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Los sismos de 1985 y 2017 relatados en fotografías que van de lo análogo a lo digital

Omar Páramo/Francisco Medina

Pese a tener magnitudes parecidas y compartir la misma hoja de calendario, los temblores del 19 de septiembre de 1985 y de 2017 se vivieron de manera diferente. El primero tomó por sorpresa a unos habitantes de la Ciudad de México recién despertados y los obligó a improvisar; el segundo sorprendió a los capitalinos poco antes de la hora de la comida, pero los halló ya preparados a fuerza de repetir simulacros. Las fotos de ambos eventos muestran dos caras de una moneda y también hablan de qué implicaba ser fotoperiodista en tiempos donde este oficio se ejercía con rollos de 36 tiros y de lo que representa hoy, cuando todo depende del internet y de tarjetas de memoria capaces de almacenar miles de imágenes.

“No importa de qué generación seamos, el aparato que usamos opera igual, sólo que hace 33 años lo hacía con una base química y hoy usa una electromagnética, que es muy similar, aunque en versión mejorada, multiplicada y corregida. No podemos decir que se trate de una herramienta diferente, pues una cámara sólo registra momentos; es el fotógrafo quien hace las fotos”, explica Andrés Garay, profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y quien participa en la muestra Sismos 1985/2017. De los escombros a la esperanza, que puede visitarse en el Museo Memoria y Tolerancia.

“En este lugar donde ahora exponemos antes estaba el Hotel Alameda, que se cayó con todo y sus 18 pisos en 1985. Para ese año yo trabajaba muy cerca de aquí, en el periódico La Jornada, cuando las oficinas estaban en la calle de Balderas número 68, casi esquina con Artículo 123. Hay sitios a los que no dejas de regresar”, añade el también fundador de la Escuela de Fotografía Nacho López.

Dividida en seis salas —en las que además de imágenes se incluyen videos, documentos y testimonios—, la exhibición se propone como un espacio de diálogo entre 24 fotógrafos de dos generaciones y sus posturas en cuanto a cómo lidiar con catástrofes que golpean en lo personal y que, al mismo tiempo, se deben cubrir a nivel profesional.

Tal es el caso de Daniel Ojeda, periodista freelance que, en la tarde del 19 de septiembre de 2017, tras comprobar que su familia estaba a salvo, se lanzó a la calle con su cámara y computadora guardadas en una mochila, y alcanzó a saltarse el cerco tendido por los militares alrededor de la fábrica de Chimalpopoca y Bolívar, en la colonia Obrera, convirtiéndose en el único fotógrafo con acceso al lugar.

“¿Estaba ahí como reportero o como ciudadano? Era inevitable debatirse entre qué hacer, pero al ver la desesperación de la gente y la situación decidí sumarme como voluntario. Ya después, una vez establecido un lazo empático con los otros, tomé algunas fotografías, no todas las que pude, porque para mí era más importante ayudar”.

De las pocas capturas que logró, su favorita es la de un brigadista con playera de tirantes y casco verde, subido en la capota de un camión y rodeado por el halo de un faro, en el acto de levantar sus dos puños en señal de que era momento de guardar silencio, pues con mucha probabilidad había un sobreviviente bajo los escombros.

“Me gusta porque dice mucho de lo que viví y porque es un momento que no hubiera captado si no hubiera estado ahí, formando comunidad con un grupo de extraños que nos fuimos conociendo y que sin proponérnoslos terminamos colaborando para un mismo fin”.

Y 32 años después…

De las imágenes expuestas en De los escombros a la esperanza, una tercera parte pertenece al sismo de 1985 y el porcentaje restante corresponde al temblor de 2017, lo que para Andrés Garay es un indicador de cómo era dedicarse a la fotografía antes y lo que representa hoy. “Del primer evento se tomaron decenas de miles de fotos, a lo mucho cientos de miles; del segundo fueron millones”.

