La falacia de las puertas abiertas

Pablo Muñoz Rojo

Foto: Migrantes en la valla de Melilla. Imagen de Mikel Oibar y Laura Tárraga / Disopress

Nos encontramos en pleno agosto. Es cierto que este es un agosto atípico, marcado —en todos los sentidos posibles, a nivel local, nacional e internacional— por la pandemia que ha dejado ya más de 20 millones de personas contagiadas y 750 mil muertes en todo el mundo.

Pero hay cosas que no cambian ni con una pandemia, sino que por el contrario, en este caso se han recrudecido, como son los discursos racistas y xenófobos contra la inmigración que se repiten cada verano en España. Un contexto que no está sirviendo simplemente para vincular inmigración (la que viene por la frontera sur) con violencia y delincuencia como si el sujeto inmigrante fuera un ente homogéneo —el verano pasado nos cansamos de escuchar la vinculación de la inmigración con las violaciones—, sino que este año se ha añadido un estigma acorde a tiempos de pandemia, el inmigrante es el responsable y culpable del virus, de su esparcimiento tras la cuarentena, y por lo tanto, de todas aquellas consecuencias en la vida de la gente, siendo el caso extremo la muerte.

De esta forma, ciertos partidos políticos y ciertos medios de comunicación están utilizando este contexto para reforzar sus discursos contra las personas inmigrantes asegurando —faltando a la verdad de los datos y haciendo uso en numerosas ocasiones de fakenews—, que hay oleadas de inmigrantes llegando a nuestras costas. Tal es así que hace días varios medios de comunicación, replicados por determinados partidos, difundieron el bulo de que había más de cinco mil embarcaciones (se dice pronto) en la costa de Argelia esperando para partir con inmigrantes a las costas españolas. Luego se demostró que no era cierto, que eran embarcaciones de pescadores en las costas de Mauritania, pero nadie rectificó.

El pasado 6 de agosto el periodista Moha Gerehou en un artículo para eldiario.es hacía una pedagógica y esclarecedora comparativa de cómo están siendo diferentes las respuestas de la sociedad en relaciones con los inmigrantes y con los turistas, y que a diferencia de lo que podíamos pensar, los primeros pasan por controles sanitarios más severos. Por lo pronto, a estos sí se les realiza PCRs.

El hecho es que nos encontramos nuevamente con el relato de la invasión de inmigrantes, que se enmarca en el de la amenaza cultural y civilizatoria del supremacismo blanco europeo, pero que ahora encontramos en los parlamentos de los distintos países de Europa como altavoz de las tesis que empujan al terrorismo supremacista de ultraderecha siendo una de las principales amenazas para la seguridad en Europa y que se ha cobrado números vidas en los últimos años como el doble atentado en Alemania el pasado 21 de febrero donde perdieron la vida diez personas. Es decir, tales discursos tienen consecuencias reales y directas, debido a la normalización que se ha dado de ellos.

“Siempre que un nacionalista sea preso, un antirracista será asesinado y siempre que un nacionalista sea asesinado decenas de extranjeros serán asesinados”, amenazan neonazis portugueses.

Estos días recientes se han dado varios hechos que lo refleja: Hace unas semanas la compañera artista y activista antiracista Daniela Ortiz se vio obligada a abandonar España por amenazas. Hace unos días, Bruno Candé, un actor negro portugués, fue asesinado a tiros mientras paseaba a su perro por un supremacista que se vanaglorió de haber matado a otros negros en Angola. Días después, Rocío de Meer, una diputada de la tercera fuerza más votada de España, compartió un vídeo en redes de un discurso de una líder de un grupo de neonazis en Polonia. Ese mismo día, conocíamos que un grupo neonazi de Portugal había amenazado a 10 personas antirracistas, incluidas tres diputadas: “Siempre que un nacionalista sea preso, un antirracista será asesinado y siempre que un nacionalista sea asesinado decenas de extranjeros serán asesinados”.

Estos partidos políticos, medios de comunicación y organizaciones, repiten que Europa lleva a cabo una política de puertas abiertas en la frontera sur lo que invita a cada vez más personas entrar en los países del norte, donde por un lado elevarán las tasas de delincuencia y por otro las tasas de desempleo nacionales, porque “vienen a robar y a quitarnos nuestros trabajos” mientras ponen en riesgo nuestras esencias y valores (sin que tengamos muy claro cuáles son tales valores).

El verano pasado repetían lo mismo, igual que el anterior, realmente lo repiten a lo largo de cada año de forma constante. Pero esto no es cierto, y aunque ya parezca que no importan los datos, vamos a indicarlos. Ya se había reducido la llegada de inmigrantes el año pasado, tras el “éxito” del proceso de externalización de fronteras con Marruecos por el cual se paga a un tercer país para que viole los derechos humanos por tí (Europa pagó 140 millones a Marruecos de los que España aportó 26). Desde la Comisión Europea se señaló que para octubre del año pasado se había dado una reducción del 47% en la llegada de inmigrantes a España. Y este año, debido en parte por la propia pandemia, se ha reducido aún más si cabe, ya que como señala la plataforma StopRumores haciendo referencia a fuentes del Ministerio del Interior nos encontramos con un 38,3% menos que el año anterior en el mismo periodo.

