Foto: Adolfo Vladimir
Aquel año nuevo de 1994, el mundo entero se despertó sorprendido por un grito de “¡ya basta!” cuyo eco se amplificaba con los días y que recorrió valles, montañas y océanos hasta llegar al último rincón del planeta. Era la voz de un grupo de indígenas que habían perdido el miedo y se habían levantado en armas para lanzar un mensaje a la humanidad desde una pequeña sierra en el sur de México.
En un momento en que la izquierda europea todavía estaba asumiendo la derrota de la guerra fría, la globalización, como última fase del capitalismo, llegaba a México bajo el tratado de libre comercio con EEUU. Ante esta situación que amenazaba los últimos resquicios que les quedaban de su soberanía, un grupo de guerrilleros indígenas tomaba el control de las ciudades cercanas. Pero no sólo se revelaban contra el cacique local que les arrebataba la tierra; aquel ejército de desarrapados, aquella famélica legión de la que hablaba la internacional, pretendía cambiar el mundo.
Hoy, más de 20 años después, no importa la generación a la que se pertenezca o la parte del mundo en la que se haya nacido; si a una le dicen “uno de enero de 1994”, la referencia al zapatismo es ineludible. Eso es hacer historia.
Pero cambiar el mundo no es tarea de un día. ¿Qué ha quedado de aquel movimiento que ocupó portadas de todo tipo de prensa y que generó extensos debates más allá de la izquierda?
Igual que no pueden analizarse los logros y los fracasos de una revolución si no es en su contexto, no es posible averiguar qué ha quedado del levantamiento zapatista sin conocer la realidad de las comunidades indígenas de Chiapas.
Por eso, y coincidiendo con un hito histórico para los pueblos originarios mexicanos y para el EZLN, nos hemos adentrado en su territorio acompañando a Marichuy, la primera mujer indígena que aspira a la presidencia de la república mexicana como resultado de años de coordinación y trabajo.
¿Qué hay detrás de esta candidatura?
El Congreso Nacional Indígena (CNI) se constituyó en octubre de 1996, recogiendo las reivindicaciones expuestas ese mismo año al gobierno mexicano por el EZLN en los acuerdos de San Andrés, las cuales nunca fueron tenidas en cuenta. Ante esta actitud del gobierno, los empobrecidos indígenas de Chiapas se cansaron de esperar. Así, comenzaron a construir desde abajo su propia autonomía, al margen de las instituciones que nunca les habían tomado en cuenta, y de las que ya no esperaban nada. El Congreso se creó el 12 de octubre, coincidiendo con el aniversario del mal llamado “descubrimiento de América”, que en realidad sólo fue el inicio de la colonización que a día de hoy aún sufren. Nada es casual. Cada fecha, como cada palabra, es cuidadosamente elegida y esconde un sutil simbolismo que dota de identidad al movimiento de la pipa del subcomandante, de los lentos pero seguros caracoles, y por supuesto, del pasamontañas.
El CNI nació para llevar esta autonomía a todos los indígenas de México, tratando de ser su casa; es decir, un espacio que sirviese a los pueblos originarios para organizarse y solidarizarse en torno a sus luchas de resistencia y rebeldía, con sus propias formas de representación y toma de decisiones.
En la práctica, son una asamblea de trabajo que se reúne de forma excepcional cuando hay cuestiones concretas que tratar. Cada pueblo indígena envía el número de delegados que quiere (o que puede) y las decisiones se toman por consenso, lo que puede alargar las asambleas varios días. En estas condiciones, cada reunión se suele celebrar en un estado diferente para facilitar la asistencia. Aún con todo, los pueblos que componen el CNI no siempre tienen la posibilidad de enviar delegados a cada reunión. Para acudir a la que hemos asistido, por ejemplo, hay quienes han viajado 7 horas para alcanzar la ciudad más cercana a su comunidad; desde allí, donde ya es posible tomar el transporte público, otras 10 horas en el autobús a Tuxtla, la capital de Chiapas; y finalmente, una hora más en furgoneta colectiva hasta San Cristóbal.
