La revolución Rosa

Claudia Korol

Se cumple un siglo desde el feminicidio político de Rosa Luxemburgo, consumado el 15 de enero de 1919. Lo nombramos como “feminicidio”, no sólo porque Rosa era mujer, sino porque ella, por ser mujer, fue perseguida, desprestigiada y maltratada –antes y después del crimen– con saña. Cuando los esbirros la arrastraban a la muerte, el odio encendido en los seguidores de esa socialdemocracia descompuesta política y éticamente, generaba un griterío a su alrededor: “puta, loca, sanguinaria, violenta”. La roja –en un país en el que crecía la contrarrevolución–, la judía –en un país en el que se incubaba junto al racismo y el nacionalismo “el huevo de la serpiente”, el nazismo–, la polaca –en una Alemania que disputaba con Rusia desde hace años el territorio polaco donde nació Rosa–, la desobediente –que osó convocar a la juventud para que no fuera a la guerra imperialista–, la mujer autónoma –con parejas a las que se unió y de las que se separó en libertad–, fue ferozmente maltratada, como tantas mujeres que rompieron los códigos y mandatos sociales, y desafiaron al poder de un capitalismo patriarcal, y de un socialismo machista y misógino.

Después del griterío acusatorio fueron las balas y un culatazo que le rompió el cráneo. Su cuerpo fue arrojado a las aguas del Landwehrkanal en Berlín. Una historia que en nuestros países del sur es más que conocida. Rosa criminalizada, Rosa presa, Rosa insultada, Rosa asesinada, Rosa desaparecida

Pero Rosa volvió de todas las desapariciones. De la que pretendieron sus asesinos, y de la que posteriormente realizó el estalinismo, condenando su obra teórica al ostracismo. No sólo escapó de las aguas, regresando a la superficie y a las orillas del mundo. Poco a poco fueron llegando también sus ideas, sus reflexiones sagaces sobre la revolución, el socialismo, la libertad.

Habría muchos temas sobre los cuales es posible reflexionar, pero aquí, el análisis en clave feminista para reencontrarla en los desafíos actuales.

LA AMISTAD POLÍTICA ENTRE MUJERES

¿Cómo tolerar tanto odio de los enemigos, y tanta agresividad de quienes desde las filas revolucionarias rechazaron la radicalidad libertaria y las denuncias del oportunismo y del reformismo, realizadas de manera implacable por Rosa? ¿Cómo sobrevivir al machismo que atravesaba la vida social en la que Rosa desplegaba su lucha, y también la vida íntima?

Quien fue su compañero durante gran parte de su vida, Leo Jogiches, desvalorizaba sus deseos y trataba de disciplinar su actividad. Fue por esa presión que cambió su deseo de estudiar Biología por el deber de estudiar Economía, y que renunció a tener hijos o hijas “porque la Revolución le exigía que entregara todo de sí”. Rosa entregaba todo de sí, todos los días, pero no dejaba de sentir que la lucha por la felicidad de un pueblo, tenía que corresponderse con la búsqueda de la felicidad personal. En varias cartas escritas a Leo le reprocha: “Comprendo que quieras comunicarme tus observaciones críticas, comprendo su utilidad en general e incluso su necesidad en determinados casos. Pero ¡por Dios! en ti esto se ha convertido en una enfermedad ¡en una fea costumbre! No puedo escribirte acerca de ninguna cosa, de ningún pensamiento o hecho sin recibir como respuesta las peroratas más tediosas y más insípidas. ¡Esto es realmente demasiado aburrido!”. Rosa quería volar más alto y no necesitaba un tutor que decidiera por ella los rumbos de la travesía.

¿Cómo atravesar el desencanto en los compañeros, los largos períodos de prisión, los exigentes debates teóricos, sosteniendo la voluntad y el impulso revolucionario?

Una de las claves en la vida de Rosa, que permite explicar esa capacidad de desafío, es que ella cultivó con dedicación la amistad política entre mujeres. Lejos de las historias oficiales que describen a los protagonistas de las revoluciones o las guerras como hombres sobresalientes, la perspectiva feminista enfatiza los lazos sociales que forjaron grupos y colectivos con gran creatividad. Es el caso de las amigas de Rosa, entre ellas: Mathilde Jacob, Luise Kautsky, Sonia Liebknecht, Mathilde Wurm, Clara Zetkin. Es Rosa, en amistad e intimidad con las mujeres de su tiempo, acompañándolas y siendo acuerpada por ellas, como podemos entenderla, y con ella a todas.

