México. El poeta, músico y periodista Mardonio Carballo relata, en una extensa entrevista con Desinformémonos, que comenzó a escribir desde los nueve años, pero nunca ganó los concursos de poesía a los hijos de los profesores porque a los indios nunca nos van a tomar como si fuéramos escritores de verdad.
Nacido en Chicontepec, Veracruz, en 1974, hablante de náhuatl y castellano como un árbol de dos flores, Carballo reflexiona sobre su responsabilidad hacia otros escritores indígenas como figura pública, sobre el cansancio como límite de los esfuerzos individuales y sobre la necesidad de hacer cosas importantes sin jugarle al indito.
Puedo asegurar que a muchos compas indígenas y no indígenas no les gusta mi trabajo, porque no voy por la vida de humildito, afirma Carballo, a quien se puede escuchar en radio, televisión y conciertos, y quien dormía, de niño, con Alicia en el País de las Maravillas bajo la almohada.
Árbol de dos flores
Mi relación con la poesía comenzó desde muy niño. Tuve la fortuna de tener una madre bastante avispada en la tradición oral, y de crecer en un ambiente donde en los primeros años de mi vida y la de mis hermanas, no había televisión y apenas llegaba la radio. A mis hermanas les hacía muñecas con los olotes, y ciertas noches nos juntaba y nos contaba historias sobre estrellas, y terminaba regalándonos una de ellas. Nos juntábamos alrededor del fogón diariamente a comer y a tomar café. Se sucedían las historias, no sólo de tradición oral, sino de lo que acontecía en el pueblo, de los chismes nuevos. Eso me formó mucho.
Tuve por fortuna dos padres muy distintos: una muy orgullosa de su ser indígena, que es mi madre, y otro que a pesar de ser un extraordinario nahuahablante, es un hombre que no quería que ninguno de nosotros hablara náhuatl. Crecimos como un árbol con dos flores distintas. Mi padre siempre nos hablaba en español. Fue un líder que tuvo distintos cargos comunitarios, encargado de la fiesta, del asunto de poner la luz, la carretera, etcétera. Y mi madre, con todo ese imaginario y muy orgullosa de su indiez. Eso nos inculcó dos posibilidades, porque un idioma es eso, posibilidades de construirte y reconstruirte. Yo decidí asumir la parte de la identidad náhuatl, aunque lo fuera desde todos los ámbitos de la vida genética.
La lengua es una cuestión circunstancial en la cual un ser humano que quiere ser artista se involucra y toma como herramienta todo lo que tiene a la mano. Yo tengo a la mano dos lenguas y dos vidas. Siempre fui pata de perro, me pegaba a los maestros que llegaban a la escuela y me llevaban a los pueblos más grandes- que es un decir porque todo es más grande que mi pueblo, que ahora tiene entre 500 y mil habitantes más los que nos fuimos. Esa fue una forma de encontrar nuevas ideas.
El concurso que nunca ganó
Alicia en el País de las Maravillas lo leí a los ocho años. Fue el primer libro con el que tuve contacto. Como los niños usan sus peluches para dormir, yo dormía con él debajo de la almohada, como si por osmosis me fuera a dar algo. Y sí me dio muchas cosas.
Desde niño escribí piezas de teatro para la gente que iba a hacer escenificaciones en la primaria o la secundaria. La fue como a los 9 años. En esa época había concursos de cuentos, y a mí nunca me los devolvían, los maestros se los quedaban.
En esas salidas encontré La Biblia, que siempre me pareció un gran cuento de hadas. Nunca lo ví como una cosa de Ay, guau, Dios. El Apocalipsis me pareció el libro más hermoso y más chingón porque había mucho muerto, mucha sangre, y que el mundo se va acabar. Me parecía lo más poético. Todo sucedió entre los 8 y los 11 años, porque a los 11 me fui a la secundaria y eso se acabó.
En la secundaria comencé a declamar poemas, que me encantaba, y comenzó también una historia que se va a repetir a lo largo de mi vida: nunca le pude ganar a los hijos de los maestros, siempre quedaba en segundo lugar. Es como la historia del país: a los indios nunca nos van a tomar como si fuéramos escritores de verdad, por eso yo sí me lleno la boca de decir que soy un artista. Uno tiene que creérselo primero para poder trabajar para ello y para desandar la parte histórica a la cual siempre nos han botado a los indios.
