En la guerra que lleva diez años en territorio sirio, el agua es un arma fundamental que utiliza Turquía para golpear a los pueblos que declararon su autonomía en el norte del país.
La guerra –ese mundo alucinado, perverso y por momentos delirante, impuesto por los estados capitalistas más voraces- no es ajena al pueblo kurdo. Aunque repiten una y otra vez que la guerra nunca permitirá alcanzar una solución política a un conflicto que ya lleva muchos años, los kurdos de Siria resisten los ataques que los golpean desde todos los frentes. A la represión histórica desplegada por el régimen del partido Ba’ath –liderado por el clan Al Assad-, le siguieron los intentos de invasión territorial de Al Qaeda y, posteriormente, del Estado Islámico (ISIS). Como si fuera poco, desde hace dos años, soportan -en medio de un frágil equilibrio geopolítico- los ataques y ocupaciones ilegales impulsadas por Turquía en las regiones de Afrin y Serêkaniyê.
Aunque a primera vista el panorama se vea desolador, los pueblos del norte y el este de Siria –donde los kurdos son mayoría- continúan por la senda de la autonomía territorial, la independencia política y el empoderamiento de las mujeres. Desde la Administración Autónoma del Norte y el Este de Siria (AANES), proponen la construcción de una sociedad inclusiva, anti-estatista, anti-capitalista y ecológica. Y a ninguno de los poderes que están empantanados en Siria –ya sea Rusia, Estados Unidos, Irán, Turquía y la Unión Europea (UE)- la propuesta de la AANES, basada en el “confederalismo democrático”, les cae simpática. Porque cuestionar el status quo todavía vigente en Siria es cuestionar una concepción de mundo que ya no resiste tanta injusticia.
La historia y la geografía del agua
Ercan Ayboğa, Anja Flach y Michael Knapp, en su detallado libro Revolución en Rojava. Liberación de la mujer y comunalismo entre la guerra y el embargo, abordan la cuestión del agua en Rojava. Para los autores, “Kurdistán es una región de suma importancia estratégica, entre otras razones, por su riqueza acuífera, ya que los ríos Tigris y Éufrates, que suministran el agua necesaria a Irak y Siria, fluyen ambos a través de los territorios turcos del Kurdistán (Bakur)”. Por esta razón, apuntan, el Estado turco “tiene el control del agua de la región gracias a un completo sistema de presas: a partir del Southeastern Anatolia Project (Güneydoğu Anadolu Projesı, GAP), controla el río Éufrates, que desciende luego hacia el interior de Siria, con 13 proyectos que, hasta la fecha, han instalado 24 presas y 17 plantas hidroeléctricas, mientras que, con el proyecto de la presa Ilisu, intenta controlar también las aguas del Tigris en su discurrir hacia Irak”.
En Revolución en Rojava, se explica que la escasez de agua en Rojava se profundizó en los últimos años y que las razones son varias. La que implica al Estado turco se refiere a que, en ese país, “construye presas y embalses para riego asignando una provisión para beber tan pequeña, que se puede calificar casi de insignificante –remarcan los autores-. También de los ríos se extrae el agua para la imprescindible irrigación de grandes áreas cultivadas. En los lugares pertenecientes al Estado turco, no hay controles en los pozos que extraen agua del subsuelo para regar y, durante los últimos 10 o 15 años, motores nuevos y asequibles han hecho que sea mucho más fácil el bombeo de agua subterránea. Ello ha reducido drásticamente el agua en el lado norte de Kurdistán, con consecuencias potencialmente catastróficas y existencialmente amenazantes para Rojava. De pie sobre una colina, en la frontera, una mirada revela que los campos son mucho más verdes en el lado del Kurdistán norte que en el sirio”.
Para los autores del libro, incluso con un “cambio profundo en Turquía” y en las políticas de agua de Rojava, sumado a mayores precipitaciones, “se necesitarían décadas para que los acuíferos volvieran a los niveles anteriores. Turquía no adoptará fácilmente una política de aguas socio-ecológica, pues requeriría una transformación política de envergadura y Rojava puede contribuir más bien poco, porque la mayor parte de su agua subterránea proviene del Kurdistán Norte”.
El agua de todos los días
En pandemia y en plena guerra, el agua es un bien tan necesario como las vacunas que aplacan los contagios de coronavirus. En Rojava, el gobierno de Turquía no sólo ataca con formaciones militares regulares y grupos mercenarios, sino que utiliza el flujo de agua como armamento fundamental.
El 16 de marzo pasado, se conoció que Turquía cortó el flujo del río Qeremox, que pasa por la ciudad de Kobane. Los encargados de esto fueron los mercenarios del grupo Faylaq Al Majd, una de las tantas organizaciones irregulares financiadas por Ankara, y su objetivo fue evitar que los agricultores rieguen sus campos.
El mismo día, Mihemed Diya El-Dîn, co-presidente del Comité Económico de la ciudad de Tabqa, demandó a Naciones Unidas y a su Consejo de Seguridad que presionen a Turquía para que permita el flujo de agua del río Éufrates hacia el norte de Siria. En Tabqa, se encuentra una de las principales represas del país, situada 40 kilómetros río arriba de la ciudad de Raqqa. Esta represa fue blanco de ataques del Estado Islámico (ISIS) y de las fuerzas militares turcas. Diya El-Dîn recordó “que todas las turbinas que proporcionan riego a miles de tierras agrícolas están fuera de servicio”, debido a los ataques y a que la AANES no tiene acceso a la compra de repuestos. “La electricidad producida por la presa del Éufrates (Tabqa) ha disminuido a 12 horas diarias y podría disminuir aún más en los próximos días”, advirtió el funcionario.
En una entrevista reciente con la agencia de noticias ANHA, el ingeniero de la represa de Tabqa, Ehmed El-Oso, denunció que el Estado turco nunca liberó más de 150 metros cúbicos de agua, lo que provoca que “la tierra agrícola se volviera árida y que la electricidad proporcionada por la presa disminuyera”.
En un artículo publicado a principios de marzo en ANF, se reveló que Turquía corta “sistemáticamente las aguas del río Éufrates sobre el noreste de Siria desde 2017”. “De esta manera, el Estado turco ha estado permitiendo solo 200 metros cúbicos de agua desde 2020, mientras que son necesarios 500 metros cúbicos como mínimo –se agregó-. Y el 60 por ciento de esta agua pasa a territorio iraquí. Desde el 28 de enero de 2021, el Estado turco ha cortado el 60 por ciento del río Éufrates sobre el noreste de Siria”.
En el artículo, se recordó que, en 1987, se firmó un acuerdo sobre el agua entre Turquía, Siria e Irak en relación con los ríos Éufrates y Tigris. Según este acuerdo, “500 metros cúbicos de agua pasarían a territorio sirio por segundo y el 60 por ciento de esta agua pasaría a territorio iraquí. Las aguas del río Éufrates, que ha estado fluyendo sistemáticamente hacia territorio sirio durante décadas de esta manera, han sido cortadas sistemáticamente por el Estado turco desde 2017”.
Desde la AANES, se han cansado de denunciar que Turquía utiliza el agua como un arma para destruir el proyecto autonómico del noreste de Siria, encabezado por los kurdos y que incluye a los pueblos árabe, armenio, asirio y turcomano de la región. Hasta ahora, y pese a la confirmación de esta denuncia, ni el gobierno de Damasco ni Estados Unidos y Rusia, y mucho menos la ONU, han tomado medidas para detener a Turquía.
*Foto de portada: Anas Alkharboutli – AP
Publicado originalmente en La tinta