Estamos frente a un colapso climático en el marco de lo que se conoce como antropoceno, que en realidad debería considerarse como capitaloceno, sostiene Alberto Acosta en el siguiente ensayo. Sin una sociedad mucho más igualitaria y equitativa es imposible que funcione a cabalidad la economía, ni los mercados, y mucho menos la democracia. Por ello es preciso reformular la esencia misma del Estado desde visiones y prácticas de equidad, igualdad y plurinacionalidad.
La economía se encuentra en una encrucijada cada vez más compleja. Los problemas que le acosan y los retos que tiene que resolver son cada vez mayores y más difíciles de asumir. Y lo que desespera es ver cómo la economía se ha transformado en una suerte de gran totem al que se le rinde permanente y sumisa pleitesia. Se desplieguen acciones para protegerla, presentándolas como alternativas para intentar resolver justamente los problemas que la economía, tal como la conocemos, provoca.
Así emegen las economías “sustentables”, “circulares” o de colores: sean “verde”, “azul”, “naranja”, “violeta” o como se las quiera denominar o pintar, pero que, sin desconocer algunas buenas intenciones, terminan por no cuestionar la esencia perversa del economicismo y menos aún del capitalismo.
En síntesis, precisamos otra economía, no simplemente un nuevo apellido para la actual. Otra economía pensada y sustentada en la vigencia plena de los Derechos de la Naturaleza y de los inseparables Derechos Humanos, en este caso estructurada y proyectada desde y para Nuestra América. Una economía para otra civilización que empiece por entender que no vivimos un simple cambio climático. Estamos frente a un colapso climático en el marco de lo que se conoce como antropoceno, que en realidad debería considerarse como capitaloceno, sustentado en el faloceno y el racismoceno.
Es evidente que no será fácil superar tantas superticiones y falacias disfrazadas de ciencia. Nos toca vencer tanto visiones miopes como reticencias conservadoras y prepotentes que esconden y protegen varios privilegios. Eso, a contrapelo del mensaje dominante, no puede ocultar que se siguen construyendo estrategias de acción diversas y plurales en el mundo entero. (1)
Del desarrollo sustentable a la economía verde
Lo que nos interesa es destacar que, como consecuencia de muchas reflexiones desatadas especialmente desde inicios de los años setenta del siglo XX, se produjo la entrada en escena a nivel global de la preocupación ambiental. Como fecha referencial tenemos 1992, durante la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo, celebrada en Río de Janeiro. Entonces la “comunidad internacional” se propuso articular un modelo de desarrollo que trace parámetros comunes para asegurar el ansiado crecimiento económico, el deseado bienestar social incluyendo el bienestar ambiental de la Humanidad. El punto inicial de esta decisión es el Informe Brundtland, elaborado en 1987, que confrontó el desarrollo con las demandas ambientales.
Proponerse satisfacer las necesidades del presente sin comprometer las necesidades de futuras generaciones, fue un cambio importante. Aún más, se planteó que el uso de los recursos naturales pueda sostenerse en el tiempo. Este fue un punto de inflexión para empezar a reflexionar -en serio- sobre los límites del desarrollo tradicional, luego del impacto que provocó el Informe del Club de Roma en 1972. Y de hecho fue evidente la urgencia de revisar el papel que cumple la economía.
Resumiendo, al hablar de desarrollo sustentable se abrió la puerta para buscar un equilibrio entre economía, sociedad y ecología. Sin haber resuelto el reto de fondo, sin embargo, lo que se logró significó un paso trascendente. El tema ambiental ganó terreno, pero, a la vez y esto es lo preocupante, quedó expedita la vía para el capitalismo verde, es decir, intentar resolver los problemas por la vía de una creciente mercantilización de la Naturaleza.
