El fin de un imperio.- En días de noviembre como estos, hace 500 años todo era destrucción, abandono y putrefacción en la capital muerta del imperio azteca. México-Tenochtitlan-Tlatelolco era la imagen del Apocalipsis, cubierta de sus propios escombros y de los restos humanos de una guerra total y fratricida, hito histórico que marcaría el fin de un largo ciclo –doscientas centurias– de evolución humana apartada del resto del mundo.
Las dos últimas centurias de esas doscientas correspondieron a México-Tenochtitlan, que fue fundada en 1325 (en la isleta del águila, la serpiente y el nopal) y destruida en 1521. Y aunque el gran imperio azteca fue breve y de ascenso vertiginoso y sanguinario, en ese camino a la cima se había nutrido y mezclado con la riqueza cultural de varios pueblos.
La Serpiente Emplumada y el Águila Nacional.- Quetzalcóatl en lengua Náhuatl, Kukulcán en Maya-yucateco, la Serpiente Emplumada es quizás el símbolo más representativo y uno de los más antiguos del México prehispánico. Hace milenio y medio –y aún antes– la Serpiente Emplumada era presencia central y sagrada en la gran Teotihuacán, y siglos después en la Tula de los toltecas y en Uxmal y Chichén Itzá de los mayas. La pirámide de Cholula, la más grande del continente, fue erigida en honor de Quetzalcóatl, quien también tendría un lugar principal en el universo azteca: en Tenochtitlan era el único dios que daba la frente –en templo propio – a la gran pirámide doble de Huitzilopochtli y Tláloc, par esencial que regía el mundo con garras solares de jaguar y águila.
Es claro entonces que la Serpiente Emplumada es un símbolo extendido y representativo de nuestra identidad nacional, más de lo que pudiera ser, por ejemplo, el águila comiendo a la serpiente en el nopal de Tenochtitlan (imagen que sobrevivió al desastre total de la conquista gracias al águila real, especie conocida y apreciada en Europa y muy usada en su heráldica), que se afianzó durante los tres siglos de la Colonia (y uno más) como escudo del Ayuntamiento de México porque tenía sus ventajas: era llamativa, con águila europea y señalaba el punto geográfico –reconocido y reconocible por indígenas y españoles– del asiento del poder real.
Vista así, la simbología del escudo nacional podría parecer un tanto pobre en sí misma y contradictoria, pues lo mismo sirvió como sello colonial que como estandarte en la guerra de independencia (detrás de la Virgen María), como escudo del Ayuntamiento de México y como centro del lábaro patrio (y de la banda presidencial).
“Lo valioso del símbolo es la historia que ha recorrido, abarcando el México prehispánico, la Colonia y el México independiente”, podría argumentarse. Pero una cosa es el símbolo y otra cosa es la historia del símbolo. Porque en nuestro caso, el símbolo sólo se refiere al mito fundacional de un imperio prehispánico opresor y sanguinario; y por otro lado, el recorrido histórico del escudo con el águila y la serpiente en el nopal abarca desde la Conquista para acá: cinco siglos. Visto así, el símbolo y su historia abarcarían las últimas seis centurias de opresión contra los pueblos indígenas en México: desde la Triple Alianza del imperio de los mexicas hasta nuestros días.
La polémica de los perdones.- Llegamos así al tema ineludible de la exigencia presidencial de perdones:
Para conmemorar los 500 años de la caída del imperio azteca, el presidente López envió a su esposa el año pasado a Europa para entregar sendas cartas al Papa y al rey de España exigiendo el reconocimiento del daño causado por sus representados (la Iglesia y el reino de España) a los mexicanos durante la conquista y la Colonia; y López exigió también, en nombre de sus representados, la correspondiente petición de disculpas.
México es el país más poblado y extenso del mundo católico-español y uno de los más ricos del mundo en lenguas y culturas originarias. Un gran legado y un inmenso activo en cualquier campo de negociación político-histórica. Y era deber de López levantar la voz, ya que el aniversario 500 le tocó en su sexenio. Por eso mandó sus cartas a Europa. Pero su flaqueza y complicidad con Trump, sus proyectos etnocidas bien conocidos y la mucha sangre indígena derramada en su sexenio no ayudaban mucho, y con eso a cuestas se fue la esposa del presidente López con sus cartas a Europa, y recibió las cortesías y sonrisas merecidas a tan alta enviada de un país tan importante como México (que por cierto hoy preside –durante un mes– el Consejo de Seguridad de la ONU), pero no hubo respuesta ni entonces ni después, ni real ni papal, ni escrita ni verbal.
