Mala alimentación, peligro mundial (La Jornada,28 de febrero de 2012)

Economist Intelligence Unit

 

Roma y Sao Paulo. En Eldorado, una de las favelas más pobres y de nombre más engañoso en Brasil, niños de ocho años juegan futbol en un trozo de terreno que antes era conocido por las bandas de narcotraficantes y el hambre. Aunque su aspecto es saludable, no refleja la realidad. Terminado el juego, se reúnen en torno a un costal de plátanos, junto al pavimento.

“En la escuela les dan una comida completa a estos chicos cada día –explica Jonathan Hannay, secretario general de la Fundación Niños en Riesgo–, pero en las vacaciones vienen acá en ayunas, así que les damos plátanos: son llenadores, baratos, y estimulan el cerebro.”

La desnutrición solía estar muy extendida en Eldorado, pero nadie la veía. Hoy ha disminuido y, sobre todo, ya no está oculta. Como se ha vuelto visible, la gente hace algo al respecto.

Si los niños de Eldorado comen mejor hoy día, se lo deben en parte a José Graziano da Silva, quien encabezó la campaña oficial Hambre Cero, que ayudó reducir en más de 33 por ciento el hambre en el país más grande de América Latina. Ahora quiere aplicar en un ámbito extenso las lecciones aprendidas: recientemente asumió la titularidad de la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO). Y tiene mejores probabilidades de éxito que sus antecesores, pues su nombramiento coincide con un viraje en la forma en que el mundo aborda el combate al hambre.

Gobiernos de varios países prestan hoy más atención a la nutrición. En 2010, donadores, asociaciones filantrópicas y empresas trazaron una nueva guía de políticas conocida como SUN (por las siglas en inglés de mejorar la nutrición). El Banco Mundial se ha sumado con un libro en el que llama a reubicar la nutrición como aspecto esencial del desarrollo.

El organismo internacional Save the Children habla de galvanizar a los dirigentes políticos en apoyo al esfuerzo. En el fondo de todo esto existe un cambio de ideas sobre la mejor forma de mejorar la nutrición, con menos énfasis en proporcionar alimentos y calorías adicionales y más en suministrar micronutrientes como hierro y vitaminas.

En las décadas de 1960 y 1970, poner fin al hambre y la desnutrición parecía relativamente fácil: se sembraba más. Si la cosecha fallaba, los países ricos enviaban comida. Pero la hambruna de 1984 en Etiopía mostró las fallas de ese sistema: fue un desastre de proporciones bíblicas en un país que disponía de alimentos. Fue un recordatorio de lo que el economista indio Amartya Sen había advertido durante mucho tiempo: que lo importante no es la oferta global de alimentos, sino el acceso individual a ellos.

Así pues, en la década de 1990 y principios de la de 2000 el énfasis cambió hacia ayudar a la gente a obtener comida, lo cual significaba reducir la pobreza y hacer más eficientes los mercados agrícolas. Entre 1990 y 2005 el número de personas que vivían con menos de un dólar al día en países pobres (paridad de poder de compra en 2005) se redujo un tercio, a 879 millones, o de 24.9 a 18.6% de la población mundial.

Sin embargo, el alza de precios de los alimentos en 2007-08 mostró que también ese enfoque tenía limitaciones. Los precios de muchos cultivos emblemáticos se duplicaron en un año. Millones padecieron hambre; el mundo sigue sin saber combatirla. Los expertos debaten cuántas personas fueron afectadas, pero el número debe de estar apenas por debajo de mil millones de 1990 a la fecha.

Aun cuando haya comida suficiente, las personas no parecen más saludables. Además de los mil millones sin calorías suficientes, otros mil millones están desnutridos en el sentido de que les faltan micronutrientes (lo que a menudo se llama hambre oculta). Y mil millones más lo están en cuanto comen demasiado y son obesos. Es un registro condenable: de una población mundial de 7 mil millones, 3 mil millones comen muy poco, muy mal o en demasía.

La mala nutrición atrae la atención ahora porque sólo recientemente se ha entendido a cabalidad el daño que causa. La miseria de la falta de calorías –vientres hinchados, miembros atrofiados, el letargo de la hambruna– es muy fácil de detectar, al igual que los desastrosos efectos de la obesidad. En contraste, los perjuicios de la nutrición inadecuada son velados, pero no menos escalofriantes.

