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De la patera a montar toldos en los mercadillos: la vida después del CIE

Eduardo Robaina

Tomamos café. “El mío con leche. A Khadim siempre un leche y leche” —muy típico en Canarias, es café con un poco de leche y leche condensada—. Quien lo dice es Arona, que ríe. Siempre lo hace. Café en mesa, les pregunto por sus gustos musicales. “De todo”, responden. Arona, que siempre va con los cascos puestos, coge su móvil y pone una canción. Suena “Amor, amor, amor”, de Jennifer López feat Wisin. “Esta es mi favorita, me encanta”. Khadim lo secunda. El reguetón parece que les cautiva. Basta con que suenen los primeros acordes de cualquier tema de éxito y ya están siguiendo el ritmo. “Khadim baila muy bien, tienes que verlo”, me chiva Arona, el más hablador de los dos.

Por la complicidad que se prestan parece que se conozcan desde niños, pero sus caminos se unieron hacen apenas unos meses. Arona Diege tiene 29 años y es de Dakar. Khadim Wade tiene 31 y es de Thiès, una de las mayores ciudades de Senegal. Ambos viven ahora en Gran Canaria después de que la patera les trajera hasta aquí junto a otras 93 personas el pasado 16 de octubre de 2017. No eran muy conscientes de hacia dónde venían. “Dios nos puso en Canarias”, afirma Diege.

Nada más poner un pie en la arena de la playa, los detuvieron y permanecieron tres días en comisaría

Nada más poner un pie en la arena de la playa, los detuvieron y permanecieron tres días en comisaría. De ahí, al Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) de Barranco Seco, situado en la capital de la isla. Es fácilmente visible. Ubicado en lo alto de una zona montañosa, puede ser observado por cualquier transeúnte avispado desde el casco histórico de la ciudad. Un edificio tan característico como lo es su historia. Construido por la Segunda República, con el golpe de Estado pasó a ser un lugar de hacinamiento y condenas a muerte, hasta cumplir la función que acomete hoy día. Forma de cárcel. Medidas de seguridad de cárcel. Instalaciones de cárcel. Ellos no dudas en llamarlo así cuando les pido que lo describan.

Khadim

“Mentalmente era muy difícil estar allí. No entendíamos por qué nos habían encerrado ni tampoco sabíamos cuándo nos iban a soltar”, explica Diege.

Al llegar por primera vez les hicieron tirar la ropa que vestían, aunque Diege confiesa que consiguió guardársela. A cambio, se les daba una prenda con la que podían pasar varios días sin cambiarse. Su día a día era rutinario. A las 7.30h se levantaban. Desayuno a las 8h y hasta las 11.30h en el patio. De nuevo para dentro hasta la hora de comer. Por la tarde, nuevamente salían al patio, por el que daban vueltas en círculo como único ejercicio, mental y psíquico. Cenar, ver la tele y dormir completan la jornada. A la mañana siguiente, más de lo mismo.

LOS CIE, SINÓNIMO DE INUTILIDAD

Entre las paredes de la antigua prisión vivieron 19 días. Luego fueron trasladaron al CIE de Hoya Fría, en Tenerife. Una práctica tan sospechosa como habitual. Para Victoria Rosell, titular del Juzgado de Instrucción número 8 de Las Palmas de Gran Canaria, y jueza de control del CIE de Barranco Seco, este trasvase de internos se debe a que en la isla vecina no hay tanto control judicial ni social sobre lo que se hace o deja de hacer en el centro.

De 663 personas recluidas el año pasado en Barranco Seco, solo cuatro fueron expulsadas: un 0,6%

Fracaso. Desastre. Son las palabra que más repite Rosell al hablar de los CIE. Para decirlo se apoya en los datos: de 663 personas recluidas el año pasado en Barranco Seco, solo cuatro fueron expulsadas. Un 0,6%. Por ello, apuesta por el cierre de estos y que se opte por otras vías, como pisos tutelados o ciudadanos que ejerzan de tutores, siempre que no sean individuos sin delitos cometidos.

