«Me he visto obligada a vivir en la calle desde enero de 2010. A dormir sobre el suelo en las plazas públicas y mendigar para satisfacer las necesidades más básicas», relata Marline [nombre modificado a petición suya], una joven de 22 años. Como todos aquellos que se encuentran en esta situación, no puede desprenderse de su fragilidad y nerviosismo cuando se le dirige la palabra. «Siempre tengo miedo, porque en las plazas públicas la gente nos maltrata».
Son muchas las jóvenes que se encuentran en esta situación, la cual ha empeorado particularmente después del terremoto de enero de 2010, y el paso del huracán Matthew en 2016, que causaron la destrucción de cientos de miles de hogares.
Junior Fleurimont, sociólogo y profesor haitiano de la Universidad Jean Price Mars, se refiere a ellos como niños «en ruptura total con su hogar» que eligen, o se ven obligados a vivir en la calle todo el tiempo. «Es un fenómeno social muy preocupante», afirma. En Haití, el principal factor estructural que lo origina es la pobreza: el 78% de la población vive por debajo del umbral absoluto de pobreza y el 56% en la pobreza extrema. «Más de la mitad de los niños viven en hogares superpoblados y decrépitos y, a menudo, duermen sobre el suelo de tierra», indica UNICEF.
En este contexto, «muchos niños rápidamente se encuentran sin techo», explica la socióloga y feminista Martine Jean. «Para estas niñas, la calle se ha convertido en su territorio, su lugar de trabajo y su hogar». Algunas de ellas dejan a sus familias por razones que no desean comentar. Algunas se vieron obligadas a abandonar su hogar para reducir el número de bocas que alimentar, otras querían superar un ambiente de malos tratos. También hay jóvenes que son enviadas en «misión» para trabajar como empleadas del hogar, o son confiadas a otras personas, a veces completamente extrañas cuya situación financiera es mejor, con la esperanza de acceder a un mayor bienestar.
Según el Ministerio de Salud Pública y Población de Haití, en 2011 casi el 87% de los niños de entre 5 y 17 años ya había trabajado, entre ellos 250.000 niños empleados en el servicio doméstico.
En abril de 2011, UNICEF había identificado en Haití más de 3.000 niños de la calle en el área metropolitana. La situación no ha cambiado desde entonces. En la calle, los varones son mucho más numerosos que las chicas. Liline [nombre modificado a petición suya] es una de ellas. Desde 2012 duerme con otros niños de la calle en la plaza Champ-de-Mars. Tiene 16 años y vive mendigando. Su historia no es singular. «Vivo en la calle y espero el día en que finalmente pueda tener una vida normal, porque siempre hay esperanza», señaló a Equal Times.
Este tipo de situaciones no deja de conmover a personas de gran corazón. Monique Louis, residente del barrio, es una de ellas. «El estado en el que viven es muy alarmante. No tienen miedo a las enfermedades infecciosas. A veces las ayudo dándoles ropa, comida, ya que, por encima de todo, son personas necesitadas”.
La mayoría proviene de ciudades provinciales. Fueron recibidas en Puerto Príncipe por parientes u otras familias, a los que abandonaron al ser maltratadas. En la calle, prácticamente no tienen acceso a la educación ni a la atención médica. A menudo no comen lo suficiente, son víctimas de violencias y se sienten rechazadas y excluidas por la sociedad. Para sobrevivir, muchas se ven obligadas a vender su cuerpo. El denominador común es que todas provienen de familias necesitadas.
Mima Joseph, de 17 años, vive en la calle desde 2010, tras la muerte de sus padres durante el terremoto. «Allí es donde duermo, donde bebo, donde como», cuenta con voz temblorosa. «En resumen, allí vivo, pero en dependencia de los ingresos de mi novio, que limpia vehículos, lo que le permite ganar algo de dinero; un viejo pedazo de trapo es el que nos da de comer, el que nos ayuda, es nuestra única solución, para nosotros es importante».
Pocos servicios sociales específicos para las niñas
Estas mujeres jóvenes, abandonadas a su suerte y un 75% de ellas explotadas sexualmente, se encuentran entre las personas más propensas a las infecciones por enfermedades de transmisión sexual (ETS), incluido el SIDA. «Sí, estuve pidiendo limosna a los transeúntes, pero desde diciembre de 2017, formo parte de las chicas que viven en la sombra», continúa Liline, pudorosa.
