Aquella noche, un biólogo encontró una tlacuacha (Didelphis virginiana) o zarigüeya tendida sobre el asfalto. Murió atropellada en una carretera de Tabasco, al sureste de México. Al bajar de su vehículo vio que no estaba sola: varias crías pequeñas y vivas habían caído de su lomo, en donde ese marsupial las transportaba.
“Ese colega biólogo me mandó un mensaje con mucha pena, porque pasaban las once de la noche, y me preguntó qué debía hacer”, narra Coral Pacheco, veterinaria y manejadora de vida silvestre, especialista en ecología de carreteras. La recomendación fue meterlos en una caja, cubrirlos con un trapo y cuidarlos mientras amanecía, para llevarlos con Alba Rodas Martínez, otra colega veterinaria que, sin esperarlo, enfocó una parte de su trabajo investigativo a evaluar el proceso de desarrollo de crías de tlacuaches huérfanos.
“Me manda una foto de la caja con todos los tlacuachitos chiquitos, pero bien formaditos, ya para andar en el lomo de su madre. Con este colega, que se dedica a la botánica, he hablado mucho de los impactos de las carreteras. En otro momento, él simplemente hubiera pasado, ve un animal muerto atropellado y ya. Pero ha sido tanto el trabajo de sensibilización, que se paró, los levantó y los llevó a ver quién los podía cuidar”, narra Pacheco, integrante del Laboratorio de Ecología del Paisaje y Cambio Global de la División Académica de Ciencias Biológicas de la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco (UJAT).
En Tabasco, la familia Didelphidae —a la que pertenecen las especies de tlacuaches que se distribuyen en México— tiene las especies que más sufren atropellamientos en las carreteras. Coral Pacheco y el biólogo Juan de Dios Valdez-Leal, también integrante del mismo laboratorio, lo demostraron con un registro de 244 tlacuaches atropellados durante un periodo de dos años de muestreo en ese estado del sureste de México.
“Los años fueron 2015 y 2016. Actualmente hacemos recorridos y el mamífero más atropellado en los estudios, en comparación con otros, sigue siendo el tlacuache. Así que podemos decir que sí se ha mantenido”, apunta la especialista en ecología de carreteras. “Cada cinco kilómetros vas a encontrar un tlacuache atropellado. Eso es bastante alto. Tanto de Didelphis virginiana como de Didelphis marsupialis, perdemos un tlacuache por cada cinco kilómetros. De la otra especie que hemos registrado, Philander opossum, nos encontramos con uno muerto cada 10 kilómetros; eso a la larga, afecta muchísimo”, asevera Pacheco.
Estos eventos, sin embargo, no siempre se deben al exceso de velocidad. Para especialistas como Pacheco, los tlacuaches también son arrollados a propósito solamente por ser considerados “feos” o poco carismáticos.
Esa podría ser la raíz del problema. Los tlacuaches son mamíferos marsupiales poco estudiados y a veces confundidos con roedores. El desconocimiento, precisamente, ha llevado a que tres de estas especies estén bajo alguna categoría de amenaza en México.
Son atacados por personas que desconfían, les temen o que los ven como enemigos de sus criaderos de gallinas, pero también son depredados por perros y gatos. Además, la expansión de la frontera agropecuaria y el crecimiento de las ciudades han reducido su hábitat.
Por ello, en Tabasco, diversos equipos de especialistas y estudiantes universitarios —en colaboración con investigadores de otras universidades mexicanas— se han volcado a estudiar a los tlacuaches desde varios ángulos y así generar información nueva para estas especies y alertar sobre las amenazas que enfrentan.
Evaluar el impacto de las carreteras de Tabasco sobre estas poblaciones de mamíferos, identificar algunos parámetros fisiológicos que contribuyan a entender cómo los tlacuaches enfrentan los retos de ambientes con distinto grado de perturbación, estudiar el uso de lugares para refugiarse y comer, documentar el grado de afectación que pueden generar los perros y gatos como depredadores de estas especies, así como la cercanía con los humanos, son algunas de las investigaciones en curso y que ya muestran algunos resultados.
