La crisis climática global está instalada, y ahora el nivel de vida y el modelo de consumo/desperdicio establecido en favor de los más ricos responde por el 80% de los problemas, pero los más pobres, que son siempre quienes serán los más afectados, son llamados a encontrar caminos y soluciones. Esperamos que eso vaya más allá del discurso y también, que una vez convocada, la población comparezca y contribuya a modificaciones efectivas. Al final, sabemos que las posibilidades de cooptación son grandes y que cualquier expectativa en relación con actitudes revolucionarias, por parte de los ricos y su sistema que asegura el mantenimiento de sus privilegios, tiende a revelarse como insuficiente, ilusoria y equivocada.
Las desigualdades están en la raíz de todos los problemas, y eso no pesa tanto para los patrones como para el calentamiento global. La asimetría en la representatividad entre los pueblos del sur y el norte en las agencias internacionales permite comprender que, sin cambios radicales en la ONU el acuerdo de París no se cumplirá y las implicaciones del calentamiento global tenderán a agravarse de forma dramática en 2024. El futuro traerá el recrudecimiento de pandemias, guerras y genocidios por la intervención de experiencias fascistas y totalitarias.
Una interpretación actualizada del IPCC, del límite de +1.5˚ C, ya resulta inviable y tiende a ser superado desde 2024, debido a las tendencias inerciales ya establecidas e irrefrenables. Esto es de gravedad extrema pero no significa que cada uno de nosotros debamos desanimarnos ni a esperar lo peor. Al contrario. Significa que precisamos asumir protagonismo en formas colectivas de acción aplicadas a la concientización y la movilización social, para anticipar lo que es posible en el ámbito de la organización democrática autoprotectora.
Inicialmente, precisamos desenmascarar a los ilusionistas, a los golpistas, los heraldos a sueldo, los oportunistas y los científicos capturados por las corporaciones.
Una población precisa ser alertada de que las tragedias climáticas de este año no son eventos aleatorios extraordinarios, aislados e independientes, sino manifestaciones de un proceso que tiene su origen en mecanismos de exploración predatoria y que aunque los entendamos y enfrentemos, exigirán sacrificios por el agravamiento que lleva décadas.
Los incendios en el Norte y las lluvias en el Sur del planeta, que en este año alcanzarán límites inéditos, ocurrirán con anticipación al Niño, que viene siendo equivocadamente responsabilizado por hechos de los que es consecuencia, y no la causa. En otras palabras, la sociedad precisa darse cuenta de que la codicia irresponsable de unos pocos ha establecido las raíces del desequilibrio global e inercial del ecosistema, que tiene causas definidas y consecuencias acumulativas. El Niño está entre ellos, y se repite en ciclos que varían de 2 a 5 años, cada vez con mayor violencia y, con cada “ronda”, fija niveles más altos para la temperatura del planeta, el derretimiento de los casquetes polares, los incendios e inundaciones aquí, allá y acullá, e incluso para el próximo El Niño. Es un proceso que tiene sus raíces en el espíritu de la colonización predatoria, en el ecocidio desenfrenado y en la alienación/ ignorancia cultivada entre nosotros, en cuanto a los límites del planeta. En este sentido, cabe recordar que las lluvias y los deslizamientos que este año ya contabilizan centenas de muertos, millares de desamparados y perjuicios económicos imposibles de dimensionar (considerando apenas lo ocurrido en Río de Janeiro, en Bahía, en São Paulo, en Santa Catarina, en Acre, en Rondonia y en Rio Grande do Sul), y que ocurrieron ANTES de este EL Niño que se extenderá más allá de 2024, provocará dramas peores, de corrientes de anunciada elevación de las temperaturas en todo el planeta. Es seguro que muchas crecientes, río y arroyos que antes eran permanentes, desaparecerán o asumirán un carácter estacional.
Con eso se agravarán los impactos sobre la producción agropecuaria, en las repercusiones directas sobre los precios de los alimentos, la carestía y la desnutrición que avanza entre nosotros desde el golpe de 2016. Al mismo tiempo deben esperarse incendios y un recrudecimiento de la concentración de residuos de agrotóxicos en las reservas de agua remanentes, con las implicaciones sobre los sistemas de salud y la oferta/consumo de energía según la privatización de las principales agencias que ofrecen tales servicios.
Como consecuencia veremos que las migraciones se amplían, que la violencia y la activación imprudente de obras de infraestructura destinadas a la recuperación/compensación de los daños físicos, exigirá decisiones, priorización y consumo de energía/producción de materiales y servicios de edificación que ampliarán las posibilidades para el clientelismo y la corrupción, además de contribuir a las tasas de aumento de la temperatura global, recomenzando el ciclo. ¿Cómo minimizar tales riesgos o expandir los mecanismos de cooperación y comprensión que los controlen, por parte de las sociedades?
Ante las medidas controladas por el sistema predatorio, se hace urgente el establecimiento de nuevos sistemas de comunicación y monitoreo, que dependerán de políticas que aún no se han implementado porque implican la transferencia de poder y la garantía de transparencia en el espíritu de una democracia participativa que aún no existe. Esto trae otra pregunta crucial: cómo acelerar la construcción de mecanismos que posibiliten tales respuestas, sabiendo que éstas exigirán tiempo y recursos que hoy no están disponibles.
Confío que sólo con voluntad popular, en sociedades bien informadas, se podrán abrir caminos para enfrentar los desafíos que se colocan en el planeta en este periodo histórico que según Luiz Marques, es el decenio decisivo.
Resulta evidente que precisaremos hacer los sacrificios necesarios y desde ahora, intentar actividades que puedan limitar su extensión en el tiempo. Se trata de identificar y exigir acciones gubernamentales que impacten el proceso de degradación de las bases de la vida. Los puntos cruciales son bien conocidos: hay la necesidad de reducir la quema de combustibles fósiles, migrar a otras fuentes de energía, recuperar los servicios que brinda la naturaleza y contener los desperdicios en todos los niveles.
En palabras simples: podar los excesos donde quiera que existan.
Las instituciones de investigación y la extensión rural deberán reorientarse y capacitarse a responder los desafíos que esto encierra, aproximándose a los saberes populares y las formas de labor y conocimientos ancestrales acumulados entre las poblaciones adaptadas a cada ambiente, lo que puede frenar las tendencias regresivas y contribuir a su mantenimiento y recuperación. La planeación de acciones institucionales debe implicar una participación comunitaria y apoyarse en nociones geográficas y territoriales delineadas por las divisiones naturales del agua, sus micro y macrocuencas, atribuyendo (en todos los niveles) mayor relevancia a elementos de carácter ecosocial que a las conveniencias y al clientelismo político.
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Las amenazas reales(195,07 kB)
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Publicado originalmente en Biodiversidad América Latina