Más de 160 millones de niños en países en desarrollo carecen de vitamina A; un millón mueren por debilidad del sistema inmune y cada año 500 mil se quedan ciegos. La deficiencia de hierro causa anemia, que afecta casi a la mitad de los niños en países en desarrollo y a más de 500 millones de mujeres, de las cuales más de 60 mil perecen cada año en el curso del embarazo. La deficiencia de yodo –que se cura con facilidad añadiéndolo a la sal– provoca que cada año 18 millones de bebés nazcan con discapacidad mental.

La desnutrición está asociada con más de un tercio de las muertes de niños y es el factor de riesgo más importante en muchas enfermedades (ver tabla). Uno de cada tres niños en el mundo está bajo de peso o de talla, síntomas clásicos de la desnutrición.

El daño que la desnutrición causa en los primeros mil días de vida es irreversible. Según una investigación publicada en la revista médica británica The Lancet, los niños desnutridos tienen menos probabilidades (en igualdad de circunstancias) de ir a la escuela y permanecer en ella, y más de tener dificultades académicas. En el curso de su vida ganan menos que sus pares mejor alimentados, tienen cónyuges más pobres y mueren más pronto.

Resulta paradójico que la desnutrición también llegue a causar obesidad en edades avanzadas. En el vientre materno y durante los primeros dos años, el cuerpo se ajusta a una dieta deficiente almacenando lo que puede en forma de grasa (como reserva de energía). Jamás pierde el metabolismo adquirido. Esto explica las astronómicas tasas de obesidad en países que han pasado de ser pobres a de ingreso medio. En México, por ejemplo, la obesidad era casi desconocida en 1980; ahora 30% de los adultos mexicanos son clínicamente obesos y 70% están pasados de peso. Esas tasas figuran entre las más altas del mundo, casi tan malas como en EU. India padece una epidemia de obesidad en las ciudades, pues la población ingiere hoy día más alimentos procesados y adopta estilos más sedentarios. Y con la obesidad llegarán nuevos padecimientos, como la diabetes y los males del corazón… como si India no tuviera ya suficientes enfermedades de que preocuparse.

La nutrición también atrae la atención a causa de algunos fracasos desconcertantes. En algunos países grandes, de manera notable India y Egipto, es mucho más elevada de lo que inducirían a suponer el crecimiento económico o las mejoras en la agricultura. El ingreso per cápita en India creció más de cuatro veces entre 1990 y 2010; sin embargo, la proporción de niños bajos de peso sólo se redujo en un 25%.

En contraste, aunque Bangladesh tiene la mitad de la riqueza de India y su ingreso per cápita se elevó más de tres veces en el mismo periodo, su proporción de niños bajos de peso se redujo en una tercera parte y ahora está por debajo de la de India. En Egipto el valor agregado agrícola por persona subió más de 20% en 1990-2007, pese a lo cual se elevaron tanto la desnutrición como la obesidad, combinación extremadamente inusitada.

La buena noticia es que invertir en mejorar la nutrición puede ser asombrosamente redituable. Solucionar las deficiencias de micronutrientes es barato: los suplementos vitamínicos cuestan casi nada y rinden beneficios de por vida. Cada dólar erogado en promover el amamantamiento en los hospitales produce ganancias de entre 5 y 67 dólares. Y cada dólar empleado en dar hierro suplementario a las embarazadas genera entre 6 y 14 dólares. Ningún otro gasto en políticas de desarrollo ofrece tan buenos rendimientos.

En 2008, como parte de un proyecto llamado consenso de Copenhague, ocho economistas galardonados enlistaron los proyectos que en su opinión tendrían mayores beneficios (disponían de un fondo imaginario de 75 mil mdd para gastar). La mitad de sus propuestas se referían a la nutrición.

Si la desnutrición causa tanto daño y las acciones para combatirla son baratas y efectivas, ¿por qué apenas ahora se toma en serio esta aflicción? Algunos países la han enfrentado con éxito. Brasil redujo en 0.7% al año el número de personas bajas de peso entre 1986 y 1996, y el de las bajas de talla en 1.9% al año. Bangladesh redujo ambas tasas en 2% al año entre 1994 y 2005.

Pero en muchos países el problema del hambre oculta está escondido hasta para las propias víctimas, así que no hay presión para cambiar. Si en un poblado todos están mal nutridos, la alimentación deficiente se vuelve la norma y todos la aceptan. Eso puede explicar también la renuencia de personas pobres y mal alimentadas a gastar más en comida, pues prefieren comprar televisores o realizar bodas fastuosas. Al preguntar por sus preferencias de gasto, un agricultor marroquí mal nutrido dijo a Abhijit Banerjee y Esther Duflo, del grupo de estudio Laboratorio de Acción sobre la Pobreza: Ah, pero la televisión es más importante que la comida.

