Foto: “El movimiento feminista ha logrado ser masivo y radical al mismo tiempo, y eso lo convierte en una amenaza para los poderosos, porque pone en jaque las relaciones de obediencia en todos los ámbitos de la vida colectiva”, desde la escuela a la familia, desde la fábrica al sindicato. Imagen de activistas a favor del derecho a decidir (caracterizadas como en la distopía “El cuento de la criada”) durante una protesta en 2017 en el Capitolio de Texas.(AP/Eric Gay)
En agosto del año pasado, el Senado argentino rechazó sancionar un proyecto de ley que buscaba despenalizar el aborto. Dos meses antes, y en medio de un despliegue histórico del movimiento feminista en las calles, el Congreso argentino había aprobado el texto de ley de interrupción voluntaria del embarazo. El sector contrario a la despenalización del aborto se apropió de algunos símbolos de la lucha feminista –por ejemplo, el pañuelo celeste comenzó a blandirse frente al pañuelo verde– e hizo un intenso trabajo de presión.
Lo que mucha gente ignora es que, detrás de esa movilización, estaban organizaciones internacionales como CitizenGO, plataforma de la que forma parte la asociación civil ultracatólica Hazte Oír (HazteOír.org). Esta ganó notoriedad en España en 2010 liderando la oposición a la ley de plazos para abortar; más recientemente, protagonizó una campaña tránsfoba (también en España) bajo el lema Los niños tienen pene, las niñas tienen vagina; en Andalucía (región al sur de España) demandó acabar con la Ley de Violencia de Género de 2004, y en otras autonomías ha pedido la derogación de leyes favorables a la igualdad de la comunidad LGBTI.
No se trata de hechos aislados, sino de casos que evidencian la existencia de un entramado internacional bien articulado que ha encontrado en el concepto de “ideología de género” uno de sus principales anclajes.
La “ideología de género”, por ejemplo, sirvió como excusa a los grupos evangélicospentecostales para pedir el ‘no’ en el referéndum por la paz en Colombia, en 2016; ese mismo año, al calor de la disputa por la legalización del aborto, comenzó a generalizarse el empleo de ese concepto en Argentina. En España, el partido político VOX (de extrema derecha) utilizó la misma expresión en su intento de desacreditar al feminismo bajo argumentos no demostrados como que existe una élite feminista bien financiada. Similares argumentos emplean el presidente estadounidense, Donald Trump, y su homólogo brasileño, Jair Bolsonaro, cuyos discursos combinan la misoginia con el racismo.
Este discurso, si bien ha ganado visibilidad en paralelo al reciente estallido del movimiento feminista, no es nuevo: surgió en los años 90 en Estados Unidos, cuando se asoció la noción de género al marxismo. Esa es la idea que estructura El libro negro de la nueva izquierda, un éxito de ventas en Argentina. Sus autores, Agustín Laje y Nicolás Márquez, arremeten, respectivamente, contra el feminismo y la homosexualidad.
“Laje no dice que el feminismo está mal: dice que hay una disputa entre el feminismo real, que es el de la primera ola, y el feminismo que él llama radical; en la primera ola, argumenta, se alcanzó la igualdad, así que lo de hoy no tiene sentido, sino que se quiere provocar una guerra”, explica a Equal Times Juan Elman, periodista que investiga las subculturas de derechas en Argentina y en el mundo.
A sus 30 años, Laje es el mejor ejemplo en Argentina de la nueva hornada de jóvenes líderes conservadores que, como la guatemalteca Gloria Álvarez o el estadounidense Ben Shapiro, cuentan con gran proyección internacional. Este autor disfraza su discurso ultraconservador de una rebeldía atractiva para el público joven: “Laje dice que su éxito es que la izquierda se ha vuelto conservadora; se presenta como algo transgresor, anti-establishment”, explica Elman.
Y añade: “Laje combina humor y un cierto estilo en las redes, y con ello ofrece a un sector de jóvenes y adolescentes una promesa de identidad, de comunidad. Pensemos en una clase de secundaria en Buenos Aires: la mayoría son adolescentes deconstruyéndose, que están a favor del aborto y llevan los pañuelos verdes; y hay cuatro o cinco chicos que no entienden nada, que se sienten marginados, amenazados por todo eso; llega Laje y les da una salida, les dice: tenías razón, los equivocados, los ideólogos son los otros”. En opinión de Elman, si este tipo de nueva derecha es todavía minoritaria, “tiene potencial”, sobre todo porque logra reclutar a gente muy joven, de 14 y 15 años.
