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“Los apicultores estantes somos importantes. Ya casi no quedan abejas silvestres”: Alejandro de la Hoz

Femenino Rural

“El domicilio de las abejas ha de colocarse enfrente del medio día de invierno, lejos del tumulto y de la compañía de los hombres y de los animales, en un sitio que no sea caliente ni frío, pues ambas cosas les son dañosas. Este sitio ha de estar en la parte más baja del valle, para que cuando las abejas salgan a buscar la comida, vuelen con más facilidad a los sitios más altos, y después de haber recogido lo que necesiten, bajen sin trabajo con su carga, siguiendo la pendiente”. 

Lucio Junio Moderato Columela (nacido en Gades, Cádiz) (54 d. C) en Los doce libros de agricultura (54 d.C) 1

“Los apicultores estantes somos importantes. Ya casi no quedan abejas silvestres. Las abejas de los residentes viven los 365 días del año en el mismo sitio, con lo cual mantienen cualquier especie vegetal que florezca durante todo el año y propician mucha más diversidad, mientras que con la apicultura trashumante se actúa durante dos o tres meses, y el resto del tiempo, las floraciones se quedarían sin el polinizador principal —se supone que el 80% de las especies dependen principalmente de la abeja—”.

Pronuncia estas palabras Alejandro de la Hoz, apicultor de novena generación en Maderuelo, uno de los pueblos más bonitos de la Península Ibérica, localidad segoviana anclada a un meandro del río Riaza, donde sus antepasados le han legado unos colmenares casi únicos en el mundo: ya centenarios, protegían a las abejas de las inclemencias del tiempo con los mismos materiales que las casas de sus gentes: adobe, madera y teja.2

Alejandro nos atendió en una ventosa mañana de junio, aún durante el estado de alarma provocado por la pandemia de coronavirus. La mascarilla que porta durante parte de la entrevista nos lo recuerda. Quiso comenzar a desentrañar los tesoros de su tierra desde el espectacular entorno llamado Pantamino, desde donde se divisa la forma de barco de un histórico pueblo amarrado a un río, enclave atravesado por celtas arévacos, cartagineses y romanos, visigodos, moros y templarios cristianos3.

En este puñado de naturaleza conocido como Las Hazas, el suelo está espolvoreado de tomillos, salvias, espliegos… En el cielo planean, dando vueltas, las rapaces. Las hoces del Riaza refugian a la mayor colonia de buitre leonado de Europa, además de permitir la cría de diferentes especies como el águila real, el halcón peregrino, el búho real o el alimoche. En este paraje, el aire todo huele a hierbas aromáticas. Las mismas que le dan el claro sabor a dulce medicina a la miel.

ALTÍSIMO  VALOR ETNOGRÁFICO

Y de ahí, al turrón. Al campo abierto, dorado de cereal, coloreado de amapolas, donde se asientan los antiguos colmenares de sus antepasados, que se remontan al menos al 1.800, aunque no se sabe a ciencia cierta de cuándo datan. Se trata de una auténtica “reliquia arqueológica industrial”4 de altísimo valor etnográfico. “Son edificios de adobe cubiertos con un pequeño tejado y llenas las cuatro paredes de nichos: los huecos donde se colocaban las colmenas. La peculiaridad es que las abejas salen hacia adentro. Lo normal en todos los colmenares es que las abejas salgan hacia el exterior”, ilustra Alejandro. “¿Más características de estos edificios? Salen en las cuatro direcciones, mientras que ahora nosotros las colmenas las colocamos siempre mirando al sur. Y todos han estado utilizados. Aquí habría unos 160 más o menos y cada nicho correspondería a una colmena. Esto fue el tránsito a una apicultura más intensiva. Antes, lo normal era tener unas pocas colmenas y en edificios próximos a las casas o en las mismas casas”.

