La selección marroquí es la revelación en Qatar 2022. Detrás de sus triunfos deportivos, se levanta una maquinaria propagandística sostenida por la monarquía de Mohamed VI, responsable de la represión sistemática del pueblo saharaui.
La selección de fútbol de Marruecos es la revelación del Mundial en Qatar. Para eso, se combina lo futbolístico –con su llegada a semifinales– y lo político, principalmente por cierta lectura que muestra a la nación marroquí –en su conjunto y sin mediaciones– como un estandarte del triunfo de un país africano ante las potencias europeas.
A estas dos lecturas, se suman la propagandística –impulsada por la monarquía de Mohamed VI–, que busca, por todos los medios, tapar la situación interna en Marruecos (crisis financiera y protestas en su contra) con los triunfos de la selección de fútbol. Por si fuera poco, aparece con fuerza la “causa palestina”, ya que los jugadores marroquíes, luego de obtener sus victorias, ondearon la bandera de Palestina, en una muestra de apoyo a un pueblo sometido a la represión más sangrienta por parte del Estado israelí.
Este último hecho es lo que más simpatía despertó en una gran cantidad de personas –incluidas expresiones abiertamente progresistas o de izquierda–. No es para menos, porque no conmoverse y solidarizarse con el pueblo palestino –en pleno siglo XXI– es ostentar una falta de humanidad y ética por demás de profunda.
Pero hay preguntas, algunas inquietantes, sobre el desempeño de la selección marroquí en el Mundial y lo que se construye a su alrededor. Aunque Marruecos sufrió el colonialismo francés y español, del que pudo independizarse en 1956, el país de casi 40 millones de habitantes quedó atado a una monarquía que nunca dudó en rendir pleitesía a los sucesivos gobiernos de París y Madrid. El reinado alauí –ahora, con Mohamed VI a la cabeza, anteriormente, con su padre Hasan II y, en un principio, con Mohamed V– aplica un doble rasero permanente que, por estos días, parece diluirse en las festividades mundialistas.
Porque si Marruecos y una porción importante de su población –incluidos sus jugadores de fútbol– agitan con vehemencia la bandera palestina, al mismo tiempo, aplican y respaldan –en el caso de los sectores civiles– una política de ocupación ilegal sobre el Sahara Occidental, que se inició en 1975. Ese año, España se retiró del territorio saharaui al cual colonizaba y dejó el camino abierto para que el poder marroquí lo ocupara. Aunque la propaganda emitida desde Rabat muestra que, en realidad, miles de marroquíes se trasladaron hacia ese territorio de forma pacífica –en lo que se conoce como la Marcha Verde–, la verdad es que ese traslado masivo de personas estuvo acompañado de bombardeos, desplazamientos forzados de hombres y mujeres saharauis, y el asesinato de los pobladores originarios.
El video viralizado que muestra a jugadores de la selección marroquí cantando “el Sahara es mío, sus ríos son míos y su tierra es mía” es una pequeña muestra de hasta dónde llega el poder colonizador marroquí. Ante esto, cabe la pregunta básica de: ¿por qué Marruecos levanta las banderas de la causa palestina, pero reprime, asesina, encarcela y, en la actualidad, bombardea al pueblo saharaui?
La monarquía marroquí no solo utiliza el doble rasero con respecto al Mundial, sino que lo hace en todos los planos. Es bueno recordar que Mohamed VI “normalizó” sus relaciones con el Estado israelí en 2020, algo que implicó jugosos acuerdos económicos y armamentísticos, en la misma tónica que otros países árabes, como Emiratos Árabes Unidos (EAU), Bahréin y Sudán. En estos casos, la causa palestina quedó relegada al abismo de la historia. Como escribió recientemente el activista saharaui Taleb Alisalem en el artículo No solo es fútbol, “alzar la bandera (palestina) tras un partido solo es una estrategia de marketing” para mejorar la imagen de Marruecos “en el mundo árabe”, ya que “su política va en otra dirección”.
Sabemos que las luchas de liberación nacional y por la independencia en toda África marcaron el pulso internacional durante muchas décadas. Y hasta el día de hoy, muchos líderes y dirigentes africanos –empezando por Patrice Lumumba– son ejemplos de una praxis coherente y de cambios radicales por demás necesarios. Pero también hay que reconocer que muchos de esos procesos de liberación, tanto en África como en Medio Oriente, derivaron en regímenes despóticos y que frenaron las ansias de los pueblos para alcanzar una democracia profunda que permitiera la independencia económica, política y social.
Marruecos, y quienes respaldan –en todos los niveles– a la monarquía de Rabat, es precisamente la antítesis de los conceptos de liberación, independencia y solidaridad internacionalista. El manejo despiadado del régimen marroquí de los migrantes africanos que intentan llegar a Europa es una muestra cabal de que el poder que controla al país tiene muy poco que ver con los valores humanistas básicos. Los miles de presos y presas políticas que sufren las más variadas vejaciones y torturas en las cárceles de Mohamed VI tampoco deben considerar al Majzén como un ejemplo de anticolonialismo. Y mucho menos los y las saharauis a los que la “nueva joya mediática de África” le robó sus tierras, recursos y, en demasiados casos, vidas.
Como todo evento masivo –salvo unas pocas excepciones–, el fútbol está cruzado por la política, la propaganda y los intereses de poderes estatales y transnacionales. El Mundial en Qatar es el ejemplo más claro: una monarquía absoluta, sostenida en la coacción de libertades, en la negación de las minorías étnicas y religiosas, y que representa los valores (culturales y financieros) más crueles del capitalismo, hoy disfruta de su propia fiesta futbolística. Y el régimen marroquí, sin que muchos y muchas lo sospecharan, ahora también está invitado a esa fiesta. Queda en nosotros y nosotras definir qué goles vamos a festejar y qué banderas ondear ante los ojos de los pueblos oprimidos.
Imagen de portada: A/D.
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