Mario Vergara, el buscador incansable

Tlachinollan

Soy Mario la Hormiguita, fue el mensaje de Mario Vergara Hernández el martes 16 de mayo, antes del mediodía. Pedía el apoyo para monitorear su salida en busca de un cuerpo. A las dos y media de la tarde escribió salgo para encontrarme con el guía. En la comunicación telefónica me compartía que le habían informado de un cuerpo abandonado sobre la autopista del sol, entre la caseta de cobro de Paso Morelos y el puente Quetzalapa. Pidió que estableciera comunicación con el fiscal de Iguala para informarle de esta búsqueda. Al adentrarse en la maleza se perdió la señal. Recorrió los lugares donde han encontrado otros cuerpos. Mario, guiado por el viento percibió un olor fétido. Experto en estas lides entró por un camino fangoso y dio con el punto donde se encontraba un cuerpo semicubierto por las yerbas. De inmediato buscó un lugar para comunicarse. A las 4 y media de la tarde enviaba la ubicación para que personal de la fiscalía se apostara en el lugar. Fueron dos horas de intensa búsqueda en la que Mario pudo dar con el cuerpo. Esperó a los peritos de la fiscalía para que iniciaran las diligencias y se encargaran de las investigaciones. Como un gran buscador, Mario cumplió con su misión. Nadie imaginaría que sería su última búsqueda. Todavía se dio tiempo de informar en su Facebook sobre el hallazgo de la joven de cabello rojo que encontró. Alrededor de las 7 de la noche se reportó: gracias señor Abelya estamos en casa. Posteriormente la fiscalía del estado haría público el hallazgo de Lesly Martínez Colin, la joven desaparecida el 30 de abril en Jojutla, Morelos. El jueves 18 circulaba en las redes sociales la noticia de que Mario Vergara había fallecido.

Mario nació en diciembre de 1974, en la cuna del cacicazgo figueroista. Desde muy joven se dedicó a repartir cerveza y atender un billar. Siempre tuvo el carácter y la paciencia de escuchar a los clientes y de conocer historias siniestras. Poco a poco fue comprendiendo como se tejían las relaciones de grupos de la delincuencia de Iguala con la gente de las comunidades circunvecinas. Los negocios del crimen contaban con el apoyo de los comandantes de las policías municipales y ministeriales. Sin proponérselo se enteraba de las personas que asesinaban o desaparecían en la región. Nunca imaginó que parte de esas historias cruentas sería la de su hermano Tomás, quien fue secuestrado el 5 de julio de 2012. Desde esa fecha la familia comenzó a recibir llamadas, pidiendo dinero por la vida de su hermano. Decidieron denunciar ante las autoridades ministeriales, sin embargo, la situación empeoró, porque las amenazas continuaron. El miedo se apoderó de la familia. Ya nada fue igual. Mario recuerda que en medio del temor, su mamá le decía que saliera a buscar a su hermano en los cerros, porque ahí los enterraban.

«Se me enchina la piel solo de recordar mi primera búsqueda. Aquel 23 de noviembre del 2014 fue uno de los días que marcaron mi vida. Sigo trayendo el olor putrefacto en mi nariz y en mi mente. Nunca imaginé que la desaparición de mi hermano me llevaría a los cerros. Esos lugares tan bonitos, que la gente mala utiliza para secuestrar, torturar, desmembrar, asesinar y enterrar cuerpos de personas. Se me enchina la piel al volver a recordar todo lo que he visto.

«Soy una persona que por circunstancias del destino me convertí en buscador de fosas clandestinas. Tengo muchos recuerdos de esa primera búsqueda, en el cerro de Iguala. La sensación de haber hallado el primer cuerpo en una fosa clandestina, y luego otro y otro, fueron más de 20. Mirar a los alrededores y muy cerquita de ahí, se escuchaba a los vendedores: “se venden bolillos, naranjas, pasen por sus productos a esta camioneta, vengan por sus naranjas”. ¿Cómo era posible que nuestros familiares estuvieran tan cerca de nosotros y no tuvimos el valor de salir a rescatarlos? Ahí los tuvieron los malos, no sé cuántas horas o días. Tuvimos ese tiempo para ir por ellos, eso me ha dolido mucho en el corazón.

«Nunca supimos cómo ir a buscar a nuestros familiares desaparecidos, mucho menos nos imaginamos que ellos terminarían en una fosa clandestina. Fue algo horrible, nadie te prepara para soportar todo ese dolor y sufrimiento, de tener un familiar desaparecido. Te roban todo, tu felicidad, tu tranquilidad. Nos roban el sueño, el hambre. Nos quitan la vida misma.

«Fue la propia gente que transita en los cerros la que nos daba pistas de cómo ubicar las fosas clandestinas: yo estaba cortando leña y de repente me llegó un olor putrefacto, pero nunca vi algún animal muerto. Por eso siempre hay que leer la tierra, ver cómo está. Busquen una hondita y ahí escarben. Así fue como aprendimos a buscar la hondita, un terreno desnivelado, con tierra floja. Ahí está el secreto. Eso nos lo repetía una y otra vez el amigo Miguel Jimenez Blanco, de la Upoeg, cuando vean una hondita, ahí escarbamos; donde vean tierra removida, escarbamos; donde vean un montón de piedras extrañas, ahí escarbamos. Miguel nos ayudó mucho en la búsqueda de nuestros familiares. Nos dijeron que iríamos a buscar gente enterrada en fosas, pero nunca nos prepararon o nunca nos imaginamos el horror que íbamos a encontrar en esos lugares. Ese olor putrefacto que penetra todo el cuerpo y se te queda impregnado en el cerebro.

