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La tala ilegal y la pobreza avivan las tensiones locales en el sur de Senegal

James Courtright

Lamine Gueye sentado sobre el tronco del árbol en el que mataron a su hermano menor Mustapha, el mes de abril. (James Courtright)

En las primeras horas del día 6 de abril de 2018, el zumbido de una motosierra en el exterior de su casa despertó a Mustapha Gueye en Sam Yero Gueye, una pequeña población en los montes bajos de la región de Kolda, en la frontera senegalesa con Gambia. Mustapha se levantó para indagar de dónde provenía el sonido; 300 metros a las afueras de su pueblo fue emboscado por taladores que le rompieron ambas piernas, uno de los brazos, y acabaron con su vida de un golpe en el cráneo.

“Odiaba a todos los que talaban los árboles”, explica Lamine Gueye, el hermano mayor de Mustapha. “Sabían que si cortaban un árbol cerca del pueblo, él vendría. Es por eso que los asesinos se armaron de un machete y asesinaron a mi hermano”.

Durante la última década, los bosques del sur de Senegal se han ido despoblando imparablemente de árboles de palisandro y otras especies tropicales de maderas preciosas de crecimiento lento. Los taladores, aprovechando la ausencia de reglamentación en el vecino país de Gambia y la porosidad de la frontera entre ambos países, venden la madera a los intermediarios gambianos que luego la exportan a Asia. Aun cuando el comercio ha disminuido desde su apogeo hace unos años, el saqueo continúa hasta la fecha, dividiendo comunidades y empujando a personas vulnerables hacia un futuro más precario.

Senegal se encuentra en el extremo occidental del Sahel, la sabana que marca el límite entre el desierto del Sahara y los exuberantes bosques tropicales de África occidental y central. Sin embargo, a medida que la temperatura aumenta en el globo, las lluvias estacionales de la región se han vuelto más erráticas. Para alimentar a una población en expansión, regularmente se procede a la limpia de tierras para la agricultura. Lo que alguna vez fue bosque se ha convertido en sabana, y lo que una vez fue sabana ahora es desierto. Según Global Forest Watch, entre 2001 y 2016 los bosques de Senegal se han reducido alrededor de un 6,9 por ciento.

En la última década, ha surgido otra amenaza para los bosques aún en pie de Senegal: la tala ilegal. Detrás de este saqueo existe una demanda de madera noble y madera de secuoya en Asia.

Entre 2009 y 2014, el valor de las importaciones chinas del palisandro o palo de rosa (pterocarpus erinaceus) del oeste de África aumentó de 12.000 USD a 180 millones de USD.Ninguna de estas maderas provenía oficialmente de Senegal; en cambio, el país vecino, Gambia, el más pequeño del continente africano, fue uno de los mayores exportadores de África occidental a China.

Según un informe de 2015 sobre el comercio de palisandro chino, alrededor del 95 por ciento de esta madera noble de Gambia exportado a China proviene del sur de Senegal. Bajo el antiguo hombre fuerte de Gambia, Yahya Jammeh, una empresa, la WestWood Company Ltd., tenía licencia exclusiva para exportar madera. Se ha comprobado que, además de llenar las arcas privadas de Jammeh, los rebeldes de la región de Ziguinchor, en Senegal, también utilizaron las ganancias del comercio ilegal de la madera para financiar su lucha por la independencia del Gobierno senegalés.

En 2015, el presidente de Senegal, Macky Sall, ordenó al ejército patrullar la zona fronteriza en un intento por reprimir a los contrabandistas. Poco después, la Secretaría de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas (CITES) incorporó el palisandro senegalés a una lista de especies que requieren con urgencia una mejor reglamentación internacional.

A pesar del derrocamiento de Jammeh en Gambia a principios de 2017, actualmente persisten los esfuerzos en este sentido del Gobierno senegalés y el reconocimiento por parte de la CITES de la tala ilegal en el sur de Senegal.