En la quinta asamblea del CNI, celebrada en octubre del año pasado, se acordó conformar el Concejo Indígena de Gobierno (CIG). La diferencia más básica entre el CNI y el CIG es que este último está conformado por 2 concejales permanentes (una mujer y un hombre) de cada uno de los pueblos, elegidos por las comunidades. Algo así como un órgano representativo, en lugar de una asamblea de trabajo; que se rige, eso sí, por los 7 principios zapatistas del buen gobierno: servir y no servirse, representar y no suplantar, construir y no destruir, obedecer y no mandar, proponer y no imponer, convencer y no vencer, bajar y no subir.
El CIG se creó con la idea de presentar una candidata a la presidencia. Sin embargo, su principal objetivo no es gobernar México. Lo que se pretende es difundir una forma de organización fuera del sistema actual que consideran podrido. Quieren llevar a los pueblos una denuncia al sistema capitalista, neoliberal y machista, y un mensaje de unión y organización contra la opresión que viven día a día.
Frente al mal gobierno, el ejemplo de la autonomía indígena
La gira del CIG por territorio zapatista ha supuesto para el EZLN una ventana abierta a México y al resto del mundo. Así lo evidencia la logística preparada para medios de comunicación “nacionales e internacionales, tanto los libres como los de paga”, como se repite en los agradecimientos a la asistencia en cada acto político.
Además de los casi 500 delegados del CNI, los 8 autobuses que componen la caravana transportan en paso lento por los caminos de tierra un total de 153 concejales del CIG, representantes de 76 pueblos de los 93 existentes en la Nación Mexicana.
El periodo de campaña electoral no ha comenzado todavía pero la candidatura del CIG ya ha preparado su primera gira. No es casual que sea en Chiapas, pues es un referente para el movimiento indígena. Y para los próximos meses ya se está preparando el paso por otros estados mexicanos.
Maria de Jesús Patricio Martínez es una indígena nahua, originaria de Tuxpán, Jalisco, aunque se la conoce como Marichuy (diminutivo en México de su nombre). Tiene 53 años y lleva toda la vida dedicada a la medicina tradicional. Pero además de eso, es desde hace unos meses la única mujer indígena de los 48 aspirantes independientes a la presidencia de México. Las elecciones de 2018 son las primeras en las que se permite optar a este cargo sin ser respaldado por un partido político. La condición es reunir 866.593 firmas de apoyo en al menos 17 estados de los 36 que componen el país. Esta escalofriante cifra, dividida entre los 120 días que dura el plazo, da un total de 7.200 firmas diarias. Esto hace prácticamente imposible llegar a ser candidata y deja de entrada fuera de juego a todos los aspirantes excepto los ya conocidos públicamente, como son los casos de Jaime Rodríguez Calderón, gobernador del estado de Nuevo León, el senador Armando Ríos Piter y la exprimera dama Margarita Zabala, por ejemplo. Marichuy, en cambio, parte de cero. Ella también es una sin rostro, aunque no lleve pasamontañas. Ser mujer e indígena supone ser doblemente invisible. Pero las indígenas mexicanas llevan años organizándose, y la candidatura del CIG está aquí para demostrarlo.
Además, el INE ha puesto trabas extras que no esperaban. La recogida de apoyos deberá hacerse exclusivamente mediante smartphones, fotografiando la credencial vigente de los firmantes y su huella dactilar. Así, las firmas sólo son computadas tras ser enviadas una a una por internet al propio INE, un proceso que según el organismo debía llevar 4 minutos 30 segundos, y que según afirma el grupo de apoyo del CIG, ha llegado a durar varias horas en algunos casos.
