La rebelión zapatista y el festejo de su (no) cumpleaños

Hernán Ouviña

1º de enero de 1994: en la selva se escuchan tiros


Hace 24 años, en medio de los sombríos tiempos neoliberales, en el momento más inesperado y el lugar más remoto, decenas de miles de indígenas decidieron cubrirse sus rostros para ser vistos, y levantarse en armas para hacerse escuchar. Este alzamiento, lejos de ser algo espontáneo, estuvo preparándose en total silencio durante diez años, al punto de acordarse en asambleas comunitarias tanto su fecha exacta de realización como la pluriétnica comandancia que iba a dirigirlo. Es así que el 1º de enero de 1994, al grito de ¡Ya Basta!, las y los integrantes del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional toman por asalto las principales cabeceras municipales del sureño estado de Chiapas, y leen públicamente la Primera Declaración de la Selva Lacandona, donde expresan sin tapujos el ser “producto de 500 años de lucha”. Ese día debía entrar en vigencia el NAFTA (Tratado de Libre Comercio de América del Norte), incorporándose México al acuerdo ya implementado por Estados Unidos y Canadá.

Como respuesta a lo que iba a significar la “partida de defunción” del campesinado, los pueblos indígenas y la clase trabajadora en general, estos intrépidos encapuchados hicieron oídos sordos a aquellos que pregonaban el fin de la historia. Pero la sorpresa no fue solo de los teóricos neoliberales, a quienes la rebelión aguó la fiesta, sino de la propia izquierda tradicional, por el cuestionamiento radical que, con el trascurrir de los días, fue formulando el zapatismo a sus esquemas de pizarrón. En el fondo, esta insurrección popular venía a desenmascarar al falso país de las racistas élites citadinas, haciendo visible a la civilización mesoamericana de ese “México profundo” negado por siglos de sometimiento colonial. Y la propuesta de revolución que de ahí en más saldrán a convidar, contemplará una radical crítica al conjunto de las dimensiones que constituyen nuestra realidad cotidiana, sin dejar de prefigurar aquí y ahora ese mundo soñado en el que caben muchos mundos.


Revolución y vida cotidiana: donde el pueblo manda, el gobierno obedece

El zapatismo no se cansa de repetir que lo fundamental de su estrategia de lucha no hay que buscarlo en sus discursos y comunicados, sino en sus prácticas cotidianas. La creación y posterior consolidación de las Juntas de Buen Gobierno no ha sido una excepción. Como espacios regionales de autogobierno popular, están integrados por uno/a o dos delegados/as rotativos/as de cada Consejo Autónomo, que es la autoridad colectiva designada por las comunidades que componen a cada uno de los más de 30 Municipios Autónomos en Rebeldías construidos en territorio chiapaneco. El nombramiento de estas autoridades se hace con el acuerdo de una asamblea convocada en cada comunidad o poblado, siendo la propia colectividad quien da la orden y pone la decisión en manos del grupo de personas designadas, las cuales obedecen las indicaciones emanadas de ese espacio democrático y pueden ser revocadas ante el incumplimiento de este mandato.

Al igual que el resto de las y los integrantes y promotores/as de estos Municipios, ninguna autoridad de las Juntas tiene remuneración alguna, debido a que su cargo es rotativo y en pos del beneficio de los pueblos en resistencia. Por ello no estamos en presencia de un grupo de “políticos” que ostentan privilegios por la función de cumplen, sino de una responsabilidad que puede recaer en cualquier zapatista, si la comunidad así lo define. Y en el lapso de tiempo que dure en su función, será esa misma comunidad la que le ayude en la manutención propia y de su familia.