Ante la pregunta de si hay más colmenares de este tipo en otras zonas o solo existen por aquí, Alejandro de la Hoz, colmenero de Maderuelo y presidente de la Asociación de Apicultores Segovianos (APASE), responde: “Que yo tenga conocimiento, además lo hemos hablado entre compañeros que han viajado, y han comentado que son típicos, muy peculiares, específicamente de esta zona y un poco en este contorno: Un pueblo también de Soria. Y prácticamente se daban este tipo de construcciones nada más por aquí, porque por otros sitios ya era diferente”.

¿Y se podrían utilizar a día de hoy? ¿O ya no son viables? “Sí, todo es viable. El problema es que para sacar la miel tendríamos que destruir los panales, es mucho más limpia la apicultura moderna, se matan menos abejas, lógicamente, porque aquí como son panales irregulares, en su manipulación se machacaría mucho más las abejas. Porque la forma de sacar de aquí la miel era machacar todo. Se machacaba la cera con la miel, luego se dejaba escurrir y esa era la forma de obtener la miel. Entonces, todos los años tenían que hacer las abejas los panales”.

Alejandro y su familia han llegado tener aquí también colmenas dentro, hasta que llegaron las colmenas movilistas de panales intercambiables. “En la apicultura moderna, lo que hacemos es intercambiar los panales. No destruimos el panal, simplemente quitamos el opérculo, se saca la miel y se vuelve a reponer. Entonces la abeja tiene que hacer muchísimo menos trabajo”.

VÍNCULO DEL HUMANO CON SU ENTORNO

Así que este apicultor ha colocado las modernas colmenas junto a los colmenares ancestrales, para no olvidar de dónde vienen. Alejandro es un hombre generoso. Generosidad compartida con su rebaño de abejas. Respetaron nuestra invasión e incluso tuvieron la deferencia de permitirnos contemplar a su reina en acción.

Tan generosos fueron, las abejas y su pastor, que nos regalaron momentos preciosos: El revuelo previo a la enjambrazón, ese instante grave en el que miles de individuos deciden migrar siguiendo a su hembra alfa para buscar un lugar mejor donde asentarse. En este caso, las líneas de aire enfilaron hacia una rosa canina, rosal silvestre cuyas flores están pletóricas de vitaminas.

También nos ofrecieron el espectáculo del enjambre recién instalado en un arbusto, Corazón de abejas palpitante de vida. La colectividad formando un solo cuerpo sin protección, en carne viva. Y el posterior acto de enjambrar, que es la rápida mudanza a una colmena más segura de la mano del hombre. De un golpe seco, en un parpadeo de batir de alas, el conjunto ha tomado pacíficamente posesión de su nuevo hogar. Resumen del vínculo simbiótico del humano con su entorno que garantiza la continuidad.

“Ya está dentro. Tengo puesta la careta, pero lo hubiera cogido sin careta ni nada”, afirma Alejandro, tras la hazaña, sin despeinarse. “Cuando hacen el efecto llamada, es que la reina está dentro”, asegura. “Los enjambres cuando salen, en la primera salida se quedan muy cerca, en un entorno a lo mejor de 30 metros. Se quedan en un árbol, en el suelo, donde sea. Luego ya, al día siguiente, cuando calienta un poco el día, van a buscar sitios donde poner. Por eso nosotros en esta época tenemos que estar visitando continuamente. Porque claro, aquí les controlamos. Luego ya si se van por ahí… Nos suelen llamar a lo mejor cuando están metidos en los sitios más peculiares, en un aparato de aire acondicionado, en no sé dónde, que hay que tirar el edificio casi para cogerlas”, explica.

“Se crea como una especie de vínculo que yo necesito todos los días”

Alejandro lleva el veneno de las abejas en la sangre. Y no solo por todos los aguijonazos que ha recibido desde niño. “Pues la verdad es que el tema de las abejas no es un oficio. Es algo con lo que he nacido. Desde que yo tengo conocimiento he vivido la apicultura en casa, he ido a trabajar con ellas, a estar con ellas, he sufrido sus picotazos, al final se crea como una especie de vínculo que yo necesito todos los días, para estar con ellas, disfrutar con ellas. Ya no es tanto el obtener los productos que nos dan, sino el estar con ellas”.

