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La autodeterminación de Catalunya o el principio del fin del régimen borbónico

Pere Perelló i Nomdedéu

Poco pensamos, de que aquel lejano primer día de 1994, lo que iniciaba en la Selva Lacandona tarde o temprano acabaría confluyendo con las lejanas aguas de una historia poblada por reyes, sucesiones, el asesinato de poblaciones campesinas, negocios esclavistas, burguesías pujantes, jóvenes obligados a luchar en guerras que nada tenían que ver con ellos, lenguas perseguidas, culturas menospreciadas y la tozuda imposición de una nación sin más fundamento que el irse construyendo como un proyecto de muerte a través de la aniquilación y el despojo de todo cuanto le es diferente y ajeno, tal y como desde siglos antes su antecedente castellano ya llevaba poniendo en práctica a lo largo y ancho del continente que expropió bajo el nombre de América.

Hablar de lo que sucede ahora en Catalunya requiere, en primer lugar, por descomponer el gran mito de la nación española.

España no existe ni ha existido jamás. Ha existido y existe, en todo caso, desde 1714, con la llegada de la casa de Borbón a la corona de Castilla y Aragón, un Estado Español fundado en el mandato de implantar en la península ibérica e islas adyacentes el modelo del estado-nación borbónico y, de paso, consumar su venganza contra los territorios y culturas que apoyaron al otro candidato en la guerra por la sucesión dinástica.

Ello se concretó en la supresión de todas las instituciones y marcos jurídicos propios de la Corona de Aragón, integrada por Aragón y lo que hoy, pese a la segregación administrativa, cultura y social impuesta y promovida por el Estado, conocemos como Países Catalanes: el Principado de Catalunya, el País Valenciano y las Islas Baleares y Pitiusas; así como en la prohibición y persecución en todos los ámbitos de la lengua y cultura catalanas, mayoritaria en todos estos territorios.

A partir de entonces inicia una historia de resistencia que, como cualquier otra historia, no ha estado exenta de contradicciones y mezquindades que, en sintonía con la diálectica histórica que nos enseñó Marx, devinieron fortalezas y lastres que hoy en día siguen nutriendo el otro mito que cabe desmontar, y que es el que señala a la burguesía catalana como principal sujeto del proceso que hoy vive Catalunya.

Lo cierto es que la prohibición expresa a los catalanes de expoliar América a la manera castellana empujó a las élites catalanas a actividades de apropiación primaria no menos abominables, como el tráfico de esclavos, que posibilitaron la industrialización temprana de Catalunya y el surgimiento de una burguesía pujante que con el tiempo y ciertas dinámicas de competencia capitalista con la Capital, Madrid, dio paso al surgimiento de una ideología nacionalista de tintes conservadores a través del cual la cultura y la lengua encontraron trincheras de resistencia que a la postre han sido fundamentales para su supervivencia frente a la obcecada persecución que han padecido.

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Al mismo tiempo, este proceso de industrialización propició el florecimiento de una clase proletaria nutrida con trabajadores y trabajadores provenientes de diversas partes del Estado y del campesinado catalán históricamente forjado y derrotado en luchas contra la opresión, como la zanjada a sangre y fuego por las huestes del Emperador Carlos V ,de donde proviene el “Cant dels Segadors”, himno actual de Catalunya.

Fue la toma de consciencia revolucionaria de esta clase proletaria, una de las primeras en organizarse en el continente europeo, la que propició que Barcelona llegase a ser conocida como la “Rosa de fuego” anarquista y que todavía hoy siga siendo considerada una de las capitales globales de las resistencias contra el sistema capitalista.

Otro evento americano, la independencia de Cuba, devino afluente inesperado de nuestra historia. Cataluña jamás entendió porque sus jóvenes, sobre todo los de ascedencia más humilde, eran enviados a morir a una absurda guerra para mantener una colonia en la otra parte del mundo. Quizás por ello, un catalan, Vicenç Albert Ballester, regresó de la isla de Jorge Martí con la idea de coronar las cuatro barras de la tradicional bandera catalana con la estrella libertaria cubana, creando así la “estelada” que hoy preside las marchas por la independencia catalana.

En 1909, cuando el Estado pretendió volver a mandar a los jóvenes catalanes proletarios a morir por su delirio imperial, esta a vez a Marruecos. La Rosa de Fuego se encendió siguiendo la estela de la Comuna de París y las barricadas se apoderaron de la ciudad durante una semana. La represión fue brutal y el Estado -con la connivencia de la burguesía catalana- mandó fusilar a muchos, entre ellos, a Francesc Ferrer i Guàrdia, pedágogo libertario creador de la Escuela Nueva. Fue la llamada “Semana Trágica” a partir de la cual el movimiento sindical y proletario de Catalunya, sobre todo el de filiación anarquista, lejos de amedrentarse, siguió creciendo, organizándose y llevando la consciencia de clase a cada fábrica, taller, escuela y ateneo.