Además de los Municipios Autónomos, los Caracoles y las Juntas de Buen Gobierno, en los territorios zapatistas existen otras instancias de autoorganización popular que, en conjunto, apuntan a una transformación integral de la vida cotidiana, construyendo relaciones sociales opuestas a las que nos pretende imponer el capitalismo como sistema de dominación. Esta apuesta estratégica por la autonomía (palabra que en lengua tzeltal significa “lo que hacemos por nosotros mismos”) se evidencia en el ejercicio de una pedagogía liberadora en cada una de las escuelas rebeldes; en la construcción de clínicas, hospitales y casas de salud autogestivas, donde el rol principal lo desempeñan tanto jóvenes promotores provenientes de las propias comunidades, como mujeres indígenas que ofician de “yerberas” y “hueseras”; en la creación de cooperativas de trabajo y tiendas colectivas que buscan fortalecer la economía solidaria y el comercio justo; en la capacitación de agentes de agro-ecología, que efectúan prácticas de reforestación y resguardan la biodiversidad que cobijan las selvas y montañas de Chiapas; en la conquista de derechos a través de la sanción de diversas Leyes Revolucionarias, como la de Mujeres, que reconoce sus justas demandas de igualdad de oportunidades y denuncia las múltiples formas de opresión a las que ven sometidas; en la proliferación de espacios de comunicación comunitaria, entre los que se destaca Radio Insurgente; y por supuesto en la persistencia del EZLN como ejército insurgente, que no se ha desarmado y funge de organismo político-militar de autodefensa de estas instancias construidas en los territorios rebeldes.

Todos estos ámbitos involucran el despliegue de potencias comunitarias y formas de vincularse entre sí y con la propia naturaleza, opuestas a lo que desde el EZLN llaman las cuatro ruedas del capitalismo (la explotación, el despojo, la represión y el desprecio), dando cuenta de un variado proceso de construcción y ejercicio de la autonomía. En suma: cada uno de estos proyectos, al igual que muchos otros que impulsan cotidianamente, prefigura en el “aquí y ahora” los gérmenes de la sociedad futura por la cual el zapatismo lucha, en la medida en que ensayan en el presente una forma alternativa de vida social.  La revolución deja de ser, por lo tanto, un evento que acontece en un futuro remoto, y se concibe como un caminar preguntando, que se responde y edifica en el propio andar colectivo. 


Preguntando caminamos (y a veces tropezamos)

Según las bellas palabras del Comandante Tacho, “hacer la revolución es como asistir a clases a una escuela que aún no está construida”. Precisamente porque no hay recetas ni fórmulas mágicas que sirvan de antemano para garantizar el triunfo, las y los zapatistas proponen construir una nueva cultura política que conciba a la pregunta como columna vertebral de la resistencia. Despojándose de las certidumbres propias de buena parte de la izquierda tradicional, el EZLN apuesta a nuevas formas de intervención y de lucha basadas en la experimentación y la invención constante. Una de las pocas certezas que tienen es el saber que los pasos que deben dar, no los pueden decidir ni tampoco encontrar solos. “Para lo que sigue -afirman- tenemos que escuchar otras voces, y necesitamos que esas voces se escuchen entre sí”. En efecto, las preguntas sirven para caminar, no para quedarse paradxs. Y como recuerda el Viejo Antonio, se van respondiendo en el transcurso mismo de la lucha, es decir, del andar cotidiano. La consigna caminar al paso del más lento, enunciada por el EZLN con insistencia en sus comunicados, no significa negar la urgencia de la revolución, sino priorizar la construcción de consensos dentro de las comunidades y evitar lógicas vanguardistas de minorías que sustituyen a la organización. Para poder avanzar juntos/as en el ejercicio del autogobierno, se debe lograr primero un acuerdo entre las y los compañeros, respetando (e incluso valorando como positivas) las voces disidentes dentro del colectivo.

