La historia de Ramón, el primer desaparecido del México neoliberal

José García Gómez

La desaparición política de los luchadores sociales es considerada un crimen de lesa humanidad. No solo porque busca desarticular la organización de la clase trabajadora, sino por el impacto que tiene en sus familiares y personas cercanas, es también una herida siempre abierta que nunca termina de sanar. El siguiente testimonio sobre la desaparición de mi hermano, el luchador trotskista Ramón García Gómez, ocurrida en diciembre de 1988, es una prueba de ello.

Ramón creía en la revolución permanente, en la lucha de los trabajadores y de los campesinos por eliminar un modo de producción basado en la explotación. Ramón creía y era consecuente con la revolución proletaria, solo que, como le ocurrió a muchos luchadores sociales, su actividad política fue brutalmente suprimida.

El sistema de producción imperante no admite disidencias, incluso hoy en día seguimos escuchando voces que, a gritos, en diversos foros, claman por mantener regímenes políticos irracionales y totalitarios: voces que con su participación, abierta o encubierta, contribuyen al sostenimiento de actividades represivas que buscan acallar a los que piensan diferente, a los que buscan un mundo igualitario. 

Hace más de 40 años, Ramón tomó la decisión de convertirse en un militante político con un objetivo claro: intervenir, activamente, en la construcción de lo que llamamos la dirección del proletariado. Su desaparición no fue casual, está enmarcada en una estrategia represiva, a nivel mundial, contra los trabajadores y sus organizaciones. La desaparición de Ramón es considerada, además, como la primera desaparición del régimen usurpador que instauró en nuestro país la estrategia neoliberal del capitalismo, misma que, a lo largo de estos años, ha mostrado el mismo carácter represivo y criminal hacia la clase trabajadora. 

El día de hoy, estoy ante ustedes para dar mi testimonio como víctima de lo que se ha llamado la Guerra Sucia. Sin embargo, no puedo hablar por todas las personas afectadas por la desaparición de mi hermano.

No puedo hablar por Esperanza, madre de Ramón, pero puedo expresar lo que vi de ella: vi a una madre a la que la desaparición de su hijo le rompió el corazón, le quebró las fuerzas de vivir, pero también vi que nunca perdió, como su mismo nombre sugiere, la esperanza de volver a verlo. Aun en su lecho de muerte, bajo los efectos de los medicamentos, expresó haber visto a su hijo asomarse por la puerta de aquel hospital en el que agonizaba. 

Puedo expresar el dolor, la angustia y el terror que le generaban las cobardes visitas de los policías judiciales de Morelos, que le llevaban fotografías de gente brutalmente asesinada, no con el fin de identificar en alguna de esas fotos a su hijo, sino con el objetivo malsano, ruin y cobarde, de quebrar su alma y voluntad. Vi a una mujer que, como la luz de una vela, lentamente se extinguía, dejando de ser el faro que iluminaba y guiaba los caminos de sus hijos. Con cuánta atención escuchaba a Ramón hablar de sus cotidianidades, de su mujer, de sus hijos, de sus deseos de cambiar el mundo; solo que un 16 de diciembre del año 1988, dejó de oír su voz. 

Ramón durante el cierre de campaña del Partido Revolucionario de los Trabajadores en Morelos. Marzo de 1988, zócalo de Cuernavaca, Morelos (Cortesía)

No puedo hablar por Ana, esposa de Ramón, pero expreso aquí lo que vi: vi a la más extraordinaria, leal y comprometida compañera de vida, cuya actitud siempre positiva se convirtió en una desazón, en un rostro de indignación e incertidumbre por un futuro que no era aquel que anhelaba construir junto a su compañero; ahora tenía, ante ella, un presente que nunca se hubiese imaginado. 

Vi a una mujer levantarse del dolor y, literalmente, caminar acompañada y protegida por cientos de campesinos y trabajadores en la Marcha por la Vida que se realizó, de Cuautla a la Ciudad de México, para exigir a los mismos represores la presentación con vida del padre de sus hijos. 

Vi a la mujer que con convicción exigía justicia, a la mujer que de la noche a la mañana se convirtió en madre y padre de sus dos hijos, porque alguien, en alguna oficina gubernamental, decidió darle un “escarmiento” a su compañero. 

Vi a una mujer que, con la misma claridad que reconocía el canto de las sirenas, distinguía el gruñido de los buitres. Los enfrentó con serenidad y firmeza, cuando esos inescrupulosos, sirvientes del poder, la amedrentaban, presionaban, injuriaban y obligaban abierta o veladamente, directa o indirectamente, a abandonar la lucha por la aparición de Ramón. Han sido más de 30 años de enfrentar esas crueles y deplorables acciones de esos criminales emisarios. 