Aun así, el mantra sigue constante: oleadas, invasión, descontrol, avalanchas. Y todo porque se facilita desde las instituciones europeas y españolas concretamente la llegada y entrada de estas personas. Y menos mal, porque la OIM publicaba recientemente que desde el 2014 al menos 20 mil personas habrían muerto en el mar intentando llegar a Europa. Es decir, 20 mil personas muertas en seis años y con las puertas abiertas. Resulta, además, que precisamente la ruta que llega a las Islas Canarias se ha revelado como la más mortífera en proporción de todas. En el último año, una de cada 16 personas que intentaron llegar a las islas murieron en el intento. Podríamos buscar otras formas de banalizar la vida de estas personas, pero no resultaría fácil.

La OIM publicaba recientemente que desde el 2014 al menos 20 mil personas habrían muerto en el mar intentando llegar a Europa. Y eso “con las puertas abiertas”

Pese a estas cifras, que conocen pero que no les importan, se permiten decir que estas personas tienen la entrada libre, que viene de invitados. Que en Europa y en España concretamente entran poco más que con aplausos. Aplausos como los de las barricadas que vimos hace unos días en Canarias contra estas poblaciones —entiéndase la ironía. De alguna forma, tenemos que aceptar en base a este relato que existe una política de puertas abiertas a la inmigración, cuando lo cierto es que mueren miles de personas cada año en el Mediterráneo —y otras tantas en el desierto—, y todo ello, a pesar de esta política. Esta forma de banalizar las muertes en los espacios de frontera pretende a su vez difundir la narrativa de que estas personas disfrutan de privilegios nada más entrar en España.

El privilegio de ser una persona ilegal: de tener que vivir del aire hasta que puedas empezar la regularización administrativa a partir de 3 años de arraigo, una regularización que puede tardar 10 años o no darse nunca; de ser perseguida por la policía constantemente; de vivir con el miedo de poder terminar en un CIE y ser deportada en cualquier momento; que cualquier actividad que pretendas hacer es ilegal porque tu mera existencia lo es.

El privilegio deque nadie te quiera contratar sin que sea en condiciones de explotación; que no te quieran alquilar una casa; de tener barreras para acceder a una sanidad con total cobertura; de que ni cuando un deportista profesional millonario decida pagar un hotel para que no duerman en la calle todos los hoteles se nieguen prefiriendo tener el hotel vacío y no ganar dinero durante la cuarentena; que la gente sienta por un lado lastima y condescendencia y por el otro lado te criminalice; de ser señalado como el gran problema de España y por lo tanto que la sociedad te trate y responda a ello como tal.

El privilegio de no entrar en las agendas políticas para resolver las situaciones de indefensión de todo tipo que viven, como se ha vuelto a ratificar con las medidas creadas por parte del gobierno que en ningún caso iban dirigidas hacia estos colectivos. El privilegio de no poder ser un actor político con derecho a voto. Todo esto, de alguna forma, se traduce en un privilegio. Sí, dicen, que privilegiados son los inmigrantes ilegales que viene aquí y se les da todo. Y nos lo tenemos que creer.

Todo esto no es motivado por errores políticos o fallos de estrategia, sino de una agenda pensada, organizada, y reforzada, desde los principales organismos europeos y nacionales año tras año. De esta forma la académica Itziar Ruiz Giménez, profesora de Relaciones Internacionales y directora del Master de Relaciones Internacionales y Estudios Africanos de la UAM, sugiere que Europa sí que quiere que vengan todas estas personas, pero quieren que lo hagan de esa forma, haciendo referencia al sociólogo Boaventura de Sousa, desde la línea abismal.

Existe todo un conglomerado económico e institucional, que defiende este modelo para enriquecerse a la vez que refuerza el relato que permite justificarlo. Simplemente en España, toda esa industria, movió más de 660 millones entre 2014 y 2019 como se dedujo de una investigación llevada a cabo por la Fundación porCausa y el diario Público. Toda esta industria, donde predomina el sector armamentístico y la construcción, como señaló la investigación “ha logrado consolidar un nuevo mercado en torno a la securitización de las migraciones y la militarización de las fronteras”. En definitiva, eso beneficia los negocios y las líneas de expolio.

El asentamiento de un modelo de frontera que fuerza y empuja a las personas a entrar de esa manera ya les sitúa en un plano de categorías de violentos, desesperados, ilegales. Quien puede decidir entrar ilegalmente, ¿por qué no va a cometer otras ilegalidades? Se convierte en un elemento esencial de lo performático visual. La necesidad del impacto de la imagen. Tal militarización evidentemente lleva a conflictos, agresiones, e imágenes violentas que se producen en estos espacios fronterizos, y que una vez más, se reconocen como necesarias para perpetuar el relato.