Claro que el zapatismo, como cualquier movimiento genuino y de base, ha cometido errores, y no deja de batallar a diario contra ciertos vicios que anidan en su propia dinámica de construcción política, a pesar de basarse en la autonomía y el caminar preguntando. Entre ellos, cabe mencionar dos flagelos que han sido denunciados en reiteradas ocasiones por la propia comandancia del EZLN. Por un lado, la necesidad de dotar de mayor participación en la toma de decisiones y en el protagonismo público a las mujeres rebeldes, especialmente en órganos de autodeterminación territorial como son los Municipios Autónomos y las Juntas de Buen Gobierno (donde la presencia de las compañeras, si bien existe y es valorable, aún resulta menor a la esperada). Por el otro, el hecho de que el EZLN y algunos de sus mandos militares hayan devenido en determinadas ocasiones un “estorbo” en la consolidación misma de la autonomía civil, obstaculizando -en tanto ejercito estructurado de manera piramidal- el ejercicio colectivo y democrático del “mandar-obedeciendo” en el seno de las comunidades indígenas.

Pero más allá de estos tropiezos que se buscan enmendar y de sus reconocidos logros, lo importante es visualizar al zapatismo no como un “modelo” a seguir (algo de lo cual se mofa el EZLN, afirmando que cada quien tiene que construir su propia experiencia y no repetir fórmulas ni esquemas, haciéndose también camino al andar), sino como esa punta de iceberg que, desde hace más de dos décadas, permite que otras luchas y problemáticas ajenas a los canales tradicionales del quehacer político, logren quebrantar la cultura del silencio y asomar su multiplicidad de mundos posibles desde abajo y a la izquierda.

El tiempo de los relevos: de la muerte de Marcos a la candidatura de Marichuy

Desde el 25 de mayo de 2014 el Subcomandante Insurgente Marcos dejó de existir. No se fue silbando bajito, sino como es ley entre las y los zapatistas: en medio de un multitudinario acto donde la muerte individual cedió paso a la celebración colectiva de la vida digna. “No habrá funerales, ni honores, ni estatuas, ni museos, ni premios, ni nada de lo que el sistema hace para promover el culto al individuo y para menospreciar al colectivo”, balbuceó el muerto antes de expirar el último soplo. El suyo fue un sepelio signado por el dolor y la rabia que generó el cobarde asesinato del maestro votán Galeano, del que tomó su nuevo nombre para evitar ser enterrado. Pero como de costumbre, el zapatismo ha sabido transformar momentos dramáticos como éste, en puntos de bifurcación que siempre han implicado el despliegue de nuevas apuestas políticas, a través de las cuales salir fortalecidos a pesar del golpe recibido. Es que, a diferencia de la vieja izquierda, su propósito no ha sido jamás “aprovechar” la coyuntura, sino crear una nueva. La desaparición de Marcos apunta precisamente a inaugurar una fase de lucha donde las referencialidades individuales (así sean las que remiten a las vocerías de las comunidades en resistencia) pierden peso, en función del fortalecimiento del mando colectivo de las autoridades civiles zapatistas, lo que equivale a decir de los pueblos indígenas en lucha.

En la lectura del comunicado ante miles de personas en La Realidad, el Sub destacó que durante todos estos años de resistencia ha habido un relevo múltiple y complejo en el EZLN. El más evidente es sin duda el generacional. Fue emocionante escuchar a la madre de Plaza de Mayo Nora Cortiñas, contar cómo una joven indígena de 14 años ofició de maestra votán durante su estancia en la Escuelita zapatista. Esta no es una excepción sino la regla en todo el territorio insurgente. Nacida y criada en esa inmensa escuela a cielo abierto que son las comunidades, y a pesar del contexto adverso y de resistencia constante frente a los atropellos de los malos gobiernos, esta juventud constituye la mitad de toda la población zapatista, y cumple hoy un rol central en los múltiples espacios y proyectos autónomos que configuran la columna vertebral del movimiento. Ellos y ellas no son sólo el futuro, sino sobre todo un eslabón fundamental del presente, que aporta creatividad, frescura y alegre rebeldía a la propuesta civilizatoria que se ensaya a diario en el sur de México.

