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La nueva ola de feminismo global: movimiento de época

Marta Arrizabalaga Nuria Alabao / Susana Albarrán / Marisa Pérez Colina

Estamos viviendo una verdadera Marea Feminista. La reacción activada con la sentencia de la Manada nos habla de una capacidad de reacción brutal que puede frenar la involución de nuestros derechos que siempre parece acecharnos en una Europa asaltada por la ultraderecha. Pero ¿cómo hacemos con esa potencia no solo para protegernos sino para conquistar nuevos derechos? ¿Qué demandas, articuladas desde la diversidad, podrían llevar más lejos nuestras luchas? ¿Nos centramos en demandas igualdad en lo que ya existe o queremos cambiar el mundo de raíz? ¿El feminismo es un proyecto de igualdad de las mujeres o de transformación de lo existente? ¿Queremos construir un movimiento sectorial o universal?

Sabemos que no son preguntas nuevas, pero sí que esta coyuntura exige respuestas elaboradas hoy, colectivamente, con los materiales del presente. Aquí planteamos algunas hipótesis:

Un movimiento feminista global

El #NiUnaMenos de las argentinas inauguró un periodo de interpelación feminista de escala internacional. En el centro, la cuestión de los feminicidios. La sensibilidad estaba sembrada y con la convocatoria de la huelga feminista del pasado 8M se promovía una ampliación del foco: de las violencias machistas –feminicidios, violaciones, agresiones y abusos sexuales–, a la fuente socioeconómica de producción y reproducción del patriarcado –a la división sexual del trabajo–.

El movimiento feminista sabe que esta división se despliega en el mismo terreno internacional donde se despliega la violencia machista y que ambas están relacionadas. Su horizonte de apelación y de organización tiene necesariamente una vocación transfronteriza aunque con todas las dificultades que ello comporta. El horizonte de la lucha, será así transnacional, la integración económica mundial y los flujos de migraciones que le acompañan, relacionan lo que sucede aquí con lo que le sucede a muchas otras mujeres en el mundo.

¿Feminismo es anticapitalismo?

Cuando el feminismo pone la vida en el centro está impugnando la economía entendida como depredación de los recursos de todos en provecho de la acumulación en manos de unos pocos. Los discursos provenientes del ecofeminismo, en especial, revelan la mistificación del progreso o el desarrollo imparables y a toda costa que supuestamente nos conducirán a un mañana mejor. Vivimos tiempos de un «progreso» que no asegura el bien común y que ya ni siquiera aspira a él.

Apenas sorprende, por eso que sean los movimientos feministas, y las mujeres en general, uno de los agentes políticos más activos en las luchas por la tierra, la soberanía alimentaria, la vivienda, los cuidados. Llámese crisis de los cuidados o división sexual del trabajo, lo que el feminismo sitúa en el centro es el reconocimiento, reparto y socialización de todos los trabajos que sostienen la vida: desde la crianza a la atención a la enfermedad, pasando por el acompañamiento a las situaciones de dependencia crónica o transitoria, al fortalecimiento de las redes y lazos que hacen posibles las relaciones humanas en general y las políticas en particular. La apuesta del movimiento feminista es por eso anticapitalista: el desafío está en sustituir la acumulación de capital por la vida como eje articulador de la economía que organiza nuestros tiempos, nuestros espacios y maneras de vivir. Y este es un proyecto para toda la humanidad.

Un movimiento inclusivo, plural y transversal

La relación de dominio patriarcal no entiende de fronteras, ni de etnias —y es transversal a las clases—. El feminismo está mostrando una capacidad para integrar situaciones de opresión específicas.

Hoy, en el contexto de ataque brutal a las condiciones materiales de vida del neoliberalismo, el desafío del feminismo no puede ya estar en la reconstrucción de un sujeto político único. El movimiento se plantea así profundizar en el reconocimiento de todos los proyectos autónomos de acción política, capaces de construir teórica y experiencialmente una política contra las diversas manifestaciones de la opresión patriarcal –en función de la etnia, la religión, la edad, la orientación sexual, la identidad de género o la diversidad funcional–. La consecución de objetivos de conquistas materiales trazados en común pasa por este reconocimiento. La división sexual del trabajo y todas sus declinaciones –feminización de la pobreza y de las tareas de cuidados o de «reproducción»– parece establecer un mínimo común, un enemigo compartido para empezar a caminar juntas.

Algunos peligros de los marcos actuales:

Queremos señalar determinadas modalidades identitarias que, en nombre del feminismo, renuncian a la acción política conjunta en pos de lugares de victimización narcisistas, culpabilizadores y poco productivos políticamente.

La primera corresponde a aquellos espacios o grupos que sucumben al «fenómeno» de la denominada violencia de género. En otras palabras, a la banalización que desde los medios de comunicación y desde la política de la representación, reduce el conflicto real –la relación de dominio y explotación estructural que es el patriarcado–, a una cuestión de víctimas y de verdugos, de hombres y mujeres, de violencias machistas únicamente entendidas como agresiones físicas y feminicidios.

La segunda está relacionada con aquellos colectivos o proyectos que anteponen las políticas del ser a las del hacer, y prefieren dibujar jerarquías de opresión a acordar objetivos políticos comunes. En palabras de la anglo-india Pratibha Parmar, donde explicaba el declive de los feminismos negros de los años ochenta en Gran Bretaña: «Muchos de estos movimientos se están estancando porque hay un rechazo a reconocer la necesidad de salirse de las formas del ser (de esa acumulación de «ismos» de raza, sexo, clase, discapacidad, etc), e ir hacia las formas del hacer».

Lo que nos queda por hacer

¿Podría este movimiento —de vocación internacionalista, anticapitalista y de acción política transversal— marcar el camino a una «izquierda» sin proyecto emancipador fuerte y perdida en sus estrategias de Estado? ¿Podría este movimiento generar formas de organización que planteen un conflicto que mejore materialmente nuestras condiciones de vida?

Entramos en una fase decisiva. Tras la demostración de la potencia de la movilización, asistimos a un estado de opinión, a un clima “hegemónico”. ¿Cómo utilizarlo para conquistar nuevos derechos?

Creemos en la necesidad de componer una agenda plural pero compartida que pueda vincular el núcleo de sus demandas —la cuestión de la reproducción y sostenibilidad de la vida como eje transformador de toda la sociedad— a las luchas en marcha. Las reclamaciones laborales, de los pensionistas, contra la precariedad y por la renta básica son parte del cambio global hacia una sociedad feminista. Como hemos dicho, el principal motor de la movilización es la violencia machista. Pero progresivamente, el foco se está desplazando hacia otra violencia: la precarización del trabajo y de la vida que viene acompañada por la contracción de nuestro –ya de por sí escaso– Estado del bienestar. La dictadura de las finanzas contra la posibilidad de una vida que sea más que mera subsistencia debería ocupar buena parte de los debates y de la agenda de movilización feminista y supone otro de nuestros retos pendientes.

 

Este material se comparte con autorización de El Salto

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