Unión Hidalgo, Oaxaca. En un espacio de 15 por 20 metros florece la milpa. Desde hace una década, Alberto de la Cruz, de 75 años, y Manuel Rodríguez, de 60, siembran maíz zapalote chico “como un acto de resistencia”, debido a que en esta comunidad zapoteca ya son pocas las personas que realizan esta actividad agrícola.
“Llevamos diez años cosechando maíz, calabaza, chile, frijol, hacemos milpa, y lo más sorprendente es que lo hacemos en un pequeño espacio. Hacemos compañía, como se dice: yo pongo la yunta de bueyes, y Ta Alberto el terreno, y todo es de forma tradicional”, explica Manuel Rodríguez.
Sin importar el intenso sol de la mañana, con su yunta de bueyes Manuel camina entre los surcos de la siembra para arrimar la tierra. Alberto le sigue los pasos para mover el arado de madera. Todo el proceso lo hacen de forma manual y con sus propios ingresos. En septiembre, la tierra dará elotes y lo compartirán con su familia y vecinos.
El maíz zapalote chico es endémico de esta zona de Oaxaca, por lo que sembrarlo es mantenerlo vivo como parte de la soberanía alimentaria que en muchas partes del país se ha extinguido.
Arrimar la tierra ayuda a que la planta no se doble y le lleguen los nutrientes al maíz “para que dé bonito”, explica Manuel, quien agradece a Alberto la oportunidad de que juntos trabajen la tierra para un beneficio colectivo.
“A mí me gusta sembrar y cosechar elotes, porque al comerlo siento que estoy colaborando con la vida, con la naturaleza y con mi familia, que son mis sobrinos y mis hermanos”, explica Manuel con su sombrero de palma para cubrirse del sol intenso.
Unión Hidalgo es un municipio zapoteca ubicado en el Istmo de Tehuantepec en el que viven 20 mil personas, y aunque anteriormente el campo y la ganadería eran la actividad principal de sobrevivencia, hoy en día muchos de sus a habitantes emigran para trabajar en las plataformas de Campeche, refinerías y otras partes de la República Mexicana, e inclusive en Estados Unidos.
El terreno no es de sistema riego, la esperanza es la lluvia, sin embargo los años de experiencia de Alberto en el campo –que son más de medio siglo– logran una cosecha exitosa.
“Acá estamos esperanzados en la lluvia, pero por fortuna acumulamos también el agua cuando cae y así regamos nuestra milpa. Es impresionante cómo la madre naturaleza da, crecen los elotes y después los cortamos para elaborar atole y tamales”, cuenta.
Alberto es soltero y aprendió del campo a los diez años, cuando acompañaba a sus tíos. Posteriormente trabajó durante 30 años como ayudante en un rancho y desde hace una década siembra en su propio espacio, que aunque es pequeño, lo valora.
“Me la paso casi todo el día acá, limpio el espacio de arbustos, el campo es mi vida, me gusta convivir con las plantas y cuando dan frutos compartirlos. Ojalá todos hiciéramos lo mismo, la vida sería diferente”, dice el hombre.
El sembradío de maíz se ubica cerca del Río Espíritu Santo, espacio al que Alberto también ha contribuido a la limpieza y cuidado.
“La gente cuando me ve piensa que porque soy viejo ya no tengo fuerzas, pero al contrario. Ellos deberían sembrar también, no importa el tamaño del espacio, lo importante es no dejar de cultivar nuestro maíz, que es nuestra identidad”, recalcó.
Llega el medio día y la yunta de bueyes se detiene, han cumplido su misión. Manuel las guarda, mientras que Alberto bebe un sorbo de agua, se coloca bien su sombrero y recoge su pala y pico. Volverá en la tarde, para recorrer nuevamente los zurcos, limpiar la maleza, y así todos los días hasta que el 15 de septiembre realicen el corte de elote y en su familia preparen atole y tamales.