“Hacer de la maternidad un verbo en plural desafía la imagen impuesta de la madre abnegada, la que sacrifica todo por el hijo, la imagen de la madre sufriente, la llorona, la que camina sin rumbo fijo, perdida entre sus lamentos -indica la autora-. Es otra forma de asumir la maternidad como un acto político. Como lo hacen miles de madres de desaparecidos a lo largo y ancho del país” La autora nos invita a detenernos en las palabras de las madres de los 43 normalistas de Ayotzinapa para escuchar cómo insisten que la maternidad es un ejercicio colectivo por la verdad y contra las violencias extremas. Reconocerse madres de una generación de desaparecidos es una forma de politizar la maternidad porque afirma que el bienestar de lxs hijxs es una responsabilidad colectiva. La maternidad en plural también es una invitación a repensar nuestro papel a su lado. Más allá de la empatía y de la solidaridad la autora se pregunta qué significa asumir el rol de tías de los 43 desaparecidos y de miles más, qué tendríamos que conocer de sus sueños y anhelos, cómo los tendríamos que incorporar a nuestras luchas cotidianas y cómo establecer lazos de hermandad de lucha con sus madres. La autora considera que las repuestas a estas preguntas fortalecen nuestras capacidad de luchar por la verdad y por la justicia en una coyuntura política sumamente compleja.
Cuando las mamás de los 43 normalistas desaparecidos de Ayotzinapa repiten una y otra vez que el Estado les desapareció a un hijo pero ahora buscan a 43 hijos y a miles más, nos recuerdan que la maternidad, además de una identidad establecida por medio de un vínculo sanguíneo, es también un verbo en plural. La maternidad se afirma por medio de actos cotidianos que cuidan, educan, e incorporan a la vida social a nuevas generaciones. Se expresa por medio de la acumulación de actos que posibilitan el cumplimiento de los sueños colectivos y de una vida digna.
De cara a las condiciones de violencia extrema que se viven en el país, de cara a las lagunas de impunidad que se extienden como manchas sobre los paisajes sociales, de cara a las heridas profundas que ello ha provocado, los compromisos que asume una maternidad colectiva también se vuelcan a encontrar el paradero de las y los desaparecidos, de acompañarse entre llantos y el coraje desbordado, de exigir la verdad, de tejer un terreno que haga de la justicia una posibilidad accesible.
La semana pasada le pregunté a doña Cristina Bautista, madre de Benjamín Ascencio Bautista, mujer nahua, originaria de Alpoyecancingo de las Montañas, municipio de Ahuacuotzingo, Guerrero, sobre lo que significa para ella buscar a 43 hijos y a miles más, de qué manera se identifica, al igual que otras madres de los 43, con la maternidad expresada así, como un verbo en plural, y cómo influye en su forma de luchar por la verdad y entender la justicia.
Quise escuchar sus reflexiones porque nos encontramos en una coyuntura política sumamente compleja. A pesar de las promesas emitidas por el actual presidente de la república que durante su sexenio llegaría al paradero de los 43 normalistas, todo indica que el ejército tiene secuestrada la verdad.
En palabras de doña Cristi, “la siguen escondiendo, porque no solo esconden dónde están nuestros hijos, esconden los archivos. No es que simplemente se desaparecieron, los están escondiendo”.
Nechyamana noyojlo. Yejwamej techkajkayawaj. Yame xkinekij techijliskij kanin kinkajkin tokojkonewaj. Techonmana tokonewan, yolik kotkiskaltijkej. Onikan, amantsin nikan titlajtlantokej. Namaj tijnekij tijmatisej kanin kinkajkej.[Ablanda mi corazón, me da sentimiento, me aflige. Ellos nos mienten. Ellos no quieren decirnos dónde dejaron a nuestros hijos. Nos entristecen nuestros hijos porque los criamos con paciencia. Por eso, ahora aquí exigimos. Por eso ahora queremos saber dónde los dejaron.]
Y al mismo tiempo, el desgaste de 8 años y 7 meses de búsqueda se ve reflejado en sus rostros, en el estado de salud física y emocional de las y los familiares. El cansancio acumulado es mayor, aunque la determinación de luchar y la intensidad de las exigencias siguen firmes.