“Es peligroso, pero el dinero que se gana lo justifica”

Bamba Balde, de treinta y cuatro años (no es su nombre real), nació y creció en Niaming, una gran aldea de 1.800 habitantes, en el camino polvoriento que lleva a Sam Yero Gueye, y a menos de diez kilómetros de la frontera con Gambia. En los últimos tres años, Bamba y otros jóvenes del pueblo suelen internarse en el bosque durante dos semanas para talar árboles de palisandro y sus hombres de confianza arrastran la madera hasta la frontera en carretones con caballos y mulas de carga protegidos por la oscuridad.

“Allí la labor es intensa”, comenta Balde a Equal Times. “El trabajo es duro y peligroso; a veces los árboles caen y lastiman a los taladores. Pero el dinero que se gana lo justifica”.

En una semana, Balde afirma que pueden talar alrededor de 20 árboles, lo que les generaría un total de aproximadamente 5.000 USD. A diferencia de la agricultura, que en cuatro meses de temporada de lluvias solamente deja, si todo va bien, unos 800 USD.

Otros taladores, como Amadou Diakite (también nombre ficticio), de la pequeña aldea de Kibasa, igualmente en la región de Kolda, próxima a la frontera de Gambia, realizan excursiones

de un día para talar los árboles que rodean su aldea. Sin embargo, Diakite, de 33 años, afirma que este año no ha salido a talar porque el palisandro se ha agotado en esa zona.

“Ya no queda palisandro cerca del pueblo. Para encontrarlo, ahora tienes que ir muy lejos, pero cuanto más lejos del pueblo, más probabilidades tienes de que te atrapen los agentes forestales. Por eso he dejado de talar por el momento”, explica.

La respuesta del Gobierno al problema ha sido encabezada en gran parte por el Servicio Forestal, una fuerza paramilitar encargada de proteger los bosques y las aguas de Senegal. El teniente coronel Babacar Dione es jefe del Servicio Forestal regional de Kolda. Afirma que el servicio está llevando a cabo una respuesta contundente que incluye “patrullas conjuntas con las fuerzas de defensa y seguridad, revisión del código forestal para aumentar las sanciones y reuniones conjuntas con las autoridades forestales de Gambia”. Según Dione, en 2017 se registraron 821 infracciones.

Sin embargo, los agentes forestales se quejan en voz baja de que no pueden vigilar el conjunto de las zonas boscosas todo el tiempo. Además, los agentes forestales, cuyos puestos se asignan de manera aleatoria en todo el país, no están familiarizados con las zonas a donde les envían, y rara vez hablan el idioma local.

Un nuevo enfoque

Hace tres años, el Servicio Forestal adoptó un nuevo enfoque para luchar contra los taladores ilegales y los traficantes. Apoyándose en las asociaciones comunitarias informales responsables de la extinción de los incendios forestales que se producen periódicamente en la temporada de calor y sequía, el Servicio Forestal estableció en las aldeas “comisiones de vigilancia”. La comisión vigilará el bosque, informará a los agentes de los actos cometidos por los miembros de la comunidad y podrá hacer arrestos ciudadanos de todos aquellos a los que se encuentre talando árboles.

Samba Diao, de 55 años, ha sido agricultor y pastor toda su vida. Desde 2015 trabaja con la comisión de vigilancia en Niaming.

“Nosotros, en la comisión, recorremos el bosque y buscamos a las personas que están talando y arrastrando los árboles”, explica. “Entonces, llamamos al Servicio Forestal y le comunicamos los destrozos del bosque y quién los está cometiendo. Los agentes no conocen esta zona, así que nosotros les mostramos todo. A veces incluso vamos al bosque por la noche y somos nosotros los que confiscamos la madera y los carretones de caballos, y luego llamamos al Servicio Forestal”.

La creación de comisiones de vigilancia en las aldeas no ha sido acogida favorablemente en todas las comunidades. Los pobladores de Sam Yero Gueye estaban ansiosos por participar, pero en Kibasa, se negaron a hacerlo.

