Leonardo Padura es un hombre muy de su barrio, Mantilla, y nunca se ha movido de lugar. Aún tiene su hogar ahí, al sur de La Habana, en la misma casa donde sus amigos de infancia tocaban a la puerta para invitarlo a jugar pelota —“como le decimos los cubanos al beisbol”—, sólo que ahora habita un departamento construido justo arriba de donde hace décadas vivía con sus padres y su hermano.
Parte de su reticencia a mudarse a un vecindario más lujoso responde a la nostalgia que le provocaría alejarse de esas calles tan ligadas al recuerdo y a su deseo de evitar los bullicios, aglomeraciones y los ruidos del centro habanero, es decir, de eludir esos pequeños estallidos de caos tan frecuentes en la Ciudad de México. Quizá ello nos dé una pista de por qué el novelista dejó pasar 19 años sin visitarnos hasta ahora, que la UNAM le concedió un doctorado honoris causa.
No obstante, si se le pregunta sobre el porqué de esta larga ausencia, el novelista dirá que se debe a que no le sientan bien los dos mil 200 metros de altura de nuestra capital. “Sólo me atrevía a subir hasta los mil 500 y no me arriesgaba a más. Para venir ideé un recorrido por tierra desde Guadalajara para así ir ascendiendo, escalón por escalón, a fin de resistir y llegar aquí”.
Esta travesía hizo posible que el escritor se reuniera con cientos de estudiantes en la Sala Miguel Covarrubias del Centro Cultural Universitario para intercambiar anécdotas, firmar libros, explicar por qué para él La Habana es la ciudad de las palabras y, sobre todo, señalar los múltiples puentes que unen a Cuba con México.
“Desde el siglo XIX, ustedes acogieron al poeta José María Heredia, el primer cubano con conciencia de su ciudadanía, y han repetido esta hospitalidad con otros personajes. Además, en términos políticos han sabido mantenerse de nuestro lado pese a las diferencias ideológicas. La nuestra es una relación armónica pues, más allá de las coyunturas, nos ligan espiritualidades afines”.
Y sin embargo, el isleño no dejó pasar la oportunidad de recordarnos que México también le debe mucho a Cuba y, en particular, dos cosas: canciones de bolero y el beisbol.
“No nos los agradecen —los mexicanos son malagradecidos, bromeó—, pero el juego de pelota no se los enseñaron los estadounidenses, fuimos nosotros a partir de la relación tan intensa que había entre Veracruz, Yucatán y La Habana, y junto con el deporte también les trajimos este género musical”.
Por todo esto, Padura asegura que ambas naciones comparten una educación sentimental cimentada en versos melancólicos y acordes de piano y guitarra y, por lo mismo, considera natural que los mexicanos hayan aprendido que, al no saber cómo decir algo de mejor manera, al igual que los cubanos simplemente citen una de estas canciones. Eso es un poco como si México le dijera a Cuba: “tú me acostumbraste”, aunque ello también suene a letra de bolero.
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