Nostalgia de la Luz, un documental del año 2010 dirigido por el chileno Patricio Guzmán, es una metáfora visual de lo que puede representar nuestro encuentro con el pasado, el afán cautivante por descubrir los enigmas del origen de la vida y la necesidad imperante de evocar las memorias de ese pasado. El desierto de Atacama en el norte de Chile, uno de los lugares más áridos de la Tierra, es el escenario que permite a la persona espectadora descubrir la hermosa analogía entre los vestigios del cielo y del suelo. La búsqueda de la historia de nuestra vida se parte en dos: lo que las estrellas son capaces de contarnos sobre el inicio de la composición del universo y lo que los jeroglíficos y restos humanos testifican sobre nuestro paso concebido como evolución. La evocación es la de un pasado que por más lejano que se perciba, irradia sus signos en el tiempo presente, mientras que la memoria es la puerta que nos conduce a enormes interrogantes, al mismo tiempo que nos muestra las más grandes y dolorosas paradojas.
En Nostalgia de la Luz se muestran las cicatrices de un país como Chile que, mientras busca las grandezas de la existencia coloreando mapas en el cielo, sigue acorralado por la zozobra de no ver el rostro completo de eso que reconocemos como justicia. Como se muestra en el documental que hoy evocamos, el desierto de Atacama es un lugar predilecto para conocer las estrellas, con observatorios astronómicos que crean un acceso al cosmos para encontrar las raíces primigenias. También es la sala de los arqueólogos que ven en este desierto una especie de cápsula del tiempo, porque el suelo de ese desierto es resguardo de vestigios humanos momificados de hace decena de miles de años, es cementerio de pueblos mineros abandonados, es ruina de un campo de concentración que ocultó a personas detenidas-desaparecidas en el periodo de la dictadura chilena de Augusto Pinochet y es fosa casi indescifrable de los cuerpos torturados y desaparecidos de aquella terrible época.
Nostalgia de la Luz es la apuesta de dos búsquedas sobre pasado: el pasado de las estrellas que explican nuestra aparición en el universo y el pasado de las personas desaparecidas víctimas de un periodo cruento en la historia de América Latina; es la búsqueda del rastro de los cuerpos celestes, pero también de los cuerpos desechados por un poder desaparecedor. La imagen de las mujeres buscadoras, intentando descifrar los rastros del crimen sobre la inmensidad del suelo salitre, intentando encontrar, para luego desenterrar los restos de sus familiares, nos lleva a una afirmación prácticamente incontestable: es necesario vivir buscando, permanecer en un estado interminable de búsqueda, hasta que el cielo y la tierra nos ofrezcan las respuestas a nuestras más bellas o trágicas preguntas: ¿Cuándo empezó la existencia?, o ¿cuándo se detuvo la vida?
México, con una historia signada también por la desaparición forzada en el periodo conocido como la Guerra Sucia, pero continuada y actualizada en épocas recientes, en una especie de pedagogía de la desaparición que se ha instalado en la vida social contemporánea –permitiendo la perpetuación y generalización del crimen–. Es un país que también está inscrito en la imagen de quienes escarban en las profundidades de nuestro suelo para recuperar las voces de sus historias. Hay una resonancia de la inmensidad del desierto de Atacama en los desiertos mexicanos, en nuestros campos áridos o espesos y en los espacios conjurados por los entierros clandestinos que se nos han ido revelando: acá también se nombra en el silencio y se desentierra la verdad.
El pasado reciente, un periodo que suma poco más de una década, nos obligó a reconstruir el nacimiento de una tecnología de represión política característica de la década de los 60 y 70 en México; al mismo tiempo, nos ha ido enseñando que la fuerza de gravedad de la historia de las desapariciones de nuestro país está en los cuerpos dolientes y a la vez imponentes de aquellas personas que trágicamente devinieron en buscadoras.
Cuando vemos organizarse a decenas de miles de personas para buscar, nombrar y recordar a quien por alguna razón un día no volvió a casa, en un país como éste, comprendemos que una de las batallas más duras que enfrentan quienes buscan es aquella que se propone desarticular el ocultamiento sistemático de los cuerpos y con ello, contestar a la indiferencia institucional, el silencio social, la soledad y el olvido.
Se remueven los suelos, las familias de personas desaparecidas salen al encuentro con la vida entera o sus vestigios. Porque abrir la tierra, como hemos escuchado decirles, también es una forma de descartar que están ahí los seres queridos que son buscados. De esta manera, también niegan la simplificación de las estadísticas de la desaparición, porque entienden aquello que escribió Pilar Calveiro, que en algún momento “las cifras dejan de tener una significación humana”, es decir, se transforman sólo en una numeralia que no da cuenta a cabalidad de las vidas que se reclaman.
Ahora que el problema de la desaparición de personas está tan presente en nuestros entornos cotidianos, es imprescindible preguntarnos de qué manera nos afectamos cuando tomamos conciencia de que, en este lugar del mundo, todos los días se repiten más de 111 mil veces la pregunta “¿dónde están?”.
La analogía entre la búsqueda del origen de la vida en el cielo y la búsqueda de la vida que perdemos en las profundidades del suelo nos ayuda a esperanzarnos: porque si en la inmensidad del cielo es posible encontrar los vestigios de nuestro remoto pasado, en el suelo que caminamos tendrán que hacer germinar las semillas del amor infinito que las familias buscadoras han sembrado en cada paso. Si surcamos la tierra a lado de ellas, es probable que entendamos por qué el olvido es imposible, y por qué tantas veces buscan en el cielo la prueba de la vida de sus seres amados.
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* Mitzi Elizabeth Robles Rodríguez es doctorante del Posgrado en Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad Autónoma Metropolitana-Cuajimalpa y estudiante asociada del Grupo de Investigaciones en Antropología Social y Forense (GIASF).
El Grupo de Investigaciones en Antropología Social y Forense (GIASF) es un equipo interdisciplinario comprometido con la producción de conocimiento social y políticamente relevante en torno a la desaparición forzada de personas en México. En esta columna, Con-ciencia, participan miembros del Comité Investigador, estudiantes asociados a los proyectos del Grupo y personas columnistas invitadas (Ver más: http://www.giasf.org)
La opinión vertida en esta columna es responsabilidad de quien la escribe. No necesariamente refleja la posición de adondevanlosdesaparecidos.org o de las personas que integran el GIASF.
Foto de portada: En medio del desierto buscadoras esperan hallar indicios de restos humanos. Crédito: Adolfo Vladimir
Publicado originalmente en A dónde van los desaparecidos