“Aquí nadie quería formar parte de la comisión”, comenta Diakite. “Si una persona pertenece a la comisión y ve a su amigo talar árboles ilegalmente y lo arresta, generaría tensiones en la comunidad”.

En Niaming, Balde (el talador ilegal) y Diao (miembro de la comisión de vigilancia) viven a menos de 500 metros de distancia uno del otro y se ven todos los días.

“Nunca he peleado con los taladores, pero ha habido tensiones”, relata Diao. “Conozco a los taladores, y ellos me conocen a mí. Nos detestamos mutuamente. Pero aunque se encolericen, seguiré estando del lado de los agentes forestales porque no quiero que se destruya el bosque”.

Mayor violencia

En Niaming, siguen existiendo tensiones, pero en otras comunidades ha habido episodios de violencia. Cerca de la ciudad de Pata, en la frontera con Gambia, miembros de la comisión de vigilancia dispararon en el pie contra un arrastrador de madera hace dos años. A raíz de lo cual, el Servicio Forestal hizo saber a los miembros de la comisión que el Servicio no se haría responsable de ningún tipo de violencia. Después de este episodio muchos abandonaron la comisión, pero no Mustapha Gueye, en Sam Yero Gueye. Este es el motivo por el que, a juicio de su hermano Lamine, Mustapha se convirtió en un objetivo de los taladores, lo que les condujo a asesinarlo hace dos meses.

En Kibasa, Diakite coincide en que Mustapha fue asesinado por defender el bosque, pero no muestra compasión. Afirma que después de que el arrastrador de madera recibiera un tiro cerca de Pata en 2016, los taladores y arrastradores convinieron en que si se les interceptara en el bosque “deberíamos hacerles lo que ellos nos hacen. Y ya ven qué pasó este año, mataron a un hombre [Mustapha]. Había conseguido que arrestaran a muchas personas, por eso lo mataron”.

Papa Faye es investigador y experto forestal residente en Dakar. Manifiesta estar preocupado ante el potencial de conflicto que existe en la zona a nivel comunitario. Señala que debido al agotamiento de madera preciosa en las zonas próximas a la frontera, los taladores de palisandro cada vez se internan más al interior del país.

“La mayor parte de la madera que atraviesa esas aldeas y que intentan confiscar, ni siquiera se corta en su zona”, afirma. “Si los habitantes de una aldea van a otra para talar el bosque, es una situación que conlleva un elevado grado de conflictividad entre los habitantes. No solo entre los pobladores y los que vienen de fuera, sino también entre los habitantes locales”.

En Sam Yero Gueye, Lamine afirma que el Estado de derecho es prácticamente inexistente: “Ni siquiera nos ponemos de acuerdo sobre dónde se sitúa la frontera”, comenta.

El mes pasado, los residentes de la aldea protestaron en la frontera de Gambia para exigir responsabilidades por el asesinato de Mustapha y que pedir que los habitantes de Gambia dejaran de cultivar en las que consideran tierras senegalesas. A continuación se produjo una acre batalla a gritos con la policía de Gambia, pero cuando llegaron las autoridades senegalesas que viajaron desde su base a 80 kilómetros de distancia por una carretera medio destruida, prevaleció la razón y los aldeanos regresaron a casa. Sin embargo, indica Lamine a Equal Times, si ven que no se toman medidas, continuarán con su activismo.

“El pueblo es una familia. Si no queremos algo, nadie lo quiere. Si queremos algo, todos estamos de acuerdo. No pedimos lástima. Mataron a uno de nosotros, y no estamos nada contentos. Si ahora nos encontráramos [con los taladores] en el bosque podría, a menos de ser muy prudentes, producirse una batalla. Ahora que han empezado a darnos pelea, ahora que han matado a uno de los nuestros, no podemos dar marcha atrás”.

Este artículo ha sido traducido del inglés.
Publicado originalmente en Equal Times

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