En este cierre de año, todas y todos estamos anhelando un poco de paz, de bienestar y de vuelta a la normalidad. Sin embargo, y como ha sido la constante en el 2020, los pronósticos para obtener estados de ánimo agradables parecen ser poco halagüeños.
Quizá la única noticia buena para este fin de tan caótica vuelta alrededor del sol, es justamente esa: que llega a su término. La mayoría de nosotras y nosotros estamos esperando que el 2021 traiga un poco más de paz, de estabilidad, y de salud física. Estamos deseando que las promesas de la medicina y de la economía se cumplan, que las vacunas lleguen, y que nos encontremos un poco más seguros, retomando nuestras vidas con los aprendizajes y las experiencias pasadas. Ojalá que el futuro nos halle un poco más fuertes, más resilientes y psicológicamente más conectados con lo que es verdaderamente importante, es decir: la vida y el equilibrio afectivo de nuestros seres queridos.
Ya sea que al interior de nuestras familias haya existido un impacto directo con el virus, o no, de cualquier modo, a todas y a todos nos ha tocado lidiar con una gran cantidad de eventos y situaciones estresantes que nos han puesto a prueba. Nuestra flexibilidad mental y nuestra capacidad de ajuste se han visto exigidas al máximo. Y esto es cierto para cada integrante de nuestro grupo familiar: desde los niños hasta los adultos mayores.
Quizá muchas madres y padres se estén preguntando si las próximas celebraciones, tan diferentes en su forma y fondo a las navidades pasadas, podrán afectar emocionalmente a la gente con la que convivimos. Por lo tanto, a continuación se mencionarán algunas herramientas emocionales de fácil aplicación en la convivencia, para encontrar esperanza y fomentar equilibrio afectivo durante las próximas fiestas navideñas en contingencia.
Las niñas y niños menores de cinco años no suelen estar tan conscientes de las alteraciones de su entorno, por lo que simplemente necesitan sentirse seguros y cercanos a sus familiares. El sentido de seguridad, es decir, de constancia y confiabilidad que sus progenitores puedan brindarles, les ayudará a manejar situaciones de estrés. Y la mejor manera de conseguir este sentido de seguridad es pasando tiempo con ellas y ellos. En lo posible, hay que establecer rutinas para todo tipo de actividades: las comidas, las horas de televisión, los juegos de mesa. Y ante la imposibilidad de celebrar como antes, quizá esté a nuestro alcance fundar nuevas tradiciones familiares: escribir historias navideñas, realizar concursos de baile, etc., que de aquí en adelante puedan replicarse en el futuro y ser rememorados como una muestra de perseverancia, creatividad y fortaleza ante situaciones no muy agradables.
Los niños y las niñas de todas las edades, incluso las y los adolescentes, suelen responder y modelar sus comportamientos de acuerdo a la adaptabilidad de sus progenitores a los cambios. Si mamá y papá reniegan y se encuentran deprimidos por no poder hacer lo de antes, sin darle oportunidad a lo que sí se puede hacer ahora, las y los jóvenes muy probablemente reproducirán el mismo tipo de conductas desadaptativas que sus mayores.
El conocimiento que madres y padres tengan de sus vástagos será fundamental para que se apoyen en los gustos y las capacidades de los más jóvenes, sugiriendo actividades que han probado ser exitosas en pasados convivios, pero dándoles un toque navideño. Por ejemplo: si a las y los pequeños les gusta cantar, se les puede invitar a que compongan su propia letanía o unos versos sencillos -modernos- para romper una piñata, siguiendo el modelo tradicional.
Sin embargo, si alguien en la familia presenta signos claros, persistentes, desproporcionados, y no provocados por causas visibles, de irritabilidad, insomnio, apatía y/o ansiedad es importante tomar medidas. Lo primero es hablar con dicha persona (niño o adulto) de manera honesta y empática sobre lo que le puede estar pasando. Preguntar de una manera gentil, pero sin rodeos, sobre lo que piensa o siente un ser querido, casi siempre funciona para establecer un clima de apertura y de empatía, de tal manera que no haya necesidad ni ocasión para que nadie se quede encerrado en su cuarto el día entero durante toda la temporada navideña. Aislamiento y convivencia no deben ser forzados, pero sí hay que estar pendientes de toda persona que se mantenga continuamente en alguno de estos polos.
Finalmente, hay que priorizar la calidad del tiempo de convivencia, sobre la cantidad. Especialmente, las y los adolescentes están aprendiendo a socializar como una tarea propia de su etapa de desarrollo. Quizá ellos sean quienes estén resintiendo más no poder estar con sus amigas y amigos. Corresponde a los adultos mostrar cómo se puede estar afectivamente presente, aunque uno esté físicamente lejos de personas queridas. Si las y los adultos hablan sin timidez de cómo extrañan, y cómo quieren, a amigos y parientes, esto puede ser un ejemplo para el aprendizaje de jóvenes más inexpertos en dichos temas. O viceversa: siempre se puede escuchar a jóvenes creativos para que aconsejen cómo animar reuniones a teledistancia.
Aunque de pronto así pudiera parecer, el COVID-19 no estará con nosotros para siempre. Habrá que establecer y remarcar la diferencia: las navidades no se cancelan, sólo se adaptan. La alegría y la calidez de la gente que vive dentro de una misma casa, no tiene por qué restringirse. Si no se puede salir, habrá que darle vida al interior de nuestros hogares. En esto pueden ayudar todas y todos: grandes, chicos y mayores.
Finalmente, no de otra cosa van las navidades: alegría, calidez, convivencia y paz. ¡Felicidades!
*Dr. Juan Carlos Hurtado Vega, psicoterapeuta de la Clínica de Bienestar Universitario
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