La democracia electoral ¿es sólo para los ricos?

Raúl Zibechi

Hacia el final de la campaña electoral para las elecciones en Andalucía, el medio eldiario.es publica un excelente trabajo en el que se cruzan los datos de la participación electoral por barrios con el nivel socio-económico de sus habitantes. La conclusión está en el título de la nota: “La Andalucía pobre no llega a las urnas: los barrios más desfavorecidos se abstienen y las rentas altas se movilizan” (https://bit.ly/3b3UB9q).

Los datos no dejan lugar a dudas: en el barrio Tres Mil Viviendas en el Polígono Sur de Sevilla, donde la renta por persona es de 470 euros por mes (menos de la mitad del salario mínimo), la abstención llega al 92%. ¡¡Sólo vota el 8% de los habilitados!!

Por el contrario, en el Distrito Sur de Sevilla, donde vive parte del 1% más rico de la ciudad, la participación en las elecciones de 2018 superó ampliamente el 80%. La abstención en general en a región de Andalucía alcanzó el 43%.

La riqueza y la pobreza se comportan de modo completamente diferente ante el sistema político. En los barrios más pobres, casi tres de cada cuatro personas no van a votar. La diferencia entre los barrios más ricos y los más pobres en la participación electoral alcanza el 50%. Una cifra alucinante.

El trabajo agrega que la brecha en la participación es cuatro veces mayor en las ciudades frente a las pequeñas poblaciones, cuestión que explican porque en las grandes urbes se concentra la desigualdad.

Lamentablemente, la conclusiones apuntan que existe una suerte de déficit democrático en los barrios más pobres y entre las personas que los habitan en relación a las clases medias y de mayores ingresos. Más aún, el informe asegura que esta es una tendencia generalizada en el mundo y cree que el sistema debería esforzarse por habilitar una mayor participación electoral de los sectores populares.

Hasta ahí algunos datos. Creo que surgen muchas preguntas.

Cierta academia considera que cuando los más pobres no acuden a votar, es porque están despolitizados, porque no tienen la información necesaria y porque la exclusión que sufren es un impedimento para que ejerzan sus derechos. Es posible, pero no convence. Quisiera ensayar otra mirada.

¿Alguien piensa que el lugar estructural de la pobreza puede modificarse si no vamos a otro sistema y sólo cambia el gobierno? ¿No ha sido la democracia electoral la que ha provocado los actuales niveles de desigualdad? Podemos pensar que los pobres urbanos no saben que si gobierna la izquierda estarán mejor que si gobierna la derecha. ¿No saben o no lo creen? Porque la llamada izquierda, el partido socialista, gobernó la región de Andalucía desde 1978 hasta 2019.

Los sectores populares urbanos de Andalucía saben, por una larga experiencia de más de cuatro décadas, que aún gobernando la izquierda siguen siendo pobres, y cada vez más pobres. Intuyen, además, que no hay mayor diferencia entre un gobierno de izquierda o uno de la derecha. Ambos pertenecen a un sistema político que los ha llevado a la situación en la que viven.

La situación es clara: el 35% de la población de Andalucía, tres millones de personas, están en riesgo de pobreza o de exclusión, según datos de 2020.

La segunda cuestión es pensar que no ir a votar puede ser signo de despolitización, cuando podría ser lo contrario. Si el sistema electoral favorece a los ricos, ¿porqué legitimarlo acudiendo a las urnas? Reducir la política a lo electoral, implica dejar de lado que hay otras formas de hacer política que pasan por la vida cotidiana, por los esfuerzos para la sobrevivencia familiar y comunitaria.

Sería interesante indagar cómo hacen las familias para sobrevivir con tan menguados ingresos. Ante nosotros aparecerían un conjunto de estrategias ancladas en la solidaridad y el apoyo mutuo que son señas de identidad de la pobreza, aún en la Europa de abajo.

Esas solidaridades elementales pueden politizarse, como bien sabemos en América Latina, en el sentido de que pueden ser un escalón en el camino de llegar a forjar una cultura política de abajo, modelada por las mejores semillas que existen en los sectores populares. Sin embargo, optar por ver en la pobreza sólo privaciones y carencias, violencia y autodestrucción, implica poner a las clases media como espejo en el cual debe mirarse toda la sociedad.

Por último, habría que explicar esos niveles de abstencionismo entre los sectores populares en base a datos históricos. Un informe de la Fundación Foessa concluye que la participación electoral de graduados universitarios es 20 puntos superior a quienes no terminaron primaria, que un tercio de la población gitana nunca vota porque “no sirve” y que hay una tendencia al aumento de la no participación electoral, que desde tiempo ya era elevada.

Sin embargo, en Barcelona donde la desigualdad es menor que en Madrid, la participación de los más pobres es muy superior y crece durante el ciclo de luchas por la independencia (https://bit.ly/3MRNEp5).

Mi conclusión de este breve y sucinto recuento es que el proyecto político de los sectores populares fue derrotado con la instalación de la democracia al final de dictadura (1975), y que la democracia electoral jugó un papel destacado en esa derrota.

Creo que hay que mirar el desinterés de los más pobres en la cuestión electoral desde la ausencia de un proyecto político que le de sentido a sus vidas, a sus penurias y a la lucha por la sobrevivencia.

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