La diferencia entre una época y otra es que hace tres décadas, del total de las instantáneas el 20 por ciento las hacían los profesionales y el 80, aficionados; hoy esa diferencia es de 99 a uno, o quizá más, ya que todo mundo carga con una pequeña cámara en su teléfono móvil. “Sin embargo, eso no ha redituado en una mejora de la calidad, sino al contrario”, añade el profesor universitario. 

“¿A cuántas personas no sacaron de edificios a punto de colapsar simplemente porque se habían metido para tomarse selfis? La tecnología ha avanzado, pero las fotos sintéticas y representativas del terremoto del año pasado son pocas y aún no sabemos con precisión cuáles son. Quizá tengamos idea de ello en un lustro y, una vez hecha la criba necesaria, finalmente sabremos cuáles de ellas se volverán icónicas y pasarán a ilustrar los libros de historia”.

Sobre esta cualidad de la foto como perpetuadora de la memoria, Daniel Ojeda puede decir mucho pues, aunque para 1985 no había nacido, sí creció con las imágenes de una ciudad en ruinas captadas por Marco Antonio Cruz, Pedro Valtierra, Carlos Contreras, Ulises Castellanos y Andrés Garay, todos ellos incluidos en la muestra.

“Este recurso es tan poderoso que ese evento ya formaba parte de mi imaginario, pese a no haberlo vivido.  Lo que no dimensionaba era su magnitud. Mi antecedente era el temblor de poco antes, el del 7 de septiembre. No sospechaba que dos semanas después la alerta sísmica sonaría a las 13:14 y que, en ese instante, comprendería ese miedo que mostraban nuestros padres y abuelos al recordar el 85”.

La cámara, una compañera de trabajo

La Jornada se fundó el 19 de septiembre de 1984 y a Andrés Garay el temblor lo agarró, al igual que a la mayoría de sus compañeros, justo al regresar de la fiesta por el primer aniversario del periódico. “Yo me tomaba mi papel de fotoperiodista muy en serio y dormía con la cámara al lado. Ese jueves, a las 7:17 de la mañana, percibí la sacudida y lo primero que hice fue levantarme y salir a tomar fotos. Ahí comenzó un maratón de dos meses con días laborales que duraban 18 horas. Al ver hacia atrás me siento orgulloso de ello”.

Por su parte, a Daniel Ojeda el terremoto lo sorprendió en casa, frente a la computadora. Debido a que una hora antes había sonado la alerta sísmica como parte del simulacro realizado todos los 19 de septiembre, desestimó el ulular pues pensó que la sirena se había activado de nuevo y por error, hasta que sintió el suelo moverse con fuerza. Y es que, aunque la lógica diga lo contrario, un rayo sí puede caer dos veces en el mismo sitio, como bien escribió Juan Villoro en su poema El puño en alto, al destacar lo improbable de que los dos temblores más devastadores en la historia reciente de la Ciudad de México hayan sido justo el mismo día, pero con 32 años de distancia.

“Como vivo muy cerca de Tlalpan, tomé mi cámara y caminé por la avenida, al lado de oficinistas desalojados de sus escritorios, de taqueros que tienen sus puestos cerca de las salidas del Metro y de personas en pants, porque habían ido al gimnasio. De pronto alguien me dijo que un edificio estaba por colapsar frente a la estación de San Antonio Abad. No empecé a tomar fotos de inmediato porque me pareció agresivo aventarles la lente a sujetos en estado de shock; sin embargo, ahí supe que debía documentar eso, y a la voz de ya”.

En las salas que conforman la exposición Sismos 1985/2017. De los escombros a la esperanza, se exhiben cientos de imágenes de ambos hechos y se contrastan las diferencias entre trabajar de manera análoga o con ayuda de una plataforma digital. 