“La Internacional neofascista cristiana”
El teólogo español Juan José Tamayo, uno de los autores de la obra colectivaNeofascismo. La bestia neoliberal, identifica, en el capítulo que estudia la relación entre fascismo y religión (Los predicadores del neofascismo), lo que él denomina la “Internacional neofascista cristiana”. Es decir, la alianza entre el neoliberalismo más radical –el que en los Estados Unidos se denomina libertario– y el conservadurismo moral.
La Red Atlas (Atlas Network, antes conocida como Atlas Economic Research Foundation) es un caso ilustrativo de esa alianza. Se trata de una fundación estadounidense de ideología ultraliberal que recibe fondos estatales así como subvenciones de grandes multinacionales como Exxon y Philip Morris, y que a su vez financia toda una red de organizaciones y fundaciones en todo el mundo, especialmente en América Latina: en total, según su web, 487 entidades en 94 países. Todas ellas comparten valores conservadores; así, en España, figuran la FAES (Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales) y el Instituto Juan de Mariana.
Otras redes, como World Congress of Families (WCF) –del que forma parte Hazte Oír–, el Centro por la Familia y los Derechos Humanos (C-Fam), y Family Watch International (FWI), entre otros, reúnen actores religiosos y de la sociedad civil que, según el informeDerechos en riesgo, publicado por la Asociación para los Derechos de la Mujer y el Desarrollo AWID, centran sus esfuerzos de presión en influir en las Naciones Unidas y otros espacios supranacionales. Específicamente, consideran “anti-familia” el enfoque de algunas agencias de la ONU, como la OMS y Unicef.
El informe de AWID identifica algunas de las estrategias de estas redes para lograr objetivos como “hacer retroceder al movimiento transgénero” y eliminar la educación sexual integral.
Por ejemplo: celebrar encuentros internacionales e interregionales en los que se promueven políticas antiderechos bajo el mismo núcleo temático (“vida, familia y nación”). Capacitar delegados para negociar en la ONU; promover el vínculo con políticos afines a sus intereses; incidir en la deslegitimación y la desfinanciación de agencias de derechos humanos. En paralelo, buscan socavar el consenso en torno a tratados internacionales de derechos humanos.
Cuando el feminismo pone en jaque las relaciones de obediencia
Para la Iglesia católica, lo que está en juego es la familia y la propia naturaleza humana; los papas Benedicto XVI y el actual Francisco encarnan la lucha contra la “ideología de género” y es el papa argentino (que dijo que “todo feminismo termina siendo un machismo con faldas” –si bien matizaría su comentario posteriormente–) quien lo presenta como una “ideología colonizadora”, argumentando que se trata de una agenda impuesta por el movimiento feminista hegemónico, procedente del Norte global.
El ataque al feminismo y al movimiento LGBTI por parte de determinadas elites clericales cristianas es, en ocasiones, furibundo. En España, el obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla, afirmó que el feminismo era “cosa del demonio” y un “suicidio de la propia dignidad femenina”. Su homólogo en Alcalá de Henares, Juan Antonio Reig Plá, ha situado a los gays en el infierno –mientras Hazte Oír lo premiaba por su “defensa de la dignidad humana”–. En Argentina, el arzobispo de La Plata afirmó que “el aumento de los femicidios tiene que ver con la desaparición del matrimonio”. Más al norte, en EEUU, aún hoy en 36 estados de esta superpotencia son legales las terapias de conversión para homosexuales (condenadas por las Naciones Unidas pero apoyadas por fundamentalistas religiosos). Estas se habrían aplicado a 700.000 personas, según el filme basado en una historia real Boy Erased (Identidad borrada / Corazón borrado).
“El fascismo promete una forma de estabilización para el neoliberalismo”, sintetiza la politóloga argentina Verónica Gago.
En otras palabras: ante la crisis del capitalismo –la crisis financiera y después económica (la derivada de 2008 y la que está por llegar), pero también la crisis ecológica que apunta a los límites del crecimiento económico, y la precarización laboral que pone en jaque a la sociedad salarial–, los neofascismos buscan un “enemigo interno” contra el que descargar la ira de las capas populares y las clases medias, vapuleadas por las medidas económicas neoliberales.
Y ese enemigo interno está conformado fundamentalmente por los migrantes, las feministas y las identidades de género disidentes. Pero, ¿por qué se ha convertido el feminismo en el principal enemigo de la derecha? Según Gago, militante del movimientoNi Una Menos, esta podría ser la explicación: “El movimiento feminista ha logrado ser masivo y radical al mismo tiempo, y eso lo convierte en una amenaza para los poderosos, porque pone en jaque las relaciones de obediencia en todos los ámbitos de la vida colectiva”, desde la escuela a la familia, desde la fábrica al sindicato.
Publicado originalmente en Equal Times