Ante esta encrucijada, ¿qué estrategias adicionales nos corresponde elaborar? ¿Qué otras formas de estar a su lado son prioritarias? ¿Cuáles son los compromisos adicionales que debemos incorporar a nuestras respectivas cotidianidades? Estas son mis inquietudes. Como parte de la búsqueda de respuestas quise primero entender más de cerca su forma de politizar la maternidad.
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La agenda de doña Cristi es sumamente agitada, reparte su tiempo entre las actividades constantes asociadas a la búsqueda de los 43 y a tejer las alianzas que apoyan a las y los familiares, cuidar a sus tres nietas y dos hijas, ir al campo para atender su milpa, vender los productos que le permiten solventar sus viajes y, cuando el tiempo lo permite, descansar un poco para cuidar su salud. Después de meses de intentos fallidos, por fin nos encontramos en la Ciudad de México, cerca de las oficinas del Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro, para tomar una limonada, comer una tlayuda y platicar. Lleva puesta una camiseta blanca con el rostro de Benjamín, aretes circulares estampados con el número 43, y un anillo plateado con una tortuga, símbolo de la Normal.
Me presume sus tenis nuevos, alegremente coloridos, un regalo de una de las mujeres solidarias cercana a lxs familiares. Los tenis le ayudan a amortiguar sus rodillas, porque después de una caída unos años atrás se le hinchan y los dedos de sus pies le arden. El dolor estorba sus movimientos. Los tenis le recuerdan el cariño que la rodea, suavizan el peso de sus pies sobre el asfalto, acolchonan su caminar.
Le pregunto sobre la búsqueda de 43 hijos.
“Digo que somos madres de los 43 porque a nuestros hijos los desaparecieron con sus compañeros. Como madre de Benjamín siento que es mi obligación no solo buscar a mi hijo, sino a todos sus compañeros. Tenemos que saber a dónde están todos, dónde quedaron. No es suficiente saber dónde está mi hijo. Digo compañeros porque estaban empezando a estudiar juntos, pero también porque todos llegaron a la Normal de Ayotzinapa por un sueño, porque querían ser alguien en la vida. Pienso y siento, al igual que las demás mamás, que estamos aquí porque no queremos más desapariciones, no queremos que se lleven a más estudiantes. No queremos que más mamás y papás vayan sufriendo. No queremos que sigan sufriendo más. Por eso son los hijos de todas”.
Busca a Benjamín y a sus 42 compañeros porque compartieron sueños semejantes en la vida, él aspiraba a “ser alguien”, una frase que refleja un anhelo colectivo, una afirmación frente a los desprecios sistemáticos que la sociedad le expresa a familias de origen humilde que habitan los territorios me’phaa, nahua, na savi, ñomndaa, y afromexicanas de Guerrero, pero también de otros pueblos originarios, como los hueva de Oaxaca, y regiones de campesinos mestizos en otros estados. Asumir que son los hijos de todas implica que si una madre no puede ir a una de las marchas, las demás exigen el paradero de todos. Es una forma de saberse acompañadas entre todas, de no sentirse solas. También implica que en “el altar las velas siempre están encendidas para todos, nunca pido solo para mi hijo. Y si voy a la iglesia y pago la misa, la pago para todos, para 43 hijos”.
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Hacer de la maternidad un verbo en plural desafía la imagen impuesta de la madre abnegada, la que sacrifica todo por el hijo, la imagen de la madre sufriente, la llorona, la que camina sin rumbo fijo, perdida entre sus lamentos. Es otra forma de asumir la maternidad como un acto político. No son solo las madres de los 43 normalistas de Ayotzinapa las que politizan de esta manera la maternidad, sino miles de madres de desaparecidxs a lo largo y ancho del país, incluyendo las madres centroamericanas que cada año recorren en caravana el territorio mexicano. Implica emprender una batalla constante, no solo contra la laguna de impunidad del estado, sino de manera paralela, contra todo tipo de descalificaciones que cuestionan el papel político que tienen las mujeres que se asumen como madres.
Explica doña Cristi —como le decimos por respeto y no por su edad— que las formas de cuestionar, de criticar, de deslegitimar las acciones de ellas son múltiples, “las presiones son muy fuertes”.