“En 1985, para que nuestras fotos llegaran al mundo tuvimos que ir al aeropuerto a pedir a pasajeros que no conocíamos que se llevaran nuestros negativos y que, al arribar a su destino, se los entregaran a un mensajero que iba a estar ya en la sala de espera, aguardándolos”, recuerda Andrés Garay. “En 2017, las capturas se subían en el momento a redes como Twitter, Instagram o Facebook. Sólo bastaba escribir el hashtag #19S en cualquiera de estas plataformas para tener acceso a cientos de miles de instantáneas sobre el tema. Eso sí es algo muy diferente”, añade Daniel Ojeda.

Lo que no cambia: la corrupción

Al comparar las imágenes de Garay con las de Ojeda se hace evidente una forma muy diferente de concebir el oficio. Con frecuencia, las del primero revelan haber sido captadas desde un punto en alto y privilegiado, a fin de apresar una escena única que difícilmente podría haber sido capturada por alguien más; en tanto que las del segundo fueron tomadas muy de cerca y a nivel de suelo, y retratan lo que vería cualquier ciudadano en medio de la multitud.

“Cuando Kevin Carter tomó la icónica foto de una niña de Sudán del Sur abatida por el hambre mientras un buitre la observa (Premio Pulitzer en 1994 por Mejor Foto) sólo pensó en congelar ese momento y fue muy criticado, aunque la labor del fotoperiodista es tomar fotos, no ayudar. Hace 33 años yo no fui rescatista y mis compañeros tampoco, pese a lo que publicó recientemente la revista Cuartoscuro, diciendo que en el 85 los fotógrafos dejaron las cámaras para sacar escombros, eso no es cierto. De hecho, tuvimos problemas con la gente por tal motivo y al darse un encontronazo mejor nos retirábamos sin hacer panchos. Debido a eso pudimos seguir adelante y hoy tenemos estos documentos”, dice Garay

La manera de trabajar de Daniel es distinta, él prefiere empatizar con las personas. Fue así como terminó de brigadista en las calles de Bolívar y Chimalpopoca. “Al brincarme el cerco militar me di cuenta de que era el único individuo con una cámara y pensé en aprovechar eso, pero al final opté por ayudar. Esto me fue útil porque al preguntar a los vecinos de la colonia Obrera ¿les puedo tomar una fotografía?, ellos me decían: ‘Has estado aquí tres días, no hay problema, entendemos que esto debe darse a conocer’. Creamos un vínculo, el cual espero me sirva en un futuro próximo para contar cómo llegué ahí y relatar todas las historias ligadas a ese momento”.

Pese a tener posturas opuestas sobre este punto, para ambos es evidente que detrás de ambas catástrofes se aprecia un tufo de corrupción. “Hace 35 años se desplomaron obras construidas por el gobierno en las que se abarataron costos y algunas de ellas tenían pocos años. En 2017, edificios nuevos y recién entregados a sus dueños se derrumbaron por lo mismo. Creíamos que a partir de lo aprendido del 85 se habían diseñados normativas y leyes que nos protegerían de los sismos, pero ninguna medida funcionará mientras la mordida siga siendo nuestra moneda de cambio”, señala Garay.

Para Daniel Ojeda, resulta imperdonable que, aunque tuvieron una llamada de alerta casi dos semanas antes, con el sismo del 7 de septiembre, ni Protección Civil ni las autoridades se movilizaron para diagnosticar qué inmuebles peligraban en caso de un temblor más intenso. “Eso pudo haber prevenido la tragedia del Multifamiliar de Tlalpan, por ejemplo. De ahí la importancia de documentar en imágenes lo que pasó en el 85 y en el 17. Cada imagen nos recuerda que no podemos dejar que esto se repita nunca más”.

La exposición Sismos 1985 / 2017 De los escombros a la esperanza permanecerá abierta hasta el 31 de octubre en el Museo Memoria y Tolerancia, ubicado frente al Hemiciclo a Juárez de la Alameda Central y a un lado de la Secretaría de Relaciones Exteriores.

 

Este material se comparte con autorización de UNAM Global

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