En los últimos meses, con ocasión de las elecciones presidenciales en Ecuador, tanto el Movimiento Indígena, como el Pachakutik (su brazo electoral) han sido objeto del más variopinto cúmulo de escritos y análisis, principalmente a nivel internacional.
Lo primero que me salta a la mente luego de leer buena parte de estos textos es un enorme miedo implícito a lo indígena actuando sin tutela y sin aplicar preceptos “políticamente correctos”, sea de izquierda o de derecha. Lo indígena está muy bien cuando su presencia es controlada: una que otra persona de algún pueblo en algún cargo público para mostrar que los gobiernos de turno son interculturales, por ejemplo; pero es un problema cuando no apoyan políticamente a quien los entendidos consideran que deben apoyar; es un problema cuando no se sabe si abrazarán las formas más coloniales de política de las oligarquías, o si la CIA les cooptó como agentes, o cuando no se sabe si “tienen claro” a dónde van. Es un miedo intolerante y racista ante ciudadanos de segunda cuyos códigos de pensamiento no acaban de ser los iluminados de la modernidad y, por ello, o son sospechosos de no tener principios firmes, o bien son almas puras incapaces de ver las trampas que les ponen sus opresores. Es un miedo despectivo a su capacidad movilizadora autónoma, un miedo colonial que emerge visceral o intelectualizado.
La CONAIE es una Confederación que aglutina a pueblos y nacionalidades muy diversas, con lenguas, cosmovisiones y ethos muy distintos. Sí, no son indígenas en abstracto y homogéneo. Les tomó más de una década de un ejemplar ejercicio intercultural construir una agenda política consensuada. Encuentros, asambleas, diálogos que aproximen esas diversas maneras de ver el mundo, incluyendo fuertes debates respecto al necesidad o pertinencia de adscribirse a una línea política de izquierda; que las demandas de tierra y territorio confluyan; o proponer una vía propia, entre otros, dieron lugar a su proyecto político de Plurinacionalidad, un vastísimo y desafiante proyecto de nueva sociedad, nueva política, nueva ética, donde quepan las diversidades en unidad. Tan vasto, que las propias organizaciones de la izquierda de abajo apenas se interesaron en conocer y tratar de entender. Alcanzar la unidad en la diversidad es algo que se construye diariamente, no es una utopía ni un hecho dado; es una de las condiciones fundamentales de la plurinacionalidad.
A lo largo de estos 40 años de vida visible de la CONAIE, la organización ha debido enfrentar una auditoría permanente respecto a su “coherencia política” y ha visto a muchos de sus miembros, tomar derroteros distintos, ser cooptados por uno u otro grupo de poder. No es nuevo para la organización que dirigentes, exdirigentes, figuras conocidas, sean cooptadas de distinta manera. Pero, en estricto sentido, la CONAIE ha mantenido su autonomía, incluso cuando decidió apoyar a un gobierno, su camino autogestivo fue retomado y el aprendizaje quedó marcado en su proceder colectivo.
Confederarse presupone opciones voluntarias y autónomas de converger, no son fijas ni permanentes, de ahí que la estructura organizativa es tan abierta y flexible, como férrea y unitaria según las circunstancias.
El Movimiento Indígena ha atravesado por todas las estrategias desestructuradoras de gobiernos neoliberales y progresismos conservadores con sus aliados externos, algunas de ellas llegaron al corazón mismo de las comunas, ese tránsito implicó muchas pérdidas, dolores, errores, aprendizajes, debilitamientos y recomposiciones; pero ahí está, aquí sigue (kaypimi kanchik, dirían), manejando lenguajes no verbales pero muy contundentes, propios de sus otros ethos, se esmeran en la restitución del desorden que traen las contradicciones; las contradicciones son parte de la tarea, no se resuelven eliminándose unas a otras. La movilización de Octubre 2019 así lo mostró, y mostró además que el abajo manda, que la asamblea comunal tiene aún la batuta.
Entonces, dentro del Movimiento hay muchas posiciones en tensión permanente, hay nuevas generaciones colocando nuevos debates y demandando más presencia, búsquedas de más justicias internas y más democracia radical. Hay todo eso en ebullición; y siempre, siempre hay asambleas y construcción de consensos, como el mejor mecanismo de procesar el todo y la diversidad; el acuerdo y la contradicción. No es infalible, pero si muy potente.
Es decir, que la existencia de posturas distintas, disputas internas, contradicciones es parte del ejercicio organizativo, que luego se traduce mediáticamente como “división” al interior de la CONAIE, que hasta ahora no es exactamente lo que ha ocurrido.
En cuanto al Pachakutik, que fue fundado pocos años después de la emergencia de la CONAIE, contó con la participación activa de movimientos sociales y sindicales en resistencia al ajuste neoliberal de ese momento. Su estructura, en la forma, responde a los requerimientos legales del Estado aunque su funcionamiento real es heterogéneo, algunas direcciones locales están más directamente tuteladas por organizaciones de base de la CONAIE que otras. Y, si bien su ideario suscribe los principios del Movimiento Indígena, se han podido observar prácticas más heterodoxas.
En términos generales, se observa un crecimiento sostenido y consolidación de gobiernos locales electos, lo cual indicaría que la opción electoral en lo local si ha abierto espacios de participación y acceso a derechos para las comunidades indígenas; existiría también, una inversión modesta mejor distribuida. La gestión de algunos de ellos fue en algún momento premiada internacionalmente. Sin embargo, también se existieron gestiones desacertadas y contrarias a las líneas generales del Movimiento Indígena, en esos casos, los representantes han salido de las filas de Pachakutik.
Más errática ha sido su participación en la Asamblea Nacional, donde los/as pocos/as representantes que han logrado alcanzar una curul, en la mayoría de los casos no han respondido a los lineamientos partidarios. Esta es la primera vez que Pachakutik alcanza una representación tan alta que puede ser determinante en la legislación, de modo que el principal reto del Movimiento Indígena será acompañar de cerca a sus asambleístas electos. Esto será clave para su propio proceso organizativo.