Pero antes de suicidarse por amor a la vida, el Sub recordó que este relevo ha sido también de clase, étnico y de pensamiento. El cetro pasa a manos de las comunidades indígenas como sujeto colectivo, y el vanguardismo (herido de muerte hace tiempo) cede de manera definitiva el protagonismo al mandar obedeciendo. A su vez, la marginación de género se deja atrás en pos de la participación directa de las mujeres. Este proceso transicional ya se venía produciendo en los hechos, pero hacía falta explicitarlo en el marco de un evento como el realizado en La Realidad, para que resultase un punto de no retorno. No solamente se burló a la muerte con este acto de transmutación, sino que se redobló la apuesta por la vida digna en los territorios rebeldes. Además, el relevo intenta explicitar la capacidad autoemancipatoria de los pueblos de ese convulsionado México profundo que, desde tiempos inmemoriales, se encuentra habitado por la diversidad, y que tiene al crisol de resistencias sembradas por las y los de abajo -sin prisa, pero sin pausa-como puntal dinamizador. Y es que frente a la arremetida del capitalismo neocolonial que avasalla y despoja todo a su paso, las comunidades y pueblos indígenas no son algo “del pasado”, sino fuente y reservorio de aquello por-venir.

Es nuestra convicción que para rebelarse y luchar no son necesarios ni líderes ni caudillos ni mesías ni salvadores”, afirmó el Sub. “Para luchar sólo se necesita un poco de vergüenza, un tanto de dignidad y mucha organización. Lo demás o sirve al colectivo o no sirve”, agregó. En efecto, los Municipios Autónomos y las Juntas de Buen Gobierno son precisamente parte de ese entramado organizativo necesario para potenciar la lucha, en la medida en que constituyen instancias donde el pueblo manda y el gobierno obedece. La desprofesionalización de la política -y su contracara necesaria: el combate contra “el culto al individuo”- emerge como un faro estratégico de esta propuesta radical que empezaron a ensayar allá lejos en diciembre de 1994, y que cobró una dimensión regional con la creación de las Juntas en agosto de 2003, cuando proclamaron que ya era el tiempo para ejercer y dejar de exigir a los de arriba el cumplimiento de su legítimo derecho a la autodeterminación territorial.

Además de estas apuestas por fortalecer y expandir sus instancias de autogobierno al interior de sus comunidades, dos iniciativas recientes revelaron la vocación del zapatismo por irradiarse como proyecto colectivo más allá de sus ámbitos de construcción cotidiana. Por un lado, la imponente, disciplinada y silenciosa movilización de decenas de miles de bases de apoyo, una vez más con sus rostros cubiertos con pasamontañas (ese gran antídoto contra el personalismo), a finales de diciembre de 2012 en San Cristóbal de las Casas (Chiapas), que evidenció lo errado de los pronósticos de aquellos que, maliciosamente, anunciaban su debacle como organización rebelde, por lo que después de tamaña demostración de fuerzas, estos sepultureros precoces se percataron que estaban velando al muerto equivocado. Por el otro, la no menos relevante convocatoria, de alcance internacional, a participar de un nuevo espacio de encuentro e intercambio de experiencias y saberes “muy otros” que ha sido la Escuelita Zapatista, donde en el transcurso de los intensos días de asistencia a este espacio, las y los miles de participantes no debían escuchar a -ni aprender de- la comandancia del EZLN o del Sub, sino tener como principales maestros y maestras a una infinidad de rebeldes comunes integrantes de las bases de apoyo, que como votanes abrían su corazón, su experiencia y su memoria histórica hacia quienes continúan viendo en el zapatismo un espejo ético en el cual mirarse.

Ambos acontecimientos deben leerse como dimensiones de un mismo y radical proyecto político, que podríamos sintetizar a través de un doble movimiento que siempre signó el caminar del zapatismo y hoy cobra mayor vitalidad aún: la necesidad del fortalecimiento interno (mediante la consolidación de organismos prefigurativos y del ejercicio del autogobierno en términos integrales) en simultáneo a la tendencia hacia la articulación (basada en el convite de vivencias, la escucha colectiva y el hermanamiento desde abajo, que evite todo tipo de hegemonismo u homogeneización).