Mientras platicamos va narrando aspectos de su vida. Sale ejemplo tras ejemplo de cómo ha tenido que enfrentar las presiones de cumplir con ciertas expectativas y roles de madre y de mujer a cargo de los cuidados de otros familiares. Describe cómo otros la han criticado por no ser una buena madre o una buena esposa, o una buena hija. Si bien este tipo de exigencias dejan huellas palpables en su vida, estas se intensifican en el momento en que emprende la búsqueda por los 43 hijos. La decisión implica estar lejos de su hogar y dejar de cuidar o atender a los demás porque la prioridad es encontrar a su hijo.
“Nos dicen, ‘ya se acostumbraron a estar allá’ [en las marchas, en los mítines y en los viajes]. Incluso nos dicen que salimos en comisiones y participamos en los eventos que algo más queremos. Así nos critican. También nos dicen que lo que queremos es dinero. Incluso los mismos vecinos critican. Dicen que ‘seguro en algo andaba su hijo, por eso se lo llevaron. En algo andaba su hijo, por eso lo mataron’. En mi mismo pueblo decían ‘no entiendo qué está haciendo [Cristi] allá, pues ya lo desaparecieron, ya se perdió, ya se fue. ¿Por qué lo sigue buscando? ¿Qué quiere?’”.
Estas críticas sueltas se hilan a una cadena de descalificaciones más o menos así: La culpa de su propia desaparición es del hijo porque seguro andaba metido en algo indebido, y si en algo malo andaba metido, eso es culpa de la madre porque seguro no lo educó bien, y por lo tanto, ella es mala madre, y por ser mala madre, seguro no le interesa tanto a su hijo, sino que quiere sacarle provecho a la situación, o quiere dinero.
Reconocerse madres de una generación de desaparecidos en las que se suman los normalistas es una forma muy poderosa de darle la vuelta a esos cuestionamientos, implica sembrar otro terreno político porque el bienestar de lxs hijxs es una responsabilidad colectiva. Insiste doña Cristi que “son hijos del pueblo, son nuestros hijos”.
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La afirmación de doña Cristi y de otras mamás de desaparecidxs también es una invitación a las que hemos luchado a su lado. Si la responsabilidad es colectiva, ¿entonces qué papel debemos asumir las que luchamos con las madres de los 43 y de miles más? Si ellas son madres de 43, ¿qué papel nos toca a nosotras? ¿Qué compromisos debemos asumir, además de compartir el dolor y la rabia y a la par sumarnos a las exigencias de verdad y de justicia? ¿Cómo sería nuestro rol si nos fuéramos a asumir como las tías de Benjamín y de sus 42 compañeros?
No son preguntas retóricas, las respuestas tampoco son simbólicas, ni metafóricas, sino políticas. Ser tía implica asumir compromisos afectivos y de cuidados, compromisos que trascienden la solidaridad y la empatía. A la par de exigir la verdad, incluye el compromiso de conocer los sueños de Benjamín y de sus compañeros, no como unas memorias o deseos congelados en ese tiempo suspendido que es la desaparición forzada, sino para incorporarlos a nuestras cotidianidades con la convicción de que deben existir las condiciones para sembrar y cosechar los anhelos de su generación y de las que le siguen.
Doña Cristi cuenta que, en el caso de su hijo, “siempre me decía que su sueño era la computación e informática, pero la carrera es cara. Un día él me dijo: ‘Ya encontré la Normal para hijos de campesinos de bajos recursos, ahí no se necesita dinero, entonces ya no te tienes que ir a Estados Unidos [a trabajar para pagar mi carrera]. Cuando termine voy a poder estudiar lo que yo quiero. Voy a tener mi propia oficina, mi propio trabajo donde voy a quemar cerebro’, decía. Benja siempre decía: ‘Voy a trabajar como el buey, no como el burro. Voy a trabajar con mi cabeza, no con el lomo. El buey trabaja con los cuernos, con la cabeza, el burro con su lomo. No quiero trabajar como burro, cargando todo. Yo quiero trabajar quemando cerebro, con papeles en mi oficina’”.
También rechazaba la imagen que representa su padre biológico. Doña Cristi recuerda las palabras de su hijo: “‘Yo voy a ser diferente, no voy a ser como tu marido’. Yo le respondía: ‘Es tu papá, no me digas tu marido’. Pero él me respondía: ‘No es mi papá. No ha estado aquí. Fue un engendrador nada más’. Es que no conoció a su papá, se fue a Estados Unidos a trabajar cuando Benja tenía 4 años. Entonces me decía: ‘Yo sí te voy a cuidar, sí voy a estar contigo y al pendiente de ti, no como tu marido. Voy a ser responsable. Tú eres mi mamá y mi papá’, así me decía. Por eso me abrazaba dos veces. Así los sueños de Benjamín”.