En una de las paradas de la gira, la vocera denuncia que sólo pueden tomar dichas fotografías en las horas centrales del día, porque la oscuridad de la tarde exige disponer de una lámpara que emita luz de calidad. ¡Una lámpara! El INE pide como requisito a los firmantes tener un smartphone, cuando hay quienes ni siquiera tienen fácil el acceso a una lámpara.
Si esto fuera poco, el CIG ya ha anunciado que en caso de conseguir los avales, rechazará la parte correspondiente de los 42 millones de pesos (casi dos millones de euros) que la administración reserva para la campaña de los candidatos que consigan el difícil reto.
Esto puede resultar complicado de entender para nosotros, más si atendemos al coste personal y económico que será necesario asumir por unos pueblos indígenas entre los que el 77% vive por debajo del umbral de la pobreza en México, según CONEVAL. Pero los baremos que miden el índice de pobreza son estándares occidentales, y lo que necesitan los indígenas no es un móvil de última generación, ni siquiera una lámpara. Simplemente que cese el expolio que el capital ejerce sobre su territorio y que se reconozcan sus modos de organización y autogobierno. “No vamos a quitarles nada que les pertenezca. Solo vamos a recuperar lo que es nuestro. ¡Nosotros estábamos aquí antes que ellos y exigimos que se nos respete!”, corea una representante del CNI ante los miles de indígenas que escuchan en silencio el acto político en el caracol de Oventic. Más de un siglo después, el lema, como el enemigo, sigue siendo el mismo: “Tierra y Libertad”.
Llegó el momento de la mujer indígena
Para dar pistoletazo de salida a esta aventura se ha elegido de nuevo el 12 de Octubre, cuando dio comienzo la asamblea entre el CNI y el CIG que duró hasta el día siguiente en San Cristóbal de Las Casas. Las instalaciones del CIDECI-Unitierra, que el resto del año sirven como centro universitario de educación no formal (y que fueron construidas para la formación de la comunidad indígena bajo el auspicio del obispo Samuel Ruiz) acogieron a las más de 600 personas llegadas de todo México.
La gira comenzó la noche del viernes 13. Varios autobuses y coches se pusieron en marcha a las tres de la madrugada para llegar a tiempo a la primera parada el día siguiente: Guadalupe Tepeyac. Si bien es cierto que este municipio no es zapatista, no le falta relevancia en la historia del movimiento. En agosto del 94 el EZLN inauguró aquí el primer Aguascalientes, declarándolo sede de la Convención Nacional Indígena. Meses más tarde, el 9 de febrero de 1995, este Aguascalientes fue destruido por las fuerzas armadas mexicanas, que pretendían capturar al subcomandante Marcos, obligando a la sociedad civil a refugiarse en las montañas. Su destrucción condujo a la creación de 5 nuevos Aguascalientes: La Realidad, Morelia, La Garrucha, Roberto Barrios y Oventic; hoy conocidos como los Caracoles. Esta parada fue también la más cercana a La Realidad, el único caracol al que la gira no acudió, debido al difícil acceso. Los demás, en cambio, si recibieron a la candidata y a las delegaciones del CNI-CIG, así como la turística ciudad de Palenque.
En varios puntos del camino los emblemáticos carteles advierten: “Aquí el pueblo manda y el gobierno obedece”. Al llegar a cada parada, nos reciben miles de personas coreando diversos vivas y Marichuy es acompañada hasta el escenario escoltada por milicianos miembros del ejército zapatista, ya sea montados a caballo, en motos o a pie formando largos pasillos agarrados por los codos.
Los discursos, en los que toman parte varias representantes del CIG, responsables locales de las Juntas de Buen Gobierno y comandantas del EZLN, se alargan hasta la noche. No importa. El micrófono pasa de mano en mano sin prisa. Tampoco importan las horas que se retrasan los actos respecto de cuando están programados. Da igual que diluvie o que el sol abrase, la gente sigue en pie esperando recibir a su candidata.