Años más tarde, tras la dictadura fugaz de Miguel Primo de Rivera y la declaración de la segunda República, llegarían los llamados hechos de octubre de 1934, cuando en el marco de una Huelga General Revolucionaria promulgada en gran parte del Estado por los principales sindicatos y partidos de izquierda, los mineros asturianos fueron brutalmente masacrados por el ejército y, ante el fracaso generalizado del intento revolucionario, el presidente del gobierno autónomo catalán, Lluís Companys, de Izquierda Republicana de Catalunya (ERC), decidió declarar la independencia de Catalunya, lo que supuso su inmediata detención y encarcelamiento, junto con el resto de su gabinete de gobierno, y la suspensión temporal de la autonomía.

Mucho más conocido es lo sucedido en 1936, cuando ante el golpe de Estado del fascista Franco, acometido más por miedo a la ruptura del Estado ante el progreso en la autodeterminación de pueblos como el catalán o el vasco que ante la posibilidad de una revolución socialista, tal y como atestigua la frase de uno de sus generales “España roja, antes que rota”, Barcelona reacciona llevando a cabo una revolución libertaria sin precedentes: colectivizando industrias, organizando al pueblo, liberando a las mujeres de los mandatos patriarcales. Esta revolución, tal y como describe George Orwell en su magnífico “Homenaje a Catalunya” fue miserablemente abortada por el mismo estalinismo que asesinó a Trotski en México, pecisamente por mano de un catalán, Ramon Mercader. La desidia de las mal llamadas democracias occidentales hizo el resto para allanar el camino al genocidio, el exilio y a los 40 años que duró la ignominiosa dictadura del nacional-catolicismo franquista.

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En 1940, Lluis Companys, presidente de la Generalitat, el mismo que había declarado la independencia en 1934, fue fusilado en una cárcel de Castilla tras ser capturado por los nazis en Francia, donde se había exiliado, y fue entregado al gobierno fascista del Estado Español.

Su familia consiguió llegar a México, donde siguen residiendo sus descendientes.

Aún hoy, el Estado se niega a declarar nulo el juicio en que fue sentenciado. El mismo Estado que deja que genocidas y torturadores mueran tranquilamente de viejos en sus camas, mientras pone todas las trabas posibles para que se abran los centenares, quizas miles de fosas que siguen poblando los márgenes de carreteras, campos y cementerios en los que yacen quienes siguen aguardando una justicia que no llega.

Esta desmemoria histórica nos conduce al meandro donde fluyen los hechos históricos que ahora mismo está viviendo Catalunya, relacionado con un tercer mito, el de la llamada “transición”.
En 1978 se aprovó una constitución redactada bajo la vigilante coacción de los militares y la tutela desde la sombra de Estados Unidos que, a grandes rasgos, legitimaba la restauración borbónica bendecida por Franco y ponía en manos de las oligarquías un sistema de explotación más adecuado a los tiempos. Luego llegó un supuesto partido socialista, el PSOE, el cual lideró la paulatina sincronización del Estado con los patrones neoliberales dictados por Reagan y Teacher. La incorporación del Estado primero a la OTAN y finalmente a la Unión Europea son dos de los hitos más lamentables de este proceso, junto con la guerra sucia sostenida por el gobierno de Felipe González contra el movimiento de liberación nacional vasco. También lo son las Olimpiadas de Barcelona, con decenas de independentistas catalanes detenidos y torturados con la connivencia tácita del Juez Garzón, y el inició del despojo inmobiliario de la ciudad de Barcelona y su entrega al gran capital.

Otro gobierno presuntamente socialista, el de Zapatero, accidentalmente advenido tras desenmascararse la sarta de mentiras con la que el gobierno del PP de Aznar involucró al Estado en las guerras de Bush, marca el principio del fin de esta historia a la que todavía le estamos buscando un final.

A la promesa de “aprobar el estatuto que apruebé el Parlament de Catalunya” le siguió, sin faltar la connivencia electoralisla de la burguesía nacionalista catalana organizada en el Partido Convergència i Unió (CIU), su impugnación hasta dejarlo pràcticamente igual al anterior. Y tras ello se sucedieron diversos ataques perpetrados por el PP a través del sistema de justicia y el tribunal constitucional contra el papel de la lengua catalana en el sistema educativo o, ya en el marco de ese Golpe de Estado del Capital mal llamado “crisis económica”, contra leyes autónomicas más garantistas que las estatales en la dimensión social. Al usar la Constitución como freno para cualquier demanda de más autonomía sobre ámbitos de la vida social, el Estado iba minando la confianza de más y más catalanes y catalanas respecto a aquella. Las reformas exprés que, en cambio, PSOE y PP le hicieron para adaptarla a los requerimientos neoliberales de la Unión Europea respecto al techo de deuda o para posibilitar que la recien nacida nieta del rey (heredara el trono de los Borbones) representaron otra desafección y una prueba del fraude que representaba.
Mientras tanto, en la vieja ERC de Lluís Companys, de la mano de Josep Lluis Carod Rovira se había producido un salto ideológico sin el cual no se entiende el contexto actual.