Muchos son los productos que tradicionalmente se han obtenido de las abejas: Ya no solo la miel o la cera, sino también el propóleo, “especie de resina, sustancia que utilizan las abejas dentro de las colmenas como si fuera la farmacia suya. Imaginemos que entra un bicho, lo que hacen es que lo momifican, o sea, lo recubren con el propóleo, y eso evita que se generen bacterias que podrían contaminar la colmena; o la jalea real, el alimento primordial o único que toma la reina.

“Luego también tenemos el aguamiel. Son elaboraciones que se hacían antaño de diferentes formas en función de cada sitio. En algunos sitios era consecuencia de lavar la cera, quedaba un líquido y ese líquido, a base de cocerlo y cocerlo lo iban concentrando”, recuerda. Entonces era tradición repartir o intercambiar los productos, como el aguamiel, entre los vecinos del pueblo.

“Antiguamente, apicultura a nivel profesional no había. Era un recurso más. Igual que tenían palomares. En todas las casas había una o dos colmenas. En el huerto, cualquier mueble o cualquier caja servía como habitáculo para tener una colmena. Se recogían pequeñas cantidades y se valoraba mucho”. Tanto, que una vez una persona mayor le estaba hablando, sin saberlo, de su abuelo, del que decía que era rico. Al percatarse, Alejandro inquirió: “Que yo sepa somos una familia normal… ¿Por qué dice usted que era una familia rica?” A lo que el hombre contestó: “Porque tenía miel”.

¿POR QUÉ CASI YA NO QUEDAN ABEJAS SILVESTRES?

Pero… ¿por qué casi ya no quedan abejas silvestres? “Desde que llegó la varroa, no sobreviven. No están adaptadas las abejas para defenderse del ácaro varroa, con lo cual, si no las cuidamos nosotros, todas esas colmenas desaparecen. Sí sale un enjambre, se coloca en un árbol, está durante 5, 6, 7 meses y desaparece, porque el ácaro varroa le hace colapsar”. Y ¿es la varroa un problema global? “La varroa vino de Asia, igual que el avispón. Vino atravesando toda Europa y nosotros nos libramos un poco más de tiempo por los Pirineos. Como todo, la evolución va haciendo que se defiendan mejor cada vez, pero es muy difícil, porque la varroa es un ácaro que se las pega entre el tórax y el abdomen y no pueden limpiarse”, explica Alejandro, que es también miembro de ‘Rasca la cría’, un grupo de apicultores que trabajan para luchar contra la varroa de forma natural.

Parte de la fascinación que este apicultor siente por las abejas se debe a que “es un insecto que sabe su función, lucha contra todo, contra la sequía, la climatología, las cuestiones adversas, el maltrato al que se la somete a veces, con los productos nocivos para ellas… Realmente es un insecto que para nada ataca al hombre, al contrario”, insiste. En este punto, Alejandro subraya la indignación que sintió al ver una foto con un cartel que decía ‘¡peligro: Abejas!’. “Me sentí fatal. El hecho de que haya un enjambre de abejas que se ha posado en un sitio, que además nosotros un enjambre lo cogemos con las manos, simplemente, no nos van a agredir para nada. Se puede decir ‘precaución estamos realizando esta tarea’. Pero que pongan ‘peligro’… Me parece que cosas como ésta es algo que debemos cuidar mucho”, reclama.

Como reclama mayor implicación por parte de la Administración “para defender realmente a la abeja de todos aquellos que la agreden. Porque sí, a los apicultores nos controlan administrativamente, pero no nos controlan las velutinas, no nos controlan la varroa si no lo hacemos nosotros, no controlan los tratamientos que se hacen al campo con herbicidas y pesticidas que no respetan a las abejas, los cambios medioambientales, etc. a todo esto, la administración creo que debería darle más importancia”, demanda. Aunque sí reconoce que “últimamente, por las circunstancias, el cambio climático, etc. está creándose una cierta conciencia de que hay que defender las abejas y de la importancia que tienen. Pero todavía estamos a años luz”.

