• Home
  • opinión
  • La ausencia del derecho al aborto priva a América Latina de la agencia y el derecho a prosperar

La ausencia del derecho al aborto priva a América Latina de la agencia y el derecho a prosperar

Tamara Pearson | Traducción: Pilar Gurriarán

Foto: Pintadas feministas tras movilización que tomó las calles de la Ciudad de México bajo la consigna #NoMeCuidanMeViolan, en 2019. (Sonia Madrigal)

No puedo mencionar su nombre, porque es una niña. Tenía 12 años en ese momento, era demasiado joven para trabajar legalmente, pero no demasiado joven para ser forzada a ser madre. Era estudiante mía, y recuerdo, hace unos años, haber jugado al bridge con ella. Se reía con infinito placer mientras yo le sujetaba los pies y otro profesor le cogía las manos y la hacíamos girar.

Después de ser violada —el hombre la atacó a plena luz del día mientras bajaba caminando  por la calle de su barrio— Vannesa Rosales-Gautier, una compañera maestra y defensora de los derechos de la mujer en Mérida, Venezuela, la ayudó a poner fin al consiguiente embarazo. Mientras el violador sigue libre, Rosales fue enviada a prisión.

El 12 de octubre del año pasado, los agentes de seguridad hicieron una redada en su casa y la arrestaron. Se le acusa de ayudar a una tercera persona a abortar sin su consentimiento, y de asociación criminal, debido a su activismo. Su caso aún no ha sido juzgado (en violación de las garantías procesales) y los cargos extras, además de asistir un aborto, significan que podría estar enfrentándose a 25 años de prisión. La madre soltera de la niña también fue encarcelada un tiempo, lo que significa que el feto tuvo prioridad sobre ella en el cuidado de sus ocho hijos e hijas.

Forzar a cualquier persona a llevar a cabo un embarazo le roba el control sobre su vida. El futuro de la niña y las cosas grandes o pequeñas que esperaba hacer con él, le habrían sido arrebatadas, y su capacidad de autorealización —de existir completamente como ella misma— se habría perdido.

La buena salud y el bienestar requieren de autonomía

Ya sea que nuestros cuerpos sean usados como adornos publicitarios o como trofeos para el héroe imperialista de la película que mata a todos los malos, nos queda claro desde una edad temprana que nuestros rostros y cuerpos son más importantes que nuestro papel activo en la sociedad. Pero la vida es animación, movimiento, cambio y autonomía, así que negar nuestro derecho a decidir sobre nuestro futuro es negar nuestro derecho a ser seres vivas, audaces, alegres y pensantes.

Autonomía significa que somos las que iniciamos nuestras acciones. Sin eso, somos controladas, sometidas y oprimidas por otros. La agencia no significa hacer lo que queramos. De hecho, significa ser consciente y responsable de nuestras acciones, y al mismo tiempo tener la información y los recursos necesarios para llevarlas a cabo.

Recientemente, estuve observando cinco águilas atadas a rocas o postes en un parque de aves en Xalapa. Se podía observar lo enfadadas que estaban por no poder volar, y por no poder responder a las personas que ponían teléfonos cerca de sus caras para sacar fotos. A los animales tampoco les gusta que se les niegue el poder sobre sus acciones.

Sin nuestra autonomía podemos amargarnos, anestesiarnos y quedarnos estancadas. Es una condición previa para una existencia razonable. Nuestras piernas están atadas y nuestras mentes aventureras están limitadas. La libertad no consiste en poder elegir entre 50 tipos de patatas fritas. Es ser capaz de alcanzar tu potencial individual y colectivo. Es el aprendizaje y el crecimiento constante, el propósito, la planificación anticipada y la toma de decisiones consideradas. Cuando no podemos conseguir píldoras anticonceptivas sin receta o nos dan un sermón sobre la moralidad del aborto, somos tratadas como niñas muy pequeñas, porque se nos niega nuestra inteligencia y experiencia de vida.

Nuestro lugar en el mundo se reduce

Este estado de sumisión —de mujeres, personas trans y no binarias atadas con una cuerda metafórica a la casa, incapaces de volar— se normaliza.

Recientemente un hombre me dijo, descaradamente (como si fuera algo perfectamente razonable), que las mujeres que abortan merecen la pena de muerte. Su comentario demostró lo poco que importamos. Aquí en México, hubo casi mil femicidios reconocidos oficialmente solo el año pasado. Parte de eso es la casi total impunidad de los perpetradores, pero una mayor parte es el mensaje político-social estructural de que nuestra presencia es irrelevante.

En Puebla, donde vivo, el aborto es ilegal. Si lo necesitara, los profesionales médicos, de salud mental y legales probablemente me juzgarían, y ninguno de ellos me preguntaría qué es lo que necesito

En Puebla, donde vivo, el aborto es ilegal. Si lo necesitara, los profesionales médicos, de salud mental y legales probablemente me juzgarían, y ninguno de ellos me preguntaría qué es lo que necesito. ¿Qué hace falta para crear un mundo donde sea común que la gente pregunte a las mujeres lo que necesitamos?

En última instancia, sabemos que no es el feto lo que preocupa a los antiabortistas. Después de años de protestas pacíficas y regulares en toda América Latina sin resultados, y de que los gobiernos se nieguen a tomar en serio las demandas de las mujeres (el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, ha dicho a las feministas que organicen una consulta pública para conseguir el derecho al aborto, e insiste en que la mayoría de las llamadas por violencia doméstica son falsas), las mujeres se han dedicado a grafitear paredes, coches de policía y estatuas, e incluso a ocupar los edificios de los congresos estatales y de las comisiones de derechos humanos.