Por lo tanto, sería erróneo interpretar a este relevo en la clave de un mero traspaso, en el seno del EZLN, del mando militar del finado Sub Marcos hacia el Subcomandante Moisés. Desde ya que este hecho resulta relevante, porque quien le sucede es un indígena tzeltal que integra el EZLN desde 1983 y habla -como jefe insurgente y vocero autorizado- en nombre de las y los zapatistas. No obstante, lo central y prioritario es el relevo, ensayado desde hace ya muchos años, del EZLN como mando político, hacia los ámbitos de autogobierno civil creados por las comunidades y pueblos indígenas en lucha, que conforman al zapatismo como movimiento de movimientos. Esas y esos locos bajitos vilipendiados por el poder, con rostros del color de la tierra y lenguas variadas, los sin, las nunca, los nadies que persisten en reclamar para todos todo: a ellos y ellas les pertenece el protagonismo en este tiempo histórico.

Desde esta tesitura es que hay que leer la “inesperada” decisión -en rigor, consensuada luego de una paciente deliberación en el marco del Congreso Nacional Indígena- de postular a María de Jesús Patricio Martínez, más popularmente conocida como Marichuy, como aspirante a candidata independiente y “muy otra” para las elecciones presidenciales de 2018. Como mujer, indígena y pobre, expresa esa triple condición subalterna en la que se encuentra sumida gran parte de la población mexicana (y global). Ella condensa aquel relevo e incluso lo trasciende, en la medida en que no forma parte orgánica del EZLN ni de las comunidades zapatistas, aunque sí de una plataforma mucho más amplia y diversa que es el Concejo Indígena de Gobierno (integrado por cerca de 150 concejales y delegadxs de 35 pueblos, que involucran más de 60 regiones de México), del cual resulta ser vocera mandatada.

En uno de los países más patriarcales de la región, donde las mujeres son avasalladas, mutiladas, despojadas, violadas y asesinadas a diario, y sus cuerpos padecen las más diversas formas de violencia y resultan un botín de guerra disputado por el Estado, los narcos, la élite política y el empresariado rapaz (más aún si son indígenas), la elección de Marichuy -oriunda de Jalisco e integrante del pueblo nahua, con una vasta experiencia en el ejercicio de la medicina tradicional y en la defensa del territorio y los bienes comunes- constituye una certera bofetada contra el machismo y el racismo que tan hondo han calado como sentido común dominante, y va a contramano de la “profesionalización” de la política que, cual encantador de serpientes, parece haber obnubilado a numerosos movimientos sociales del resto de América Latina en los últimos años. Esta creciente centralidad de las mujeres en la lucha zapatista, seguramente tenga como uno de sus puntos más álgidos de condensación al Primer Encuentro Internacional Político, Artístico, Deportivo y Cultural de Mujeres que Luchan, convocado para los días 8, 9 y 10 de marzo de 2018 en el Caracol de Morelia (Chiapas), por parte de un conjunto de Comandantas del Comité Clandestino Revolucionario Indígena del EZLN.

De ahí que, si bien es importante conseguir el número de firmas suficientes para que Marichuy pueda presentarse como candidata independiente (se requieren 866 mil apoyos en al menos 17 estados), lo fundamental estriba en entender que no se está simplemente juntando firmas. Tal como han aclarado desde el EZLN, en las visitas, mítines y recorridas por las diversas regiones del país, se juntan también y sobre todo dolores, broncas e indignaciones; se amontona y organiza a pulso la digna rabia del México profundo, en una nueva caravana del color de la tierra impulsada a pulmón, donde se vuelve a hacer caminar la palabra y se busca denunciar las múltiples formas de opresión que se viven a lo largo y ancho del país, para anudar a infinidad de colectivos, movimientos, organizaciones territoriales, pueblos y comunidades que existen y resisten desde abajo y la izquierda, a pesar del ninguneo de los medios hegemónicos y de que el zapatismo ya no esté, como antaño, de “moda” entre la intelectualidad progresista europea y latinoamericana.


1º de enero de 2018: ¡feliz (no) cumpleaños!