Desde entonces la tarea fue introducir el tema ambiental en la economía pero sin afectar su esencia, ni interiorizar aquellos complejos elementos que configuran el marco en donde se desenvuelven los procesos económicos. Veamos algunos ejemplos. No se consideraron las pesadas herencias coloniales o los desproporcionados niveles de consumo de recursos por parte de unos pocos países, que son, además, los principales responsables de los gases de efecto invernadero o de la contaminación con plástico, para mencionar apenas dos fuentes de distorsiones ambientales cada vez más complicadas y preocupantes.
Inclusive esta aproximación al tema ambiental afincada también en soluciones tecnológicas, no solo que margina a aquellos grupos humanos -los pueblos originarios- que no están integrados en los procesos de modernización capitalista, sino que los considera casi como los causantes de los problemas, al ser vistos inclusive como “enemigos del progreso”.
Las respuestas económicas verdes, ya en tiempos neoliberales, aparecieron casi como la panacea para resolver estas cuestiones respaldando el crecimiento económico y la liberalización del comercio, ignorando los inocultables conflictos entre esa economía, la justicia social y la sostenibilidad ambiental.
Las imposibles promesas del capitalismo verde
Asumidos como válidos los principios de un equilibrio tripartito, la economía ambiental ofrecía y ofrece aún asegurar un crecimiento económico permanente, resolviendo los problemas sociales sobre todo de pobreza y da cuenta también de las cuestiones ambientales; esta es la esencia de la “economía verde”.
Desplegando ese instrumentario económico se asumió el reto de enfrentar los destrozos ambientales. Desde la política fiscal, por ejemplo, apareció el moto que “quien contamina paga”. Además, para poner en marcha esta aproximación nada mejor que asegurar las salidas de mercado, que establezcan los precios “adecuados”, y así garantizando por supuesto la propiedad privada- conseguir los resultados de eficiencia y sostenibilidad propuestos, como reza el mensaje dominante. Esto se complementa con la fascinación por la ciencia y la tecnología.
Tampoco se ha tomado en consideración lo que representa en el mundo “el modo de vida imperial” (2), que es posible sofocando la vida de otros pueblos y de la Naturaleza. No se consideran las estructuras patriarcales que ahogan la posibilidad de la vigencia plena de los Derechos Humanos. No encuentra espacio en estas consideraciones “verdes” la misma colonialidad con todas las cargas históricas que de ella se derivan o los proyectos extractivistas con sus enormes destrucciones de territorios y comunidades o la mismísima transición energética corporativa que demanda más y más minerales como el litio para seguir inflando el monstruo urbano exacerbado por millones de vehículos eléctricos particulares… La economía verde, en suma, busca soluciones a los problemas que emergen del sistema capitalista al cual procura proteger, pero, al acelerar la mercantilización de la Naturaleza, ha profundizado los desequilibrios gemelos: ecológicos y sociales.
Tal como el desarrollo sostenible, la economía verde es un oxímoron utilizado para legitimar los intereses de los grupos de poder. Sus límites están a la vista.
Los límites insalvables de la economía…
Siempre habrá quienes argumentan que el problema radica en la ausencia de coherencia en la aplicación de las medidas económicas -que ellos consideran adecuadas, las que, por lo demás, son presentadas como técnicas. Es decir, carentes de juicios de valor. Así, los defensores de la economía verde o ambientalmente responsable o de las otros economías convenientemente bautizadas o pintadas argumentan pidiendo que se profundicen sus recetas y que se las cumpla a cabalidad; lo que representa ampliar las lógicas de una economía socioambiental de mercado. No les importa que este pedido sea un imposible, pues lo que proponen es que la realidad se ajuste a sus teorías.
Los resultados de estas pretensiones están a la vista. La acumulación material –mecanicista e interminable de bienes–, asumida como progreso, carece de futuro. Tampoco tiene futuro el desarrollo, que es un derivado de dicho progreso. Los límites de los estilos de vida sustentados en la bonanza antropocéntrica son cada vez más notables y preocupantes.