López insistió con la misma cara dura de ocasión, estirando el eco de sus cartas huecas hasta que hace pocas semanas alguien le contestó por fin: la ultraderecha española, en voz del partido Vox y sus aliados mexicanos del PAN, diciendo con fundada razón histórica que la guerra de 1520-1521 fue en esencia una guerra entre indígenas y contra la opresión del imperio azteca, y que Cortés y su pequeña tropa de soldados españoles sólo inclinaron la balanza. (Bien hicieron Vox y PAN en detener el tema allí, porque luego su argumento se cae.)
Nuestro escudo nacional y el mismísimo nombre de México son herencia azteca, así que lo que dijo Vox en España –y el PAN acá– bien podría sentirse como una afrenta a nuestros símbolos patrios, si es que fuera verdad que nos identificamos particular y plenamente con la parte azteca de nuestro mundo indígena prehispánico. Pero obviamente no es así. Porque para empezar, la derrota del imperio azteca fue el triunfo de los tlaxcaltecas –de modo central– y de otros pueblos. Por otro lado, por ejemplo, la Península Maya (o de Yucatán) resistió durante dos décadas –después del hundimiento azteca– tres intentos españoles de conquista (pues bien sabían la esclavitud que venía, ya que años antes se los había advertido un Gonzalo Guerrero convertido en maya, y varias décadas antes lo había profetizado el Chilam Balam). Y así otros pueblos.
El caso es que las cartas europeas de López nunca tuvieron la respuesta esperada, ni el tema pegó mucho en el ánimo popular (más preocupado por la pandemia del COVID y por la comida siguiente). Midió mal el salto. La banda presidencial (verde, blanca y roja, con gran escudo dorado del águila en el nopal), que mucho brilla en los salones y los balcones de palacio, no dio para tanto.
Será que los símbolos patrios ayudan poco, o porque la historia de la banda presidencial que hoy lleva cruzada López está llena de latrocinios y crímenes de Estado muy conocidos; o será por él mismo y los males que ha hecho o lo que sea, pero el momento histórico del aniversario 500 de la Conquista naufragó miserablemente en el pantano presidencial de López.
La Serpiente Emplumada y el “Tren Maya”.- Una de las características principales del mal llamado “Tren Maya” es la simulación, la mentira y la ausencia de participación indígena (como no sea la básica para el lustre externo). Y en este tenor, el FONATUR y su banda presidencial de sinvergüenzas le inventaron un logotipo al tren: una serpiente emplumada cuadrangular que se muerde la cola; nada que ver con el “nombre maya” que le pusieron (algo así como “caballo de fuego” o lo que sea). Otra simulación. Otra vez el uso y el abuso de los símbolos prehispánicos y otra incoherencia más de este proyecto etnocida.
La Serpiente Emplumada y el Gran Premio de México.- Y llegamos así al llamado “Gran Premio de México” de la Fórmula 1, que se corrió el pasado domingo 7 de noviembre en la Ciudad de México.
Competición básicamente europea (9 de los 10 equipos son de allí, así como 15 o 16 de los 20 pilotos) y con una huella de carbono inmensa, la F-1 es la joya publicitaria del motor y los caballos de fuerza sobre ruedas. El patrocinador principal de la carrera en México (y otras varias) es la marca holandesa Heineken, dueña de la Cervecería Cuauhtémoc Moctezuma.
Para llenar de color y folclor el GP de México, Heineken se tomó la libertad –tal como FONATUR con el tren– de usar y abusar de la Serpiente Emplumada para moldearla a su gusto comercial y pintarla en gran formato a la vera de la pista, con plumas de verdes chillones, ojos saltones viendo al frente y una lengua de rojo intenso –como la estrella roja de Heineken– extendida desde una boca chimuela. Algo así como un dragón chino atrofiado y verde. Pero la cosa no paró allí: la competencia tuvo sus emociones y para gran deleite de Heineken el piloto triunfador fue su favorito holandés, quien siguiendo el guión comercial aparcó su bólido “Red Bull” sobre la gran lengua roja.
(¿Tan bajo hemos caído?)
Visto con los ojos del FONATUR-4T, el show de la F-1 en México fue un gran triunfo publicitario y de turismo de élite, y el presidente López –siguiendo el guión– dio su bendición a los organizadores y su felicitación –de lejitos, pa’ que no se diga– a los pilotos del podio, en especial al mexicano Pérez que llegó tercero, hurra hurra, haciendo historia.
Ninguna autoridad (del presidente para abajo) o polítique de cualquier partido expresó alguna opinión sobre este abuso vil, descarado y público de uno de los símbolos prehispánico más importantes de México. Nadie. El evento fue transmitido en vivo a cientos de millones de televidentes en todo el mundo.
La Serpiente Emplumada no es el águila presidencial. Hay niveles. Dígalo si no la 4T. (J.C.F.M., Jo’, Yucatán, México, 15 de noviembre de 2021).