Lo que vibraron las calles

Texto y fotos: Claudia Rafael

La historia, demasiadas veces, es circular. Repite hechos. Reproduce relatos que parecían perimidos. Vuelve a cuestionamientos insostenibles. Pero este 24 de marzo la historia volvió a escribirse desde las calles. Para decir no a la impunidad. Para gritar que otra crónica de resistencia puede escribirse. Que no son las urnas las únicas que definen el destino de un país.

El nene juega con las hojitas secas del otoño. Cuando aquella madrugada de hace 48 años, los militares se alzaban con el poder político y económico del país, él no existía siquiera. Tampoco sus padres. Sus abuelos quizás fueran niños o, a lo sumo, adolescentes. ¿Habrán sido militantes entonces? ¿El nene sabrá qué ocurrió en ese 1976? Después de todo, hace rato que, en las escuelas, se habla del día de la memoria. Mientras las calles vibran al ritmo de lucha y resistencia, él juega con las hojas secas y, por delante, la imagen del mosaico que recuerda a Gastón Riva. El motoquero que apenas tenía 4 años ese otro 24 de marzo y que en 2001 caía bajo el plomo de una escopeta mientras socorría, entre la adrenalina de la furia, a quienes estaban ahogados por los gases de ese diciembre en que el fuego del infierno se abre paso.[1]

La historia, demasiadas veces, es circular. Repite hechos. Reproduce relatos que parecían perimidos. Vuelve a cuestionamientos insostenibles.

El 2 de abril del 76 (otra vez la circularidad de las fechas) el ministro estrella del plan económico del régimen prometía –entre múltiples medidas- reducción progresiva de los aranceles de importación, eliminación de retenciones a la exportación de productos agropecuarios; proclamaba reducción del estado, reprivatización de empresas, el incremento de las tarifas de los servicios públicos, eliminación de subsidios a prestaciones de salud, reforma financiera. Cualquier similitud con las crónicas del presente no son fruto de la ficción.

Casi medio siglo transcurrió. Y las decisiones regresan. Pero no son casuales. “Cualquiera puede ver el futuro, es como un huevo de serpiente. A través de la fina membrana se puede distinguir un reptil ya formado”, decía Hans Vergerus, el médico de la película de Ingmar Bergman ambientada en el nacimiento del totalitarismo nazi. Y definía: cuando el mal nace, no hay vuelta atrás.

Las calles vibrantes de este 24 parecieron dispuestas a decir lo contrario.

Los dos niños abrazados en el cordón de la vereda juegan ensimismados. Logran, juntos, abstraerse de los cánticos y de los saltos a su alrededor (¿El día escolar de la memoria abonará la toma de conciencia? ¿Será apenas un evento oficial marcado en los calendarios institucionales? ¿O tomará el retazo patético de la historia ofrecida en el video oficial de ayer?). Su historia vital fue escrita entre esos anuncios del 2 de abril del 76 y se sigue escribiendo hoy cuando se define si estudian o no, si hay un plato caliente de comida diaria sobre su mesa, si el frío del invierno los encuentra arropados, si el trabajo es parte de la vida de sus padres, si puede haber una torta compartida el día de sus cumpleaños, si jugar y reír son los verbos más repetidos en sus días.

Ellos dos juegan sobre el cordón de la vereda. A su alrededor, las voces corean que les va a pasar como a los nazis. Y que habrá memoria para que nunca más.

Los pañuelos blancos en las cabezas de esas mujeres -que se los pusieron por primera vez hace décadas cuando todavía eran pañales de tela escritos o bordados- ya son pocos. Están cansadas y usan bastón o sillas de ruedas, pero ellas persisten. Como maestras con mayúsculas, sinónimos de dignidad y de coraje. Que tomaron las plazas por asalto y forjaron ejemplo ante el mundo entero que se puso de rodillas ante su ejemplo.

El diseño de un país que fue capaz de incubar el huevo de la serpiente, de adorarlo, de cobijarle el contexto, lleva décadas y sigue perfeccionándose con delicada paciencia. En una suerte de laboratorio social que deriva en este presente con más de ocho millones de niños y adolescentes empobrecidos. Con la sostenida criminalidad del hambre como médula. Que continúa operando como disciplinador insoslayable. Porque hay destinos que se dibujan en los escritorios. Y siempre parece que –como escribía Walsh 56 años atrás- cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las anteriores. En una pugna fatal en la que nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina.

Pero este 24 de marzo la historia volvió a escribirse desde las calles. Para decir no a la impunidad, como siete años atrás cuando se rechazó aquel 2×1 fogoneado por la Corte o la reforma jubilatoria del macrismo. Para gritar que otra crónica de resistencia puede escribirse. Que no son las urnas las únicas que definen el destino de un país. Que se dibuja en resistencias. En asambleas. En lucha cotidiana. En la olla en la que se cocina el guiso diario de los pibes. En organización política y social. En debate necesario. En los rostros de los pibes y las pibas que se juegan sus vidas. En aquella esperanza de la que hablaba Freire por perseguir y construir un mañana nuevo y colectivo.

Ayer se respiró algo de esa esperanza. Y habrá que acariciarla, como tantos acarician los múltiples huevos de las tantas serpientes.


[1] Parte del poema escrito por la compañera de Gastón Riva, impreso en el mosaico.

Publicado originalmente en Pelota de Trapo

Este material periodístico es de libre acceso y reproducción. No está financiado por Nestlé ni por Monsanto. Desinformémonos no depende de ellas ni de otras como ellas, pero si de ti. Apoya el periodismo independiente. Es tuyo.

Otras noticias de opinión  

Dejar una Respuesta