Escucho sus sueños y pienso que para hacerlos una realidad colectiva, mi compromiso como tía implica luchar para que “ser alguien en la vida”, más que un anhelo individual, sea una posibilidad colectiva para familias y comunidades en las regiones de donde son originarios Benjamín y sus 42 compañeros. Implica luchar para que se reconozcan sus capacidades y talentos de trabajar como “el buey”, con la cabeza, a la par del resto del cuerpo, y que no sean obligados a trabajar para ser explotados por otros. También implica luchar para que los que son hombres asuman la responsabilidad de cuidar a los demás, en lugar de dar por hecho que las mujeres estamos para cuidarlos a ellos, que ser hombre no sea una justificación o una excusa para despreocuparse de los demás.
Si nos fuéramos a asumir como tías de los 43, ¿de qué manera podríamos incorporar esas otras posibilidades de vida a nuestras luchas cotidianas? ¿De qué forma podríamos hacer realidad este tipo de anhelos y sueños compartidos? ¿Qué deberíamos preguntarle a las y los familiares y cómo debemos aprender a escuchar sus respuestas?
Al mismo tiempo, ser tía de Benjamín y de sus 42 compañeros se traduce en una responsabilidad hacia sus madres. Tal como lo explica doña Cristi, implica ser “hermana de lucha”. Cuando le pregunto cómo ha vivido esa hermandad de lucha, me cuenta que tiene “una hermana en Guadalajara, que no es mi hermana, pero es mi hermana de lucha, todos los días me escribe y me dice buenos días, hermana. Así me levanto”.
Entonces le pregunto cuándo las acciones de otras mujeres reflejan esa hermandad de lucha. ¿Cuándo ha sentido que ya no puede más pero los gestos de otras mujeres la levantan y le dan el ánimo de seguir adelante? Inmediatamente piensa en las marchas que se realizan el 26 de cada mes en la Ciudad de México y en otras ciudades.
“En las marchas las veo. Muchas no se acercan conmigo, no las conozco, pero las veo y digo que son mi familia porque están cada mes, están con nosotras, están con nosotros. Nos dicen: ‘Aquí estamos, compañera’. Cuando se acercan y me dan un abrazo, me dicen estamos contigo, aquí estamos. Entonces yo me siento con mucha fuerza. Esos abrazos dan fuerza. Por eso no puedo fallar, no puedo dejar de venir un 26.
“En 2015 yo me sentía muy enferma. Los doctores me dijeron que si seguía así iba a morir. ¿Cómo puedo dejar a mi hijo? Ni nos conocen y están con nosotros. Tengo que seguir. No me puedo ir a mi pueblo. Veía mujeres con sus hijitos, mujeres embarazadas. Bajo la lluvia, bajo el sol. Eso es lo que me ha levantado, ver a madres, con sus carriolas, con sus niños. Hay un niño que me grita: ‘Doña Cristi, ¡aquí estamos acompañando!’. Cuando tiene la oportunidad va y me abraza. ‘Aquí estamos, aquí están mis papás’. Gracias, le digo. Yo no me puedo rendir. Amanezco con mi rodilla hinchada, mis pies hinchados, a veces me cuesta mucho caminar, me duele, pero la gente es lo que nos ha levantado. La presencia. Su presencia. Es una motivación para nosotros”.
Escucharla le da otro sentido a la cantidad de veces que mi hijo ha caminado en las marchas conmigo, mi hijo que después de la última marcha se llevó una pancarta hecha de serigrafía en blanco y negro. La coloreó y se la llevó a la escuela para hacer su propia marcha, con el grito de: “Justicia. ¡Vivos se lo llevaron, vivos los queremos!”.