Los orígenes profundos de una crisis multifacética, agravada por la pandemia sanitaria, son fáciles de avizorar. Mencionemos algunos. Consumismo y productivismo. Tecnologías que aceleran la acumulación del capital. Estados cada vez más autoritarios. Ambición y egoísmo desaforados. Individualismo a ultranza transformado en enfermedad social. Hambre de millones de personas, no por falta de alimentos. Extractivismos desbocados. Flexibilización/precarización laboral. Predominio de las finanzas, sobre todo en su trajinar especulativo. Culto a la religión del crecimiento económico permanente. Inclusive el coronavirus, por sus orígenes zoonóticos, resulta de la destrucción de la biodiversidad alentada por la codicia de riqueza y poder.
Toda esta complejidad, desde una perspectiva ecológica, se grafica en la fecha de la Sobrecapacidad de la Tierra, que se acerca cada vez más al 1 de enero. El día 28 de julio se agotaron los recursos disponibles en el 2021. El primer registro, en 1970, se ubicó el 29 de diciembre, en el 2019 fue el 29 de julio y en el 2020, el 22 de agosto. El retroceso del Día de la Sobrecapacidad de la Tierra en 2020 se debió a la pandemia del coronavirus. Se registró tres semanas más tarde que el año anterior, o sea el 22 de agosto, como resultado de la desaceleración económica, pero ya en el 2021 volvimos nuevamente a la senda de la normalidad, que era una verdadera anormalidad. Por cierto hay una enorme desigualdad entre los países. Por ejemplo, los EE. UU. ya cumplieron su “cuota” el 14 de marzo. En Europa, España el 25 de mayo: así, si toda la humanidad adoptara un estilo de vida similar al del español promedio, necesitaría 2,5 planetas para mantenerse.
En América Latina esta presión es menos dramática, salvo en el caso de Chile que fue el primer país de América Latina en agotar su “cuota” del 2021 y lo hizo el 17 de mayo. En Brasil, Colombia, Perú, Venezuela, México, Argentina, Costa Rica y el resto de países, el sobregiro comienza más tarde. En países como Cuba, Nicaragua y Ecuador, la sobrecapacidad se alcanza cerca de fin del año. Tomando como referencia el indicador de las emisiones totales, esta región es responsable de solo el 8,3% de las emisiones mundiales; ubicándose cerca de la media global, alrededor de un tercio de las emisiones de Europa o EE. UU.
Sin embargo, estos indicadores -como muchos otros- no son suficientes para graficar la gravedad de la situación en América Latina. Tomemos, a modo de ejemplo, que Centro y Sudamérica han sufrido una dramática disminución del 89% de poblaciones de especies en comparación con 1970. La creciente destrucción de sus selvas es más que preocupante. La pérdida de cantidad y calidad del agua es otro punto a considerar. La creciente desaparición de biodiversidad tampoco puede pasar inadvertida. Además, América Latina y el Caribe son particularmente vulnerables: las afectaciones al equilibro ecológico global en otras partes del planeta, por ejemplo debido a la masiva contaminación en los países del norte global o la pérdida de permafrost en Siberia o la deforestación en África o Asia, impactan en la Amazonía y esto a su vez repercute en el mundo.
La CEPAL (3) reconoce esta asimetría fundamental entre las emisiones y la vulnerabilidad. Igualmente este organismo de Naciones Unidas destaca la gravedad de los problemas sociales profundizados en medio de la pandemia de la Covid-19, al estimar que el total de personas pobres ascendió a 209 millones a finales de 2020, 22 millones de personas más que el año anterior; también destaca el empeoramiento de los índices de desigualdad en la región y en las tasas de ocupación y participación laboral, sobre todo en las mujeres.