Un poeta escondido en la ciudad
Me vine a la ciudad de México a los 14 años. A través de una hermana que trabajaba en la Universidad del Valle de México, me consiguieron una beca para entrar a la prepa y todos pensamos que podríamos sostener mi paso por esa universidad, lo cual fue totalmente iluso. No pude porque llegué al turno de la tarde-noche, que eran gente que trabajaba y sus papás eran dueños de no sé qué, y yo venía del pueblo; no entendía el código rojo, preventivo y verde, y más de una vez el coche se detuvo para no atropellarme. No entendía por qué la gente no se saludaba, era para mí una cosa muy rara. Siempre quería platicar con el del micro y todo mundo se me quedaba mirando raro. Eso me generó nuevas dudas y respuestas hacia una ciudad que no está necesariamente preparada para plantear lo diverso.
Por un cuñado llegué a trabajar al comercio de los zapatos en Tepito, que es una rama importantísima para la ciudad y de la que no se sabe mucho. Uno de los lugares donde se hace la venta es en la calle de Costa Rica, y la vendimia al mayoreo se hace los miércoles y los sábados en la madrugada. Nosotros descargábamos trailers, embodegábamos los pares de zapatos, y al otro día nos levantábamos muy temprano para venderlos. Eso y beber era mi trabajo, porque en Tepito, a esa edad y para aguantar esas chingas, te tenías que poner pedo.
En esa etapa quedó un poco olvidada la parte indígena y la literaria. Un día vimos una animación no recuerdo si de León Portilla- donde estaban hablando en náhuatl. Yo lo vi y en automático dije esto está mal pronunciado. Un amigo de los de Tepito me dijo, y tú cómo sabes. Es que yo hablo náhuatl y eso está mal pronunciado. Nunca hubo una negación bruta, pero eran momentos donde eso estaba dormido y yo queriéndome adaptar a la ciudad, inconscientemente.
En Tepito conocía a una persona que se llama Luis, que me llevó a vivir un rato con él porque yo no tenía dónde. Me dijo, pues yo vivo en un cuarto, pero si quieres, te puedes quedar en el suelo. La primera visión que tengo de su cuarto es que tenía un disco de Def Leppard en el tornamesa y me lo puso, y con él nuestra amistad y nuestro trabajo. Él me enseñó todo, musicalmente hablando, desde Los Beatles hasta Peter Gabriel, pasando por The Who y Led Zeppelin, y el rock en español, que en esa época estaba en efervescencia.
Los Caifanes no lo saben pero me cambiaron la vida. La primera vez que llegué del pueblo al Distrito Federal, justo en el momento en que me bajé del camión, empezó una canción que se llama Mátenme porque me muero. Me erizó la piel. Muchos años después, pienso que los agudos que alcanzaba Saúl se parecen mucho a los falsetes de los huapangos a los cuales yo estaba acostumbrado, pero con otro ritmo y con otra letra. Las letras me impresionaron. Siempre me han impresionado las que no entiendo, porque me dan ganas de saber qué dice y me sumerjo.
Después llegó mi hermana Pola a vivir al DF y nos fuimos a Azcapotzalco. Éramos muy jóvenes y nos hicimos de una bola de amigos bastante borrachos; nos juntábamos todas las tardes después de trabajar yo trabajaba en el mercado de Tepito- a beber. Todos eran de mi edad o un poco más chicos, y contaban las grandes aventuras que se sucedían en torno de la educación en el nivel medio superior: bachilleres, CCH, vocacional, y todo eso devino en una necesidad mía de retomar la escuela.
Decidí meterme a un CONALEP (Colegio Nacional de Educación Profesional Técnica) que estaba muy cerca de mi casa. Era 1993. Un par de meses después llegó Carlos Camarillo, un actor, a decir que era maestro de teatro y que iba a hacer un taller. Yo dije, ya basta, ya no me puedo seguir haciendo maje y voy a hacer teatro no porque me encantara, sino porque yo quería ser artista. Yo quería hacer música, y el teatro se me reveló como la única posibilidad, en ese contexto, de tener contacto con el mundo creativo y artístico. Por fortuna, Carlos Camarillo es un gran tipo, lector, amante del teatro italiano y ruso, de la comedia del arte, de la juglaría, y muy comprometido con el asunto social. Hubo un gran click con él. Me hice su asistente de dirección y empezamos a trabajar.
Volvió la lectura: a devorar libros, a ir a los museos, a todas las obras de teatro posibles, y a hacer guardia a Bellas Artes por si alguien no llegaba y tenían que regalar un boleto.
Ícaros con alas de petate
La tradición oral está presente en mi obra dentro de la lengua. No sabría decir bien pero yo, aunque escriba en español, escribo en náhuatl. Si alguien revisa mis textos, encontrará que tienen en realidad otro imaginario y otra sintaxis. Muy explícitamente en la poesía hay varias cosas: los nahuales, las transformaciones, un Ícaro con las alas de petate, los papanes, que son aves que se comen los elotes cuando están tiernos, siempre están presentes, las estrellas.