Las imágenes de personas saltándose una valla son necesarias por todas las cargas simbólicas que suponen para quienes las ven. Se basan en un relato que establece un paralelismo de país como una casa.

Las imágenes de personas saltándose una valla son necesarias por todas las cargas simbólicas que suponen para quienes las ven. Hay múltiples tensiones en esos momentos. En aquellos discursos que buscan establecer un paralelismo de país como una casa, lo traducen de tal forma que, en una sociedad civilizada —como entienden la europea— a una casa se entra por la puerta no escalando la ventana. Y, sobre todo, todo el mundo es libre de decidir quien entra en su casa y quien no. Los estados-nación se traducen en propiedades privadas.

A su vez es esencial el lenguaje que se utiliza en todo lo que envuelve los procesos migratorios sur-norte. Un ejemplo de ello es el de las mafias, con el que se reduce todas las formas de economía política que tienen lugar en los procesos migratorios a una suerte de mafias que permiten rellenar titulares de prensa constantemente. 

Así, por un lado, se señala a las personas migrantes como victimas de mafias (reforzando el discurso paternalista que los victimiza y los infantiliza) y por otro lado se les vincula directamente con estructuras mafiosas organizadas (reforzando el discurso que les criminaliza y les sitúa en el plano constante de lo ilegal).

De esta forma no simplemente se subestima a las poblaciones y se les niega agencia, sino que se imposibilita cualquier posibilidad de conversación sobre las redes (económicas, estratégicas, de apoyo, solidarias, etc) que se crean y las economías variables y diversas, muchas veces desde la informalidad forzada, que reproducen en estos espacios pero que se vinculan con los centros de origen y de destino.

Tienen que venir de tal forma que se les pueda demonizar. Que se les pueda criminalizar, no solo una vez que están dentro por la evidente condición de ilegalidad que asumen sino por el modus operandi que utilizan para ello —como si tuvieran un abanico de opciones— y que refuerce el relato que se crea por un lado y se instrumentaliza para su explotación por otro. De esa forma el capitalismo, que necesita de esa acumulación de capital humano explotable, busca las herramientas con las que justificar todo su paradigma.

Se podría facilitar la llegada de estas personas, habilitar rutas seguras, cambiar el modelo de frontera, cambiar y/o derogar la ley de extranjería. Pero ello eliminaría —en una parte— la figura política subalternizada explotable. Eliminaría esa mano de obra barata, así como el chivo expiatorio de los males de España. Por el contrario, se requiere de esta figura para tener controladas y despistadas a las poblaciones blancas asalariadas y obreras que deben prestar atención a esa suerte de enemigo inmigrantes y no a quien le explota desde arriba.

Esta no es una estrategia nueva. Desde la configuración del racismo en los procesos migratorios de las poblaciones negras del sur de Estados Unidos al norte tras la abolición de la esclavitud ya se estableció un relato, asumido desde los propios sindicatos, por los que el nuevo sujeto negro libre se convertía en el principal competidor laboral para los pobres blancos, que de alguna forma pasaron a ser pobres y asalariados por culpa de las personas negras y no del empresario que los explotaba desde siempre. Todo hace parte del mismo juego. Sin unos, es más difícil controlar a los otros. Si el problema viene de fuera se vuelve innecesario revisar lo de dentro.

En los días de cuarentena pudimos darnos cuenta de algo muy importante a lo que podemos poner datos nuevamente (aunque estos tampoco les importen), y es que, según la Comisión Europea, el 13% de los trabajadores en puestos de los considerados esenciales durante la pandemia son llevados a cabo por migrantes extracomunitarios.

Mientras, quienes cuidan de los mayores y de los más pequeños son personas inmigrantes muchas veces con estatus de ilegalidad y bajo condiciones de explotación laboral, quienes trabajaban el campo son también inmigrantes ilegales (sin condiciones optimas ni para dormir lo que ha tenido como consecuencia parte de los rebrotes que se están dando actualmente).

Esta situación lleva siendo denunciada desde hace mucho tiempo por los colectivos de inmigrantes y organizaciones antirracistas. Durante la cuarentena se viralizaron las denuncias del jornalero Serigne Mamadou Keinde que llegaron hasta los medios de comunicación.

Esta explotación, es posible a partir de todo el modelo de frontera, a partir de la ley de extranjería, y de todo el relato construido. Es decir, todo esto responde a una agenda. Una intencionalidad ideológica amparada en el racismo y el capitalismo que asume las innumerables consecuencias que implica para las personas. No simplemente hemos aceptado y asumido un modelo de frontera que supone todas estas muertes, sino que todavía, parecen pocas y se pretende endurecer más. La pregunta es cuantas muertas pueden asumir y justificar los valores europeos.

Este material se comparte con autorización de El Salto

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