ANTES DEL 8M

Unos días antes del crimen, Clara Zetkin le escribía a Rosa: “¡Ay, Rosa! ¡Vaya días! Siento la grandeza histórica y la importancia de tu actuación. … Mi amada, mi única Rosa, sé que morirás orgullosa y feliz. Sé que nunca has deseado una muerte mejor que luchando por la revolución. Pero ¿y nosotros? ¿Podemos nosotros prescindir de ti? No puedo pensar, sólo siento. Te aprieto con fuerza, con fuerza a mi corazón. Siempre, tu Clara”.

Clara Zetkin compartió con Rosa las críticas a la dirección del partido socialdemócrata en momentos claves como la votación en el Parlamento de los créditos de guerra, en la defensa de la Revolución Rusa (y en su crítica a lo que consideraron necesario de esa experiencia naciente), en la lucha contra el militarismo, en la creación del grupo Espartaco, y luego del Partido Comunista Alemán. Rosa apoyó en todo momento a Clara en las luchas por la organización de las mujeres socialistas a nivel internacional.

Clara y Rosa también estuvieron entrelazadas por el amor que Rosa tuvo con Kostia, el hijo de Clara, 23 años más joven que ella. En un partido tan conservador, ese amor resultó sin dudas una afrenta, y generó habladurías entre los chismosos de la dirección partidaria. Pero tanto Rosa como Clara creyeron en la libertad firmemente, y se permitieron sentir y vivir hasta donde pudieron, en coherencia con sus ideas. La libertad puede generar incomodidad, puede resultar más difícil de vivir, tanto en lo individual como en procesos colectivos, pero es condición para las revoluciones y para las vidas verdaderas.

Esa amistad permitió que Rosa tuviera acceso a periódicos como el que dirigía Clara, Die Gleichheit (La Igualdad) y a numerosos espacios políticos que los varones del socialismo le iban limitando. En 1907 Clara y Rosa, junto a otras compañeras como Alexandra Kollontai –representando a Rusia–, realizaron la Conferencia de Mujeres Socialistas en la que participaron 59 mujeres de 15 países. Fue un espacio decisivo para la organización del primer Día Internacional de las Mujeres, celebrado en Europa en marzo de 1911. Fue también una articulación que creció en su proyección internacionalista, y desde la cual se organizó la resistencia socialista a la guerra imperialista.

Pero no se trataba solo de la lucha contra el capital. En 1912 escribía Rosa en un artículo publicado en el periódico alemán Leipziger Volkszeitung: “…Con la emancipación política de las mujeres, un fresco y poderoso viento habrá de entrar en la vida política y espiritual (de la socialdemocracia) disipando la atmósfera sofocante de la actual vida familiar filistea que tan inconfundiblemente pesa también sobre los miembros de nuestro partido, tanto en los obreros como en los dirigentes”.

Es decir, no sólo se hablaba de la lucha por el voto de las mujeres, sino que se organizó con una gran masividad el movimiento de las trabajadoras para la lucha contra la guerra, se planteó la urgencia de la participación de las mujeres en las luchas por la revolución socialista, y se pusieron en discusión temas como la familia.

Rosa insistió también en la idea de que las proletarias no podían ser furgón de cola de las feministas burguesas. Creía e incitaba a la participación de las mujeres trabajadoras en la primera línea de lucha por el socialismo. Afirmaba en un discurso en 1912: “El actual enérgico movimiento de millones de mujeres proletarias que consideran su falta de derechos políticos como una flagrante injusticia, es señal infalible, señal de que las bases sociales del sistema imperante están podridas y que sus días están contados… Luchando por el sufragio femenino, también apresuraremos la hora en que la actual sociedad caiga en ruinas bajo los martillazos del proletariado revolucionario”. Y escribió el 5 de marzo de 1914: “Para la mujer burguesa su casa es su mundo. Para la proletaria su casa es el mundo entero, el mundo con todo su dolor y su alegría, con su fría crueldad y su ruda grandeza. La proletaria es esa mujer que migra con los trabajadores de los túneles desde Italia hasta Suiza, que acampa en barrancas y seca pañales entonando canciones junto a rocas que, con la dinamita, vuelan violentamente por los aires. Como obrera del campo, como trabajadora estacional, descansa durante la primavera sobre su modesto montón de ropa en medio del ruido, en medio de trenes y estaciones, con un pañuelo en la cabeza y a la espera paciente de que algún tren le lleve de un lado a otro. Con cada ola de miseria que la crisis europea arroja hacia América, esa mujer emigra, instalada en el entrepuente de los barcos, junto con miles de proletarios, junto con miles de proletarios hambrientos de todo el mundo para que, cuando el reflujo de la ola produzca a su vez una crisis en América, se vea obligada a regresar a la miseria de la patria europea, a nuevas esperanzas y desilusiones, a una nueva búsqueda de pan y trabajo”.