Mientras que numerosas organizaciones del continente han visto reducido su margen de independencia política respecto de los mal llamados gobiernos progresistas, llegando a asumir en ciertas ocasiones una estrategia de “mimesis” con los procesos de gestión estatal (que redundó en subsumir bajo esta lógica, lo que antes eran valiosas experiencias de construcción de poder popular con proyección anticapitalista), el zapatismo ha fortalecido sus instancias de autogobierno territorial sin perder legitimidad en las comunidades rebeldes ni lograr ser cooptados por los poderes de turno, a la vez que se ha animado a edificar una agenda y una temporalidad propia, sin dejar de explorar nuevas formas de enriquecimiento e irradiación de sus propuestas, como el Concejo Indígena de Gobierno y la candidatura independiente de Marichuy, que evitan el encapsulamiento y permiten componer, junto a un “chingo” de movimientos y colectivos, un proyecto de alternativa anti-sistémica que comprenda a la totalidad del México olvidado.

Por ello, más allá de lo gratificante de la conmemoración de los 24 años del alzamiento del ELZN, quizás haya que celebrar, como proponía Lewis Carroll en aquel surrealista país visitado por Alicia, el no cumpleaños zapatista. Es decir, dejar de priorizar ciertas fechas emblemáticas, para adentrarse en el proceso cotidiano y subterráneo que tejen, al paso del más lento, los hombres, mujeres, ancianos, jóvenes y niños/as en cada resquicio de aquellos territorios rebeldes y más allá de ellos, en ese andar diario que hoy los encuentra recorriendo pueblos, barrios y comunidades donde se construye vida digna. Este ejercicio requiere, sin duda, desprenderse de la arraigada concepción “espectacular” que por lo general se tiene de las prácticas militantes. Mal que nos pese, nuestra cultura política parece encontrarse aún permeada en grado sumo por una lógica que tiende a privilegiar la dimensión espasmódica y de confrontación abierta de la lucha de clases, olvidando que este tipo de situaciones no son sino excepcionales.

Claro que resulta difícil sustraerse a la fascinación que provocan combates frontales como los vividos entre el 1 y el 12 de enero de 1994 en Chiapas, o entre el 19 y el 20 de diciembre de 2001, o el 18 de diciembre de 2017 en Argentina; más aún para quienes participamos en una u otra de esas jornadas, sea físicamente o brindando una solidaridad activa a pesar de la distancia geográfica. Sin embargo, deberíamos hacer foco en la praxis cotidiana que aspira a la construcción de poder popular y al despliegue de formas de ejercicio de autonomía, más que en estos episodios excepcionales. Aquella que, de manera silenciosa e invisible, permitió que fueran posibles no sólo resonantes rebeliones populares como las mencionadas, sino también profundas metamorfosis en la subjetividad de masas durante los últimos años en nuestro continente. Esta dimensión subterránea de la política, que tiene como columna vertebral a la insumisión y al autogobierno, ha sido por lo general descuidada en los análisis de buena parte de la izquierda. Por el contrario, partimos del supuesto de que aquel tipo de insurrecciones, dinámicas de confrontación o formas de resistencia explícitas, no pueden entenderse sin tener en cuenta, en paralelo, a estos ámbitos territoriales de prefiguración y ejercicio de la democracia de base, en los cuales dicha disidencia se alimenta a diario y adquiere un sentido disruptivo.

La alegre rebeldía que el zapatismo irradia a través de sus prácticas y sueños, nos invita a asistir y participar activamente en esa infinidad de no cumpleaños que se celebran, cotidianamente y con entrada libre, en el irreverente subsuelo de cada uno de los proyectos y territorios que habitamos. Y como ha expresado el EZLN en uno de sus comunicados, “así como muchos son los mundos que en el mundo habitan, también muchas son las formas, los modos, los tiempos y los lugares para luchar contra la bestia, sin pedir ni esperar nada a cambio”. En eso andan quienes continúan empeñadxs en la loca y terca manía de hacer del autogobierno un modo de vida. Será que la necedad parió con ellxs.

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