Los nuevos actores frente al intento de golpe de Estado

Marta Elena Casaus Arzú*

Después del sorprendente segundo del candidato Arévalo en la primera vuelta electoral, y sin poder vislumbrar lo que iba a suceder en estos cuatro largos y tortuosos meses, se iniciaron las presiones y acciones de los corruptos con el apoyo cómplice de buena parte del empresariado -que expresa una cosa y hace otra- y, por supuesto, de los sectores más vinculados a la corrupción y al crimen organizado así como de buena parte de la alta burocracia de servidumbre implicada en la corrupción.

Un levantamiento inesperado

Ante ello, los Pueblos indígenas, sus autoridades ancestrales, las juventudes y las clases medias urbanas y los barrios se han rebelado en contra de las permanentes y flagrantes violaciones de sus derechos fundamentales, de su soberanía y capacidad de decidir su voto y en contra de la injusticia y permanente retorcimiento de la ley para continuar conservando su poder político y económico que han ejercido hasta ahora.

Después de la segunda vuelta, escribí que “no quieren ver que su tiempo ya pasó, … ¿por qué no se marchan y pactan una retirada digna, en lugar a esperar hasta el final y producir más desencanto, más rabia y más sufrimiento en la población?” No me equivoqué, cuando un Pueblo se une y dice ¡basta ya!, el cambio de rumbo ya se ha producido y la nueva era ya es irreversible, hagan lo que hagan las elites de poder.

El proceso de empoderamiento de los Pueblos originarios, sus autoridades ancestrales y su respuesta ante tanta corrupción, indignación y latrocinio, y su capacidad de organización y de respuesta política han sido una sorpresa para algunos intelectuales urbanos e influencers, que de pronto, han descubierto la capacidad y madurez del movimiento social representado por los 48 Cantones.

Sin embargo, para otros, quienes llevamos más de 30 años, trabajando a su lado y acompañando los procesos sociales, de sobra es conocida la hegemonía de 48 Cantones y su capacidad de respuesta ante las crisis políticas y económicas del país, y su gran desarrollo económico, político e intelectual. Sobre todo, conocíamos el capital social y político de sus líderes y de sus intelectuales, de forma que no nos ha sorprendido, y sí nos ha alegrado mucho.

El camino de los Pueblos originarios y su hegemonía en los procesos políticos y económicos del país ya está marcado; una nueva era se ha iniciado. Como siempre hemos afirmado, no son las clases medias ni los jóvenes urbanos; ni siquiera el movimiento Semilla ni la incidencia de las remesas de inmigrantes -como dice algún influencer urbano- lo que ha marcado este cambio: es un largo proceso de lucha y de resistencia, como dice Carlos Fredy Ochoa, de levantamientos y de liderazgo comunitario histórico e incontestable. Quienes están liderando esta lucha son los Pueblos mayas, encabezados por 48 Cantones; ellos están llevando a cabo esta gesta heroica que, sin duda y tarde o temprano, va a provocar una cambio radical e indispensable en el país.

La sorpresa de Semilla

Tal vez convenga hacer una radiografía política breve de quienes han sido los auténticos protagonistas del cambio y que han hecho posible esta transformación social y política, que ha venido para quedarse, y no renuncian a sus derechos.

En primer lugar, un pequeño partido bien fundamentado y con un buen programa político, que fue elaborado con mucho tiempo y que buscó el consenso de muchos ciudadanos a los que se nos preguntó sobre lo que pensábamos en diferentes temas. Tomaron buena nota de lo que sentía y necesitaba la población y el diagnóstico fue muy claro: estaban hartos de la corrupción y del latrocinio, de estar permanentemente criminalizados.

A eso se añade, en los últimos años, el ser objeto de juicios falsos para evitar críticas y cuestionamientos sociales, dirigidos especialmente a defensoras/es de derechos humanos, a periodistas críticos y, sobre todo, a jueces, fiscales y procuradores de los derechos humanos que habían defendido los derechos civiles y humanos y habían apoyado a la CICIG.

Fue el único partido que no recibió dinero alguno de la oligarquía ni del narcotráfico; que mantuvo una posición firme y coherente en contra de la corrupción, que prometió una lucha contra la pobreza, que presentó un programa por la igualdad de género y etaria y que, además, tenía un proyecto social bien definido y coherente, con el apoyo de un montón de jóvenes hartos de la situación de marginación y pobreza fue buena parte del éxito.