¿Cómo son los tlacuaches?
Estos marsupiales pueden ser de naturaleza arborícola, acuática y terrestre. Según la Norma Oficial Mexicana 059 —que enlista a las especies amenazadas en el país— dos de ellos están Amenazados: el tlacuache arborícola, lanudo o dorado (Caluromys derbianus) y el tlacuache cuatro ojos café (Metachirus nudicaudatus), mientras que el tlacuache acuático (Chironectes minimus) está en Peligro de extinción.
El tlacuache norteño (Didelphis virginiana), que es el más común en los entornos urbanos, no se encuentra en ninguna categoría de riesgo. En el artículo “Tlacuaches y basura cero en Ciudad Universitaria”, publicado en la Revista Digital Universitaria de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), los investigadores Yolanda Hortelano Moncada, Sandra Pérez-Lara, Fernando A. Cervantes y Guillermo Gil-Alarcón señalan que la distribución de estos mamíferos es muy amplia y va desde el suroeste de Canadá, una parte de Estados Unidos y una gran parte del territorio mexicano, hasta el norte de Costa Rica.
En su artículo, los investigadores de la UNAM agregaron que Didelphis virginiana es una especie de talla mediana, casi como un gato doméstico, pero con un cuerpo más robusto. En su edad adulta puede pesar casi seis kilos. Su pelaje termina en puntas blancas, tiene orejas desnudas y negras, con anillos oculares del mismo color. Su cola larga —con una base peluda y el resto desnuda— es prensil y puede soportar el peso de su cuerpo, característica que le permite sujetarse y colgarse de las ramas de los árboles por un período corto.
“Los tlacuaches, en general, son un grupo muy diverso de mamíferos y no sólo están en México, sino en el continente americano, en donde se estiman un poco más de 100 especies diferentes y reconocidas. Contrasta con el continente australiano, en donde hay más de 230 especies”, explica Alba Rodas, médico veterinaria especializada en fisiología animal y corresponsable del Laboratorio de Ecología y Fisiología de Mamíferos (LEFM) de la División Académica de Ciencias Biológicas de la UJAT.
Sin embargo, agrega Rodas, a partir de una serie de estudios moleculares que datan de los últimos 15 años, especialistas han llegado a la conclusión de que podría haber entre nueve y 12 especies distintas de tlacuaches en México.
“En México les llamamos tlacuaches o zarigüeyas. También son conocidos como metaterios o marsupiales y esto está asociado a la presencia de un saco o bolsa de piel en las hembras en la mayoría de las especies”, describe Rodas.
Su alimentación es muy variada. Comen insectos, lagartijas, pequeños mamíferos, frutos, semillas, huevos e incluso desechos orgánicos cuando llegan a habitar en los entornos urbanos. Esto los ha vuelto individuos generalistas y, en muchas ocasiones, adaptables a los contextos que se les presenten. Su periodo de gestación es muy corto. En el caso de Didelphis virginiana, se habla de ocho a 12 días dentro del útero y pueden tener hasta una docena de crías. Cuando nacen, son prácticamente embriones que se terminan de desarrollar dentro del marsupio de la madre, para luego dar paso a una lactancia que puede durar entre dos y tres meses, todavía en el interior de esa bolsa que protege a las crías y a las glándulas mamarias.
“Es un conjunto de especies que están muy cerca de nosotros, que suelen ser rechazados —y eso lo comparten con los murciélagos—. Sin embargo, aquí están, aparentemente tolerando muchas cosas. Esa fue la parte que más nos interesó respecto como tema de estudio: ¿que tienen estos animales que los hace exitosos para vivir en las ciudades?”, dice Rafael Ávila Flores, biólogo dedicado al estudio de mamíferos urbanos y también corresponsable del LEFM de la División Académica de Ciencias Biológicas de la UJAT.
La salud de los tlacuaches
Alba Rodas recibió a las crías de tlacuache en la cajita donde habían pasado la noche. El colega botánico que las había encontrado en la carretera, le entregó ocho crías que ni siquiera habían abierto los ojos. Luego de recibir la autorización de la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa), el LEFM obtuvo la custodia temporal de las crías, con el objetivo de generar información sobre su desarrollo en cautiverio.
