Las mil hormigas que hicieron huir al elefante

Carlos Bajo

Foto: El movimiento Balai Citoyen en 2014 (Sophie Garcia)

Estamos en el año 4 d.R. (después de la revolución) en Burkina Faso. El día 31 de octubre de 2014, Blaise Compaoré presentaba su dimisión y huía a refugiarse en Costa de Marfil, forzado por un levantamiento popular que había llegado a tomar la Asamblea Nacional en Uagadugú. Dejaba tras de sí 27 años de un gobierno autocrático, un reguero de agravios, numerosas acusaciones de violaciones de los derechos humanos y, sobre todo, la sospecha de ser el responsable del asesinato en 1987 de Thomas Sankara, el revolucionario burkinés convertido en mito de la juventud de todo el continente.

A medio camino entre la profecía, la advertencia y el anhelo, ya lo había adelantado el cantante de reggae burkinés Sams’K le Jah. “¿No sabes que mil hormigas reunidas hacen huir al elefante?”, decía en “Si tu parles” (Si hablas). Sams’K le Jah es, junto al rapero Smockey, la cara más popular del movimiento Balai Citoyen (Escoba Ciudadana), que a su vez fue la punta de lanza de las movilizaciones que desembocaron en la caída de Blaise Compaoré. En su último intento por modificar la Constitución, por ajustársela como un traje a su medida, había lanzado una iniciativa para eliminar de la Carta Magna la limitación de mandatos. Esa fue la gota que colmó el vaso, el hecho que desencadenó las manifestaciones, la ira y, finalmente, la caída del dictador.

Sin embargo, el levantamiento del 30 de octubre de 2014 no fue ni una casualidad ni flor de un día. Más bien fue el resultado de que coincidiesen una serie de factores o, como dice Smockey, de “que se sincronizasen los relojes”. Coincidió el hartazgo de la población con la madurez de algunos movimientos sociales como Balai Citoyen, la pérdida del miedo con la sensibilización de los artistas comprometidos, los ecos de las primaveras árabes con la acumulación de atropellos del régimen, las huelgas y las protestas que habían debilitado la estructura del poder de Compaoré con el discurso a favor de la democracia y del control ciudadano de los agitadores culturales. “Los hijos de Thomas Sankara se habían hecho mayores”, sentencia Sams’k le Jah.

Durante los últimos años, el régimen autocrático de Blaise Compaoré había tenido que hacer frente a huelgas de estudiantes, que paralizaron el país en varias ocasiones. Pero también a movilizaciones, por ejemplo, de colectivos tan insospechados como algunos sectores del Ejército y de las fuerzas de seguridad, que ya habían lanzado advertencias y habían hecho tambalearse el poder.

En paralelo, los movimientos sociales como Balai Citoyen habían iniciado un trabajo de sensibilización a fuego lento y rebosante de creatividad. “Antes de la revolución llevábamos más de dos años haciendo actividades que ahora podemos llamar subversivas”, explica Smockey. “Hacíamos lo que llamábamos conciertos pedagógicos —comenta el rapero líder de Balai Citoyen—. Nosotros hacíamos el espectáculo, pero después planteábamos preguntas al público y charlábamos con ellos. Hacíamos proyecciones-debate, también sobre temas diversos con los que intentábamos alimentar el espíritu crítico. Gracias a eso pudimos tocar con los dedos la realidad de la ciudadanía, hacerles preguntas, comprender sus problemas”. Este contacto resulta fundamental en el movimiento porque, como señala Sams’k le Jah recurriendo a las enseñanzas de Sankara, “no se puede movilizar a la gente más que en torno a sus intereses”.

