Las y los migrantes son puentes: autogestión vs agrotóxicos

Grain

En agosto de 2023, recorrimos la región sur del estado de Jalisco en México. Ahí, entre Autlán y El Grullo, municipios que navegan entre campo y ciudad, con presencia de agroindustrias que utilizan cantidades de agrotóxicos para sus siembras comerciales, encontramos núcleos campesinos críticos a este tipo de desarrollo agrícola, gente dispuesta a combatir el envenenamiento que sufren sus niños y niñas en edad escolar.

Mediante la denuncia, pero también con acciones concretas que contrarresten ese envenenamiento, la gente está dispuesta a erradicar el uso de agrotóxicos y a emprender otro tipo de agricultura que recuerde lo que hacía la agricultura tradicional y coteje sus logros con una mirada agroecológica.

En el momento de nuestro recorrido, tuvimos un encuentro con un grupo de padres y madres de familia que siembran alimentos saludables libres de agroquímicos en la parcela escolar de la escuela Venustiano Carranza, en la comunidad de El Mentidero, justo entre las poblaciones de El Grullo y Autlán, a partir de los saberes agrícolas que cargan en su mochila de migrantes desde la Montaña de Guerrero o de la Mixteca oaxaqueña.

El Mentidero es hogar de muchas familias de migrantes de muchas regiones del país que llegan al corte de caña de azúcar para el Ingenio situado en Autlán. El encuentro fue muy emotivo porque esas mamás y esos papás terminan sus turnos en la caña en extenuantes jornadas de hasta 12 horas y a las 7 de la noche se presentan a trabajar sus parcelas en colectivo para darle de comer a sus niñas y niños sin agrotóxicos. Y hacer esto se ha vuelto crucial: dos tercios de la cosecha común se destinan a los comedores escolares y el resto se queda en cada familia, lo que garantiza alimentos sanos a los que no pueden acceder con sus escasos sueldos.

En 2019, algunos estudios de la Universidad de Guadalajara y del CIESAS Occidente encontraron hasta 12 plaguicidas en la orina de niñas y niños de esa escuela en particular, la Venustiano Carranza de El Mentidero, Jalisco. Los estudios habían encontrado “aumentos desmedidos en las insuficiencias renales en niños y presencia de glifosato, 2,4-D, Molinato y Picloram”.

El hallazgo fue retomado por grupos antiplaguicidas a nivel internacional, incluidas protestas en un encuentro agroecológico en Cuba, y la noticia se diseminó a toda América Latina “en los ámbitos donde se hace la crítica contra el uso y abuso de plaguicidas y fertilizantes químicos, impugnados durante muchos años por investigaciones, individuos, colectivos, organismos internacionales y sobre todo por movimientos de afectados por las fumigaciones”.

A raíz del hallazgo y todo el revuelo generado, que coincidió con la visita de Carlos Vicente (de GRAIN) y su compañera Ingrid Kossman que compartieron información y experiencias contra los plaguicidas de las poblaciones fumigadas en Argentina, cobró impulso un movimiento agroecológico que sigue creciendo en la región y que culminó una primera etapa el 14 de abril de 2021 cuando en sesión del cabildo, el municipio de El Limón se declaró como agroecológico.

La abogada Evangelina Robles se pregunta “¿qué impacto legal y cotidiano tiene en la vida del territorio municipal y de sus habitantes esta declaración?” La declaratoria, sumada a las regulaciones, “establece y describe claramente cómo desde el ámbito municipal se pueden hacer acciones concretas para dar respuesta a las situaciones urgentes”, pero en realidad propone una intención —y eso es lo más importante.

Que la gente de las comunidades, de los núcleos campesinos y migrantes, las autoridades y las familias que llevan años haciendo la crítica de los sistemas agrícolas locales hayan podido sinergizar su mirada y ojalá y sus acciones para establecer la compleja normatividad —y la compleja voluntad política— para emprender un municipio que pueda, tarde o temprano, laborar con responsabilidad de cada quien para tener una agricultura sana. Una labor que permita que la gente, los niños y las niñas en particular, pueden comer sin envenenarse.

Lo crucial es abrir la conversación. Y el trabajo que hoy se hace en ese municipio agroecológico de Jalisco, en México, tiende puentes de resonancia con todo un núcleo de autoridades ejidales que buscan cambiar la situación, y defender su comunidad y su gente del embate de lo que se ha dado en llamar en Jalisco el Gigante Agroalimentario: un movimiento corporativo que busca jalar inversiones nuevas a la región para establecer invernaderos y plantaciones en monocultivo de productos agrícolas suntuarios, no comida, con una cauda enorme de insumos tóxicos, una precarización laboral atroz, a veces cercana a la esclavitud, y un acaparamiento de tierras y agua. La situación está orillando a la gente a buscar la salida organizándose, no para confrontar este ataque, sino por el momento para darle la vuelta mientras crece la organización autogestionaria de mujeres y hombres, jóvenes y niños y niñas que pueden proponer y lograr una transformación.

Como dice Evangelina Robles: “Los habitantes del municipio han logrado transmitir sus preocupaciones ambientales, alimentarias y de salud a la población local y regional, y de manera colaborativa han implementado cada una de las acciones que se plantearon en la declaración desde el nivel escolar, ejidal, delegacional, en las localidades, huertos comunitarios, ganadería, producción agrícola […] Además, este impulso local institucional de la mano de su población ha influido y propuesto una posible alternativa a otros municipios e instancias federales y estatales, a pesar del grave daño que significa la promoción e imposición del agronegocio y la agroindustria en la región y el país, con todos sus impactos negativos en la salud, el medio ambiente, la alimentación, la crisis ambiental y climática”.

Si la migración es resultado de desplazamientos forzosos y exilios para que corporaciones y cárteles acaparen sus territorios vaciados, es también estrategia de resistencia de los pueblos ante la inmovilidad de las condiciones que pesan sobre la gente.

La parcela en la comunidad de El Mentidero, y en muchas otras invisibles aún, siendo pequeños espacios y breves los tiempos entre el sueño y las jornadas, permiten ampliar los ámbitos de autonomía de estas familias migrantes. Por eso ver a jornaleros y jornaleras laborar junto con sus hijas e hijos para cultivar alimentos sin tóxicos en una parcela que trabajan en conjunto, aún después de su extenuante jornada laboral, nos hace pensar en la transformación sufrida por campesinos y campesinas al ser obligadas, obligados, a migrar. Porque al estar en el viaje cumplen una función de puente (como bien nos recuerda en entrevista Pepe Godoy al hablar del trabajo sobre migrantes de Jaime Torres Guillén). Traer y conectar sus saberes y sus semillas desde su historia y sus modos locales, y enfrentarse al mundo desde su ser sobrevivientes en la modernidad como migrantes, pero decidiendo en este breve espacio qué sembrar y cómo. Una grieta o un espacio-tiempo donde estas familias tejen otras posibilidades de vida y nos ofrecen pistas de lo que puede ser la soberanía alimentaria. Ésa es una enseñanza muy grande.

En memoria de nuestro hermano Carlos Vicente

Publicado originalmente en Grain

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