Algunas de ellas se refugian en las drogas y el alcohol. «Tomo mucho alcohol, a veces me aferro a mi porro de marihuana creyendo que pueden ayudarme a superar la desesperación», confirma Mima, quien también cuenta haber sido víctima de violencias por parte de algunos policías por consumir marihuana en la calle.
El Gobierno ha hecho esfuerzos para ayudar a estas niñas, especialmente a través del centro de acogida “Delmas 3”, inaugurado en noviembre de 2013 bajo la presidencia de Joseph Michel Martelly. Un espacio que puede acomodar hasta 400 niños, según las autoridades.
Para uno de los responsables, que no desea dar su nombre, «los niños de la calle son víctimas de la injusticia social y, por lo tanto, debe guiárseles para lograr su integración en la sociedad».
Sin embargo, el dispositivo sigue siendo insuficiente y no tiene en cuenta las diferentes necesidades de ambos sexos. «En los centros se trata, efectivamente, de atender a los niños, pero sus medios son escasos en relación con el número de niños», señala Ti Simone [nombre ficticio a petición suya], una adolescente de 17 años. Las jóvenes cuentan aEqual Times que las comidas se sirven en pequeñas porciones. «Lo que nos dan de comer nunca es suficiente”, confirma Ti Simone.
El Instituto de Bienestar Social e Investigación (IBESR) presentó el jueves 11 de octubre de 2018 un informe sobre la condición de los refugios para niños. De los 755 centros y orfanatos, que reciben a casi 28.000 niños, solo 35 cumplen con las normas. «Existe un gran número de niños que son regularmente víctimas de abusos sexuales y violencias físicas», denuncia la directora del IBESR, Arielle Jeanty Villedrouin.
Es probable que las dificultades de funcionamiento de los centros de acogida, bajo el control del Ministerio de Asuntos Sociales, estén relacionadas con problemas de recursos, pero inevitablemente también, en el contexto haitiano, con problemas de falta de planificación y buena gobernanza.
Fortalecer las instituciones para mejorar la protección infantil
El Ministerio de Educación Nacional, por su parte, bajo la presidencia de Joseph Michel Martelly, puso en marcha el programa de escolarización universal gratuita y obligatoria (PSUGO), cuyo objetivo era facilitar el acceso a la educación para los niños de grupos desfavorecidos, especialmente los niños de la calle. Pero, a juicio de los órganos locales, este programa ha sido una vasta operación de corrupción: la financiación se atribuye a escuelas «fantasma». «El mayor problema en Haití es la corrupción. Este programa ha sido un magnífico proyecto para ayudar a las personas desfavorecidas. Sin embargo, se ha malgastado o desviado demasiado dinero”, afirma Miguel Célestin, un director de escuela.
«La mala gestión ha causado la interrupción de este programa. Nosotros, los niños, nos vemos obligados a vivir sin ir a la escuela. Sinceramente, el mayor problema es la escuela, porque no recibes ninguna instrucción», comenta Liline, con voz temblorosa.
Yvan Louis, sociólogo de formación, indica que es preciso plantear el problema de la integración de estos niños desde otro ángulo, especialmente en el caso de las niñas. Los organismos responsables, tales como el Instituto de Bienestar Social e Investigación (IBESR), que es una entidad técnica y administrativa del Ministerio de Asuntos Sociales y Trabajo (MAST), y el ayuntamiento de Puerto Príncipe deben apelar a recursos competentes para que les ayuden a manejar la situación. «No basta con dar a los niños acceso a la escuela, se necesita todo un proceso de integración para que la inclusión social sea realmente efectiva», afirma. Los alcaldes son los principales responsables de los niños en dificultades de su jurisdicción. «No obstante, pocos alcaldes están al corriente de sus responsabilidades hacia estas jóvenes», concluye Yvan Louis.
En mayo de 2003, se creó una Brigada de protección de menores. Según el letrado Jean Robert Cyprien, miembro del colegio de abogados de Puerto Príncipe, esta entidad tiene como misión prevenir todo crimen o delito contra los niños, pero también los actos delictivos de los niños en la sociedad. La justicia normalmente debe velar por que los menores, acusados o condenados por un crimen o delito, sean tratados como tales.