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ITALIA: Ha muerto Rosario Bentivegna, un valiente(Kaosenlared. 7 de abril 2012)

Marco Santopadre, Rosario Bentivegna

Entre ayer y hoy [2 de abril] prácticamente todos los medios han reseñado algunos aspectos de su biografía ejemplar. Este partisano de los Gruppi di Azione Patriottica y héroe de la Resistencia de Roma participó en la acción más ejemplar de la resistencia antifascista y antinazi en el frente urbano, en un momento en que decenas de miles de jóvenes combatían en las montañas: el ataque contra una columna de la SS del Alto Adigio en la calle Rasella, en el centro de Roma, el 23 de marzo de 1944. En esta acción los partisanos mataron a 33 militares ocupantes y a dos civiles italianos que pasaban por allí en el momento de la explosión de una bomba escondida en un carrito de barrendero.

En represalia por esta acción legítima de guerra, el ejército nazi, con respaldo activo de los fascistas italianos, perpetró la matanza criminal de las Fosas Ardeatinas.

Terminada la guerra, Bentivegna y sus compañeros de los GAP fueron el blanco de procedimientos judiciales y polémicas de corte revisionista que pretendían demostrar la «cobardía» del gesto de la calle Rasella. Desde la derecha, sobre todo ―pero en los últimos años también desde los sectores de la izquierda convertidos a la «pacificación» y la equidistancia entre fascismo y antifascismo en aras del acceso a los salones del poder― se vertieron sobre el partisano Bentivegna una serie de acusaciones infundadas e inaceptables, en particular la recriminación infamante de no haberse entregado a los alemanes después del ataque en el centro de Roma, desencadenando así la feroz represalia de las Fosas Ardeatinas contra 335 civiles y militares italianos detenidos en las horas posteriores y luego asesinados. Da igual que los documentos históricos y los testimonios expliquen que la represalia nazi fue decidida por los ocupantes con independencia de que los partisanos se entregaran o no. Ni que la matanza de las Fosas Ardeatinas se cometió antes de que los jefes alemanes «invitasen» a los responsables del ataque de la calle Rasella a entregarse para evitar represalias. Ni que las tropas nazis hicieron redadas y fusilaron a la población de barrios enteros y pueblos enteros donde operaban escuadras partisanas, sin necesidad de aducir ningún tipo de excusas.

Hasta el diario montiano La Repubblica, en su semblanza del partisano fallecido ayer a los 90 años, recuerda que «La plena legitimidad de la acción partisana ejecutada por Bentivegna y los otros gappisti ha sido ratificada varias veces por los tribunales, la última a finales de los años noventa con la condena de los dos verdugos de la matanza de las Fosas Ardeatinas, el coronel Herbert Kappler y el mayor Karl Haas, por el tribunal militar de Roma».

Pero la acusación obsesiva de cobardía e irresponsabilidad contra Rosario Bentivegna y quienes lucharon valientemente contra los fascistas y los alemanes con pocas armas y mucha inconsciencia va dirigida no sólo a ensuciar su memoria, sino sobre todo a desacreditar todo el movimiento de la Resistencia.

A los fascistas que se regocijan por su muerte en blogs y redes sociales les recordamos que en el otro bando, a diferencia de la suerte que corrieron losrepubblichini (1), no había ningún Togliatti que decretase amnistías y perdones. Y que, como es notorio, los partisanos no se escondieron en camiones alemanes disfrazados de soldados de la Wehrmacht para huir. De los partisanos se puede decir cualquier cosa menos que eran unos cobardes.

«Aunque el ataque de la calle Rasella, probablemente el más grave sufrido por los alemanes en una ciudad europea sometida a su control, fue la acción más destacada de Bentivegna, en su historial de partisano hay muchos otros episodios que revelan su valentía. Detenido en 1941, cuando salió de la cárcel se afilió al partido comunista. Tras el armisticio y la formación de los Gruppi di Azione Patriottica, fue uno de los protagonistas más audaces de la Resistencia, tanto en Roma (ataque a los militares alemanes en la plaza Barberini, ataque a un desfile fascista en la calle Tomacelli) como en la zona de Casilina, donde estuvo al mando de formaciones partisanas», recuerda también La Repubblica.

