Caminos de la Memoria

Colectivo Huellas de la Memoria

La memoria es un presente continuo

I Ayer/1962

La impunidad en este país será la marca más terrible desde los aciagos días, en los que el líder campesino Rubén Jaramillo Menes tuvo que irse al monte por primera vez en 1943 en contra de su voluntad para poner a salvo su vida. Una y otra vez subía y bajaba del monte. Probaba de un modo y de otro para luchar por la vía pacífica, y una y otra vez los hacendados, los caciques y los políticos corruptos lo acosaban, lo amenazaban de muerte pistola en mano. Y otra vez a buscar refugio, a esconderse, a armarse en contra de sus deseos. Hasta que un 23 de mayo de 1963, se corrió el rumor entre los habitantes de Tlaquiltenango, Morelos, que 80 militares vestidos de campesinos, fueron a su casa, le arrebataron un papel, un amparo que decía protegerlo y lo hicieron pedazos frente a su rostro. Luego, lo sacaron a empujones de su casa y se lo llevaron con toda su familia: Enrique, Filemón, Ricardo y su esposa Epifania que tenía meses de embarazo, salvo su hija Raquel, que huyó por una puerta trasera de la casa. Fueron aventados a una camioneta que los llevó rumbo a las ruinas de Xochicalco, y allí los asesinaron de la manera más brutal, todos contaban con el tiro de gracia.

De esto hace 60 años. Y aunque es considerado el primer crimen de Estado después de la Revolución nunca fue castigado.

II Ayer/1968

De la masacre de Tlatelolco parece que ya fue todo contado. Eso parece. Sin embargo siempre hay historias ocultas, soterradas.

Esa mañana del día 2 de octubre María Antonia salió del Edificio Coahuila a comprar pan. Salió con su hija en brazos y no volvió a su departamento hasta quince días después.

Su hermana las buscó por todos lados, en Semefos, en delegaciones, en cárceles sin encontrarlas; tristemente los saberes de la búsqueda también son un producto histórico. Casi las daba por muertas hasta que un día, dos semanas después llegó sucia y maltrecha con su hija, las dos llenas de pánico. ¿Qué les pasó en todos esos días? Su hermana nunca lo supo porque María Antonia se quedó muda por treinta años.

Ella se quedaba mirando la plaza de Tlatelolco y susurraba cosas ininteligibles. Se orinaba y temblaba de miedo.

Tres décadas después, María Antonia recordaría que ese día no pudo volver a su casa, que un soldado la encañonó y le quitó a su hija por días para castigarla por lo que esa mañana vio… y ella estuvo a punto de enloquecer pensando en que a su hija le estarían haciendo daño.

Dice que la encerraron en el cuarto de un edificio no muy lejos del suyo y que le entregaron a su hija el 6 de octubre. Dice que no le daban casi de comer y que le pegaban en la cabeza y en las orejas, y le decían que olvidara todo mientras la mojaban con baldazos de agua fría. Y dice que el día 7 las sacaron de madrugada en una camioneta para tirarlas lejos, pero que en el trayecto la amenazaron con matarla si no olvidaba todo, todo lo que vio.

María Antonia tiene ahora 72 años. Su hermana hace tiempo que murió y su hija se ha ido lejos. Frecuentemente tiene pesadillas. Ella recuerda esa noche con el ruido de las balas, los gritos desgarradores de la plaza y el ulular interminable de las torretas de la policía. Duerme con dificultad y con la luz prendida.

Todavía ahora maldice esa mañana que salió a comprar el pan, y le taladran en la mente los ojos del soldado enfurecido que le gritaba: ¿qué ves, qué viste? Y ella no recuerda haber visto nada y vuelve a llorar porque le destrozaron la vida.

III Ayer/ 1978

En un departamento pequeño de la ciudad de México, mujeres vestidas de negro se reúnen cada semana. Revisan sus carpetas y los apuntes de sus libretas. El dolor por la ausencia de sus hijos arrebatados de manera violenta e ilegal es de hace varios años, y se encuentran cada mes, cada semana cada día con mujeres con los mismos dolores de apenas días. Se abrazan, lloran, se consuelan y a veces hasta ríen. El calor de sus abrazos les dice que ya no se sentirán solas en la búsqueda.

Ellas dicen que buscarán a sus hijos hasta debajo de las piedras, hasta el fin del mundo y hasta el último aliento de su vida. Se prometen no llorar frente al poderoso.

Se preguntan qué hacer, qué más hacer cuando las cartas y las peticiones de audiencia con la autoridad son inútiles; y cuando por fin, después de mucho insistir, las reciben, salen decepcionadas frente al silencio de los funcionarios de todos los niveles. Todos, desde el nivel más bajo hasta el más encumbrado mantienen firme un pacto de silencio.

Ayer/ 28 de agosto de 1978

Frente al desanimo y el desconsuelo las mujeres de negro imaginan cosas. Piensan que es necesario sacudir a la población para que se dé cuenta de lo que pasa, decirle que sus hijos no son delincuentes ni terroristas, y que tiene que unirse, sumarse para que el próximo desaparecido no sea su hijo, su hija, su esposo, cualquiera de la familia.

Por sus actos desesperados les llamaron locas, las locas de la Catedral. Se cuelgan la fotografía del rostro de su hijo, de su hija, de su familiar desaparecido; tristemente el repertorio de la protesta y la exigencia de presentación con vida, también es un producto histórico.

Se encadenan en las rejas de gobernación, ahí donde se habla que hay sótanos donde torturan sin piedad a los peligrosos disidentes políticos. Aprovechan cuanta marcha hay de campesinos, obreros y sindicatos para llevar sus largas mantas hechas a mano y sus volantes realizados en mimeógrafo la noche anterior. Y organizan las huelgas de hambre que llenarán de coraje a la presidencia de la república. Así procedieron el 28 de agosto de 1978 en el atrio de La Catedral de la Ciudad de México.

Lo que hicieron estas madres no es pasado, porque la desaparición es un presente continuo y la resistencia un producto histórico. Porque el tiempo para ellas no pasa. Porque el dolor está ahí aunque los años se vayan. Porque los siguen buscando y esperando como desde el primer día.

Colectivo Huellas de la Memoria

Colectivo que registra las historias de personas desaparecidas y los procesos de búsqueda de sus familiares en México y América Latina. La propuesta es grabar mensajes de lucha y esperanza en las suelas de los zapatos, usados por los familiares durante la búsqueda y denuncia de las desapariciones, y convertirlos en objetos de memoria viva.

Dejar una Respuesta

Otras columnas