Estos textos abren un espacio de empatía para quienes en este sur se vuelven protagonistas de los feminismos populares, indígenas, negros, campesinos, migrantes, internacionalistas, sin fronteras, en los que no se busca negociar algunas migajas del banquete mundial de la burguesía transnacional, sino se tiene como horizonte las revoluciones anticapitalistas, antipatriarcales, anticoloniales, socialistas. Para quienes afirman como lo hacen las mujeres organizadas en el Movimiento Sin Tierra de Brasil, que “sin feminismo no hay socialismo”.

CONTRA EL MILITARISMO Y LA GUERRA

Las mujeres socialistas estuvieron en la primera línea de la denuncia del ascenso del militarismo, y en la oposición a la guerra imperialista, cuando la “civilizada” Europa se desangraba en la Primera Guerra Mundial. Rosa puso toda su pasión para intentar convencer a la socialdemocracia, a la juventud, a los pueblos, del drama humanitario que significaría el estallido de la guerra. Llamó a los jóvenes a no sumarse al Ejército, denunció el maltrato de los oficiales a los soldados, llamó a los diputados socialdemócratas a no votar créditos para la guerra, siendo juzgada por éstas y otras acciones por “traición a la patria”. Cuando se preparaba para asistir a la Primera Conferencia Internacional Antibélica en Holanda, fue detenida (el 18 de febrero de 1915). La prisión no la detuvo. En abril de 1915, en la cárcel, terminó de escribir el texto “La crisis de la socialdemocracia alemana”, más conocido como el Folleto Junius donde proclamaba como disyuntiva histórica: “Socialismo o Barbarie”. Escribía entonces: “Federico Engels dijo una vez: “La sociedad capitalista se halla ante un dilema: avance al socialismo o regresión a la barbarie” … En este momento basta mirar a nuestro alrededor para comprender qué significa la regresión a la barbarie en la sociedad capitalista. Esta guerra mundial es una regresión a la barbarie. El triunfo del imperialismo conduce a la destrucción de la cultura, esporádicamente si se trata de una guerra moderna, para siempre si el período de guerras mundiales que se acaba de iniciar puede seguir su maldito curso hasta las últimas consecuencias. Así nos encontramos hoy, tal como lo profetizó Engels hace una generación, ante la terrible opción: o triunfa el imperialismo y provoca la destrucción de toda cultura y, como en la antigua Roma, la despoblación, desolación, degeneración, un inmenso cementerio; o triunfa el socialismo, es decir, la lucha consciente del proletariado internacional contra el imperialismo, sus métodos, sus guerras. Tal es el dilema de la historia universal, su alternativa de hierro, su balanza temblando en el punto de equilibrio, aguardando la decisión del proletariado. De ella depende el futuro de la cultura y la humanidad”

Compartimos con Rosa la desazón y el espanto que provocan el capitalismo patriarcal y colonial, saqueador, dispuesto a lanzarse a invasiones, guerras, crímenes de estado, dictaduras, destrucción de la naturaleza, envenenamiento de los ríos, contaminación de las tierras, exterminio de pueblos, genocidios, femicidios. La “nueva conquista” que arrasa a nuestro continente, está enloqueciendo de rabia a los pueblos que día a día sienten amenazada su existencia. En este contexto, cuando tratan de robarnos no sólo los bienes comunes sino la capacidad de creernos y de ser sujetos de la historia, es necesario volver a Rosa para pensar al socialismo, y por ende a la Revolución, como un proyecto de vida, frente a la muerte anunciada por el capital.

LA REVOLUCIÓN ES UN SUEÑO ETERNO

En su texto sobre La Revolución Rusa, Rosa profirió una de sus sentencias geniales, que tanto hubieran servido si los proyectos populares y socialistas la hubieran tenido en cuenta “La libertad solamente para los seguidores del gobierno, solamente para miembros de un partido –por más numeroso que fuere– no es libertad. La libertad siempre es libertad de quienes piensan distinto. No por el fanatismo de la ‹justicia›, sino porque todo lo vital, lo curativo y depurativo de la libertad política depende de este carácter, y su efecto falla cuando la ‹libertad› se convierte en un privilegio.”