El proceso que llevó al levantamiento ciudadano en Burkina Faso en 2014 necesitaba un mito y, en este caso, el referente era inevitable: la figura de Thomas Sankara lo impregna todo

La ausencia de políticos al uso en el movimiento influyó en su capacidad para convencer y movilizar. “Hemos usado el instrumento de la música para la movilización. Había jóvenes que habían crecido con nosotros y confiaban. En mi caso, a través de la radio y, en el caso de Smockey, a través de su estudio y sus canciones, hemos conseguido ganarnos la confianza de los jóvenes. Así, cuando lanzamos el movimiento Balai Citoyen, pensaron: ‘Este es el movimiento que esperábamos’”, explica Sams’k le Jah

Su compañero Smockey es incluso más incisivo en esta cuestión: “Nosotros teníamos credibilidad por nuestra condición de artistas. El artista no es un mentiroso, no como los políticos. La gente está más dispuesta a escuchar lo que el artista le dice, y eso nos ha permitido difundir nuestro mensaje y plantar la semilla de la insurrección”.

Balai Citoyen
Los cantantes Sams’k le Jah y Smokey, líderes del movimiento Balai Citoyen. SIRA ESCLASANS

Todos esos contactos generaron la sensación en los activistas de que se acercaba el momento, antes incluso del estallido de octubre de 2014. “En las actividades que desarrollábamos —explica Smockey— sentíamos que el fruto empezaba a madurar. Veíamos que había rabia y desesperanza en la base, sobre todo entre los jóvenes; pero ellos no confiaban en los partidos políticos y no sabíamos cuál era el lugar que nos reservaban a nosotros, la sociedad civil, con el riesgo de que nos colocasen en el mismo saco. Por eso intentamos seducir a estos colectivos con acciones de limpieza comunitaria, por ejemplo, que nos separaban de los partidos políticos y demostraban que no estábamos buscando puestos en las instituciones, sino que pretendíamos servir a la ciudadanía”.

Por su parte, su compañero Sams’k le Jah añade: “Desde el asesinato de Norbert Zongo [periodista muerto en 1998] ha habido otros intentos de acabar con el poder, pero habían sido, digamos, demasiado políticos. Nosotros estábamos preparados desde hace años. Había que esperar a que las condiciones estuviesen maduras”.

LA SOMBRA DE SANKARA

El proceso que llevó al levantamiento ciudadano en Burkina Faso en 2014 necesitaba un mito y, en este caso, el referente era inevitable: la figura de Thomas Sankara lo impregna todo. La figura del capitán revolucionario se había convertido en el estandarte del anticapitalismo, del antiimperialismo, de la lucha por la emancipación definitiva más allá del neocolonialismo y de un panafricanismo actualizado. Durante sus cuatro años en el poder, entre 1983 y 1987, combinó medidas y discursos: medidas de eliminación de los gastos superfluos del Estado con una tremenda carga simbólica, y discursos con un contenido épico solo a la altura de su coherencia.

Entre sus intervenciones destaca su comparecencia ante la Organización de la Unidad Africana en julio de 1987. Sankara se presentó en Addis Abeba reclamando la unión de los países africanos en el impago de una deuda ilegítima y en pro del bienestar de sus ciudadanos y ciudadanas. El líder burkinés advirtió de que si el resto de jefes de Estado africanos no lo secundaban no asistiría a la siguiente reunión. Y así fue. Tres meses después fue asesinado.

El martirio ha hecho más grande la figura de Sankara. Para la juventud de todo el continente era un símbolo, en parte ensombrecido por el Gobierno autocrático de Blaise Compaoré. Para los movimientos sociales burkineses ha sido siempre ejemplo y origen. “Sankara inició la dinámica de los pioneros en los institutos y los CDR [Comités de Defensa de la Revolución] en los barrios. Yo fui pionero. Cuando esos niños y adolescentes han tenido la madurez suficiente, se han dado las condiciones para esta revuelta, porque Sankara había sembrado la semilla”, explica Sams’k le Jah.

Su discurso está plagado de las enseñanzas del revolucionario asesinado, como la convicción de que “es mejor avanzar un paso con el pueblo que mil sin él”. Para este líder de Balai Citoyen, “Thomas Sankara es el general invisible” de la revolución burkinesa. Su compañero Smockey hace un complejo ejercicio de aritmética de los referentes del movimiento. “Somos un 70% Sankara, un 25% Zongo y un 5% de todos los demás: Nkrumah, Lumumba, Cabral…”.

