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La destrucción del sistema educativo y el desamparo de la infancia en Palestina

José Luis San Fabián Maroto / El Salto

Una niña palestina en el refugio improvisado creado por su familia en las ruinas de una escuela de la Unrwa en en el norte de Gaza. Foto: Unrwa

La infancia gazatí se ha despertado en un entorno desolado y hostil donde sus adultos ya no pueden protegerla.

“Si hay fábricas de armas, habrá también, inexorablemente y a su lado, fábricas de conflictos”. José Saramago, Levantado del suelo.

Entre los ataques indiscriminados a personas, hospitales, viviendas e infraestructuras, el ejército israelí ha priorizado la destrucción del sistema educativo palestino. Según informes de expertos no vinculados orgánicamente a la ONU, existe una intención de destruir internamente el sistema educativo, acción conocida como ‘escolasticidio’, mediante el arresto, la detención o el asesinato de docentes, estudiantes y personal no docente, así como la destrucción de la infraestructura educativa, quedando más del 70% de las escuelas e infraestructuras educativas de Gaza seriamente afectadas o destruidas.

La comunidad educativa en la Franja de Gaza, convertida en objetivo de guerra, está sufriendo las consecuencias de la violencia ejercida por Israel: bombardeos a sus universidades y centros de estudio e investigación, incluidos sus archivos históricos —como el archivo Central de Gaza, con 150 años de historia—, a sus bibliotecas públicas, ataques a más de 200 instituciones educativas, con la destrucción total de la Universidad de al-Aqsa, la Universidad Islámica de Gaza y la Universidad Al Isra, así como decenas de asesinatos tanto entre los colectivos docente e investigador como entre el estudiantado. Más de 6.425 estudiantes, 297 docentes y 95 profesores de universidad han muerto por acción de los ataques israelís, cifras en aumento cada día que pasa, en una contienda donde las llamadas por Israel “zonas humanitarias” no son respetadas por su ejército.

Más de 625.000 estudiantes han dejado de tener acceso a la educación y más de un millón de menores de Gaza necesitan alimentación, vivienda y asistencia de salud. No solo matan las bombas, también el hambre, la enfermedad y la desescolarización. Más del 50% de la población se encuentra en situación de emergencia, lo que reduce sus posibilidades de sobrevivir, sin acceso a la comida y al agua. En otras palabras, se han creado las condiciones necesarias para la muerte lenta de la población, utilizando el desabastecimiento como arma de guerra.

Ningún sistema educativo de cualquier país puede quedar al margen del infanticidio y el escolasticidio que estamos presenciando

Según el director regional de la Oficina del Programa de la ONU para el Desarrollo (PNUD), todas las inversiones en desarrollo humano en los territorios palestinos en los últimos 20 años y en Gaza en los últimos 40 han sido arrasadas. “Estamos hablando de que todos los avances en años de escolaridad, logros educativos, salud y expectativas de vida, así como en el nivel de PIB per cápita han vuelto a la década de los años 80”, señala, advirtiendo que si no se establecen rápidamente escuelas, instalaciones de salud temporales y apoyo psicosocial a la población, ni se restablece la provisión de servicios básicos como agua, saneamiento y electricidad, el daño durará mucho tiempo. La “escalada masiva de destrucción” en Gaza no se ha visto desde la Segunda Guerra Mundial, estimándose que el costo de la reconstrucción podría ascender a 50.000 millones de dólares.

En Cisjordania la vida académica se desarrolla entre restricciones de desplazamientos, detenciones y limitaciones de la libertad de expresión, además de la escasez de materiales, docentes y de investigación. El 15 de octubre de 2023, la Universidad de Birzeit lanzaba una petición desesperada de solidaridad con el título “No calléis ante el genocidio”. En respuesta a esa llamada, miles de miembros de la comunidad académica nos adheríamos a una Declaración en apoyo al Pueblo Palestino desde las Universidades del Estado español. Crecen las protestas estudiantiles producidas en las últimas semanas en universidades de Irlanda, Reino Unido, Alemania, Finlandia, Dinamarca, Francia, Países Bajos o EE UU, donde ha habido una violenta represión con numerosas personas detenidas en los campus; también se han manifestado los campus españoles (Madrid, Cataluña, Andalucía, Valencia, Asturias, Galicia, etc.) en solidaridad con el pueblo de Gaza.

Un antídoto para prevenir las guerras del futuro es adoptar medidas a favor de la solidaridad y la convivencia entre los pueblos, lo que guarda relación con la educación

La carrera armamentística impulsada por las actuales guerras, lejos de apaciguar y resolver los conflictos entre las partes implicadas, los intensifica y prolonga, con la consiguiente pérdida de vidas humanas y medios en detrimento de la financiación dirigida a la investigación y servicios para la paz. Las guerras constituyen el mayor sumidero de la miseria humana, por el que circula una sangría de vidas y de recursos destinados a la destrucción y la muerte, dejando en la miseria a países enteros. No hay guerras justas, ni santas ni limpias. Su impacto letal recae siempre sobre los colectivos más débiles; todas provocan víctimas inocentes y la tecnología militar evita que los responsables políticos y militares se manchen de sangre sus manos pero no su conciencia y responsabilidad.