Rosa Luxemburgo vivió un tiempo de revoluciones. Nacida en Zamosc, en una Polonia ocupada por el imperio zarista ruso, el 5 de marzo de 1871, días antes que los obreros y obreras de Paris “tomaron el cielo por asalto”, fue acunada por los cantos guerreros de la Comuna –la primera experiencia de gobierno obrero–. En sus 47 años de vida intensa, participó de la revolución rusa de 1905 –a la que se sumó desde el territorio ocupado de Polonia, cayendo presa en ese país–, vibró desde la prisión con la Revolución Rusa de octubre de 1917, a la cual no temió valorar –en debate con el reformismo socialdemócrata alemán– y criticar –en textos que no llegó a publicar en vida–. Fue asesinada días después de la derrota de la revolución espartaquista.

Sobre la experiencia de la primera revolución rusa, escribió su obra Huelga de masas, partido y sindicatos, en la que intentó analizar los nuevos modos de participación del pueblo, y sus formas de organización y lucha. Un texto que merece ser estudiado, debatido, al calor de experiencias como el Paro Internacional de Mujeres, y de las duras polémicas que esta iniciativa provoca con algunas burocratizadas organizaciones sindicales.

Su texto inconcluso La Revolución Rusa, publicado años después de su muerte, permite a su vez analizar varios temas críticos para los proyectos socialistas.

La derrota de la semana de Espartaco mostró a Rosa en su integridad revolucionaria. Un día antes de ser asesinada escribía: “¿Qué podemos decir de la derrota sufrida en esta llamada Semana de Espartaco? ¿Ha sido una derrota causada por el ímpetu de la energía revolucionaria chocando contra la inmadurez de la situación, o se ha debido a las debilidades e indecisiones de nuestra acción? ¡Las dos cosas a la vez! El carácter doble de esta crisis, la contradicción entre la intervención ofensiva, llena de fuerza, decidida, de las masas berlinesas, y la indecisión, las vacilaciones, la timidez de la dirección ha sido uno de los datos peculiares del más reciente episodio. La dirección ha fracasado. Pero la dirección puede y debe ser creada de nuevo por las masas y a partir de las masas. Las masas son lo decisivo, ellas son la roca sobre la que se basa la victoria final de la revolución”. Las últimas palabras de ese escrito fueron: “¡El orden reina en Berlín!” ¡esbirros estúpidos! Vuestro orden está edificado sobre arena. La revolución, mañana ya “se elevará de nuevo con estruendo hacia lo alto” y proclamará, para terror vuestro, entre sonido de trompetas: ¡Fui, soy y seré!”.

Rosa Luxemburgo, la mujer de las muchas revoluciones, conmovió a las organizaciones que creaba y a las que llegaba; revolucionando su propia vida y la de quienes la rodeaban. Supo vivir las derrotas sin perder la ternura y el deseo de cambiar al mundo.

Rosa es y será, y seremos con ella finalmente, si logramos ante la adversidad, mantener la alegría, el buen humor, el encanto por la vida. Burlándose de la solemnidad de los socialistas, le escribió a su compañera y amiga Mathilde Jacob, desde la cárcel de Wronke: “Oh, Mathilde, ¿cuándo estaré de nuevo en Sudende contigo y Mimí (su gata), leyendo Goethe para las dos? Pero hoy quiero recitar de corazón un poema que me vino a la cabeza esta noche, sabrá Dios por qué. Es un poema de Conrad Ferdinan Meyer, el querido suizo (…) “estoy arrepentido, lo confieso compungido, de no haber sido tres veces más audaz”. Esta conclusión tú vas a ponerla en mi sepulcro… ¿Lo tomaste en serio Mathilde? ¡Qué! Tienes que reír de eso. En mi tumba, como en mi vida, no habrá frases grandilocuentes. Sobre la piedra de mi tumba deben aparecer apenas dos sílabas: zvi, zvi. Es el canto de los (pájaros) carboneros. Yo lo imito tan bien, que ellos vienen corriendo”.

Rosa amaba los pájaros, las flores, las plantas. Le gustaba el teatro, la música, la pintura. Embelleció la vida socialista, la historia de las revoluciones, la genealogía de las mujeres. Podemos preguntar como Clara: Rosa, ¿podemos prescindir de ti?

Un siglo después del crimen, Rosa abre las ventanas de la historia para seguir soñando revoluciones, y para realizar nuestros sueños tantas veces soñados. La memoria arde, Rosa. No podemos prescindir de ti.

 

Publicado originalmente en Página 12

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