También escribo de la parte social. La otra vez escuché que alguien decía que ahora todo mundo quiere hablar de las injusticias en los pueblos indígenas y se olvida la filosofía. Yo me quedé pensando: para empezar, ¿quién quiere hablar de los pueblos indígenas hoy en día? Me parece absurda esa afirmación. Y dos, por supuesto que en las luchas de los pueblos indígenas, pensando en cómo te vinculas con el mundo, la filosofía no está lejos de la lucha social, de la poesía, de la danza, ni de la tradición oral.
Por ejemplo, en la danza de la ofrenda al elote se ponen dos hileras de mujeres doncellas sosteniendo un atado de elote; llega el tejón, que les quita las mazorcas y entonces es cazado por los hombres. La representación termina cuando el tejón va colgado. Eso es poesía, eso es danza, eso es teatro y eso es resistencia. Es un ejemplo de cómo llegaba los extranjeros a violar a las mujeres, y el castigo implícito que les sucedería.
Lo indígena es como una bola de nieve que a su paso mezcla todo: quien reza, también canta, baila, toca, siembra maíz y le ofrenda al fuego. La separación de profesiones es muy occidental, muy de ciudad: el músico es músico, el compositor es compositor, el flautista es flautista, el cantante de huapango es uno y el de ópera es otro. En nuestros pueblos la cosa no es así. Obviamente están los grandes, que son los que hacen ciertas cosas específicas, pero a los demás, al vulgo, nos están permitidas casi todas las cosas.
Estoy en muchos espacios: en la radio con Carmen Aristegui, en el Canal 22 haciendo De Raíz Luna y El Rastro del Caracol, en RompevientoTV, en Código DF haciendo el programa Ombligo de Tierra, en Emeequis escribiendo una columna quincenal, soy encargado de curar el espacio en lenguas indígenas de Descarga Cultura de la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México), soy uno de los curadores del festival de Poesía en Voz Alta -en su parte indígena- de la Casa del Lago de la UNAM, y vendemos tamales y pozole. También estuve en una película en 2010, El Atentado, de Jorge Fons, un gran amigo.
Un día me preguntaron que por qué no me decidía por una de las cosas, y yo dije, por qué me tengo que decidir si todas me gustan. Mejor hago algo donde desarrolle todo. No hay oficio más hermoso que el arte, un espacio donde la locura humana puede verse volcada y reflejada en hechos concretos, creativos, importantes, que de alguna forma te representan a tí y al ser humano.
Su público, su corazón.
Hablo desde el lado de los pueblos indígenas y desde mi ser nahuatlaco, pero hablo del ser humano. Censuraré lo mismo un abuso por parte de un compa indígena que por parte de un funcionario o político. El romanticismo hacia los pueblos indígenas no les hace nada bien, es otra forma de racismo el verlos como folclore, como menores de edad, como incapaces de decidir sus propios rumbos y caminos buenos. ¿Que todos los indios son buenos? Yo te podría dar ejemplos de quiénes no lo son. Todas esas cosas abonan a tener otro racismo y otra discriminación más soterrada y menos obvia, pero el diablo siempre se esconde en los actos más pequeños.
Yo soy muy egoísta; con mi trabajo le hablo a mi corazón. Quiero hablarme a mí, quiero ser un mejor ser humano, quiero entender a este tipo que soy para saber cómo quiero hablar con el otro. Uno, al final de cuentas, lo que no sabe es hablar consigo mismo, y eso hace que no te reconozcas y que te prejuicies. El trabajo artístico te permite ir a profundidad. El arte es un acto de fragmentación humana, y de cualquier acto creativo tienes que salir todo, menos ileso. Te tienes que aventar creyendo porque el arte es un acto de fe- que en esa alberca hay agua, aunque no la haya.
Después de mí, la mayoría de mi trabajo sobre todo el que está en los medios de comunicación- está destinado a hablarle al otro, al que no es indígena, para provocarle, decirle y presumirle de lo que se está perdiendo.
A veces, al estar en un festival como el Vive Latino, ya no me pregunto si lo estoy haciendo en náhuatl. Nomás veo venir cinco mil personas que se emocionan, gritan y bailan. Eso ya es muy bonito. Es un acto que deviene de un tipo que se encierra con otros dos a crear, y en ese espacio nada de lo que tengas puede ser prescindible. Es decir, si yo hablo dos lenguas, ahí están; si Alonso toca el piano, lo tocará. Ese universo forja al ser humano que termina hablándole al otro.