A pesar de esas constataciones, no se puede desembocar en la torpe conclusión de que América Latina y el Caribe pueden continuar por la misma senda de crecimiento económico y de extractivismos desbocados para intentar alcanzar un fantasma que ya ha ocasionado terribles destrozos: ¡El desarrollo! (4)
Tampoco se puede caer en la trampa de las soluciones tecnológicas. Muchas veces las mejorías que se pueden conseguir con avances tecnológicos, solo se reducen a pocos espacios locales, sobre todo urbanos. Las “sociedades de la externalización” (5), las de los países del capitalismo metropolitano e incluso de los espacios de privilegiados en el sur global, mejoran sus niveles de sostenibilidad ambiental y de bienestar social a costa del sacrificio ambiental y social de otros territorios. En paralelo debemos considerar las inequidades socioeconómicas, propias del capitalismo.
Tanta barbarie exacerba cada vez más las brechas entre ricos y pobres, deteriorando la alimentación, la salud, la educación y la vivienda de las actuales generaciones, algo que limitará sus expectativas y oportunidades de futuro. Sin ser la causa de los problemas actuales, la pandemia del coronavirus, también a través del inequitativo acceso a las vacunas, ha exacerbado esta realidad. Por su origen, todos estos desequilibrios son múltiples y crecen aceleradamente, provocando procesos sociales que superan las fronteras nacionales, por ejemplo, a través de crecientes flujos migratorios. Todas estas duras realidades, por otro lado, explican el aumento de los niveles de represión y exclusión existentes, con el consiguiente deterioro de la institucionalidad política.
Vistas así las cosas, es vital asumir la crisis socioambiental como parte de una crisis multifacética, que a todas luces configura una crisis civilizatoria, que acarrea también la crisis del pensamiento: si somos honestos y vemos las soluciones planteadas a nivel gubernamental y de casi todos los organismos internacionales -la Cumbre de Paris del año 2015 obra como muestra fehaciente de esta aseveración- se ha menoscabado la construcción -o siquiera discusión- de las grandes soluciones que el mundo necesita en muchos aspectos, especialmente en el ámbito de la economía.
La imperiosa necesidad de pensar en otra economía (6)
En definitiva, es preciso iniciar la discusión reconociendo los límites ecológicos que tiene el ambiente que nos alberga, aceptando que los seres humanos forman parte de la Naturaleza y por igual cuestionando al sistema de reproducción del capital como base de crecientes inequidades socioeconómicas y culturales. Sintetizando, es preciso plantearnos otros objetivos y otras acciones. Más de lo mismo será cada vez más de lo peor.
De ninguna manera puede creerse que todo el sistema económico debe estar inmerso en la lógica dominante de mercado, pues hay muchas relaciones inspiradas en otros principios de indudable importancia; por ejemplo, la misma solidaridad dentro de la seguridad social o las prestaciones sociales, a más de las diversas formas de relacionamiento solidario y recíproco en las economías de los pueblos y nacionalidades ancestrales. Similar reflexión se podría hacer para los servicios de educación, salud, transporte público, financieros y otras funciones que generan bienes públicos y comunes que no se producen y regulan vía oferta y demanda. En este punto, para recuperar una de las tantas lecciones de la pandemia del coronavirus, la salud no puede ser ni un privilegio ni una mercancía: la salud -íntegramente replanteada- es un derecho. No todos los actores de la economía, por lo demás, actúan movidos por el lucro, ni todos los problemas se resolverán con la intervención estatal.
Un manejo diferente y diferenciador en lo económico exige cambiar las demás dimensiones sociales, que no se agotan en la racionalidad y calidad de las políticas sociales. Su reformulación debe basarse en la eficiencia tanto como la suficiencia y la solidaridad, fortaleciendo las identidades culturales de las poblaciones locales (empezando desde los barrios y comunidades), promoviendo la interacción e integración entre movimientos populares y la incorporación económica y social de las masas diferenciadas.