“Fueron quizás las más inmaduras que hemos recibido. Las alimentamos con fórmula láctea que se recomienda en la literatura, cuidamos su temperatura corporal, pero fue complicado. Lamentablemente la mayoría de ellas no sobrevivió. Las crías de madres atropelladas también pueden recibir parte del impacto y esta condición se suma a los retos que deben superar para sobrevivir”, describe Rodas. Las crías de menor peso empezaron a morir al principio, una tras otra. De las ocho, sólo sobrevivió una hembra. En el laboratorio, los estudiantes la nombraron Esperanza.
“Todos estábamos muy tristes. Afortunadamente, Esperanza lo logró. Era una tlacuachita que se desarrolló muy bien, llegó a su peso —creo que la liberamos con poco más de 500 gramos—, pero fue bastante complicada la experiencia con la camada. Estaban tan pequeñitas que recibieron cuidados intensivos por parte de varios integrantes del laboratorio, hicimos un gran esfuerzo y fue triste que se muriera la gran mayoría. Pero Esperanza justo nos regresó esa energía que necesitábamos”, narra Rodas.
Aunque aún no existe evidencia concreta de que los atropellamientos de las hembras adultas sean la principal causa de orfandad en tlacuaches, la frecuencia con la que ocurren estos eventos sugiere que el impacto es significativo. Para tener una visión más integral de los retos que enfrentan estas especies, en el LEFM se realizan estudios para evaluar el efecto de la depredación por perros que también causan muertes en estos animales, dejando huérfanas a sus crías.
Estos no son los únicos proyectos en desarrollo. En el laboratorio, tanto los investigadores responsables del área como sus estudiantes, han desarrollado varias líneas de investigación que siguen en curso para descifrar a estos marsupiales y que, poco a poco, van mostrando avances.
Por ejemplo, para entender las respuestas fisiológicas de los tlacuaches a los cambios ambientales ocasionados por el ser humano, los miembros del LEFM recurrieron al análisis de muestras sanguíneas. En una primera etapa, el biólogo Rafael León y la pasante en biología Moncerrat Garrido desarrollaron sus proyectos de licenciatura —en colaboración con el médico veterinario Osvaldo López, profesor de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM-Xochimilco)— con el fin de describir las células sanguíneas de Didelphis virginiana, Didelphis marsupialis y Philander opossum, que son los tlacuaches más comunes en áreas perturbadas.
La hematología en fauna silvestre enfrenta grandes retos, dicen los académicos del LEFM, pues se han realizado estudios en la mayor parte de los grupos de mamíferos, pero son muy limitados en los marsupiales. Por ello, en una segunda etapa, desarrollada en colaboración con el médico veterinario Luis Núñez de la Facultad de Medicina Veterinaria de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la también veterinaria Araceli Mejía utilizó a las células sanguíneas como un indicador fisiológico de estrés.
Posteriormente, se evaluaron parásitos en heces en Didelphis marsupialis y Philander opossum. Este proyecto es desarrollado por el pasante en biología Francisco Izquierdo, bajo la dirección de la médica veterinaria Claudia Muñoz, de la UAM-Xochimilco y los profesores responsables del LEFM. Hasta la fecha, se han identificado 11 taxones de parásitos —tres protozoarios y 11 helmintos— para las dos especies. La importancia de estudiar las asociaciones entre los tlacuaches y sus parásitos radica en conocer su rol en los ecosistemas, las implicaciones en la salud pública y la prevención de enfermedades.
Para este estudio, se capturaron 32 tlacuaches de las dos especies. Sin embargo, Rodas considera que el número es pequeño, en comparación con lo que se podría lograr si se unieran más científicos de otras regiones. “Va a ser una labor hormiga, porque ninguno de nosotros, por sí solo, vamos a obtener la información suficiente para poder discernir entre la salud y la enfermedad, pero creo que vale la pena intentarlo”, afirma Rodas.