DESPERTAR CONCIENCIAS

Sin embargo, los líderes de Balai Citoyen confiesan que no ha sido fácil llevar a cabo todo el trabajo previo de sensibilización. La figura de Sankara también ha sido reivindicada por otros sectores políticos, por lo que resultaba complicado recoger su legado y a la vez mantenerse al margen del juego de los partidos.

Desmarcarse de esa política institucional tan denostada en el país ha sido una de las obsesiones de un movimiento que es mucho más que una organización. “Es a fuerza de forjar que nos hemos convertidos en herreros —confiesa Smockey—; es decir, nosotros no éramos actores políticos, sino que nos hemos convertido por necesidad. Al principio, nos presentábamos como un movimiento apolítico, aunque no fuese del todo correcto. Si tú dices que eres político te relacionan con la conquista de las instituciones y la gente se distancia porque estaba harta de los políticos”, explica el rapero.

“Solo pasado el tiempo hemos empezado a decir que Balai Citoyen es un movimiento político, pero la diferencia entre nosotros y los partidos es que ellos quieren conquistar el poder y Balai Citoyen pone en marcha acciones políticas no para conquistar el poder, sino para ejercer un control ciudadano”, precisa Smockey.

UN FUTURO EN CONSTRUCCIÓN

Balai Citoyen pasa por ser la punta de lanza del levantamiento popular de 2014, pero la historia reciente de la movilización ciudadana en Burkina Faso no termina ahí. Menos de un año después, en septiembre de 2015, un grupo de militares de una unidad de élite del Ejército protagonizó un intento de golpe de Estado. Era la guardia presidencial, así que todo apunta a que la voluntad era restituir a Blaise Compaoré. De nuevo, los burkineses se echaron a la calle espoleados por los movimientos sociales, y la movilización fue clave para que los golpistas depusiesen su actitud y rehabilitasen al presidente de la transición, Michel Kafando. Dos meses después se celebraron elecciones presidenciales y legislativas con normalidad y transparencia.

La actividad de Balai Citoyen como “centinela de la democracia” no se detuvo ni con la caída de Blaise Compaoré ni con la resistencia al golpe de Estado, ni siquiera con la aparente recuperación de unas instituciones con buena salud democrática. “Nosotros seguimos siendo responsables de que se respete la voluntad del pueblo”, confiesa Smockey, y concreta el reto al que se enfrenta Balai Citoyen: “Aún buscamos la manera de crear el cambio social sin entrar en el juego de los partidos políticos, de influir en las instituciones que toman las decisiones sin ser un partido. Nuestro objetivo es suscitar una nueva forma de hacer política, aunque no tenemos la respuesta”.

En todo caso, los dos tienen clara la necesidad de un movimiento como el que impulsan porque el cambio de mentalidad todavía se está produciendo. “Nosotros estamos dispuestos a seguir asumiendo riesgos y a atrevernos a inventarnos el futuro, como nos dijo Sankara, aunque podamos cometer errores”, concluye Sams’k le Jah.

Hay una imagen simbólica que resume el sustrato de convicciones que da sentido a Balai Citoyen y la corriente de transformación social que representa. Cuando se hizo oficial la dimisión de Compaoré, después de que las manifestaciones en las calles hubiesen puesto contra las cuerdas a un régimen de más de 27 años, el movimiento llamó a sus militantes a seguir en las calles, pero en este caso para barrerlas, para ser protagonistas de la recuperación de la vida cívica.

La operación se repitió después de la resistencia al golpe. Smockey aporta su dosis de ironía también a este episodio. “Cuando cayó Blaise [Compaoré], a mí, como a todo el mundo, me hubiese gustado irme a las Galápagos a remojar los pies en el agua cristalina, pero teníamos que terminar el trabajo que habíamos empezado. Y la limpieza era el símbolo de ese trabajo terminado”.

 

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