Un compromiso que ha mantenido hasta los últimos momentos de su vida, sobre todo dando charlas en colegios sobre el significado de la resistencia antifascista y antinazi. Para salir al paso de las vulgares versiones revisionistas vendidas a un público a veces desinformado por algún tránsfuga tarifado o por algúnrepubblichino reciclado en la universidad.

Lo que sigue es un texto de Bentivegna publicado en el semanario La Rinascita della Sinistra con el título «Revisionismo, la historia invertida y humillada». «Sobre la Resistencia romana y lo sucedido en la calle Rasella se han dicho demasiadas tonterías. También en la izquierda», afirmaba con razón el partisano.

Revisionismo, la historia invertida y humillada

Rosario Bentivegna

[…]

Quiénes eran realmente los repubblichini

Fue así como chocamos con varias formaciones de repubblichini, que apenas fueron empleadas en los frentes de guerra. La tarea de los «combatientes» de la República Social consistía en operaciones de policía política y mantenimiento del «orden público nazi» aplicando las «leyes de guerra» y la «estrategia del terror» de la Alemania de Hitler.

En puridad, los «soldados de Mussolini» eran meros colaboracionistas ―ascari(2)― que si sobrevivían era gracias a la protección del ejército de ocupación alemán, el cual les armaba y daba de comer. Sólo dispararon contra nosotros y contra la población civil que nos apoyaba, mientras que nuestros objetivos eran las formaciones y los puestos militares alemanes y sólo secundariamente los espías y las formaciones de colaboracionistas italianos.

Kesselring, en sus Memorias de guerra, escribe: «Como Mussolini no había logrado alterar la íntima aversión del pueblo hacia la guerra en sí misma, habría tenido que abstenerse de entrar en el conflicto. Pero el hecho de que los partisanos participaran con pasión en la lucha contra las fuerzas armadas alemanas da a entender que la población no carecía de espíritu guerrero».

El pueblo y los partisanos

Como experto militar, Kesselring reconoce la íntima aversión del pueblo italiano a participar en la guerra junto a los nazis, pero también reconoce la capacidad de lucha de los italianos (el «espíritu guerrero», según su estilo de viejo militarista pangermánico) y por lo tanto admite que la política militar de la Resistencia ―la Guerra de Liberación Nacional― era consecuencia directa del apoyo de la población a los partisanos.

Por otro lado, la iniciativa militar de los partisanos, que ha dejado una huella tan profunda en las reflexiones del comandante en jefe de la Wehrmacht en Italia, como se aprecia en otros capítulos de las Memorias citadas, no habría existido sin la aportación y la contribución concreta de la población de los territorios ocupados por los nazis, ya que, por otro lado, los partisanos eran hijos, emanaciones directas de esa población.

El rigor científico de Renzo De Felice, pese a los errores de sus interpretaciones (…), no puede situarse en el mismo nivel que los miles de falsificadores y falsarios que pretendían igualar a los «voluntarios de la libertad» con los repubblichini de Salò; o que ciertos «historiadores» superficiales y nada desinteresados que, sin perder tiempo en la trabajosa búsqueda de documentación creíble, han soltado una que otra estupidez con el único fin de sostener, con falsedades, la mistificación de los aspectos históricos, ético-políticos o militares de los acontecimientos, o para «complacerse» en su «objetividad» ―y ser elogiados por ella.

He sido partisano en condiciones muy diversas: gappista en la ciudad, comandante de brigada en los montes Prenestinos, detrás de la línea alemana en el frente de Cassino, oficial partisano en la Divisione Italiana Partigiana Garibaldi, formación regular del Ejército Italiano que combatía en Montenegro contra los alemanes y los chetniks (que en Servia y Montenegro cumplían la misma función que los ustashi de Croacia y eran igual de feroces). En todas partes hallé buena disposición, comprensión, colaboración y ayuda entre la gente común (la «población no desprovista de espíritu guerrero», como dice Kesselring), y sobre todo un calor humano extraordinario.