La educación puede contribuir al cambio de actitudes persuadiendo a las personas de los beneficios de mejorar la dieta, aunque cueste más. Pero pobladores de países ricos consumen grandes cantidades de comida chatarra sabiendo perfectamente que es nociva; no es realista esperar que los consumidores de países pobres se comporten de otro modo. De ahí la idea de hacer el bien de modo subrepticio.

HarvestPlus, un grupo de investigación, cultiva productos emblemáticos con nutrientes adicionales y distribuye estas semillas bioforticadas. En Nigeria lanzó una variedad de melón rica en vitamina A en 2011; este año llevará maíz enriquecido con vitamina A a Zambia, y frijoles y mijo ricos en hierro a Ruanda e India. Algunas compañías hacen algo similar con los alimentos procesados: las galletas Biskuat, de Kraft (que se venden en Indonesia) tienen nueve vitaminas y seis minerales adicionados.

Con todo, ni la educación ni los alimentos fortificados derribarán el obstáculo más formidable para una mejor nutrición, que es la complejidad misma de la tarea. Algunos problemas del desarrollo son relativamente simples. Se puede mejorar la educación construyendo escuelas y contratando maestros; la nutrición no es igual.

En muchos países los estándares nutricionales varían según la estación. A menudo tanto la cantidad como la calidad del alimento disminuyen en forma alarmante en los meses previos a la cosecha principal. También dentro de los hogares varía la nutrición: las madres comen menos en los tiempos de vacas flacas para dejar más para los hijos mayores, lo cual daña al lactante. La cultura se añade al problema: en el Bangladesh rural un intento de mejorar la nutrición educando a las madres jóvenes resultó contraproducente, porque quienes dictaban la dieta familiar no eran las mamás, sino las suegras.

Y la nutrición se puede mejorar de muchas formas, entre ellas una mejor sanidad, que reduce las enfermedades intestinales y permite a las personas absorber más nutrientes; invertir en la agricultura en pequeña escala, para dar más variedad a la dieta; vacunar a los niños para prevenir enfermedades; educar a las mujeres para que amamanten más tiempo a sus hijos y así mejoren su sistema inmune.

Marie Ruel, del Instituto Internacional de Investigación sobre Política Alimentaria, en Washington, enumera algunas tareas concretas: enfocarse en los primeros mil días de vida (incluido el embarazo), aumentar los programas de salud materna y la enseñanza de buenas prácticas de alimentación; concentrarse en los pobres; evaluar y dar seguimiento al problema.

Todo esto implica que un esfuerzo exitoso por mejorar la nutrición tiene que oprimir todos los botones al mismo tiempo.

El proyecto Hambre Cero de Brasil consta de 90 programas separados, manejados por 19 ministerios. Abarca desde un esquema de transferencia condicionada de recursos, llamado Bolsa Familia, hasta proyectos de riego y ayuda a los pequeños agricultores. Semejante esfuerzo es difícil de organizar y no puede funcionar sin apoyo de los políticos. Reducir la mala nutrición requiere de paladines poderosos que sepan cómo lograr resultados a todo lo ancho del aparato gubernamental, evitar el lenguaje grandilocuente y terminar la historia, expresa Lawrence Haddad, director del Instituto de Estudios del Desarrollo.

De ahí la importancia de Graziano, el nuevo jefe de la FAO. El interés por mejorar la nutrición es cada vez mayor, al igual que la alarma ante los fracasos sufridos hasta ahora en el combate a la mala nutrición. No le resultará fácil cortejar a los países para emprender un esfuerzo grande, de base amplia. Los gobiernos son renuentes al cambio y quieren pruebas claras.

Y así como el daño de la mala nutrición se acumula en el curso de la vida, también una mejor nutrición sólo revela sus beneficios a lo largo de muchos años, a medida que madres mejor alimentadas transmiten buena salud a niños mejor alimentados.

En una reciente conferencia de la FAO, se escuchó a alguien comentar que en este momento los nutricionistas están en una posición similar a los de los ambientalistas en la década de 1990. Es algo deprimente, porque significa que el avance será lento; pero es alentador, porque el avance llegará, a final de cuentas.

Fuente: EIU

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