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Se trata de la superación por parte del catalanismo de cierto anclaje en el dicurso identitario y su apertura, más allá de la cuestión del origen o la identidad cultural, a la comunidad de expectativas respecto a la construccion de un país integrador para todas las personas que viven y trabajan en él.
A ello se une el paulatino pero imparable avance del municipalismo representado por las Candidatures de Unitat Popular (CUP), heredero de las corrientes libertarias, internacionalistas y catalanistas de izquierda marxista, el cual reconfigurado sobre las bases de lo que sus propias promotoras no dudan en identificar como “zapatismo urbano”, logra aglutinar la ideología libertaria junto con otras de raíz comunista y socialista, el feminismo y un independentismo entendido como impugnación y alternativa a un Estado Español explotador, patriarcal y culturicida.

Así es como, por los meandros que brotaron aquel lejano primer día de mil novecientos-noventa y cuatro, llegamos al río donde cobra sentido la explicación de lo que está sucediendo hoy en día en Catalunya.

La reacción de la gente ante los constantes ataques del Estado y la cada vez más amplia base popular mobilizada por ERC i la CUP, junto con otros movimientos civiles como la Asamblea Nacional de Catalunya o Omnium Cultural, fue lo que hace poco más de un lustro obligó al partido de clase de la burguesía catalana, CIU (hoy PDCAT), quien además andaba asediado por múltiples casos de corrupción, a incorporarse a lo que cada vez era una voluntad más extendida entre la población: la independencia respecto al Estado Español. Era eso o su desaparición. Desde entonces, en el ámbito político, solo la constante vigilancia y celo sobre el proceso ejercido ERC, pero sobre todo por la CUP, ha logrado evitar cualquier estrategia desmobilizadora por parte de la derecha catalana y dirigir el “proceso” hacia expectativas de transformación social que están logrando convocar a sectores históricamente reacios e incluso contrarios a la independecia. El Estado Español, con su menosprecio, prepotencia y su proceder autoritario ha hecho el resto.

Espero haber ayudado a desconstruir tres de los principales mitos que enturbian la comprensión del momento histórico que vive Catalunya: el referente a la existencia de algo así como una nación “española”, el referente al trasfondo y liderazgo burgués de la voluntad de independencia del pueblo de Catalunya, y el que susenta el carácter demócratico del Estado tras la “transición”. No en vano, ambos se entrecuzan a la hora de interpretar la desconcerante postura de la izquierda estatal respecto al proceso catalán.

La izquierda estatal, ahora misma encarnada por los partidos Podemos e Izquierda Unida, desde su más o menos consciente sintonía con la creencia en algo así como una nación española o su incapacidad para analizar los hechos fuera del marco estatal, repetidas veces ha calificado el actual conflicto como un “choque de trenes” y ha atacado el proceso catalán acusándolo de servir a los intereses de la burguesía catalana, tratando con ello de negar su legitimidad y opacando el papel fundamental jugado por las bases sociales y las izquierdas transformdoras en dicho proceso.

Ello, sin duda, le impide ver -como sí lo ven en cambio otros movimientos de izquierda no estatales radicados en Andalucía, Castilla, Galicia, Asturia o País Vasco entre otros- que la ruptura del mito de la transición y de lo que ellos mismos llaman el “regimen del 78” sólo es factible si se ataca los fundamentos de este regimen y, junto con la restauración borbónica, la vertebración territorial del Estado es uno de ellos, si no el principal (recordemos aquello de “España roja antes que rota”).
En definitiva, más allá del inalienable derecho del pueblo catalán a su autodeterminación, hay que entender que la ruptura del Estado Español es una oportunidad única para que los diferentes pueblos que lo conforman puedan repensar su futuro lejos de la institucionalidad borbónica heredada del franquismo.

Los partidos del regimen, fundamentalmente PP y PSOE, han usado sistemáticamente el problema de la vertebración nacional, así como en su momento la actividad de ETA, para chantajear a sus potenciales votantes acotando el sentido de su voto a la integridad del Estado o al combate del terrorismo.

Sólo una vez liberados los pueblos de la imposicion nacionalista borbónica, las gentes podrán dejar de ser súbditas de un rey y preocuparse de lo que realmente les afecta ejerciendo su soberanía plena y libremente, sin coacciones ideológicas fabricadas y mantenidas a través de los medios, la manipulación y la desmemoria histórica.

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