El caso de L’Unità

Un «revisionismo» mistificador y falso se ha centrado sobre todo en la Resistencia romana y su guerra de liberación, y particularmente en uno de sus episodios más dramáticos, la matanza de las Fosas Ardeatinas, perpetrada por los nazis con el mayor sigilo y apresuramiento por miedo a las reacciones preventivas de los parientes de los prisioneros de los nazis, la ciudadanía y la Resistencia. En este caso la fantasía de los falsarios y mistificadores ha alcanzado cimas excelsas y hemos podido leer manifestaciones significativas incluso en L’Unità de Furio Colombo, donde el 24 de marzo pasado, en recuerdo de esa matanza, se volvía a plantear una tesis grata a todos los que en su día no se quisieron comprometer: la de que el ataque partisano de la calle Rasella, que aniquiló a la 11ª Compañía del Tercer Batallón del SS Polizei Regiment Bozen, «fue un acto de guerra dictado por la emotividad más que por un frío razonamiento, discutible en el plano de la oportunidad y equivocado si se tienen en cuenta los fines perseguidos» (…).

Nuestra gente, pese a estar hambrienta y aterrorizada y ser consciente del riesgo mortal que corría, nos ayudaba, digan lo que digan los De Felice, Montanelli, Lepre, etc. etc., que se sumaron a las primeras «proezas» de los periodistas repubblichini Spampanato y Guglielmotti, o del «historiador» Giorgio Pisanò, cantor de la epopeya repubblichina, o, en 1948, en plena guerra fría, de los Comitati Civici de la Acción Católica de Pacelli y Gedda.

Esa gente nuestra nos escondía, nos daba de comer cuando podía, nos curaba si estábamos enfermos o heridos y no nos denunciaba, como tampoco denunciaba a los jóvenes que no se incorporaban a filas, a los hombres que huían del trabajo forzado impuesto por los nazis, a  los soldados y oficiales desertores, a los judíos, a los carabineros, a los prisioneros aliados evadidos, a los perseguidos políticos antifascistas y a los políticos fascistas que no se afiliaron al Partido Fascista Republicano, el PFR (hay que recordarlo: de los cuadros del fascismo, sólo el 10 % de los periféricos y el 15 % de los nacionales se adhirieron al gobierno colaboracionista de la República Social; de los más de cuatro millones de italianos afiliados al Partido Nacional Fascista, obligados a tener ese «carné del pan», sólo 200.000 ―el 5 %― se afiliaron al PFR).

Los romanos y la red de solidaridad

Los romanos, detrás de su pasotismo irónico y aparentemente oportunista, fueron capaces de construir espontáneamente una red extraordinaria de solidaridad activa con los cientos de miles de fichados y perseguidos que había en su ciudad. Aunque temieran por su vida y despotricaran contra los que perturbaban su sacrosanta tranquilidad, no dudaron en ponerse del lado de la libertad y contra la cruel presencia de los alemanes y los fascistas, aislados y señalados con el dedo.

De esta Resistencia, forjada por el hambre y las privaciones, se originó la Guerra de Liberación Nacional, pues fue en Roma, precisamente, donde se inició justo después del 8 de septiembre, sumando a una intensa actividad diplomática, política, de agitación y de «inteligencia», las operaciones militares que convirtieron a nuestra ciudad en la capital de la Europa ocupada más levantisca contra los ejércitos alemanes (Dollman), la que le hizo decir a Kappler que los romanos no eran de fiar, y a Muhlhausen contar el miedo que el mismo Kappler les tenía a los partisanos y a la gente de Roma.

Dice Renzo de Felice (Rojo y negro): «Roma fue la ciudad con mayor número de rebeldes, en parte por su configuración sociológica, en parte porque había sido la única ciudad donde había habido un amago de resistencia armada contra los alemanes después del armisticio, y en parte por la presencia del Vaticano y el gran número de lugares y edificios donde los rebeldes podían esconderse. Ante todo se trató de una “defensa propia”, tanto de quienes fueron reclutados como de quienes lograron esconderse y quienes tuvieron que echarse al monte. Muchos de ellos acabaron siendo valientes partisanos. Otros muchos arrastraron el vicio original de una elección oportunista» que, añado yo, dio pie a todas las fantasías y mentiras de la propaganda antipartisana.