Hay que diferenciar el asunto artístico y el asunto de los medios. Aunque intento hacerlo artístico, poético y divertido, el de los medios tiene una apuesta de comunicación más directa. El arte no, el arte pega por otro lugar.
Quiero ser Hamlet
En la televisión bruta, que es el 90 por ciento, los medios masivos le dicen al hombre que tiene que tener músculos por todos lados, en menoscabo de sus propias neuronas; le dice a las mujeres que tienen que tener tetas y nalgas, y pelo güero y piel blanca, o fingirte idiota para salir en la tele.
En otros casos, también la tele dice, ok, vamos a reconocer tu inteligencia, pero sólo entran blancos. Reconocemos de este hombre, esta mujer y este homosexual su inteligencia, pero sólo es para blancos. Volvemos al fenómeno de la secundaria: nunca vas a poder ganar un concurso de poesía destinado a blancos, nunca. Dice Rodolfo Stavenhagen que el que hace la ley, hace la trampa, y es importante ver eso.
Pareciera que yo soy un hombre muy exitoso, pero Mardonio no va a llegar a otros lugares que no sean los que le destinen. Yo empecé a escribir mis obras de teatro porque quería ser Hamlet, pero sabía que con este aspecto y con este color de piel, nunca me iban a dar el personaje; es decir, ni Tavira ni Margules me iban a llamar a hacer Hamlet. Entonces empecé a escribir mis propias obras de teatro.
A lo mejor vamos a empezar a crear espacios nuevos en los medios de comunicación. Las Plumas de la Serpiente es una cosa nueva, porque es la única forma que tienes para darle la vuelta a los medios de comunicación desarrollados como están, con sus propias leyes y reglas. A lo mejor llegaremos a ciertos lugares, pero básicamente serán los inventados por nosotros mismos.
Creo que soy un tipo bastante militante. Sí creo en un movimiento indígena, aunque no sé cómo se inserte mi trabajo en ese movimiento.
Me parece que lo que gusta mucho de mi trabajo es que te colocas en condiciones de igualdad, asumes que tienes cosas que decir. No vas a jugarle al indito en los medios de comunicación, sino que vas a hacer lo que tienes que hacer. Si vas a hacer televisión, tiene que ser un programa importante. De Raíz Luna es un gran programa de tele, y Las Plumas de la Serpiente es un gran espacio, porque le doy un día de mi trabajo a esos tres minutos, porque quiero que tengan ritmo, imágenes, provocación, porque quiero que estén ahí. Eso puede parecer un acto obstinado o de una persona obsesiva, que seguro lo soy.
Cuando eres un personaje visible de un movimiento tienes una responsabilidad, y ese acto te lleva a abrir la puerta. Pasas tú pero la dejas abierta para que pasen los demás y les tiendes una cuerda para que el paso sea más terso, porque ya conoces las dificultades intrínsecas. Si alguien que no es indígena no lo hace, tampoco está mal ni bien, pues no tiene que luchar contra esas cosas extra creativas que uno sí tiene que afrontar.
En los actos creativos, sobre todo puestos en actos individuales, cuando las tienes todas contigo no tienes que jugar a partir de la discriminación. Ya llevas un pasito más adelante.
Influencia en el movimiento
Hay muchos escritores mucho más chingones que yo. Mi trabajo sólo es el más visible, y no no sé si esté influyendo. Creo que sí hay un nuevo trato hacia los escritores indígenas y eso no es una cosa que haya logrado yo, sino todo un movimiento, toda una generación. El ponerlo en los medios de comunicación de una manera más desparpajada, más desenfadada, ahí sí he contribuido al movimiento con un granito de arena. Sería muy soberbio hablar de que a partir de un trabajo personal, la cosa cambia.
La premisa es básica: nadie puede apreciar lo que no conoce, y los medios te ayudan a darlo a conocer. Lamentablemente, en el mundo en el que vivimos, si estás en los medios existes, si no estás, no existes. Partiendo de esa premisa, ahora que estamos más en los medio la gente conoce y empieza a tener un aprecio. A lo mejor después tiene la necesidad de ir a buscar a la librería un libro de Briseida Cuevas, y a lo mejor termina llevándose uno de Enriqueta Lunez porque no encontró el de Briseida porque esa es otra, tenemos una pésima distribución del trabajo de literatura en lenguas indígenas, ya sea oficial o independiente. A lo mejor va buscando una cosa y se lleva otra, y después va a generar una necesidad de tener más cosas, y después a lo mejor va a querer escuchar esa lengua, y a lo mejor después se va a interesar en un pueblo, y ese es el gran fin.
