Este material se comparte con autorización de El Salto