Por la bestial andanada de amenazas y presiones, fue necesario proteger su integridad física, tanto de ella como la de sus hijos. Así, se tomó la decisión de que era necesario regresar a su país de origen. 

Ya no solo era Ramón el que no estaba con nosotros, ahora nos faltaban ella y sus hijos.

Ramón cargando a su hijo Iker, en Vitoria, España (Cortesía)

No vengo a dar el testimonio de Iker, el mayor de los hijos de Ramón; sin embargo, puedo expresar que a sus diez años, vi que sufría y lloraba en silencio, sin comprender del todo lo que ese 16 de diciembre de 1988, había ocurrido con su padre.

Vi a Iker madurar de un día para otro, dejaba de ser en un niño para tomar una responsabilidad que aún no le correspondía. Lo vi pararse frente a un gran auditorio y exigirnos, con las palabras propias de su edad, que continuáramos en la lucha por la aparición con vida de su padre y mantuviéramos las acciones hasta lograrlo. 

No vengo a testificar por Indarki, el menor de los hijos de Ramón, cuyo nombre significa fortaleza; en ese momento, un niño con un corazón y sensibilidad enormes. Expreso ante ustedes que vi a ese pequeño, de tan sólo cuatro años, salir del hospital donde se encontraba enfermo y no entender, en ese momento, por qué su padre no había ido por él, por qué su padre no estaba ya más en su casa, por qué su padre ya no estaba para festejarle sus atrevidas aventuras. 

Vi a un pequeño Indarki apegarse más a su madre, dejar sus juegos, y mirar en sus ojos un llanto contenido. 

Vi en mis sobrinos apagarse esa mirada que cualquiera que quiere hacerlo, puede ver en todos los niños. Los vi, yo los vi, y desde aquel entonces esa chispa infantil nadie más la volvería a ver. 

No puedo dar el testimonio de Manuel, mi hermano, el hermano mayor, el más cercano a Ramón. Dependía de él por su condición al nacer, pero era su hermano, su amigo, su soporte emocional. 

Vi en el rostro de Manuel lágrimas, tristeza, dolor, emociones que juntos reprimimos en aquel mitin en donde tanto Doña Rosario Ibarra como Cuauhtémoc Cárdenas, hicieron el compromiso de intervenir por la aparición de Ramón. 

Vi a Manuel, lo sentí, tenía miedo, actuaba con cautela, reprimía su rencor, su odio. Nadie como él para vivir las presiones a las que todos estuvimos expuestos, a las mentiras, las difamaciones, las burlas de esos que habían ejecutado ese 16 de diciembre, la desaparición política de su admirado hermano. Siempre ocurrente, carismático, leal y muy sensible, extremadamente sensible, se volvió más cariñoso y protector con nosotros, pero también más receloso y desconfiado de los otros. Se hizo más dependiente de sus hermanos y nosotros, descubrimos al hermano mayor. 

Ramón (izquierda) junto a Manuel (derecha), afuera del Palacio Real en Madrid, España (Cortesía)

No estoy dando el testimonio de Fernando, el hermano que ingenuamente confió y creyó en sus “cuates” de la preparatoria, mismos que fueron artífices de la cobarde desaparición de Ramón. 

No estoy dando el testimonio de Luis Gerardo, Mauricio o Esperanza, sus hermanos; los veo, los siento, y aún tenemos el sufrimiento a flor de piel. 

No puedo dar el testimonio de Juanito, el compañero del negocio de jabón de Ramón, pero constato que este hombre, humilde y muy trabajador, siempre fue leal y entregado. Juanito admiraba y expresaba que Ramón lo había rescatado, que le había salvado la vida. Yo vi como sus pies sangraban durante la marcha por la aparición de Ramón, que se originó de Cuautla a la Ciudad México. 

No estoy dando el testimonio de la camarada Marina que, si alguien de la organización original de Ramón estuvo siempre solidaria, siempre atenta de Ana y de sus hijos, siempre humana y sensible con mi madre, fue ella. 

No puedo dar el testimonio de los miles de trabajadores, hombres y mujeres, que tanto a nivel nacional como internacional, de manera solidaria, se adhirieron y conformaron una voz, una que exigía al gobierno mexicano justicia.

No puedo dar el testimonio de sus verdaderos camaradas, que se presentaban en las embajadas mexicanas en Francia, España y diversos países del mundo exigiendo su presentación, obteniendo como única respuesta, por cierto con inaudita ignorancia, que en México había una organización encargada de los desaparecidos cuyo teléfono, en aquel entonces, era 658-1111 ¡Vaya, ni la burla perdonaban!

La desaparición política de Ramón no solo fue un golpe a la familia. Su participación en el Frente en Defensa del Voto había permitido generar una muy importante organización de obreros y campesinos en la región oriente del estado de Morelos, a la que incluso llegamos a considerar como el primer soviet de México. 