En respuesta, muchos hombres llamaron a estas acciones “violentas”, pero se quedaron callados cuando la policía de Cancún disparó contra las manifestantes feministas. Eso demostró que lo que realmente no le gusta a esta gente es que las mujeres dejen de ser objetos de belleza idealizados y peones con bonitas sonrisas, y en su lugar se vuelvan francas, audaces y se las escuche en las calles.

Un mar de pañuelos verdes en América Latina

Si bien Argentina acaba de legalizar el derecho al aborto y Cuba, Guyana y Uruguay lo permiten, en el resto de América Latina está prohibido o limitado. En México, solo la Ciudad de México y el estado de Oaxaca lo permiten, pero incluso en la Ciudad de México los médicos a menudo se niegan a realizar abortos, ponen obstáculos burocráticos o intentan hacer que las mujeres se sientan culpables de haberlos realizado.

En El Salvador, la ley castiga el aborto con dos a ocho años de prisión, pero ha habido casos en que las mujeres recibieron 40 años, ya que el procedimiento se consideró un homicidio.

Y Brasil llamó la atención recientemente después de que una niña de 10 años, que había sido violada repetidamente, se enfrentara a fanáticos religiosos y antiabortistas que protestaban fuera del hospital para impedir que se hiciera un aborto. Los médicos también se negaron, obligándola a viajar a otro estado.

Pero la postura de las autoridades sobre el aborto en América Latina no se refiere a un procedimiento médico controvertido. Hay muchos más en el mundo de la salud. La iglesia, traída a la región por los invasores europeos, tiene una gran influencia en cómo se perciben y tratan las mujeres y la reproducción, y el sexismo y la desigualdad son profundos. Además, la región ha sido duramente y consistentemente privada de autonomía, con los Estados Unidos dictando términos comerciales y medidas económicas locales, ayudando a instalar dictadores, apoyando golpes de estado, financiando contras, y más. La autonomía política es escasa aquí, y no se da por sentado como un derecho como a veces ocurre en otros lugares.

Sin embargo, el movimiento por el derecho al aborto y por el derecho a vivir sin violencia se ha intensificado durante el último año, a pesar de la pandemia. Ha habido enormes manifestaciones en todo el continente, particularmente en Argentina, y las feministas en México han sacado fuerza de ellas. En marzo, hubo una efectiva huelga de mujeres en todo el país pidiendo el fin de los femicidios y la violencia. Los pañuelos o bufandas verdes son ahora una declaración bien conocida en todo el continente para el aborto legal, seguro y libre.

El derecho a prosperar

En gran parte de América Latina, así como en otras partes del mundo, trabajar hasta el agotamiento es la norma. La vida es aceptable si tienes un techo sobre tu cabeza y algún tipo de acceso poco fiable a la atención sanitaria. El orden del día normal es la mayoría de la gente luchando por las migajas mientras que los súper ricos lo deciden todo, basura irreflexiva emitida por televisión y un mundo sin apoyo disminuyendo los grupos oprimidos y lanzando constantemente abusos y violencia de diversos matices. El listón está bajo.

Así que se necesita el coraje de la imaginación para creer que merecemos prosperar. Para las mujeres, al haber crecido con medios de comunicación que nos deshumanizan, con roles de género, y luego con abusos en el lugar de trabajo, violaciones y más, puede ser difícil para nosotras creer que tenemos derecho a soñar con un futuro excitante, aventurero y alegre, que puede o no involucrar niños.

Al haber crecido con medios de comunicación que nos deshumanizan, puede ser difícil para nosotras creer que tenemos derecho a soñar con un futuro excitante, aventurero y alegre, que puede o no involucrar niños

Imagina un mundo construido para que podamos prosperar en lugar de apenas sobrevivir en él; donde la crianza de los niños y niñas es una responsabilidad social en lugar de algo que los individuos o las parejas luchan por superar. Y donde los y las bebés crecen para ser en gran medida seres humanos felices y saludables porque sus madres y padres no fueron forzados a tenerlos contra su voluntad, y porque sus padres obtuvieron el tipo de apoyo y colaboración financiera, educativa, psicológica, legal, laboral y profesional que necesitaban.

Tal vez si fuéramos capaces de tener completa agencia y autonomía sobre nuestras vidas individuales y colectivas, nuestra autoestima sería más fuerte, el amor estaría menos roto, y todos y todas mejoraríamos en la toma de buenas decisiones.

Rosales me dijo desde la prisión que las mujeres de allí habían “construido algunas conexiones fuertes y auténticas”, y que ella no era la única víctima de cargos inflados. Hizo hincapié en que los derechos de la mujer no son algo que se pueda declarar “con publicidad y cambios cosméticos en las leyes”. Gracias a una fuerte campaña en toda América Latina, pudo volver a casa el lunes, aunque los cargos contra ella permanecen. Y como el Congreso chileno está a punto de debatir la despenalización del aborto, está claro que esta es una batalla que continuará.

Sobre este artículo y su autora

Tamara Pearson es una periodista de largo recorrido radicada en América Latina, y autora de La Cárcel de las Mariposas. Este artículo fue publicado originalmente en www.counterpunch.org  y ha sido traducido para El Salto por Pilar Gurriarán.

Este material se comparte con autorización de El Salto

Este material periodístico es de libre acceso y reproducción. No está financiado por Nestlé ni por Monsanto. Desinformémonos no depende de ellas ni de otras como ellas, pero si de ti. Apoya el periodismo independiente. Es tuyo.

Otras noticias de opinión  

Dejar una Respuesta