Por qué acercarse a la literatura indígena
Es un acto de sobrevivencia. Abrir la puerta también es un acto de sobrevivencia. Voy a sobrevivir mucho más tiempo si estoy acompañado que solo. La gente se tiene que acercar a las lenguas indígenas básicamente por la misma tesis: por sobrevivencia. Si nos vamos a que una lengua es una forma de entender el mundo, comprenderlo, problematizarlo y resolverlo, quiere decir que si estamos asistiendo a un México como el que nos está aconteciendo en estos instantes, y si pensamos que ese país se construyó bajo las bases del idioma castellano entendiéndolo, problematizándolo, resolviéndolo a través del castellano- quiere decir que no lo hemos hecho tan bien, y que tenemos otra 64 posibilidades de mirar, leer, problematizar y resolver, los conflictos que tenemos en México.
Hasta ahora sólo se le ha dado esa oportunidad al castellano. Es ese gran paradigma de México, que teniendo tantas lenguas, se pertrecha en un escudo, en una bandera, en una religión, en una preferencia sexual y en un idioma. Es la oportunidad que tenemos tan a la mano, y es tan obvia que no la vemos. Porque mucha gente dice, ay, qué bonito suena el náhuatl, qué bonito suena el tzotzil, qué rítmico y musical, pero si me encabrono te aseguro que mi náhuatl no va a sonar nada bonito ni musical.
Hacia dentro y fuera
Con los pueblos indígenas, básicamente mi contacto es con la banda de escritores. Mi trabajo tiene otro matiz, que es dar a conocer varios mundos a través de esos escritores. Lo demás es trabajo de los pueblos, que lo han venido haciendo todo el tiempo y no me necesitan en absoluto. Sin embargo, creo que como responsable de medios de comunicación sí me corresponde dar a conocer a otra banda y otros movimientos, incluso no literarios, sino sociales. Me parece importante que a través de mi voz puedan ser menos satanizados. Mal haría yo en no hacer eso, estaría incumpliendo con las premisas básicas del periodismo, el derecho a l información, la libertad de expresión, etcétera. Parece que son muchos espacios pero no son tantos, mucha banda queda afuera y yo tengo que priorizar lo más urgente.
Límites individuales
En un trabajo que haces solo, estás destinado a que tu límite sea el cansancio. Lo que hacemos a través de los medios y las redes sociales es tomar casos de personas que han sido avasallados básicamente en cuestiones de salud (no es un acto de filantropía, sino poner una lupa sobre esos casos). Eso lo permite el que seas un personaje un poco más visible. Acabamos de hacer una coperacha para las prótesis de un compa, y lo logramos en menos de una semana. Eso te dice que eres un personaje visible, con cierto capital moral, que puede hacer este tipo de cosas.
A mí me ha ido bien en términos de mi beligerancia, ya no soy el virulento de los 20 años. He aprendido a matizar, pero sobre todo se requiere valor y asumir que las cosas que uno dice pueden o no gustar, y yo estoy en ese limbo de una cultura y otra.
Puedo asegurar que a muchos compas indígenas no les gusta mi trabajo, y también a compas no indígenas, porque no voy por la vida de humildito en términos de cómo se entiende. Yo sé que mi trabajo vale y lo hago valer.
Escribir en alemán
Lo siguiente es concretar el proyecto Arreola + Carballo. A la par que hacemos el disco, queremos hacer un documental. Muchas de las letras tienen un contenido social importante y queremos buscar el lugar o el movimiento social que corresponde a cada una, y dar un concierto en ese lugar, para también dotar de congruencia lo dicho.
Estoy escribiendo un nuevo libro, haciendo multicosas con un cineasta reconocido, se estrenó la nueva temporada de De Raíz Luna, y viene la editorial Amoch libros, donde vamos a editar a varios y varias poetas. La premisa es que el escritor sea indígena, no importa que escriba en su lengua o no. De preferencia sí, pero también me parece importante que un indígena diga, quiero escribir mi siguiente libro en alemán. Son cosas que hay que revolucionar, cómo somos, quiénes somos, cómo nos entendemos, cómo son los pueblos indios, cómo no son los pueblos indios, qué queremos que sean, por qué queremos que sean así, por qué los indios no quieren ser así, qué queremos conservar, qué no queremos, también en lo individual. Claro que está el fenómeno colectivo, porque no hubiéramos sobrevivido todos estos años ante el acoso de un país racista y discriminatorio, pero también si hay un compa que dice a mí me vale, pues hazlo mano.
Publicado el 02 de septiembre de 2013