Durante esos terribles nueve meses, Roma ―entre otras cosas por motivos geográficos, ya que estábamos a unas decenas de kilómetros del frente― estuvo a la vanguardia (política y militar) de todas las ciudades italianas ocupadas. Sus vecinos, los partisanos que procedían de allí, frustraron el plan estratégico del enemigo, que quería hacer de Roma, con sus nudos viarios y ferroviarios, con sus servicios, un cómodo tránsito y un refugio para los vehículos y las tropas que iban y venían del frente de Cassino y Anzio, una base tranquila para su alto mando, un retiro agradable para los soldados que combatían en el frente.

Los romanos, con sus hijos partisanos que atacaban y saboteaban al enemigo todos los días y todas las noches en la ciudad, los campos que la rodean y la región del Lacio, con su capacidad de ayudarles, esconderles y protegerles, lograron que Roma fuera «una ciudad explosiva», como tuvo que admitir Kappler, el verdugo de las Ardeatinas, durante el juicio al que fue sometido al final de la guerra.

Tal era la estrategia de la Resistencia romana, que ni siquiera el colaborador deL’Unità ha comprendido.

El mariscal Clark, comandante del V Ejército estadounidense, le dijo personalmente a Boldrini que sólo cuando las tropas angloamericanas entraron en Roma, los Mandos Aliados supieron a ciencia cierta que Italia estaba con ellos.

El precio de la lucha partisana

Pagamos cara nuestra Resistencia: entre el 9 y el 10 de septiembre de 1943, en la batalla de Roma, hubo 650 caídos. Cuatrocientos de ellos eran oficiales y soldados, y entre los civiles hubo 17 mujeres.

Más de 50 fueron los bombardeos aliados, debidos a la presencia en la ciudad de puestos de mando, vehículos y tropas alemanas (¡y la llamaban «ciudad abierta»!); hambre y miseria; deportaciones; redadas en todos los barrios, centrales y periféricos; toque de queda a las cuatro de la tarde; la única ciudad de Italia donde se prohibió el uso de bicicletas (a los civiles les estaban vedados otros medios de transporte, aparte de los públicos); feroces ejecuciones y represalias: las Ardeatinas, Bravetta, La Storta, el Ghetto, el Quadraro, las incursiones, las detenciones, las torturas (calle Tasso, Palazzo Braschi, la pensión Oltremare, la pensión Jaccarino, la cárcel Regina Coeli, etc., ¡en Roma operaban nada menos que 18 «policías» alemanas e italianas, públicas y «privadas»!); los asesinatos a sangre fía en el centro de la ciudad o en el extrarradio (10 fusilados en Pietralata, 6 rebeldes fusilados en Ladispoli, 10 mujeres fusiladas en Portuense, 10 mujeres fusiladas en Tiburtino 3º, unos 80 fusilados en Bravetta, 14 fusilados en la Storta… más la matanza de Quadraro: ¡de los 700 vecinos deportados sólo volvieron 300!…  más la matanza de los judíos, de unos 2.500 deportados volvieron unos 120…).

Los partisanos romanos muertos en combate, muchos de ellos bajo tortura o fusilados, en los nueve meses comprendidos entre el 9 de septiembre de 1943 y el 5 de junio de 1944, fueron 1.735, además de varios miles de ciudadanos romanos, judíos o no, deportados a los campos de exterminio de Alemania, que no regresaron; pero en esos mismos nueve meses se llevaron a cabo en Roma acciones militares y de sabotaje que no tienen igual en número y calidad, dentro de ese periodo, en ninguna otra ciudad italiana.

Fue así como el enemigo pagó cara su permanencia en la ciudad, y se vengó con brutal ferocidad.