Pero sin duda, el triunfo debe también a un liderazgo como el de Bernardo Arévalo, un gran político e intelectual, doctor, investigador y escritor que se ha pasado buena parte de su vida pensando cómo mejorar la vida de los y las guatemaltecas. Desde el inicio se unió al proyecto de Semilla, fundado por Edelberto Torres Rivas y Juan Alberto Fuentes Knight y por un grupo de mujeres que nunca se les nombra, pero que jugaron un papel relevante, como la esposa de Bernardo Arévalo, Lucrecia Peinado o la extraordinaria Lucrecia Hernández Mack, hija de la asesinada Myrna Mack o Patricia Orantes, mujeres mestizo-ladinas que desde el inicio se esforzaron en que el programa del movimiento tuviera una trasversalidad de género.

Indudablemente, el personaje de Bernardo Arévalo fue clave del éxito del partido, sin que “nadie los viera venir”. Su discurso moderado, tranquilo y con sentido del humor, su denuncia firme y contundente contra la corrupción desmedida y por la erradicación de la pobreza y la desigualdad, con un apoyo firme a los sectores más abandonados y desfavorecidos -como campesinos, mujeres, migrantes e indígenas-. También apoyó el hecho de ser el hijo de uno de los mejores presidentes que ha tenido Guatemala, Juan José Arévalo, que también sufrió un embate de acoso y derribo de las elites de poder. Por otra parte, le favoreció el haber pasado totalmente desapercibido, no llamar la atención del sistema para que lo ilegalizara, como a otros muchos partidos a lo largo de la liza electoral.

Estos factores, unidos al voto nulo por desesperación y hartazgo de la población, fueron las claves del éxito de un partido compuesto por jóvenes urbanos, mujeres y clases medias y algunos colectivos campesinos e indígenas, supieron generar en el conjunto de la población una esperanza y la ilusión de que nuestro país podía cambiar; de que todos unidos, bajo una misma bandera con los mismos eslóganes y los mismos objetivos y con un discurso de denuncia  fuerte y unitario, podíamos cambiar Guatemala. En la segunda vuelta se vio clara la participación activa de otros actores que cambiaron su voto nulo por el apoyo al candidato de la esperanza.

Si Guatemala fuera un país democrático que respetara las leyes y la Constitución, este factor hubiera bastado para provocar un cambio en la alternancia política.

Los 48 Cantones y las Autoridades Ancestrales

Pero no fue así, hicieron falta más presiones. El otro actor sustancial de todo este proceso, han sido los 48 Cantones y las Autoridades Ancestrales de los Pueblos originarios y sus 22 representantes. Frente al bloqueo de los órganos de justicia y las trabas jurídicas y judiciales que el Ministerio Publico, la Corte Suprema de Justicia y la Corte Constitucional, ellos marcan el camino del cambio y la lucha por la democracia, reunidos en la Asamblea de Autoridades de los Pueblos en Resistencia para la Defensa de la Democracia.

Estos actores sociales y políticos, con sus comunicados, sus demandas para que se respete la soberanía de su voto, la democracia y la justicia, son quienes han marcado la diferencia. Su presencia ha llegado a ser aplastante en la capital y en toda la república, una presencia organizada y pacífica que se dispersa en todo el país con una fuerza y una contundencia. Y, sobre todo, con una unidad entre grupos sociales, mestizo/ladinos, viejos y jóvenes, ricos y pobres, en torno a unos mismos objetivos: la lucha contra la corrupción y el respeto al voto y a las instituciones democráticas.

Con ello, empiezan una larga lucha de resistencia activa, haciendo un llamado al paro nacional y al bloqueo en todas las ciudades y carreteras. El objetivo inmediato de esta movilización pacífica pero contundente es la renuncia de los golpistas directamente implicados en la corrupción, la obstaculización del proceso de transición, en el intento de ilegalizar el partido de Semilla y evitar a toda costa la toma de posesión de la presidencia de Bernardo Arévalo.

No tenemos más que leer los comunicados emitidos por los 48 Cantones y por las Autoridades Ancestrales, que expresan con absoluta claridad y contundencia, cuáles son sus demandas y plantean, desde el inicio de su levantamiento, el respeto del artículo 45 de la Constitución, que expresa: “es legítima la resistencia del pueblo para la protección y defensa de los derechos y de las garantías consignados en la Constitución”. Por ello, presentan un Memorial el 6 de octubre, aclarando en 7 puntos por qué consideran que la fiscal general no es idónea para seguir en el cargo y tiene que presentar su renuncia.