Amplios segmentos de la población, tradicionalmente marginados, pasarían de su papel pasivo en el uso de bienes y servicios colectivos a propulsores autónomos de los servicios de salud, educación, transporte, etc., impulsados desde la escala local-territorial; asumiendo el reto en cada comunidad. En lo político, este proceso conformaría y fortalecería instituciones representativas de las mayorías desde espacios locales, municipales y parroquiales, ampliándose en círculos concéntricos hasta cubrir el nivel nacional. Solo así se puede enfrentar la dominación del capital y de las burocracias estatales, ambos reacios al cambio. Si en este empeño se cuenta con el concurso consciente y activo del gobierno central, tanto mejor, pero no se debe jamás ser dependiente de este. La autonomía comunitaria es vital en este proceso.
Bajo un enfoque autocentrado, esto implica una emancipación concertada desde lo local, el real espacio para que emerjan los verdaderos contrapoderes de acción democrática política, económica, social, medioambiental y cultural. Desde ellos se podrán forjar embriones de una nueva institucionalidad estatal, de una renovada lógica de mercado y de una nueva convivencia social. Esos contrapoderes serían pilares para materializar una estrategia colectiva que construya un proyecto de vida en común, participativa y solidaria.
Lo que sí debe quedar claramente establecido es que una economía extractivista, es decir prioritariamente primario-exportadora, solo nos conduce a una situación de permanente postración y de creciente destrucción de los equilibrios socioambientales. Así, se requieren estrategias de transición, a desplegarse mientras se siguen extrayendo los recursos naturales de alguna manera portadores de la “maldición de la abundancia” (7). El éxito de la salida dependerá de la coherencia de la estrategia alternativa y, sobre todo, del grado de respaldo social que tenga una estrategia postextractivista. (8)
Eso nos conmina a superar la civilización capitalista transitando del antropocentrismo al biocentrismo. Una nueva civilización no surgirá por generación espontánea, ni será el resultado de la gestión de un grupo de personas iluminadas. Se trata de una construcción y reconstrucción paciente y decidida, especialmente desde ámbitos comunitarios, que empieza por desmontar varios fetiches (empezando por el fetiche del dinero, la ganancia, el crecimiento económico, entre otros temas asumidos como verdades indiscutibles) y en propiciar cambios radicales a partir también de experiencias existentes.
Este es el punto. Contamos con valores, experiencias y prácticas civilizatorias alternativas, como las que ofrece el Buen Vivir o sumak kawsay o suma qamaña de las comunidades indígenas andinas y amazónicas. (9) A más de las visiones de Nuestra América hay otras muchas aproximaciones a pensamientos filosóficos de alguna manera emparentados con la búsqueda de una vida armoniosa desde visiones filosóficas incluyentes en todos los continentes. Aunque mejor sería hablar en plural de buenos convivires, para no abrir la puerta a un Buen Vivir único, homogéneo, imposible de realizar, por lo demás. Y este esfuerzo de recuperación de memorias largas en el mundo de los pueblos originarios debe darse también rescatando todas aquellas valiosas y todavía vigentes lecturas y propuestas formuladas desde las diversas teorías de la dependencia, superando, por cierto, su sesgo antropocéntrico y modernizador. Este esfuerzo demanda también recuperar el enorme potencial del paradigma feminista de los cuidados y las visiones decoloniales.
Si no hay espacio para “vanguardias” que asuman un liderazgo privilegiado, tampoco es una tarea que se resuelve exclusivamente en el espacio nacional. La conclusión es obvia, la acción para por todos los ámbitos estratégicos posibles, sin descuidar el nivel global. (10) Para América Latina es cada vez más urgente un regionalismo autónomo expresado en otras formas de integración, que debería pensarse contrahegemónica, multidimensional, solidaria, autónoma y autocentrada, no simplemente volcada al mercado mundial.
Sin una sociedad mucho más igualitaria y equitativa es imposible que funcione a cabalidad la economía, ni los mercados, y mucho menos la democracia. Por ello es preciso reformular la esencia misma del Estado desde visiones y prácticas de equidad, igualdad y plurinacionalidad.
En suma, nos toca construir -en clave de pluriverso- un mundo donde quepan otros mundos, sin que ninguno de ellos sea víctima de la marginación y la explotación, y donde todos los seres humanos vivamos con dignidad y en armonía con la Naturaleza.