Pero cuando los ejércitos aliados estuvieron a las puertas, los alemanes y los fascistas huyeron de Roma precipitadamente, desobedeciendo las órdenes de Hitler y Mussolini, que querían empeñar batalla en la ciudad casa por casa y deportar a todos los hombres válidos para el trabajo forzado, según los planes de Wolff, general de las SS.

Roma era una «ciudad explosiva» y, gracias a la no lejana experiencia de Nápoles, incluso nuestros enemigos más feroces se convencieron de que más les valía no correr riesgos ya experimentados.

La Resistencia romana tuvo características de espontaneidad y de difusión capilar difíciles de encontrar en otras partes. Fueron docenas las organizaciones implicadas, algunas grandes, como los partidos del Comitato di Liberazione Nazionale (CLN), sobre todo los tres partidos de izquierda (PCI, Pd’A y PSIUP), Bandiera, Rossa, los Cattolici Comunisti o el Centro Militare Clandestino de losbadogliani (3), pero otras pequeñas o muy pequeñas, que por no haber podido o querido coordinarse con los partidos del CLN operaban por su cuenta contra los alemanes y los colaboracionistas fascistas.

Se sabe de iniciativas solidarias, pero también de sabotaje y guerrilla, tomadas por familias o individuos, hasta el último día de la ocupación alemana.

Todo lo que ha examinado recientemente Alessandro Portelli en su excelente libroL’Ordine è stato eseguito, que en 1999 se alzó con el más ansiado reconocimiento literario italiano, el premio Viareggio de ensayo, se ha atenuado por muchos motivos en la memoria histórica de la ciudad, porque ha prevalecido la desinformación gracias a la repetición de falsedades y mistificaciones, pese a los desmentidos documentados y los fallos de todos los niveles de la magistratura, hasta las Casaciones civiles, penales y militares.

Guerra de liberación nacional

La nuestra fue una «guerra de liberación nacional», la guerra de todos los italianos por la libertad y la democracia. Fueron quienes colaboraron con el invasor los que trataron de convertirla en guerra civil, pero sólo lo lograron en parte, porque la mayoría de los italianos les rechazó junto con sus protectores y amos nazis.

En realidad, los dirigentes políticos y militares de Salò, pero también los alemanes, sabían de sobra cómo estaban  las cosas, de lo contrario las feroces represalias cometidas en las ciudades, y otras aún más feroces e indiscriminadas en los montes y los campos, no habrían tenido sentido contra una población que en buena parte se hubiera puesto de su lado.

Dos canciones, una de las brigadas negras y otra de las brigadas partisanas, recuerdan de un modo emblemático el clima de entonces: «Las mujeres ya no nos quieren / porque llevamos camisa negra», cantaban los fascistas; en el otro bando: «Cada barrio es patria de un rebelde / cada mujer suspira por él», cantaban los partisanos.

Bastaría con que quienes estuvieron allí recordaran la atmósfera de silencio siniestro, infinito de nuestra ciudad, de nuestros barrios, desiertos en los meses de la ocupación, y la explosión repentina de alegría, la muchedumbre bulliciosa y feliz que recibió a las fuerzas militares angloamericanas.

Sin embargo, cada vez es más frecuente que nuestra guerra de liberación se recuerde como guerra civil. Es una de las brechas que el revanchismo fascista ha conseguido abrir en la memoria de nuestros días.

La Rinascita della Sinistra, viernes 18 de octubre de 2002, pp. 28-29.

(1) Nombre con el que fueron conocidos los fascistas partidarios de la República Social Italiana o República de Salò, el protectorado creado por los alemanes en Italia hacia el final de la segunda guerra mundial (N. T.).

(2) Fuerzas indígenas del ejército italiano en la conquista de Eritrea (N. T.).

(3) Soldados italianos que, cumpliendo órdenes del general Badoglio, se negaron a combatir al lado de los alemanes después del armisticio del 8 de septiembre de 1943 (N. T.).

Traducido por Juan Vivanco

Fuente: http://www.contropiano.org/it/archivio-news/archivio-news/item/7941-e

 

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