«Las familias de los desaparecidos vivimos en un mundo de locura, ¿cómo es posible que ahora celebremos el hallazgo de una fosa clandestina, de un cuerpo, de huesos? Esto es para gente loca que pueda entender la felicidad de encontrar los restos de tu familiar. Para otros sería el dolor más horrible, encontrar a tu familiar en un hoyo, pero el paso del tiempo nos ha dado un consuelo: poder encontrar a tu familiar y saber dónde está, a dónde llevar unas flores y que sepamos que está descansando en paz.

«Todos los días subimos a los cerros durante 8 meses, después de la primera búsqueda, fuimos encontrando a muchas personas que tenían años desaparecidas. Fuimos acostumbrándonos al olor putrefacto, nos acostumbramos al horror de encontrar un cadáver en estado de descomposición o solo huesos. Había días que no encontrábamos algún resto. Había semanas o meses en que caminábamos tristes porque no ubicábamos alguna fosa clandestina, sin embargo, la esperanza de encontrar los restos de nuestros familiares nos alentaba a seguir caminando en los cerros.

«No soy un buscador experto, pero aprendí a caminar por el campo, a leer la tierra, el campo me dio muchas enseñanzas. Nos las ingeniamos y utilizamos todos los recursos que teníamos a la mano. Nos dimos cuenta de que las barretas eran muy pesadas y no eran tan eficientes para detectar fácilmente las fosas. Un día que volvía a casa, pase con un amigo herrero, le describí lo que hacía y que necesitaba varilla fuerte y delgada que pueda clavar en la tierra y pueda perforar fácilmente más de un metro. Que fuera más liviana que una barreta, para poderla transportar. Esa varilla se volvió nuestra herramienta principal, nos permitió detectar fosas. Solo con introducirla se impregnaba el olor putrefacto de los cuerpos de nuestros familiares.

«Aprendimos también sobre las mentiras que todo el tiempo nos decía el gobierno. Ellos presumían en las reuniones a su equipo profesional de búsquedas de fosas clandestinas, pero nosotros siempre les desmentimos, que no era un equipo experto de búsqueda, sino, más bien, un equipo experto en levantar cuerpos de las fosas que nosotros encontramos. Todo el trabajo lo hacíamos nosotros, las familias de los desaparecidos. Aprendimos también a alzar la voz en contra de todos aquellos que quisieron engañarlos, que quisieron ocultar la realidad. Las autoridades siempre han querido invisibilizar el tema de los desaparecidos y, a veces, lo han logrado. La sociedad lamentablemente se ha vuelto insensible, omisa e indiferente.

«Después de 8 años que se destapó la crisis de fosas clandestinas que vivía Guerrero, las cosas no han cambiado para las familias, más bien la situación ha empeorado. En las comunidades donde los grupos criminales tienen el control total, la gente vive amenazada todos los días. La violencia ha retomado sus puntos más altos, la gente volvió a guardar silencio ante la ausencia de un estado que vigile y castigue a los delincuentes. El pueblo se acostumbró a enterrar a sus muertos en total anonimato y silencio.

«La violencia se ha anidado en los municipios de Guerrero. Los asesinatos, las desapariciones y las extorsiones se han vuelto algo natural, del día a día de las familias. Ahora se agradece a los malos por los descuentos en las extorsiones. Dicen que las extorsiones se pagan mensualmente, pero si pagas completo el año, te hacen un descuento de mil pesos para que puedas trabajar libremente. Los taxistas, los tortilleros, los carniceros, los del agua, los ferreteros, todos tienen que pagar sus cuotas mensuales y muchos de los precios son controlados por los grupos de la delincuencia.

«Algo que preocupa no es solo los desaparecidos, sino los hijos y familiares de los desaparecidos, esas víctimas indirectas a quienes les han arrebatado sus ilusiones. Ellos tienen una lucha diaria por la sobrevivencia física y psicológica, viven ausentes de su realidad; una parte de ellos vive con el dolor de no saber dónde está su ser querido. El estado les ha fallado y tiene una deuda con todas esas familias, víctimas indirectas que no han sido atendidas psicológicamente, que viven con ese odio y rencor que les carcome el corazón todos los días. Quienes sufren más son los hijos e hijas de los desaparecidos, a ellos los etiquetan, los marginan, los estigmatizan, no existe una empatía de la sociedad. Evitan juntarse o relacionarse con las familias de los desaparecidos. Los tachan de locos por salir a los cerros a buscar fosas clandestinas, por salir a protestar en contra de las autoridades, por evidenciar la ineficacia de las instituciones en la búsqueda de los desaparecidos.

«Han pasado más de 10 años desde la desaparición de mi hermano y no he encontrado su cuerpo, lo he buscado por todos lados. En ese camino he encontrado cientos de cuerpos más. Cada vez que encuentro un cuerpo, encuentro una parte de mi hermano, le devuelvo la paz a una familia. Espero un día devolverle la paz a mi familia, espero que un día pueda terminar esta pesadilla».

La sencillez de Mario, su gran sentido de solidaridad, su valor para enfrentar los peligros y su lucha tenaz para buscar a los desaparecidos, deja una huella imborrable para seguir sus pasos.

Publicado originalmente en Tlachinollan

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