La represión orquestada desde el Estado, es un golpe a la clase trabajadora y sus organizaciones, lo mismo aquí o en el extranjero; la desaparición política de Ramón, ejecutada por el gobierno mexicano, fue un golpe contra la clase trabajadora en México, y un crimen de lesa humanidad. 

Ramón en su oficina en París, Francia. Año 1976-1978, aproximadamente (Cortesía)

¿Qué espero de los Diálogos, o de la Comisión? Los que hemos vivido esta pesadilla, hemos pasado por tres Fiscalías especiales, por la conformación de la Comisión Nacional de Derechos Humanos. Todo, con los mismos resultados. Si vemos cómo actúa en estos momentos el Poder Judicial en este país, en aquel entonces eran uña y mugre; o más bien mugre y mugre con el gobierno mexicano en turno. 

¿Qué hemos obtenido? Vueltas, desgaste físico y emocional, presiones, desilusiones, vivir con temor, ver cómo crece la impunidad en este país, pero sobre todo la utilización del dolor, de la esperanza, así que realmente no se espera nada nuevo; el daño criminal ya está hecho. 

Mi madre, Manuel, Fernando, Mauricio, ya no están con nosotros. Juanito, Marina, Doña Rosario, Doña Carmen y tantos otros que nos brindaron su solidaridad, partieron sin saber nada, absolutamente nada de Ramón, sólo un cúmulo de líneas de investigación creadas por los mismos represores. 

Nuestra familia se desintegró un 16 de diciembre de 1988, cuando desde el máximo poder del Estado mexicano se tomó la decisión de sostener la política represiva que acompaña ese modo de producción a la que la vida humana le importa poco. Sin embargo, sí creo que se dejará constancia para las futuras generaciones, de cuadros y luchadores sociales, de las horas, los días, las semanas, los años e, incluso, de la misma vida que se entregó para mantener y continuar la lucha por la liberación de la clase trabajadora internacional. 

Sí creo, y convoco desde este foro, a construir una organización independiente, de clase, con la más grande amplitud, que sostenga el principio fundamental de la defensa de los trabajadores, sus cuadros y su integridad. 

Como dice la máxima: “No es más grande el que más espacio ocupa, sino aquel que más vacío deja”. A más de 34 años de la desaparición política de mi hermano, mantengo la esperanza de que algún día suene el teléfono, toquen a la puerta o que en cualquier calle de este país, vuelva a ver a Ramón, para nuevamente militar juntos, para estar con mi amigo, mi camarada, mi hermano. 

¡Ni perdón, ni olvido! Sean uno, cinco, 34 o muchos más años, ténganlo por seguro, no se podrán silenciar nuestras voces, las de los familiares de los desaparecidos políticos. Nos une e identifica la esperanza, la indignación, el ferviente anhelo de encontrar a nuestros padres, madres, hijos, compañeros, hermanos y camaradas. 

Para los familiares y camaradas de los desaparecidos políticos, su presencia en la ausencia nos da la fuerza de seguir luchando por ellos; son el faro que nos guía, es convicción, fortaleza, son anhelos, es esperanza. Su presencia en la ausencia es amor por su vida. 

Aunque se continúe con la política represiva, no se va a impedir que se siga escuchando, por las calles y plazas de cualquiera ciudad del mundo, la consigna que nos une e identifica:

 ¡VIVOS SE LOS LLEVARON, VIVOS LOS QUEREMOS! 

¡VIVOS SE LOS LLEVARON, VIVOS LOS QUEREMOS!

***

*José García Gómez, hermano de Ramón, compartió una primera versión de este testimonio durante los Diálogos por la Verdad Zona Centro, una iniciativa del Mecanismo de Esclarecimiento Histórico de la Comisión para la Verdad de la llamada “guerra sucia”

*Ramón fue desaparecido el 16 de diciembre de 1988 en la ciudad de Cuautla, Morelos, por agentes uniformados; se dirigía a una reunión del Frente Ciudadano en Defensa del Voto. Es la primera desaparición forzada del sexenio de Carlos Salinas de Gortari. Los agentes responsables de su desaparición, señala la Comisión Independiente de Derechos Humanos de Morelos AC, pertenecían al Grupo de Investigaciones Políticas de la Policía Judicial de Morelos. 

*Fue candidato a la presidencia municipal de Cuautla por el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), en marzo de 1988, y un activo promotor en la región, ese mismo año, de la campaña de Rosario Ibarra de Piedra a la presidencia. Una vez consumado el fraude del ‘88, fungió como uno de los secretarios del Frente Ciudadano en Defensa del Voto. 

Foto de portada: Foto que se utilizó para hacer una postal que fue enviada al gobierno mexicano durante una de las campañas impulsadas por la Cuarta Internacional (Cortesía)

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Publicado originalmente en A dónde van los desaparecidos

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