En terminar la parte política, se da paso a los actos culturales. Jóvenes, niñas y ancianas interpretan juntas canciones, bailes y obras de teatro. A última hora, y para quien aún tenga fuerzas, la música suena hasta el amanecer. Y es que más allá del contenido político, cada parada de la caravana en un caracol supone un gran evento social al que acuden los habitantes de las comunidades cercanas, mezclándose con los insurgentes que aprovechan este paréntesis en su clandestinidad para disfrutar de unos bailes bajo las estrellas del cielo de Chiapas. Eso sí, la ley seca propuesta por el zapatismo se respeta a rajatabla, lo que contrasta con las fiestas a las que estamos acostumbrados, en las que el alcohol ocupa un lugar central.
En cuanto al contenido de los discursos, no se ciñeron ni mucho menos a la candidatura. Se recordó a los miles de desaparecidos que arrastra el mal gobierno mexicano, con especial mención a los 43 de Ayotzinapa y al asesinato, el 2 de mayo de 2014, del compañero zapatista Galeano. Otra de las grandes reivindicaciones fue el cese de la destrucción del medio ambiente. Tomaron la palabra mujeres de diferentes comunidades denunciando los megaproyectos que inundan el país: la minería, las represas, complejos hoteleros, la industria maderera, las grandes hidroeléctricas, etc.
También se deja claro que su discurso va más allá de la cuestión indígena, se dirige al mundo. Los pueblos indígenas son plenamente conscientes de que la opresión a la que se enfrentan no es un problema aislado, sino el último eslabón del capitalismo que nos esclaviza a todos. Aquí se aprecia el coraje que demuestran: conmueve ver que aun siendo la parte olvidada de la sociedad, ellas son capaces de acordarse de todas. El 19 de octubre, en el acto de cierre de la gira, en Oventic, dedicaron unas palabras a Santiago Maldonado, el compañero argentino recientemente asesinado por el Estado mientras participaba en unas protestas mapuches.
Pero lo que más nos llamó la atención fue la presencia de la mujer en los actos. Aunque tuvimos que esperar al final de la gira para confirmarlo, al segundo día ya estaba claro: todas las intervenciones públicas, durante los cinco días, fueron hechas por mujeres. Ni un sólo hombre tomó parte en ninguno de los actos políticos y culturales. Las mujeres, (además de alguna mención a las luchas LGTB), fueron también el tema central de todos los discursos. Si bien esta imagen es esperanzadora, no hay que olvidar que la realidad de las indígenas es bien distinta a la que reflejan esas encapuchadas micrófono en mano. Las mujeres indígenas sufren una triple opresión: por su raza, por su género, y por ser pobres. Ellas no vacilan, el capitalismo va de la mano del machismo y es necesario acabar con ambos.
Algo que también pudimos comprobar en todos los lugares es la ilusión que los indígenas tienen depositada en Marichuy, a quien se refieren en general como la vocera. Un buen cargo para quien tiene como tarea dar voz a las que nunca la han tenido. Porque Marichuy no es otro político más, de esos que durante toda la historia se han dedicado a ignorar o engañar a los pueblos indígenas. Ella también recorrerá México en una campaña, pero a diferencia del resto, no repartirá camisetas, bolígrafos y promesas. Lo hará sembrando ilusiones, coordinando luchas y reafirmando procesos de soberanía. Porque para el México de abajo, la candidata y el proyecto de auto organización que hay tras de sí, son una esperanza para seguir en pie de lucha.
Aunque la presidencia quede muy lejos (allá arriba), México sigue siendo el país de abajo (al sur del imperio). Y el liberal de traje y corbata nunca representará ni puede representar a las mexicanas de abajo: mujeres, indígenas y pobres. Marichuy, en cambio, como canta la pegadiza cumbia que le han dedicado, es “del color de la tierra, anticapitalista de corazón”.
Sólo falta, quizá, que ese México mestizo se mire la piel y recuerde de dónde viene. Y que una mañana, vuelva a sorprendernos con un ¡ya basta! que resuene en todo el mundo.
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