Notas:
(1) Recomedamos el libro de Ashish Kothari, Ariel Salleh, Arturo Escobar, Federico Demaria, Alberto Acosta (editores; con contribuciones de 110 personas de todos los continentes, Pluriverso – Un Diccionario del Posdesarrollo, ICARIA – Abya Yala (2019), con ediciones en España (ICARIA), Perú – Bolivia (CooperAcción, CEDIB), Colombia (CENSAT), Italia (Orthotes Editrice) y Brasil (Editorial Elefante). La primera edición fue en inglés: (2019), Pluriverse: A Post-Development Dictionary, Nueva Delhi: Tulik Books and AuthorsUpFront. Disponible en https://bit.ly/3G1ffBK
(2) Ulrich Brand y Markus Wissen (2021); Modo de vida imperial. Vida cotidiana y crisis ecológica del capitalismo, Tinta Limón, Buenos Aires.
(3) Consultar en CEPAL (2020); “La emergencia del cambio climático en América Latina y el Caribe ¿Seguimos esperando la catástrofe o pasamos a la acción?”. Disponible en https://bit.ly/3F2HwGP
(4) Sobre este tema se pueden consultar las reflexiones plasmadas en varios artículos en el libro Posdesarrollo – Contextos – contradicciones – futuros, editado por Alberto Acosta, Pascual García, Ronaldo Munck (2021), UTPL – Abya-Yala. Disponible en https://bit.ly/3zFAaYI
(5) Es recomendable la lectura de Stephan Lesenich (2019); La sociedad de la externalización, Herder Editotial, Barcelona.
(6) Consultar los textos de Alberto Acosta y John Cajas Guijarro (2018); “Reflexiones sobre el sin-rumbo de la economía – De las “ciencias económicas” a la posteconomía”, Revista Ecuador Debate 103, CAAP, Quito, 2018. Disponible en https://bit.ly/337RE3N y (2020); “Naturaleza, economía y subversión epistémica para la transición”, en el libro Voces latinoamericanas: mercantilización de la naturaleza y resistencia social, editado por Griselda Günther y Monika Meireles, Universidad Autónoma Metropolitana, México. Artículo disponible en https://bit.ly/3HDLY0g
(7) Ver en Acosta, Alberto (2009); La maldición de la abundancia, CEP, Swissaid y Abya–Yala, Quito. Disponible en https://rebelion.org/docs/122604.pdf
(8) Consultar en Acosta, Alberto; Brand, Ulrich (2017); Salidas del laberinto capitalista – Decrecimiento y Post-extractivismo, ICARIA, Barcelona. Disponible en https://bit.ly/3qSZdn4
(9) La lista de textos que abordan este tema es cada vez más grande. Como referencia se menciona el libro del autor de estas líneas, El Buen Vivir Sumak Kawsay, una oportunidad para imaginar otros mundos, ICARIA, Barcelona, 2013; publicado también en portugués, francés, alemán, holandés.
(10) Consultar, por ejemplo, en Acosta, Alberto y Cajas Guijarro, John (2020a); “Del coronavirus a la gran transformación – Repensando la institucionalidad de la económica global”, en el libro de varios autores y varias autoras: Posnormales – Pensamiento contemporáneo en tiempos de pandemias, editado por Pablo Amadeo. Disponible en https://bit.ly/34m8Djb
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*Alberto Acosta es un economista ecuatoriano, compañero de luchas de los movimientos sociales y profesor universitario. También es Ministro de Energía y Minas (2007), Presidente de la Asamblea Constituyente (2007-2008) y autor de varios libros.
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Este artículo se publicó originalmente en el ANUARIO 2021: El mundo poscovid-19: ¿cambio de paradigma? – disponible en https://latinoamerica21.com/wp-content/uploads/2021/12/Anuario-2021-El-mundo-poscovid-19.pdf