La pandemia ha ocasionado que las madres de familia estén sometidas a múltiples jornadas que no sólo tienen que ver con los cuidados de la vida y el trabajo productivo. A partir de la pandemia, se sumaron la educación formalizada de hijas e hijos y, en algunos casos, el cuidado de personas enfermas de COVID-19, lo cual ha ocasionado desgaste ocupacional y distintas afectaciones en la salud mental, señaló la Dra. Ana Paola Sáenz, académica del Departamento de Psicología.
La especialista explicó que la noción de doble jornada se refiere a que a las mujeres, por cuestión de rol de género, tienen asignados los cuidados de la vida, es decir, la crianza de menores, su educación, el mantenimiento de la casa, las relaciones sociales de las familias y hasta la organización social. Son trabajos no pagados, antes conocidos como domésticos, pero que van más allá de mantener limpio un hogar.
La responsable del Programa de Tutorías del Departamento de Psicología recordó que un gran porcentaje de las mujeres de todas las clases sociales salieron al mundo productivo y empezaron a tener trabajo en empresas, escuelas, hospitales o comercios. En ese momento, ‘aparecieron’ las dobles jornadas, pues el hecho de que las mujeres se incorporaran al mercado laboral no quitó que continuaran con el resto de los cuidados.
“Con la pandemia se habla de una jornada más porque se incrementan los trabajos de cuidados, de producción, de educación formalizada para quienes son madres, principales coadyuvantes en este momento de las y los docentes con las clases a distancia”, dijo la especialista.
Añadió que, en este contexto, se han sometido a largas jornadas de cuidados, sobre todo cuando un familiar o ellas mismas enferman de COVID, pues la higiene necesaria y las atenciones del paciente, así como procurar el cubrebocas, el gel antibacterial y la limpieza de áreas y productos casi siempre recae en las mujeres.
En ese sentido, la psicóloga también habló sobre la carga mental que padecen las madres para organizar la dinámica de pareja y familiar, y la coordinación para que todo “pueda funcionar”: desde preparar la comida del día, ir al súper, a la lavandería, recordar los deberes, entre otras actividades, lo que se conoce como el trabajo invisible.
“Los hombres que empiezan a colaborar más en el hogar usualmente siguen dejando la carga mental en sus parejas. Lo que deben hacer es no esperar a que les pidan las cosas, aprender sobre las distintas labores y hablar sobre la organización de los quehaceres”.
Asimismo, recomendó evaluar cómo se está repartiendo la carga de cuidados y promover espacios de ocio para ellas, pues una vez que se terminó una tarea, si queda espacio para el descanso no suele ser para la mujer.
“Cuando una mujer entra en tensión entre su trabajo, la crianza, su relación, su educación y ser cuidadora; su energía, su mente y cuerpo están siendo requeridos en diferentes direcciones. La mayoría de las resoluciones van sobre una reorganización de las tareas del hogar (que no siempre pasa), la enfermedad de la mujer, física o mental por el desgaste, o su renuncia a realizaciones personales como el trabajo o estudiar un posgrado”, explicó la académica.
Para la especialista, lo ideal es, en pareja, apostar por una reorganización de las tareas del hogar, así como reflexionar y cuestionarse sobre los efectos de esta dinámica, en la que los roles, tareas y funciones están más cargadas hacia la mujer, y el impacto en su salud mental. “Si hay cariño y respeto, esto tendría que moverse un poco; mirar cómo le está afectando a la pareja, así como a la relación y dinámica del hogar”.
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