La libertad encarnada en el cuerpo no tiene vuelta atrás

Laura Mora Cabello de Alba

España. En España, el patriarcado está dando coletazos como animal herido de muerte. Y es que lo está. Si no, no se puede explicar que, más de treinta años después de las primeras acciones por el cuerpo libre de las mujeres en democracia, los rancios patriarcas vengan con un anteproyecto de ley del aborto que nos mira como objetos y sólo nos considera sujetos como seres punibles, castigables, en el caso de decidir qué hacemos con nuestro cuerpo embarazado. ¡Cómo si eso fuera fácil!

Me resulta odioso en las entrañas el propio lenguaje que me dice “estar a favor del aborto”, como, sin embargo, veo ciertamente extraño el pronunciarme  a favor o en contra de una mastectomía o de la extracción de una muela del juicio. A favor, en contra. La pobre lógica del poder. No quiero una ley del aborto. Ninguna. Ni una mejor ni una peor como la que anuncian, que no prosperará. Hay asuntos que no son legislables. Mi cuerpo, no.

Dicho así, es fácil discernir que el aborto no es un derecho. Es una decisión –más allá de la ley y del Estado- que toma una mujer que decide que no quiere o no puede ser madre. Nada más y nada menos. Lo que sí es un derecho en una democracia decente es tener atención sanitaria pública y de calidad para sustentar esa vital decisión.

A estos señores de corbata y misa no se les ocurriría legislar y penar a otro señor o a sí mismos por decidir operarse de los pulmones o no hacerlo, por trepanarse los sesos –posibilidad seguramente recomendable- o por fumar puros habanos en su casa (con perdón de mi Cuba querida). Evidentemente, no.  Son soberanos de su cuerpo. Incluso para matar y matarse a cada rato.

Y a lo que no acaban de resignarse, y por eso colean y patalean infantiles con pretextos legales,  es que las mujeres también los somos. Somos soberanas de nuestro cuerpo y nuestras hijas lo serán aún más. Y por eso, en España, suenan tambores de fiesta. Tambores que nos recuerdan que ha habido una revolución en el mundo entero  por la que, sin una gota de sangre que no sea nuestra, las mujeres nos estamos reapropiando de nuestro cuerpo. Mi cuerpo es mío. Mío y, a veces, tuyo y mío. Pero eso lo decido yo.

Y cuando se produce una revolución de esta categoría, en cada lugar a su manera y a su ritmo, en cada cuerpo a su modo y en sus tiempos, eso no tiene vuelta atrás. Por eso suenan en España tambores de fiesta. La democracia igualitaria nos lo puede poner más fácil o más difícil, pero no tiene vuelta atrás. La libertad encarnada en el cuerpo no tiene vuelta atrás.

En la preciosa e inmensa manifestación que recibía al “Tren de la Libertad” en Madrid -un tren que trajo real y simbólicamente a miles de mujeres de toda España y del extranjero, de hasta allende los mares y los ríos-, una señora que estaba a mi lado suspiró al verse hacer el mismo gesto con las manos y pronunciar las mismas palabras de reivindicación que hace treinta años y me dijo: “Anda que…”. Eso es. Justo eso. Otra vez vernos puestas en el mismo lugar. Y, al minuto siguiente, esta misma señora –hermosamente vestida de violeta y república- cantaba disfrutona nuevas canciones inventadas por nosotras  y se reía con sus amigas. ¿Habría venido en el tren de la libertad?

El 8 de febrero, en Madrid y otras ciudades, otro tanto en la segunda gran manifestación en diez días. Con una cantidad millonaria de mujeres y hombres jóvenes, que frenaron hasta la lluvia y el frío de este invierno.

Pues eso, amigas y hombres que nos acompañáis en una vida libre, sigamos tocando los tambores, que celebran que la libertad ganada en cada cuerpo de mujer no tiene vuelta atrás.

Publicado el 17 de febrero de 2014

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