“Hablar de salud animal y particularmente de especies silvestres, es todavía complejo. Para poder tener criterios más precisos y así identificar la línea que separa a la salud de la enfermedad, necesitamos tener una gran cantidad de datos base para generar valores de referencia y saber cuándo la condición de un animal entra en ese rango que conocemos como ‘saludable’ y cuándo sale de él”, explica Rodas.
Así realizaron el estudio en la División Académica de Ciencias Biológicas de la UJAT y la estación biológica La Florida en Tacotalpa, Tabasco, en donde capturaron ejemplares machos y hembras adultos empleando trampas Tomahawk. “Tenemos la fortuna de que nuestra propia universidad es un laboratorio; no necesitamos irnos muy lejos porque también nos da esta posibilidad”, afirma Rodas.
Los investigadores colectaron muestras de sangre de cada individuo, para posteriormente liberarlos en su lugar de captura. Esas muestras se llevaron al laboratorio clínico para determinar los valores hematológicos completos, a través de la estadística descriptiva y la comparación de los resultados entre las especies.
“Generalmente, cuando capturamos animales silvestres, obviamente evaluamos la salud de manera muy subjetiva porque sólo vemos el exterior. Realmente no tenemos datos que nos ayuden de manera concluyente a saber si un animal tiene alguna enfermedad en el hígado, problemas metabólicos o algún padecimiento que no notamos a simple vista”. Toda la información recabada y analizada en los proyectos desarrollados por el LEFM —dice la especialista— intentan aportar al conocimiento biológico y, eventualmente, a la toma de decisiones sobre el manejo que requieran las poblaciones silvestres de estos marsupiales.
De igual forma, se han estudiado hormonas como el cortisol en estos marsupiales. Esta línea de investigación se ha desarrollado en colaboración con la doctora Marta Romano, del Departamento de Fisiología del Centro de Investigaciones y Estudios Avanzados (Cinvestav), del Instituto Politécnico Nacional de México (IPN). La medición de la concentración de cortisol en la sangre ha sido ampliamente utilizada en vertebrados como un biomarcador de la perturbación ambiental en respuesta al estrés.
Para esta investigación se colectaron muestras sanguíneas de 104 ejemplares de Didelphis virginiana, D. marsupialis y Philander opossum, con un total de tres muestras seriadas a lo largo del procedimiento. Rodas explica que la especie que está más asociada a los ambientes urbanos, Didelphis virginiana, es precisamente en la que han encontrado cambios en las concentraciones de cortisol que parecen ser compatibles con procesos de habituación. En otras palabras, es probable que esta especie cuente con mecanismos fisiológicos que le permitan enfrentar los retos que implica vivir en las grandes ciudades, a diferencia de las otras dos que ocupan ambientes más naturales.
Rodas detalla que a esta especie se le tomaron “muestras sanguíneas a lo largo de la captura, lo más pronto posible una vez capturado el animal. Luego hacíamos toma de datos morfométricos de cada uno de los ejemplares. Más o menos nos tardamos una media hora. Luego dejábamos descansar a los individuos dentro de su jaula y tomábamos una tercera muestra sanguínea”. La finalidad fue identificar la capacidad de respuesta al estrés en los ejemplares.
“La concentración de hormona que estamos encontrando en esa tercera muestra es menor a la que encontramos en la primera, cuando el animal está alterado por todo el proceso: cae en la trampa, se disparan las hormonas, siguen subiendo mientras estamos trabajando con ellas y, para esta especie particularmente, tiende a decaer la concentración”, describe la científica.
Estos indicios, junto con las respuestas celulares, podrían ser claves para entender por qué algunas de las especies de tlacuaches han logrado adaptarse y vivir en entornos perturbados, como los urbanos.
“Esa fue nuestra pregunta inicial: ¿qué mecanismos ecológicos, biológicos y fisiológicos podrían ayudarnos a entender qué es lo que está pasando? Estas hormonas que están asociadas a ambientes perturbados también afectan el sistema inmune, la reproducción y demás. Si ellos han encontrado mecanismos para controlar este tipo de retos ambientales, probablemente eso ha influido para que persistan, en el caso de las enfermedades y la reproducción”, detalla Rodas.