Históricamente, los 48 Cantones han ido expresando sus peticiones en múltiples ocasiones: sobre la Ley Monsanto que afecta a la obtención de sus semillas; la ley Perenco en contra del medio ambiente, o la Ley de Reconciliación Nacional que pretende eximir de sus sentencias a militares implicados en el genocidio y otros asuntos que implican una violación a los derechos de los ciudadanos. Asimismo expresan sus demandas contra unas leyes que atentan contra la salud, la economía, el medio ambiente y el bienestar de los guatemaltecos. Demandas que van más allá del derecho a que se respete su voto y que se entregue la presidencia al candidato electo.

¿Qué es lo que ha provocado este cambio que algunos ciudadanos capitalinos se asombran y asustan y otros los desconciertan e insultan?  Una falta total de conocimiento de la naturaleza y madurez de los Pueblos originarios, a quienes siguen considerando bárbaros y asesinos. Así lo expresa Méndez Ruiz cuando en su último comunicado les califica “las hordas de salvajes [que] han bajado y tomado la capital” y exige que sean desalojados de inmediato por la fuerza. Otros golpistas les llaman “cochinos o acarreados”, en el más puro estilo racista en contra de los Pueblos indígenas. Parece que no se dan cuenta de los enormes cambios que ha sufrido el país, que los Pueblos indígenas nunca fueron sus “inditos”, y ahora mucho menos. Es, sin duda, una parte de esa clase dominante jurásica y recalcitrante que continúa mostrando explícitamente su enorme miopía, desconocimiento y racismo.

Las raíces históricas de la sublevación

Esta sublevación o levantamiento de los Pueblos originarios – como prefieren llamarlo Aaron Pollack y  Carlos Fredy Ochoa – frente a las trampas y bloqueos del Ministerio Publico, la ambivalencia de las Cortes y de las elites gubernamentales, especialmente del Ejecutivo, frente a las ilegalidades e inconstitucionalidades de sus propuestas, señala la apertura de una nueva etapa de lucha por los derechos, por la restauración de la justicia y la democracia, por el respeto a la Constitución, focalizada en el reconocimiento del voto ciudadano y de la elección del nuevo presidente y la denuncia en contra de la corrupción.

Ninguna de estas demandas es nueva ni sorpresiva, sino que tiene sus orígenes desde tiempos inmemoriales para todos los Pueblos que poblaban Guatemala. Solo para dar algunas pinceladas: la sublevación de los Kaqchikel durante la conquista y colonización, plasmada en los Anales Kaqchikel, que hizo tambalear a Pedro de Alvarado, quien los reunió y mandó degollarles a todos; o la sublevación de Atanasio Tzul, Lucas Aguilar y todo el pueblo de Totonicapán en contra de los impuestos excesivos de la Corona española. Otras muchas sublevaciones y levantamientos han sido analizados, como la de Patzún, Comalapa y Patzicía.

Han sido vistas como episodios puntuales provocados por “las hordas salvajes” o “los indios cochinos o acarreados”, sin analizar quiénes eran los salvajes y quiénes desataron una represión indiscriminada y un  genocidio en contra las comunidades mayas, la población civil e indefensa durante la época de la Contrainsurgencia, especialmente en contra de sus mujeres, demostrando unos niveles de racismo visceral y deshumanización y bestialidad que solo puede catalogarse como comportamiento salvaje y bárbaro, como genocidio.

Sin embargo, y a pesar de esa represión sistemática, durante este extraordinario proceso de toma de conciencia y de lucha por sus derechos ciudadanos, los Pueblos indígenas, especialmente los 48 Cantones y las Autoridades Ancestrales, han demostrado, una vez más, su madurez política y organizativa. Sus demandas al Estado no son solo para ellos, sino para el conjunto de la población, anteponiendo sus intereses particulares o específicos como Pueblos a los intereses de toda la ciudanía del país, y representando con sus marchas y capacidad organizativa comunitaria al conjunto de los sectores más pobres indefensos y vulnerables, mujeres, indígenas, jóvenes y niños.