¿EL 5G ES UN RIESGO PARA LAS ABEJAS?

Pregunta obligada es si la tecnología 5G supone un riesgo para las abejas. “Me lo han preguntado muchas veces. No puedo decir ni sí ni no, ni todo lo contrario. Desconocemos. Yo he sido profesor de tecnología durante muchos años y siempre me ha sorprendido el tema de las ondas. Hemos vivido siempre en un mundo de ondas. Hay ondas generadas de forma artificial pero también las radiaciones y demás están de forma natural. Entonces, no sabemos. Lo que yo sí noto es que cuando estoy abriendo una colmena y me llama alguien por teléfono y cojo el móvil, ellas estaban tranquilamente y no me atacaban o me molestaban, pero se ve que a ellas las afecta, porque sí que se han excitado. O sea, es como un excitante”, asegura.

Ya hemos dejado constancia que las abejas de Alejandro, en nuestra visita, nos respetaron. Pero también hemos de reconocer que no fueron mansas todo el tiempo. Cuando al abrir un panal tocamos a las crías, el rebaño de abejas se tornó en ejército y una nube de luchadoras enfilaron sus aguijones hacia nosotros, los intrusos. La lección que extrajimos de ese momento es que, para estos insectos, el futuro se defiende con la vida.

 “NO HAY ESPECTÁCULO MÁS TRISTE QUE UNA COLONIA MUERTA DE HAMBRE”

En el libro ‘De sol a sol. Vuelo planeado de una cigüeña sobre el Nordeste de Segovia’, el profesor Santos Mazagatos, también divulgador científico con su Museo de Apicultura Itinerante, escribe sobre el colmenero Alejandro de la Hoz, padre de nuestro entrevistado, quien dejó dicha la siguiente frase: “No hay espectáculo más triste que una colonia muerta de hambre”. A Mazagatos le consta que “Alejandro jamás se ha pasado” extrayendo miel.

Lo cual nos da pie a preguntarnos, en estos tiempos de coronavirus y hambre, si la avaricia humana tiene remedio. “Todos los apicultores que conozco saben que es fundamental que la colmena esté bien alimentada y tenga recursos, máxime cuando todos dependemos además de ellas. Ahora deberíamos ser conscientes de esa realidad y comportarnos de esa manera también con el ser humano”, responde.

En el interior de sus antiguos colmenares, entre aromáticas matas de orégano y romero que se empleaban para aliñar los adobos de las matanzas y para curar resfriados junto con la miel, Alejandro ha plantado un árbol por cada hijo y cada nieto. Cuando ya no te dediques a esto ¿quién seguirá tu testigo? ¿cómo ves el futuro? Le preguntamos. “Yo intento que mis hijos lo vayan viviendo y un sobrino parece que quiere dedicarse también a ello. Entendemos que esto no se debe perder. Este colmenar me lo han cedido a mí mis padres y la idea es conservarlo para enseñarlo y, a cualquiera que venga, explicarle y que se ilusione también con esto. También un poco como museo: Tenemos aquí colmenas de troncos de amigos de Asturias, también de fresno… Aquí ya no podemos tener colmenas. Entonces esto se conserva nada más para que lo vea todo el mundo. Como un bien cultural. Aquí sí que digo que la Administración debería invertir o colaborar de otra manera”.

1 Los doce libros de agricultura que escribió en latín Lucio Junio Moderato Columela (54 d. de C.), www.cervantesvirtual.com 

2 ONU: “Dependemos de la supervivencia de las abejas” (20/05/2020),  www.femeninorural.com  

3 Maderuelo y sus enigmáticos símbolos (22/05/2018), www.lugaresconhistoria.com 

4 De sol a sol. Vuelo planeado de una cigüeña sobre el Nordeste de Segovia. Santos Mazagatos García, 2017 Letras de Autor, letrasdeautor.com

www.femeninorural.com

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