Rafael Ávila agrega que, tal como ocurre con muchas otras especies de animales que son exitosas en las ciudades, el hecho de que los tlacuaches sean flexibles o generalistas en sus hábitos —incluso con capacidades como escalar muros y refugiarse en ductos de aire acondicionado o en huecos debajo de las banquetas— serían claves para una adaptación exitosa de estos animales.
“La fisiología, la reproducción, la dieta y la locomoción de los tlacuaches son claves para su éxito. En el caso de Didelphis virginiana, hubo un estudio piloto codirigido por el biólogo Mircea Hidalgo, de la misma División Académica de Ciencias Biológicas de la UJAT, que se hizo colocando radios a tlacuaches dentro del campus universitario y nos dimos cuenta de que, durante el día, se refugian en prácticamente cualquier hueco que encuentran: abajo de las banquetas, debajo de losas regadas en medio del bosque o en huecos debajo de los árboles. Esta facilidad de ocupar cualquier refugio es un elemento clave y tuvimos evidencia de que eso ocurre”, explica el ecólogo.
Para el desarrollo de las investigaciones, del 2016 al 2019 se contó con el apoyo de distintas instituciones como la Estación Biológica La Florida en Tacotalpa, Tabasco; la Reserva Ecológica Yumka’ y la 30 Zona Militar en la ciudad de Villahermosa, Tabasco. Además se obtuvieron todos los permisos de colecta científica emitidos por la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat).
Este 2023, las investigaciones siguen en curso y se han sumado nuevos proyectos. El más reciente, que inició este mismo año, se desarrolla con ejemplares de Didelphis virginiana. Los estudiantes Daniel Priego y Paulina Cornelio y los profesores responsables del LEFM buscan aportar conocimiento sobre el desarrollo de las crías huérfanas de esta especie y que necesitan de la asistencia humana para la crianza en cautiverio. “Esperamos aportar datos sobre los cambios morfológicos que se dan en estos ejemplares mientras alcanzan la edad suficiente para poderse independizar y buscar su supervivencia en los espacios naturales”, afirma Rodas.
Los vecinos incomprendidos
A raíz del trabajo de investigación y rescate de tlacuaches, los especialistas decidieron compartir sus hallazgos con la población tabasqueña. Así se abocaron a convocar a diversos eventos y actividades de educación ambiental. Juntos crearon una página informativa en Facebook e, incluso, un colorido mural que los retrata dentro del campus universitario. Todas estas actividades buscan acercar la información científica a la población en general con el propósito de sensibilizar e informar.
Esta pintura, titulada “Vecinos incomprendidos”, describe los vínculos que los humanos mantenemos con los tlacuaches y con los murciélagos, dos grupos de mamíferos que viven muy cerca, pero que suelen ser rechazados por una gran parte de la población. En la parte central del mural, sus autores —José Hernández Valencia, Elías Hernández Valencia y Kevin Cruz Flores— recuerdan que, para diversos pueblos originarios de México, los murciélagos y los tlacuaches eran respetados por su enorme valor mítico y religioso. En la parte baja, se ilustra parte de la diversidad de especies que viven en Tabasco —unas 80 de murciélagos y siete de tlacuaches— con lo que ponen énfasis en los servicios ambientales que ofrecen, como la dispersión de semillas, la polinización y el control de insectos.
“Los hemos considerado como vecinos incomprendidos por la cercanía que tienen estas especies a la población humana, tanto en ambientes urbanos como rurales. Tenemos claro de que no se trata de llegar a los extremos: ni odiarlos ni tampoco amarlos y traerlos colgados de nosotros. Buscamos una convivencia armoniosa. El respeto es suficiente. Son parte de nuestra cultura, existen con nosotros y nos encantaría que eso continúe a lo largo del tiempo. Trabajar en ese ajuste de las percepciones en general, es parte de nuestra labor. Así lo estamos intentando”, concluye Alba Rodas.
* Imagen principal: Individuo juvenil de Didelphis virginiana explora los elementos de enriquecimiento ambiental de su albergue temporal. Foto: Rafael León Madrazo
Publicado originalmente en Mongabay Latam