Ella es la magistrada más antigua de las que vigilan los centros de internamiento y sabe bien cómo funcionan. Reniega del término ‘ilegal’, ya que, según reafirma, “ninguna persona lo es”. Visita mensualmente el lugar. “Están privados de libertad, pero no del resto de derechos”. Gracias a su insistencia, les han permitido que tengan teléfono móviles. Pero no había cargadores, así que ella misma fue la que reunió unos cuantos de todos los modelos y se los llevó.

Arona y Khadim

 

EN BUSCA DE UN FUTURO

Arona y Khadim llegaron desorientados, sin saber que los próximos 57 días serían privados de su libertad. Una vez cumplida esa pena, sin condena, tuvieron la fortuna que otros no tienen y la Comisión Española de Ayuda al Refugiado les acogió durante los 90 días siguientes. Ahí aprendieron nociones básicas de español. “Estoy siempre intentando aprender español con el móvil”, asegura Arona, que no tiene miedo a equivocarse. Khadim es más reservado y le cuesta hablar.

“ES TODO UNA MAFIA”

Vinieron en patera. Primero viajaron en coche desde Thiès hasta Gambia. Allí les esperaba la embarcación. Fueron seis días en los que, relatan, la comida era insuficiente. Aquellos cuya vida estaba ligada al mar ejercían de capitanes improvisados.

Cada persona paga un precio diferente por montarse. A Khadim, al ser pescador, no le hicieron pagar nada. En cambio, a Arona le costó 262.382 francos CFA, equivalente a 400 euros. Una cantidad que no es fácil de conseguir. Precisamente, ese fue el motivo por el que decidieron jugarse la vida en el mar. Horas y horas de trabajo a cambio de un sueldo que no les daba para vivir ni a ellos ni a sus familias.  “Estaba cansado de ello. No podía arreglar siquiera las cosas básicas de la casa”, relata Khadim.

Arona desea poder trabajar de lo suyo. Era mecánico, pero también había trabajado como soldador y chófer. Atrás dejó a dos hijos. Khadim llevaba desde los 10 años siendo pescador. “En mi pueblo, desde que eres pequeño, dejas el colegio y te dedicas al mar”. Apenas sabe escribir y leer. También tiene dos hijos.

Nadie les ha regalo nada. Sus vida ha consistido en sobrevivir día tras día. “Nada más llegar nos pusimos a buscarnos la vida. No podemos permitirnos estar parados”, relata Arona. Así, solos, sin ayuda de nadie, encontraron trabajo en los mercadillos que recorren la isla. Se mueven generalmente en autobús —o, como ya lo llaman ellos, guagua—. Trabajan montando y desmontando los toldos de los puestos a cambio de 7 o 10 euros. 20 si ayudan a vender. Una cantidad insuficientes para ellos, que aún no pueden permitirse mandar nada a sus familiares. Lo poco que ganan intentan ahorrarlo para alquilar un piso juntos y dejar así la habitación compartida en la que viven gracias al favor de un conocido.

Son chicos normales. No se meten en líos. Me confiesan que les llama mucho la atención la cantidad de gente borracha que ven por las calles

Son chicos normales. No se meten en líos. Me confiesan que les llama mucho la atención la cantidad de gente borracha que ven por las calles. Ellos no beben, aseguran. Les gusta ir al gimnasio cuando pueden y ver el fútbol, que les sorprende que sea tan caro y sean los bares los lugares de encuentro para verlo. “En Senegal lo vemos en nuestras casas”. Arona es del Real Madrid, pero Khadim se declara seguidor de la UD Las Palmas, del que tiene una camiseta.

Tranquilidad. Es una palabra que Arona repite constantemente. A ambos se les ve felices en la medida de lo posible, aunque no dejan de tener miedo. Les gustaría quedarse en Canarias si les va bien en el futuro y logran encontrar un buen trabajo. Tranquilos, sin que nadie les moleste, insisten.

 

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