Pienso en los grandes desafíos que ahora enfrenta el caso de Ayotzinapa cuando en agosto del año pasado se minaron los tremendos esfuerzos y avances de la fiscalía especializada para el caso, encabezada en ese entonces por el fiscal Omar Gómez Trejo, cuando se le obligó a renunciar y un juez desechó las órdenes de aprehensión que había emitido. Cuando la Comisión para la Verdad y Acceso a la Justicia del Caso Ayotzinapa publicó un informe basado en algunos datos que no fueron verificados por medio de los peritajes indicados y sin el conocimiento previo del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI), y las organizaciones que defienden a los familiares y los propios familiares fueron informados poco tiempo antes de que se hiciera público. Le pregunto a doña Cristi cuál es su apreciación del contexto actual. Su respuesta apunta a una repetición del pasado.
“[El secretario de Gobernación] Osorio Chong decía que los expertos [del GIEI] podían estar el tiempo que quisieran, pero cuando empezaron a destapar todo, cuando lograron desmontar la verdad histórica de Murillo Karam, cuando empezaron a recuperar evidencias que nos pudieran llevar a la verdad, ya no los dejaron trabajar. Con el presidente actual está pasando algo parecido. Dijo que si llegaba a la presidencia iba a esclarecer el caso, ya está por concluir su mandato y nada. Es porque el ejército no quiere que sepamos qué pasó, porque están implicados, yo siempre lo he dicho. Y justo cuando hay avances y se piden los archivos del ejército, otra vez ya no dejan que avance el caso”.
“Mak tlaxtlawa aki kinpojpoloj tokonewaj, kipia tlen tlaxtlawas, tlen techtlayowiltlakamej, miak miak tonali axweli tikochij, miak tonali para tichokatokej, yejo no on tlakamej tlen kinpojpolojkej tokonewan, kipia tlen tlaxtlauas, axsayiko ma mokawa, ma tlaxtlawakaj ken ya techtlayowiltijkej ika miak. [Que pague el que despareció a nuestros hijos, tendrá que pagar, los que nos destruyeron la vida, muchos muchos días no podemos dormir, hemos llorado muchos días, por eso esos hombres que desaparecieron a nuestros hijos, tendrán que pagar, que no quede así, que no quede impune, que paguen los que nos arruinaron la vida.]
No hay justicia sin verdad, pero tampoco la verdad por sí sola es justicia. Entiendo entonces que asumir el compromiso como tía de Benjamín y de sus 42 compañeros, asumir el compromiso de hermana de lucha de doña Cristi y de todas las madres se expresa por medio de una serie de presiones de cara al Estado, sumarse a las exigencias de que los archivos que tiene el ejército se entreguen al GIEI, que tengan acceso a los documentos que saben que existen. También se expresa presionando para que el gobierno avance con la extradición de Tomás Zerón y que se cumplan las órdenes de aprehensión emitidas por la fiscalía especial. Y al mismo tiempo, el resultado de todas esas otras exigencias no depende exclusivamente de nosotras. La justicia requiere entonces un esfuerzo bifurcado.
Quizás nos falta reconocer que la justicia, al igual que la maternidad, es capaz de expandirse en forma de un verbo en plural. De ser así, puede tomar forma por medio del conjunto de gestos de apoyo entre hermanas de lucha, de compromisos con los sueños y anhelos colectivos de las nuevas generaciones, de diversas expresiones de esfuerzos cotidianos que siembran otros terrenos de lo posible y que alejan con cada impulso la indiferencia, la apatía y el horror. Quizás frente a la encrucijada política actual, ante un escenario tan desalentador, dirigir nuestras acciones en calidad de tías de los 43 aporta a crear otros escenarios de justicia paralelos a las obligaciones que tiene el Estado, teje los lazos que sostienen esos otros futuros posibles..
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*Mariana Mora es investigadora del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS) en la Ciudad de México. Formó parte del equipo interdisciplinario que elaboró el informe ‘Yo sólo quería que amaneciera’, sobre los impactos psicosociales del caso Ayotzinapa (2017). Escribe sobre las luchas por la verdad y reclamos de justicia, contra el racismo y por los derechos de los pueblos indígenas y afromexicanos. Es parte de la Red de feminismos descoloniales.
**La transcripción y la traducción del náhuatl se realizó gracias al trabajo de Ateri Miyawatl, Catalina Cruz de la Cruz y Adam Coon.
***Foto de portada: Madres de los estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa durante un mitin tras una marcha finalizada en el Hemiciclo a Juárez en la CDMX. (ObturadorMX)
Publicado originalmente en A dónde van los desaparecidos