Una nación que se unifica

¿Qué es lo nuevo en este proceso de levantamientos populares y de una lucha y resistencia pacífica en toda la República? La formación de una nueva nación que se unifica en torno a cuatro elementos, que menciono brevemente:

  • El incremento del hartazgo de la población y la indignación por la forma cómo vienen siendo tratados la ciudadanía, pueblos y comunidades. Por la pobreza y desigualdad en que se ha mantenido la mayor parte de la población guatemalteca durante estos últimos gobiernos, frente a la riqueza ofensiva e insultante de sus gobernantes. Empezando por sus alcaldes, comisionados, congresistas, ministros y la Presidencia, cuyos robos y latrocinios han sido escondidos y justificados por medio de un sistema corrupto y desigual de justicia que los ha amparado.
  • La criminalización permanente de que han sido objeto muchos de sus líderes y lideresas, defensores de los derechos humanos, operadores de justicia y medios de comunicación, periodistas e intelectuales. Han sido condenados con juicios falsos y construidos por los operadores de justicia, para acallar todas las voces honestas y consecuentes del país. Muchos de los que no han querido terminar en la cárcel han tenido que huir del país para salvar su vida.
  • La flagrante violación de su voto hacia un candidato honesto y consecuente que, prometiendo una lucha en contra de la corrupción y una política social que favorezca los intereses de los más desfavorecidos, se cuela en la liza electoral y llega a la presidencia de la República contra todo pronóstico. Todos los partidos le declaran la guerra desde el principio y luchan para no dejarle llegar a la Presidencia. El voto de la esperanza y la ilusión de que Guatemala puede cambiar frente a las otras opciones vinculadas al crimen organizado o al narcotráfico, fue el detonante y el catalizador del cambio.
  • La resistencia pacífica y organizada de los cuatro Pueblos, aglutinados por 48 Cantones y las Autoridades Ancestrales. Por primera vez se encuentran en las calles y luchan codo con codo, por la falta de oportunidades para sus jóvenes indígenas y mestizo-ladinos y para las mujeres indígenas y ladinas, que vienen sufriendo un sistema patriarcal que las oprime y de una criminalización, represión y coacción por parte del Estado y de las elites. Los Pueblos maya, garífuna, xinka y mestizo se encuentran por primera vez y se unen bajo una misma bandera por los mismos derechos y libertades y entienden que la lucha es una: la de toda la ciudadanía que quiere hacer valer sus derechos comunes y diferenciados.

Un proceso imparable

Este proceso inesperado y único en la historia de Guatemala ya tuvo un connato en el 2015, pero no con tanta fuerza y contundencia. Ahora se ha expresado en toda la república durante estos 19 días de lucha, con múltiples comunicados y apoyos internos de casi todos los sectores de la población, de forma organizada y pacífica, a pesar los intentos y provocaciones de grupos que querían romper las manifestaciones y los bloqueos para poder intervenir por la fuerza y la represión en contra de los manifestantes.

Sin lugar a duda, y aunque le pese a los sectores golpistas más reaccionarios, a la clase dominante ambivalente y miedosa y sin duda a los sectores más oscuros del país, como el narcotráfico y el crimen organizado, el proceso es ya irreversible por mucho que quieran abortarlo.

Esta nueva Guatemala ya nació y nació para quedarse. Esta nueva organización política y social ya no tiene marcha atrás. Lo que no quieren ver estas elites dirigentes, si es que se les puede dar ese nombre, es que su tiempo se ha acabado. Estas élites, que aún pretenden conservar el statu quo, saldrán de este proceso muy debilitadas y fragmentadas y van a acabar en la irrelevancia y en el basurero de la historia y si no, el tiempo lo dirá.

Quiero terminar con un fragmento de poema anónimo que surge de la resistencia activa del Pueblo, firmado el 18 de octubre por Cangrejo Azul

…El pueblo trae la razón por delante y la fuerza de la historia en sus espaldas.

El pueblo está caminando sin miedo, vengan pues a disparar toda su armería, vengan ciegos de ira y sin sentido.

Pero no podrán jamás contra este mar concentrado de ternura.

¡Porque solo el pueblo salva al pueblo!

¡Porque un pueblo que camina se hace grande!

* Doctora en Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid, Profesora Titular en Historia de América por la Universidad Autónoma de Madrid. Directora del Máster Europeo en Estudios Latinoamericanos: Complejidad Social y Diversidad Cultural y Máster en Gerencia para el Desarrollo Sostenible. Entre sus publicaciones destacan:  Las redes intelectuales centroamericanas, un siglo de imaginarios nacionales 1820-1920, en coautoría con Teresa García Giráldez y El lenguaje de los ismos: algunos conceptos de la modernidad en América Latina, (F & G editores, 2010), y El Libro de la Vida de Alberto Masferrer y otros escritos vitalistas con la colaboración de Regina Fuentes Oliva, (F & G editores, 2012). La metamorfosis del Racismo en Guatemala, (Cholsamaj) y la reedición de su libro: Guatemala: Linaje y Racismo (F & G editores, 3a – 5a edición).

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