El 11 y 13 de abril, la escuela-refugio en el campamento de Nuseirat fue atacada 3 veces, matando a siete personas y provocando más desplazamientos. Foto: Unrwa

Las declaraciones de derechos humanos no son suficientes si no conllevan las medidas sociales, económicas, jurídicas y educativas correspondientes. Las guerras tienen sus raíces en políticas económicas, culturales y educativas que a modo de rizoma extienden por la sociedad la xenofobia y desigualdad dentro y entre los países. Un antídoto para prevenir las guerras del futuro es adoptar medidas a favor de la solidaridad y la convivencia entre los pueblos, lo que guarda relación con la educación.

En Gaza la guerra ha eliminado el derecho a la educación. Incluso para quienes solo conservan, de manera precaria, el derecho a la vida solo queda lo más básico de todo, el derecho a existir. Ningún sistema educativo de cualquier país puede quedar al margen del infanticidio y el escolasticidio que estamos presenciando. Y si ello ocurre es que el sistema ha dejado de ser educativo. La población civil de Gaza es la más afectada por la guerra y habrá de ser la población civil mundial la que ponga resistencia a la creciente militarización de la sociedad.

En apenas siete meses han muerto en Gaza 14.068 menores, el 39,40% de la población muerta, incluyendo ejecuciones por disparos de francotiradores

Para erradicar el odio y la xenofobia, combustible de las próximas guerras, se requiere el compromiso de quienes participamos de manera directa o indirecta en la educación de la juventud. Como profesionales de la educación no podemos conformarnos con celebrar un día de la paz al año lanzando globos o pintando palomas, mientras la infancia gazatí crece bajo bombas, drones y aviones de guerra. La educación familiar y escolar, formal e informal, debe contribuir a desaprender la guerra y mostrar su repulsa inequívoca a todas las guerras. Igualmente desde los medios de información y los responsables políticos, que, a diferentes niveles, ejercen también como educadores. Si se sigue promoviendo la ideología de la guerra y ensalzando la tecnología armamentística sin prever sus consecuencias en la mentalidad joven, acabaremos armados hasta los dientes en un mundo donde siempre habrá unos mejor armados dispuestos a encontrar un enemigo al que declarar la guerra.

Es necesario desmotar la denominada lógica de la seguridad, consistente en considerar los problemas sociales o ambientales como amenazas de seguridad y, por tanto, resolubles con medidas militares. Esta lógica activa el miedo, crea el deseo de defendernos y promueve la necesidad de armarnos. A más gasto militar, más exportación de armas y más guerras. Y no es solo la industria y la carrera de armamentos la que genera esta espiral, la alianza de las grandes empresas tecnológicas con las agencias militares y de vigilancia contribuyen a una militarización cada vez mayor de las relaciones internacionales y de la vida cotidiana de las personas.

Israel exporta, junto con sus armas y tecnología, este paradigma de seguridad, de miedos fabricados que justifican respuestas autoritarias por parte de los estados para, a su vez, garantizar su seguridad y supervivencia. La ocupación de los territorios palestinos y la invasión de Gaza no hubieran sido iguales sin la colaboración de las Big Tech. En mayo de 2021, mientras las fuerzas israelíes lanzaban una oleada de ataques aéreos sobre la Franja de Gaza −con el resultado de 256 víctimas palestinas y decenas de miles de heridos−, Google y Amazon Web Services (AWS) firmaban el Proyecto Nimbus para suministrar servicios al Gobierno y al Ejército israelíes dotando de la estructura tecnológica de la ocupación israelí. La campaña contra el Proyecto Nimbus ofrece una visión clara de la matriz militarización, capital neoliberal, grandes empresas tecnológicas y el apartheid-genocidio palestinos, lo que impulsó a estudiantes y académicos a la campaña mundial No Tech for Apartheid.

El bloqueo, el apartheid y la apropiación de tierras en Gaza y en toda Palestina por Israel desde hace tres cuartos de siglo con el objetivo de reducir y dispersar su población en campos permanentes de refugiados están sobradamente documentados. Bajo la coartada de eliminar a Hamás, como si fuese un grupo indefinido e inmensurable, Israel continúa infligiendo un castigo colectivo e indiscriminado a más de dos millones de personas en la Franja de Gaza y en Cisjordania, en una guerra total contra toda su población, contra la infancia, la juventud, las mujeres… dirigida a cerrar en falso un largo proceso de colonización. Francesca Albanese, relatora especial de la ONU, concluye en su informe Anatomía de un Genocidio: “Cuando la intención genocida es tan conspicua, tan ostentosa, como lo es en Gaza, no podemos apartar la vista, debemos hacer frente al genocidio; debemos prevenirlo y debemos castigarlo”. La invasión israelí de Gaza es un campo de pruebas perfecto y un adelanto de lo que está por venir.

Como resultado de las operaciones militares israelíes, el número de muertos en Gaza llega a 35.700, de los cuales más del 98,5% son civiles y el 60% mujeres y niños; el número de heridos es de 79.261, siendo 1,7 millones los desplazados y más de 200 las víctimas de trabajadores de ONG. En apenas siete meses han muerto en Gaza 14.068 menores, el 39,40% de la población muerta, incluyendo ejecuciones por disparos de francotiradores. No son números, son seres humanos a los que Israel arranca el derecho a la vida. Durante los primeros meses de su ataque, Israel ha asesinado a más niñas y niños que en el resto de los conflictos del mundo en los últimos cuatro años. De repente, la infancia gazatí se ha despertado en un entorno desolado y hostil donde sus adultos ya no pueden protegerla, ¿alguien puede predecir el futuro que la espera? Lo que Israel ha hecho no es autodefensa, es genocidio, invasión y exterminio de un pueblo, el pueblo palestino, negando el pasado y cegando su futuro.

Publicado originalmente en El Salto Diario

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